—No he asesinado a nadie.
—Renaud, Ryan, los tipos que te asaltaron, los hombres de McIntire, Francis Bonticue, mi madre, José Ramón y otra lista que pesa sobre tu conciencia.
—Mientes.
—Deja salir al bokor, él te lo dirá, te explicará como lo hiciste, como asesinaste a todas esas personas. Renaud y Ryan te resultaron sencillo, Jean drogado se ahoga en la tina de baño y nadie sospecha de tu mano presionando su cabeza y Ryan, el pobre viejo ya tenía demasiado con lo que había vivido y verte con esa sonrisa demoniaca y el rostro desfigurado bastó para provocarle un infarto.
—Cállate. Has debido ser tú quien hizo todo eso. Mataste a mi amigo para vengar a tu madre, sabes que fue la Mano de los Muertos quien llevó el arma a la iglesia y al luchar con Jean se accionó matando a Amanda.
—No Adam, no fue eso lo que pasó. Mi padre me lo contó todo.
—Tu padre era un maldito mentiroso. Fue él quien mató a tu madre y también fue él quien se encargó de matar a Barragán quemándolo en su casa años más tarde buscando el sello.
—¿Quién te dijo eso? ¿Jean Renaud? ¿El hombre que quemó a su hermana y a su cuñado y culpó a Aqueda, la pequeña niña que usó como instrumento de su locura? El maldito debe estar quemándose en los infiernos. Fue él quien mató a Jeremy también.
—Mientes —dijo Kennedy que volvía a sentir jaqueca.
—El día que murió Jeremy él estaba con los vendedores de drogas y vio como Francis se llevaba la droga que necesitaba para dársela a Jeremy. Lo encontró en el fondo del bosque donde los hombres de su padrastro lo habían dejado y lo mató.
—No. Jean jamás haría eso.
—Lo hizo porque nunca pudo soportar el saber que Lilitu jamás sería suya otra vez.
—Estás equivocado —dijo Kennedy ahogando un sollozo. —Jean era un hombre bueno.
—Busca en tus adentros, fue él quien te hizo matar a mi madre, fue él quien te envenenó el corazón contra mi padre.
—Nada ganarás ensuciando la imagen de Jean.
—¿Ensuciando? El maldito tenía el alma negra.
—Si es así ¿por qué quieres revivirlo? ¿por qué has traido a esta mujer para que pueda traerlo de vuelta del más allá?
—No sabía que Natasha estaba embarazada. ¿Es tuyo el niño?
—Por supuesto que no.
—Piensas que Natasha es un súcubo ¿no es así? Crees que Lilitu te persigue en cada mujer embarazada que encuentras. ¿Cuándo te diste cuenta de que esperaba un hijo? ¿Acaso la escuchaste hablando por teléfono?
Natasha miraba al sacerdote y las lágrimas le corrían por las mejillas, mientras Lucila era amarrada al mismo árbol.
—Dime Adam, ¿para qué la has traído a este cementerio? Sus cuerpos ya no están aquí. Los policías se los llevaron para hacerles pruebas. Jean y Jeremy no podrán ser revividos aunque tuvieras ese poder.
Adam se retorció de dolor y cayó de rodillas.
—Cada vez son más frecuentes, pronto serán insoportables, Adam. Sólo Jean podía controlarte y mataste al bastardo, por eso ahora lo necesitas de vuelta ¿Verdad?
Kennedy apretaba los puños contra el césped y arrancaba trozos que se adherían a sus uñas.
—Deja salir al bokor, Adam, ambos necesitamos que esté presente.
Johnson estaba en la estación revisando las cartas que le había llevado Jenny McIntire que lo miraba absorta sin saber qué hacer para ayudarle.
—¿Hay algo allí que sea de utilidad?
—Hasta ahora nada. Kennedy dice saber secretos arcanos como volver a alguien de los muertos, dice que se requiere del alma de un niño no nacido. Que debe obtenerse en tierra sagrada y en comunión con aquel a quien se desea regresar de los muertos.
—¿Quiere volver a Jeremy?
—No habla de su hijo, de hecho no habla de nadie, solo dice tener el poder y que quiere compartirlo con Jeremy en algún momento. Pero nada de esto me suena a palabras del sacerdote. Está segura que es su letra.
—Bastante segura.
—Señora McIntire…
—No lo sé detective, asumí que era él quien le escribía a mi hijo. Si no es Kennedy ¿quién puede ser?
—Buscamos a un tipo sospechoso, un haitiano de aspecto desgarbado. Un hombre que vino de la isla hace apenas unas semanas, quizá para las mismas fechas en que murió su hijo.
—Las cartas son de un par de semanas atrás y fueron entregadas por el correo local, no vinieron desde Haití.
—Pero es extraño que el sacerdote utilizará el servicio de correo cuando podía dejarle a Jeremy las cartas o decírselo en persona. No creo que fuera alguien que pudiera darse el lujo de desperdiciar el dinero.
—Adam es un hombre extraño y quizá sabía que mi esposo no lo quería cerca de Jeremy por las cosas que decía.
—No se menciona a su esposo para nada en estas cartas, pero siento que estoy pasando algo por alto.
—No tengo idea de qué pueda ser.
—Volver de los muertos, tierra santa, comunión con los muertos, el alma de un no nacido…
—La tumba de Jeremy —dijo Jenny dando un salto— el cementerio es tierra santa ¿no?
—Puede que tenga razón, pero Jeremy no estaba en su tumba, estaba… se cortó Johnson.
—No es preciso que se detenga, sé que el cuerpo de Jeremy apareció, solo que no me han dicho dónde.
—Estaba junto al cuerpo del tipo haitiano, el amigo del sacerdote que murió… Debe estar en el cementerio donde enterraron a Renaud, es un sitio aislado. Señora McIntire, quédese aquí mirando las cartas mientras voy al cementerio. Si encuentra algo importante llámame por favor.
Johnson salió y llamó a Bronson por teléfono.
—Dime que tienes algo…
—El cementerio donde estaba enterrado Renaud…
—Voy para allá —dijo Bronson dando la vuelta haciendo rechinar las llantas y hundiendo el acelerador a fondo.
—Vamos padre —le dijo el hombre— es hora de que ajustemos cuentas, pero necesito que deje salir al bokor.
—No te saldrás con la tuya —dijo el sacerdote.
—¿Me colgará por los pies como hizo con esos hombres? Todos merecían la muerte. ¿No es verdad?
—No, los mataste tú —dijo seguro de lo que decía.
—Nadie podrá creer eso. Es usted quien se volvió loco, padre.
—Mataste a Francis y a Ryan para incriminarme.
—No. Maté a Francis porque me vio en el bosque cuando maté a los hombres de McIntire. Ryan murió de pena al saber lo que habías hecho, quizá con un poco de ayuda de mi parte.
—Mataste también a Jeremy.
—Se equivoca, eso lo hizo Renaud por celos, usted quería que Jeremy fuera su sucesor y Jean no pudo aceptarlo. Usted lo supo y por eso acabó con la vida de Jean, recordó que fue él quien casi le obligó a matar a mi madre con sus mentiras.
—¿Cuál es tu nombre?
—Adam Strout. Mi madre en la ambulancia no dejaba de repetir su nombre mientras acariciaba su vientre. Los enfermeros pensaron que era el nombre del niño.
—No eres…
—Por supuesto que no. Mi padre me lo confesó todo antes de morir, fue él quien atacó a mi madre y con embrujos la sedujo haciéndose pasar por usted.
—Me hiciste venir aquí.
—Así es padre, lo busqué donde se escondía de la realidad luego de ver morir a Francis y lo convencí de venir a este sitio para el sacrificio de la mujer embarazada.
—Me drogaste.
—Es sencillo en estos tiempos, pero usted resultó ser muy astuto al traer la mujer para el sacrificio. Debe estar entrando y saliendo de su locura con más frecuencia de la que pensábamos. ¿Hace cuantos días no toma su medicina?
Kennedy lo miró con desprecio.
—Creo que ahora la señora Bronson no será necesaria —dijo poniendo el silenciador a un arma automática— pero será preciso que usted haga el trabajo, padre Kennedy, solo así podré marcharme a Haití con el sello de fuego y devolverlo adonde debió estar siempre.
—¿Dónde está el sello, padre? —dijo apuntándolo con el arma.
—¿Qué le hace pensar que se lo diré?
—Me lo dirá si es que quiere salvar la vida de estas mujeres.
—Creo que ya ha decidido matarlas. ¿No es así?
—Cree conocerme bien.
—Conocí a su padre. El maldito debe haberle traspasado todos sus genes. No tiene nada de Amanda Strout.
—Aun la ama ¿no es verdad? No soporta el saber que usted mismo le produjo la muerte al hacer caso de las cosas que le decían Renaud, Barragán y Candau.
—Fue su padre quien la mató.
Kennedy volvió a quejarse del dolor de cabeza y cayó al suelo en posición de oración.
—El sello padre, dígame ¿dónde está el sello?
Adam volvió sus ojos en blanco y sus manos se le crisparon.
—Bien, padre, deje salir al bokor —dijo Strout— sin dejar de apuntarle con el arma.
—El sello de fuego —dijo Kennedy con una voz ronca— no debe caer en manos del mal.
—Dígame dónde está.
—Lejos de aquí.
—Miente —dijo el joven Adam— usted lo tiene consigo, o se lo dio a la maldita vieja que huyó con el niño cuando los toutons lo buscaban en la selva a la que huyó.
—El sello está donde debe estar —dijo mirando al hombre con los ojos perdidos y dando un paso al frente, mientras a lo lejos se escuchaban las sirenas de la policía que se acercaba.
—¡Maldición! El sello —dijo apretando los dientes mientras Kennedy daba un nuevo paso.
Se escuchó el ruido ahogado del arma con el silenciador y Kennedy cayó con su pierna herida.
—Me dirá dónde está el sello o las mataré a las dos —dijo con un tono desesperado.
—¿Para qué quiere el sello? —preguntó el sacerdote.
—Para devolver a mi padre de la muerte…
—¿Y traer a un monstruo de vuelta?
—Solo así podré ser el mayor de los bokores.
La sirena se acercaba cada vez más y el hombre se acercó con el arma a Lucila.
—Espere —gritó Kennedy— se lo diré.
—Hágalo ahora, maldito sacerdote.
Kennedy se volvió a tomar la cabeza y dio aullidos de dolor mientras el hombre con el arma lo miraba estupefacto. Aprovechando el momento el sacerdote se lanzó contra el hombre que llevaba su nombre y rodaron por el suelo. En ese momento Bronson llegaba al cementerio y dejando su patrulla sacó el arma y apuntó a los hombres que rodaban. Un segundo después no se escuchó nada pero de pronto la lucha cesó. Bronson seguía apuntando con el arma lista para disparar mientras las dos mujeres lloraban desconsoladas. Un nuevo ruido de sirenas, anunció la llegada de Johnson.
—No se mueva —dijo Bronson al mirar a uno de los hombres intentar incorporarse— y luego dirigiéndose a Johnson le dijo: —Ponle las esposas. Este hombre tiene mucho que explicar.
Bronson se agachó y tomó el pulso en la arteria al hombre que yacía tumbado con los ojos al cielo. Estaba muerto.
Bronson caminó hacia las mujeres mientras Johnson ayudaba al hombre a levantarse y le ponía las esposas leyéndole sus derechos. Natasha miraba expectante aquella escena donde los policías habían llegado apenas a tiempo para salvarles la vida de aquellos dos lunáticos que discutían cambiando de voz a cada momento como si en lugar de dos personas fueran el doble o más.
El teléfono de Johnson repicó y lo contestó mientras caminaba escoltando al prisionero al auto patrulla.
—Dígame señora McIntire.
—He encontrado algo en las cartas…
—No se preocupe, ya dimos con el sacerdote.
—¿Entonces ha sido demasiado tarde?
—Bueno, usted hizo su mejor esfuerzo, las cartas que escribió Kennedy no eran precisamente explícitas…
—Creo que nos equivocamos agente.
—¿A qué se refiere?
—El padre Kennedy no escribió las cartas, pero alguien se preocupó por hacer pensar a Jeremy que el sacerdote lo había hecho.
—¿Por qué cree eso?
—Por que Kennedy sabía muy bien que Alexander no era el padre de Jeremy.
—¿Y…?
—En una de las cartas se refiere a Alexander como su padre y de lo difícil que debe ser pensar que el hombre que lo engendró lo maltrate al igual que lo hicieron con él.
—¿Y que hay con eso?, digo, puede ser que el sacerdote se equivocara con Alexander.
—Pero no así con su propio padre, el papá de Adam murió siendo él muy pequeño y su madre vio acrecentados sus males mentales, no se volvió a casar, pero al morir se encontraba embarazada.
—No entiendo.
—Adam Kennedy debió luchar sólo contra la enfermedad de su madre, la cuidaba día y noche en sus entradas y salidas de los hospitales. No tuvo una infancia fácil, pero no porque su padre lo maltratara, sino por la enfermedad de su madre. Al parecer el embarazo terminó de afectarle el cerebro y podría decirse que murió a causa de las complicaciones, aunque la causa oficial de la muerte fue un aneurisma, al menos eso me dijo un día el sacerdote.
—No sabía que tenía ese grado de confianza con usted.
—Me le dijo después de la muerte de Jeremy. Yo estaba desconsolada y con medicación, supongo que de alguna manera pensó que no lo escuchaba.
—¿Y si Kennedy no escribió la carta quién lo hizo?
—Sin duda alguien que lo conocía aunque no con ese detalle, si me lo pregunta diría que el sujeto que vino con él de Haití.
—¿Se refiere a Jean Renaud?
—No se me ocurre nadie más. En fin, dice usted que lo han encontrado. Él podrá explicarlo todo, supongo. ¿Podría decirle que necesito hablar con él? Hay muchas cosas que deseo agradecerle, a pesar de que mi hijo no volverá, sé que Kennedy era uno de los pocos amigos que Jeremy tuvo.
—Señora McIntire…
—Lo sé, está usted muy ocupado buscando al asesino. No lo molestaré más. Solo dígame otra cosa ¿Qué le espera a Alexander?
—Por el testimonio de la señora Bonticue, él y Trevor deberán enfrentar un juicio y posiblemente vayan a prisión.
—Espero que se esté haciendo justicia.
—También yo lo espero —dijo Johnson y se despidió de Jenny que se escuchaba extrañamente serena luego de conocer que su hijo no estaba vivo como ella suponía. Quizá, la carga de que Jeremy pudiera ser el asesino que buscaban resultaba demasiado para la madre y prefirió pensar que su hijo descansaría en paz.
Bronson alcanzó a su compañero en el auto.
—He hablado con mi esposa y con esa chica, al parecer tenemos suficiente para llevar a este hombre sino a la cárcel al menos a un hospital mental.
—¿De verdad crees que esté loco?
—Miralo, parece seguir hablando consigo mismo.