No, mejor no preguntar. Porque si llegaba a obtener la respuesta incorrecta, la cosa no se simplificaría, sino todo lo contrario; se complicaría de un modo insoportable.
El cerrojo de la puerta principal hizo clic cuando él llamó al timbre; entró en el edificio y subió al segundo piso.
Dotty le sonrió desde el umbral de la puerta; tenía un aspecto deliciosamente casero con el delantal verde estampado.
—¿Tiene hambre?—le preguntó, quitándole la botella de vino y llevándosela a la cocina—. ¿O prefiere que hablemos un poco antes de comer?
Le dijo que no tenía hambre y la siguió hasta la cocina, pero ella lo envió con firmeza de vuelta a la sala, le ordenó que se sentara y le dijo que ella se encargaría de abrir la botella y de servir el vino.
Esperanzado, Tracy se sentó en el sofá, pero Dotty, cuando regresó a la sala con dos copas de vino, escogió el sillón.
—Señor Tracy...
—Llámeme Bill.
—Bill, tengo tantas preguntas para hacerle sobre el trabajo de guionista de Radio. Lo hace usted tan maravillosamente. Ojalá pudiera...
Hombres mejores han sucumbido a peores lisonjas. Acabó contándole todos los trucos del oficio, los pequeños trucos que marcan las grandes diferencias. Cosas como: «...y otro punto que has de tener en cuenta Dotty, cuando se supone que un actor está allí presente, cada tanto ha de decir algo, de lo contrario te la cargas, tal como diría un guionista de Radio. Los oyentes se olvidan de que está allí, porque no lo ven. Por ejemplo, si en escena hay tres personas, no puede hacer que sólo dos de ellas mantengan una conversación; la tercera persona ha de intervenir con frecuencia aunque sea para decir “sí” o “¿cómo?”, o algo por el estilo. Diez frases seguidas sin que esa tercera persona intervenga, y desaparece de la memoria de los oyentes y se produce un efecto muy cómico si de repente pone en boca suya algún comentario. De hecho, es un efecto que se utiliza deliberadamente en algunos programa cómicos».
Y, después, la cena. Resultó ser que Dotty sabía cocinar de un modo competente, aunque no soberbio. Había preparado una cazuela de gambas, y estaba lo suficientemente buena como para comérsela.
Ayudar a Dotty a fregar los platos (imponiéndose las protestas de ella) resultó muy íntimo y agradable pero siguieron hablando de la Radio. Siempre que él cambiaba de tema, Dotty se encargaba de volver a sacarlo.
Cuando terminaron de fregar los platos, Dotty volvió a sentarse en el sillón y Tracy tuvo el sofá a su entera disposición, como antes. Pero Dotty estaba tan decorativa allí sentadita, que era bonito contemplarla Al fin y al cabo, no se ganó Zamora en una hora, Dotty era una chica guapa.
—... en cuanto a los argumentos —le decía Tracy— existe una gran diferencia entre escribir el argumento de un serial y el argumento de cuentos para revistas En el caso de un cuento para revistas, metes a los personajes en un lío y los vuelves a sacar y ya tienes un cuento hecho. Pero en un serial de Radio, tienen que meterse en el lío siguiente antes de salir del último. Lo cual significa que tienes que mantener activas por lo menos dos líneas argumentales al mismo tiempo.
—Es una lástima que nunca puedan ser felices, ¿no? —comentó Dotty, dejando escapar un bonito suspiro.
—La culpa de eso la tiene la audiencia —le dijo Tracy—. A la gente que escucha seriales no les interesan los personajes felices.
—Ya. De modo que Millie tiene que meterse en otro berenjenal antes de sacar a su hermano del lío del Banco. ¿Qué tipo de secuencia utilizarás después, Bill?
—Sabia que ibas a preguntarlo. Todavía no he pensado en nada. Todo lo que se me ocurre ya le ha pasado a Millie. Al menos, todo lo que puedo utilizar en la Radio.
—Oye, Bill, a Dale Elkins no le ha ocurrido nada todavía, al menos hace tiempo que no le pasa nada. ¿Por qué no hacemos que sufra un accidente? Que lo atropelle un camión, o algo así. Entonces puedes introducir escenas en el hospital y visitas con un médico o que no está seguro de si Dale se recuperará o no y...
Tracy chasqueó los dedos.
—Dotty, es perfecto. Eres una maravilla. Usaremos estas escenas preliminares. Justo antes de que lo atropellen o lo que sea, él y Millie discuten por cualquier tontería y ella lo manda a hacer gárgaras. No es ésa su intención, claro, porque lo quiere de veras, sino que es una simple pelea de novios.
»Pero eso le dará más dramatismo al asunto cuando él esté herido e inconsciente. Millie tendrá unos remordimientos terribles por haber sido mala con él. Teme incluso que muera sin volver a recuperar la conciencia, para poder pedirle perdón. Veamos..., ella tendrá la culpa de la pelea y se dará cuenta de ello cuando sea demasiado tarde. Él puede estar inconsciente durante una semana entera de guiones, aunque eso sólo se traduzca en ocho o diez horas de tiempo real...
—Bill, ¿no hubo una vez un médico que se enamoró de Millie, hará cosa de un año? —Tracy asintió.
—Uno de los papeles que hizo Jerry Evers. Veamos..., creo que utilizó un tono de voz muy característico. Supongo que podría volver a hacer ese papel sin que ello interfiriera con el papel que interpreta ahora..., el de jefe de cajeros del Banco.
—Bill, podríamos hacer que se encargara del caso cuando ingresen a Dale en el hospital, ¿no?
Tracy asintió despacio.
—Las cenizas de un viejo amor y la sangre del nuevo. Dotty, eres una maravilla. ¿O ya te lo había dicho?
Hablaron hasta pasada la medianoche; entonces, Dotty lo acompañó amablemente hasta la puerta y Tracy se encontró en plena noche. Amablemente, pero con tanta firmeza, que el beso de despedida que le dio fue casto y de una falta de ambición decepcionante.
Pero las cosquillas le perduraron en los labios mientras volvía a su casa andando.
Sí, señor, una chica guapa, Dotty. Y tenía un piso muy bonito, y le había preparado una cena estupenda, y la idea para la siguiente secuencia de Millie también era estupenda. Maldición, por aquella idea a él le pagaban; tendría que compartir con ella parte de sus ingresos mientras durara la secuencia. Pero seguro que ella se negaría en redondo. Pues tendría que pagárselo de otro modo.
A lo mejor, Dotty podría colaborar con él en la creación de un nuevo serial radiofónico, conseguirían el apoyo de la «
KRBY
», y un patrocinador...
Casi había llegado a su casa cuando se le ocurrió preguntarse cómo podía Dotty mantener un piso así con un sueldo de estenógrafa. Si no conocía mal los alquileres del Village, ese apartamento le costaría por lo menos todo el sueldo de estenógrafa que le pagaban en el estudio. Además, Dotty se vestía muy bien para ser estenógrafa.
Tardó un minuto en encontrar una respuesta, y se sorprendió de su sencillez. Los cuentos de amor para las revistas, claro. Probablemente ésa fuera su principal fuente de ingresos, y la chica trabajaba en el estudio para conseguir una cierta experiencia en la Radio y poder abrirse las puertas de los seriales radiofónicos. Al llegar a su casa, Tracy se quitó a Dotty de la cabeza con gran determinación (al menos trató de quitársela del centro de sus pensamientos), y se sentó ante la máquina de escribir. Debía aprovechar mientras la idea siguiera fresca y escribir un resumen de la nueva secuencia, para poder llevársela a Wilkins por la mañana. Al día siguiente, sábado, no se hacía el programa de Millie, pero Wilkins estaría en su despacho hasta mediodía.
Puso papel en la «Underwood» y tecleó el título.
Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el teclado. ¿Por qué discutirían Millie y Dale?
Media hora más tarde, seguía sentado ante la máquina de escribir mirando el teclado. En el fondo de su corazón sabía ya que la fila superior, la que venía debajo de la fila de números, decía
QWERTYUIOP
y que la fila del medio decía
ASDFGHJKL
. Pero todavía no se le había ocurrido un motivo razonable por el que Millie y Dale pudieran discutir. Maldición, eran unos personajes tan insípidos, que ¿por qué podrían discutir?
Enfurecido, arrancó el papel de la máquina y lo lanzó a la papelera. Colocó la funda sobre la máquina de escribir para que la condenada fila
QWERTYUIOP
se mofara de él.
No estaba de humor para escribir, ni para pensar de modo constructivo. Se iría a dormir, se levantaría temprano y entonces las cosas le vendrían rodadas. Maldición, tenía la idea principal..., era una estupidez que se dejara amilanar por detalles ínfimos. Haría el resumen por la mañana y, si los detalles no le salían, no los incluiría. Al fin y al cabo, sólo necesitaba un resumen.
Puso el despertador a las ocho y se fue a dormir.
Pero la preocupación no le dejó conciliar el sueño. ¿Acaso estaba acabado como escritor? Sabía que a otras personas les había pasado, pero siempre le había parecido que aquello era algo que le ocurría a los demás. No a Bill Tracy.
Entonces, sus pensamientos volvieron a Dotty, y no tardó en quedarse dormido. Y en soñar.
El estridente timbre del despertador lo despertó para enfrentarlo a un mundo fútil. Lo apagó tan rápido como le fue posible y se quedó tendido en la cama mirando el techo indiferente, pensando en el completo desastre de los últimos días. No había escrito una sola palabra. Ni siquiera había logrado tener una idea constructiva para el programa de
Los millones de Milli
e o el de los asesinatos.
De acuerdo, tenía el esquema general de una idea, pero se le había ocurrido a Dotty, y no a él. Ni siquiera había sido capaz de aportar los detalles menores. ¿También tendría que pedirle a Dotty que se encargara de eso?
En la penumbra del amanecer (bueno, no era exactamente el amanecer, pero la penumbra persistiría hasta que se levantara y subiera las persianas) tendría que levantarse y sentarse delante de esa condenada máquina y escribir algo. O eso, o una discusión con Wilkins.
Nunca en su vida había tenido menos ganas de escribir que ahora. Maldición, no debería haberlo postergado para la mañana. Después de desayunar jamás se le ocurriría nada creativo. Y antes de desayunar, incluso el pensar en ello le dolía.
Lanzó un gemido y trató de olvidarse de
Los millones de Millie.
Pero eso le recordó los asesinatos. Unos asesinatos estúpidos, sin ton ni son. ¿Habrían acabado? Tenía la sensación de que no.
¿Quién seria el siguiente?
En lugar de tratar de adivinarlo, y visto que carecía de base para ello, salió de la cama y se metió en la ducha. El agua fría no lo despertó del todo, pero sí le ayudó.
Una vez vestido, decidió que no le apetecía desayunar. Era mejor que comenzara a escribir el condenado resumen. Quitó la funda a la máquina y se sentó.
«Vamos a ver... Dale y Millie tienen que pelearse, y la primera cuestión es por qué vamos a hacer que discutan. Veamos... »
Maldición, seguía teniendo la mente obnubilada. Sería mejor que antes bajara a tomar un café.
En el pasillo se encontró con Millie Wheeler, que llegaba en ese momento cargada de paquetes.
—¡Tracy! ¿Qué es lo que te ha hecho caer de la cama a las ocho y media de la mañana? ¿O es que todavía no te has acostado?
—Es mi día de ajetreo, cariño. Tengo que trabajar. Y en serio.
—¿Has desayunado?
—Bajaba a tomar café. ¿Te vienes?
—Aquí tienes café. —Le entregó un paquete. Y después le dio los otros y añadió—: Anda, aguántame todo esto para que pueda abrir la puerta.
La siguió, dejó los paquetes en la cocina y se sentó. Millie se puso a preparar café.
—¿Qué estás haciendo, Tracy? ¿Los guiones de
Los millones de Millie
?
—Un resumen para la próxima secuencia. Millie discutía con Dale, y luego él saldrá y lo atropellará un camión.
—Buena idea. Me refiero a que a Dale lo atropelle un camión. ¿Por qué van a discutir?
—Todavía no se me ha ocurrido. ¿Tienes alguna sugerencia?
—Hummm —masculló Millie—, déjame pensar —Sacó platos y tazas de la cocina y fue a colocarlos sobre la mesa—. ¿Por qué no haces que Millie se entere de que Dale le ha echado el ojo a una rubia?
—Oye, es estu...
A Tracy le golpeó una sospecha repentina, pero no logró identificarla. Millie estaba inclinada sobre la cocina echando unos huevos en la sartén, y no podía verle la cara.
— . . .estupendo —dijo—. Anda, sigue. ¿Dónde conoce a la rubia?
—Pues trabaja en una oficina, ¿no? ¿Por qué no haces que la rubia trabaje en el mismo sitio? Podría ser una nueva estenógrafa.
—Ya —dijo Tracy. Como Millie seguía dándole la espalda, él entrecerró los ojos con aire de suspicacia—. Y, después, ¿qué pasa?
—Pues que lo atropella un camión —repuso Millie alegremente— . Eso es lo que me dijiste. Y le está bien empleado, ¿no? ¿Cuántos terrones?
—¿Dónde, en el café?
—Claro, pelma. —Ella se giró y en su rostro no había asomo de astucia.
Tracy insistió en ayudarla a lavar los platos después del desayuno. Quizá fuera su conciencia. Después, ella lo echó porque tenía que vestirse para ir al estudio.
Desconsolado, regresó a su máquina de escribir. Resueltamente colocó una hoja, carbón y papel de copia amarillo.
Resueltamente mecanografió el título, giró el rodillo y comenzó a escribir el resumen. ¿Habría sido, la sugerencia de Millie, una conjetura al azar? ¿O...?
De todos modos, era una idea utilizable. Pero optó por convertir a la chica en operadora de máquina de calcular en lugar de estenógrafa, y en pelirroja en lugar de rubia. Al menos, esa parte del resumen, pensó con amargura, sería idea suya y no de Dotty o de Millie. Y, por supuesto, Dale no sería culpable de tontear con otra (de todos modos, a Wilkins no le gustaría la idea), sino que sería una víctima de las apariencias engañosas.
Siguió escribiendo; las frases salían despacio, palabra por palabra. Cada palabra le hacía daño. El resumen era breve, de dos páginas a doble espacio, y tardó hasta las once de la mañana en acabarlo.
Tenía la frente perlada de sudor, y no se debía solamente al calor de agosto. Le había costado un triunfo escribir aquel resumen, y eso que se había sentado a la máquina con la idea ya preparada. Y ni siquiera había sido idea suya... Por eso le había costado tanto trabajo, porque la idea no le pertenecía.
Suspiró aliviado ante aquel pensamiento reconfortante y se marchó. Tendría que darse prisa si quería encontrar a Wilkins. Probablemente estaría hecho un basilisco. Era un milagro que aún no le hubiese telefoneado.