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Authors: Dan Simmons

Tags: #ciencia ficción

El ascenso de Endymion (61 page)

BOOK: El ascenso de Endymion
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—No hay garantía de felicidad, sabiduría ni larga vida si bebéis de mí esta noche —murmura—. No hay nirvana. No hay salvación. No hay trasmundo. No hay renacer. Sólo hay un inmenso conocimiento, del corazón y de la mente, y el potencial para grandes descubrimientos, grandes aventuras y una garantía de nuevas dosis del dolor y del terror que constituyen gran parte de nuestra breve vida.

Mira de rostro en rostro, sonriendo al encontrar la mirada del Dalai Lama niño.

—Algunos de vosotros —dice— habéis asistido a todas nuestras sesiones durante el último año. Os he dicho lo que sé sobre aprender el idioma de los muertos, aprender el idioma de los vivos, aprender a oír la música de las esferas, aprender a dar el primer paso.

Me mira a mí.

—Algunos sólo habéis oído algunas de estas discusiones. No estabais aquí cuando comenté la verdadera función del cruciforme de la Iglesia ni la verdadera identidad del Alcaudón. No habéis oído los detalles relacionados con el idioma de los muertos y las otras cargas que impone entrar en el Vacío Que Vincula. Si tenéis dudas o reservas, os aconsejo esperar. Para el resto, lo repetiré: no soy una mesías, sino una maestra. Si lo que os he enseñado en estos meses os suena verdadero, y si deseáis correr este riesgo, bebed de mí esta noche. Os advierto que el ADN que nos permite percibir el Vacío Que Vincula no puede coexistir con el cruciforme. Ese parásito se marchitará y morirá a las veinticuatro horas de beber de mi sangre. Nunca más crecerá dentro de vosotros. Si buscáis la resurrección a través del cruciforme, no bebáis la sangre de mi cuerpo contenida en este vino.

»Y sabed que os convertiréis, como yo, en enemigos despreciados y perseguidos de Pax. Vuestra sangre será contagiosa. Los que deseen compartirla, los que opten por encontrar el Vacío Que Vincula a través del ADN compartido, también serán despreciados.

»Por último, sabed que, una vez que hayáis bebido este vino, vuestros hijos nacerán con la capacidad para entrar en el Vacío Que Vincula. Para bien o para mal, vuestros hijos y los hijos de ellos nacerán conociendo el idioma de los muertos y el idioma de los vivos, oyendo la música de las esferas, y sabiendo que pueden dar un primer paso en el Vacío Que Vincula.

Aenea se pincha el dedo con la lanceta. Una gota de sangre es visible a la luz del farol. Rachel extiende una copa mientras la gota de sangre se diluye en el vino. Hacen lo mismo con la otra copa, y así hasta que las siete copas quedan... ¿contaminadas? ¿Transustanciadas? Siento vértigo. Mi corazón palpita con algo parecido a la alarma. Esto parece una desaforada parodia de la Sagrada Comunión de la Iglesia Católica. ¿Mi joven amiga, mi querida amante, mi amada... se ha vuelto loca? ¿De veras cree que es una mesías? No, acaba de decir que no lo es. ¿Y yo creo que seré transformado para siempre al beber vino que contiene un millonésimo de la sangre de mi amada? No lo sé. No entiendo.

La mitad de los presentes forman fila para beber de las copas. ¿Cálices?
Esto es blasfemia. No está bien. ¿O sí?
Beben un sorbo y regresan a sus esteras. Nadie parece energizado ni iluminado. Ninguno irradia luz después de beber el vino. Nadie levita ni habla en lenguas. Todos beben y se sientan.

Comprendo que he titubeado, tratando de detectar la mirada de Aenea. Tengo tantas preguntas... Con retraso, sintiendo que he traicionado a alguien en quien debería confiar sin reservas, avanzo hacia la fila.

Aenea me ve. Alza la mano un instante. El sentido es claro:
Ahora no, Raul. Todavía no.
Vacilo de nuevo, pensando que estos otros, estos extraños, iniciarán una intimidad con mi amada que yo no puedo compartir. Agitado y ruborizado, regreso a mi estera.

La velada no tiene un final formal. La gente empieza a dispersarse. Una pareja —ella bebió el vino, él no— se marcha abrazada como si nada hubiera cambiado. Tal vez nada haya cambiado. Tal vez el rito de comunión que acabo de presenciar es pura metáfora y simbolismo, o autosugestión y autohipnosis. Tal vez los que se empeñen en percibir algo llamado el Vacío Que Vincula tengan una experiencia interior que los convenza de que ha sucedido. Tal vez sean meras pamplinas.

Me acaricio la frente. Tengo una gran jaqueca.
Por suerte no bebí el vino
, pienso. A veces el vino me provoca migraña. Río entre dientes, me siento mal y vacío, abandonado.

—No olvidéis —dice Rachel— que mañana al mediodía se colocará la última piedra del alero. Habrá una fiesta en la plataforma superior. Traed refrigerios.

Y así termina la velada. Subo a nuestro dormitorio con una mezcla de euforia, ansiedad, aflicción, vergüenza, excitación y jaqueca. Admito que no entendí la mitad de las explicaciones de Aenea, pero me marcho con una vaga sensación de decepción y desconcierto. Estoy seguro, por ejemplo, de que la Última Cena de Jesucristo no terminó con una invitación para un jolgorio en la plataforma superior.

Río y me trago la risa. Última Cena. Eso suena muy mal. De nuevo siento palpitaciones y dolor de cabeza. No es el mejor modo de entrar en el dormitorio de una amante.

El aire helado de la plataforma superior me despeja un poco. Oráculo es sólo una astilla sobre los enormes cúmulos del este. Las estrellas lucen frías esta noche.

Estoy por entrar en nuestra habitación y encender el farol cuando los cielos estallan.

21

Subieron todos los que se habían quedado en el Templo Suspendido en el Aire después de completar el trabajo: Aenea y A. Bettik, Rachel y Theo, George y Jigme, Kuku y Kay, Chim Din y Gyalo Thondup, Lhomo y Labsang, Kim Byung-Soon y Viki Groselj, Kenshiro y Haruyuki, el maestro Kempo Ngha WangTashi y su maestro, el joven Dalai Lama, Voytek Majer y Janusz Kurtyka, el meditabundo Rimsi Kyipup y el sonriente Changchi Kenchung, la Dorje Phamo o Marrana del Trueno y Carl Linga William Eiheji. Aenea se me acercó y me cogió la mano mientras mirábamos los cielos en pasmado silencio.

Me sorprende que no nos haya cegado el espectáculo de luces que estallaba allí donde un instante antes brillaban las estrellas: grandes capullos de luz blanca, palpitaciones sulfurosas, estelas rojas, mucho más radiantes que la cola de un cometa o de un meteoro, entrecruzadas de cortes azules, verdes, blancos y amarillos, claros y rectos como un rasguño de diamante en cristal, luego súbitas explosiones anaranjadas contrayéndose en mudas implosiones, seguidas por más palpitaciones blancas y nuevos cortes rojos. Todo era silencioso, pero la violencia de la luz nos impulsaba a taparnos los oídos y buscar un refugio.

—¿Qué diablos es? —preguntó Lhomo Dondrub.

—Una batalla espacial —dijo Aenea, con voz muy fatigada.

—No entiendo —dijo el Dalai Lama. No había temor en su voz, sólo curiosidad—. Las autoridades de Pax nos aseguraron que sólo tendrían una de sus naves en órbita, el
Jibril
, y que estaba en misión diplomática y no militar. El regente Reting Tokra me aseguró lo mismo.

La Marrana del Rayo chasqueó la lengua.

—Su Santidad, el regente está pagado por esos bastardos de Pax.

El niño la miró.

—Creo que es verdad, Su Santidad —dijo Eiheji, su guardaespaldas—. He oído cosas en el palacio.

El cielo se había ennegrecido, pero volvió a estallar en varios lugares. A nuestras espaldas la ladera rocosa se cubrió de reflejos rojos verdes y amarillos.

—¿Cómo podemos ver sus haces láser si no hay polvo ni otras partículas coloidales que los destaquen? —preguntó el Dalai Lama.

Evidentemente la noticia de la traición de su regente no le sorprendía, o al menos no era tan atractiva como la batalla que se libraba a miles de kilómetros. Noté con interés que la persona más sagrada del mundo budista tenía conocimientos científicos básicos.

De nuevo respondió su guardaespaldas:

—Algunas naves ya han sido averiadas o destruidas, Su Santidad. Los haces coherentes y los rayos de partículas se vuelven visibles en los campos de escombros, oxígeno escarchado, polvo molecular y otros gases.

Esto provocó un momento de silencio.

—Mi padre observó esto una vez, en Hyperion —susurró Rachel, frotándose los brazos desnudos como si de pronto hubiera refrescado.

Parpadeé y miré a la mujer. No había pasado por alto el comentario de Aenea sobre Sol, el padre de su amiga. Conocía bien los
Cantos
y pude identificar a Rachel como el bebé de la legendaria peregrinación de Hyperion, la hija de Sol Weintraub, pero admito que no lo había creído del todo. El bebé Rachel se había convertido en esa mujer casi mítica de los
Cantos
, Moneta, alguien que había regresado en el tiempo con el Alcaudón, en las Tumbas de Tiempo. ¿Cómo podía esa Rachel estar aquí ahora?

Aenea apoyó el brazo en los hombros de Rachel.

—Mi madre también —murmuró—. Sólo que entonces se creía que era la Hegemonía contra los éxters.

—¿Quiénes son, entonces? —preguntó el Dalai Lama—. ¿Los éxters contra Pax? ¿Y por qué las naves de guerra de Pax entran sin autorización en nuestro sistema?

Blancas esferas de luz palpitaron, crecieron, se agrisaron y murieron. Todos parpadeamos.

—Creo que las naves de Pax estuvieron aquí desde que llegó la primera nave, Su Santidad —dijo Aenea—. Pero no creo que estén luchando contra los éxters.

—¿Quiénes, entonces?

Aenea escrutó el cielo.

—Uno de los suyos —dijo.

De pronto hubo una serie de explosiones muy diferentes de las demás, explosiones más brillantes seguidas por tres estelas ardientes. Una estalló rápidamente en la atmósfera superior, dejando una veintena de estelas menores que pronto se extinguieron. La segunda cayó hacia el oeste, pasando del amarillo al rojo y al blanco, estallando veinte grados sobre el horizonte y derramando cien estelas menores en el nuboso horizonte. La tercera surcó el cielo de oeste a este con un chirrido. Digo chirrido literalmente. Primero oímos un silbido de vapor, luego un aullido, luego un rugido de tornado que disminuyó rápidamente, y al fin se partió en tres o cuatro grandes masas llameantes, y todas menos una murieron antes de llegar al horizonte. Este último fragmento de nave estelar pareció caracolear a último momento, precedido por estallidos de luz amarilla, perdiendo velocidad antes de desaparecer.

Esperamos otra media hora en la plataforma, pero salvo por docenas de estelas de fusión —naves estelares alejándose de T'ien Shan— no quedaba nada por ver. Al fin las estrellas volvieron a dominar el cielo y todos se marcharon, el Dalai Lama a dormir en los aposentos de los monjes, otros a aposentos permanentes o provisorios en los niveles inferiores.

Aenea nos pidió a algunos que nos quedáramos: Rachel y Theo, A. Bettik, Lhomo Dondrub y yo.

—Esta es la señal que esperaba —nos dijo cuando todos los demás se marcharon—. Debemos partir mañana.

—¿Partir? —exclamé—. ¿Adonde? ¿Por qué?

Aenea me tocó el antebrazo, e interpreté que me lo explicaría más tarde, así que me callé mientras los demás hablaban.

—Las paravelas están listas, maestra —dijo Lhomo.

—Me he tomado la libertad de revisar los dermotrajes y respiradores en los aposentos de M. Endymion mientras todos estaban lejos —dijo A. Bettik—. Todos funcionan.

—Terminaremos el trabajo y organizaremos la ceremonia mañana —dijo Theo.

—Ojalá yo fuera —dijo Rachel.

—¿Ir adonde? —insistí, pese a mi determinación de callarme y escuchar.

—Estás invitado —dijo Aenea, todavía tocándome el brazo, pero sin responder a mi pregunta—. Lhomo, A. Bettik, ambos podéis venir.

Lhomo Dondrub sonrió. El androide asintió. Al parecer yo era el único que no entendía qué estaba pasando.

—Buenas noches a todos —dijo Aenea—. Partiremos con las primeras luces. No es preciso que nos despidáis.

—Al demonio con eso —dijo Rachel. Theo cabeceó aprobatoriamente—. Estaremos allí para decir adiós.

Aenea asintió y les tocó los brazos. Todos bajaron por escalerillas o cables.

Aenea y yo nos quedamos solos en la plataforma. Los cielos parecían oscuros después de la batalla. Comprendí que las nubes se habían elevado por encima del risco y borroneaban las estrellas como una toalla mojada en una pizarra negra. Aenea abrió la puerta de su dormitorio, entró, encendió el farol y regresó a la entrada.

—¿Vienes, Raul?

Hablamos. Pero no de inmediato.

El acto del amor parece absurdo cuando se describe —incluso el momento parece absurdo en la narración, cuando el cielo se caía literalmente y mi amante había celebrado una especie de Última Cena—, pero el acto del amor nunca es absurdo cuando se hace el amor con la persona que amamos. Y yo la amaba. Si no me había dado cuenta antes de la Última Cena, entonces lo comprendí totalmente y sin reservas.

Un par de horas después Aenea se puso un quimono y yo me puse un
yukata
y ambos nos acercamos a los biombos
shoji
abiertos. Aenea preparó té en el calentador, cogimos nuestras tazas y nos sentamos con la espalda contra los biombos
shoji
, rozándonos las piernas, mi costado derecho y su rodilla izquierda sobre el abismo. El aire estaba fresco y olía a lluvia, pero la tormenta se había desplazado al norte. La cima de Heng Shan estaba cubierta de nubes, pero los riscos inferiores estaban iluminados por relámpagos constantes.

—¿Rachel es realmente la Rachel de los
Cantos
? —pregunté. No era la pregunta que más me interesaba hacer, pero temía preguntarla.

—Sí. Es la hija de Sol Weintraub, la mujer que cogió la enfermedad de Merlín en Hyperion y perdió años hasta ser el bebé que Sol llevó en su peregrinación.

—Y también era conocida como Moneta. Y Memnosyne...

—Admonitora y Memoria —murmuró Aenea—. Nombres apropiados para su papel en esa época.

—¡Eso sucedió hace doscientos ochenta años! —rezongué—. Y a muchos años-luz... en Hyperion. ¿Cómo llegó aquí?

Aenea sonrió. El vapor del té caliente subía hasta su cabello.

—Mi vida comenzó hace más de doscientos ochenta años —dijo—. Y a muchos años-luz... en Hyperion.

—¿Entonces ella llegó aquí igual que tú? ¿Por las Tumbas de Tiempo?

—Sí y no —dijo Aenea. Alzó una mano para silenciar mis protestas—. Sé que quieres que hable sin rodeos, Raul, sin parábolas ni símiles ni elusiones. De acuerdo. Ha llegado la hora de hablar sin rodeos. Pero la verdad es que las Tumbas de Tiempo de la Esfinge son sólo parte del viaje de Rachel.

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