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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

El bueno, el feo y la bruja (45 page)

BOOK: El bueno, el feo y la bruja
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—No pares por mí —dije en un esfuerzo por decir algo antes de que encontrase un motivo para irse.

Dio la vuelta para frotar la parte de atrás y me acerqué para tocar un do mayor.

Ivy se irguió, cerró los ojos y detuvo la gamuza.

—Do mayor —dijo relajando su rostro ovalado.

Elegí otra tecla y la mantuve pulsada para escuchar su eco en las vigas. Sonaba maravillosamente en el espacio abierto y de paredes desnudas, especialmente teniendo en cuenta que habían desaparecido las colchonetas.

—Fa sostenido —susurró y presioné dos teclas a la vez—. Do y re sostenidos —dijo abriendo los ojos—. Esa es una combinación horrible.

Sonreí aliviada al ver que me miraba a los ojos.

—No sabía que supieras tocar —dije subiéndome más el bolso en el hombro.

—Mi madre me obligó a tomar clases.

Asentí como ausente y saqué el dinero del bolso. Mis pensamientos volvieron a nuestras discrepancias y me incliné sobre el piano para entregarle el dinero. Ivy se compraba un piano de cola y mi cómoda era de contrachapado. Con la cabeza gacha sobre el dinero lo contó.

—Te faltan doscientos —dijo.

Cogí aire y me fui a la cocina. La culpa me pesaba. Dejé el bolso sobre la mesa antigua de Ivy y me acerqué a la nevera para buscar un zumo.

—Edden me ha reducido la paga —le grité en dirección al santuario pensando que no se marcharía si hablábamos de dinero—. Pero conseguiré el resto, voy a hablar otra vez con el equipo de béisbol.

—Rachel… —dijo Ivy desde el pasillo y me giré con el corazón en la boca. No había oído sus pasos. Me pilló por sorpresa y vi en su rostro una expresión de dolor interior. Tenía el patético intento de compensación de Edden en la mano. Ahora mismo lo odiaba todo, absolutamente todo.

—Olvídalo —dijo haciéndome sentir aun mejor—, yo te pongo lo que falta este mes.

Otra vez
, concluí su frase para mis adentros. Maldita sea, debería ser capaz de pagar mis propias facturas.

Deprimida, me quité el sombrero y lo colgué en la silla. Lo siguiente fueron los tacones que me quité de una patada, enviándolos a través del arco hasta la salita donde cayeron con un fuerte golpe. Descalza, me derrumbé en una silla junto a la mesa y me aferré a mi zumo como si fuese la última cerveza a la hora de cerrar. Había una bolsa de galletas abierta en la mesa y me la acerqué. El chocolate mejoraría las cosas si me comía la cantidad suficiente.

Ivy se estiró para dejar el dinero en el tarro encima de la nevera. No era el sitio más seguro para dejar el dinero que reuníamos para pagar las facturas, pero ¿quién iba a robarle a una vampiresa Tamwood? Sin decir nada se deslizó en su silla frente a mí, en la otra punta de la mesa. El ventilador de su ordenador entró en funcionamiento al mover el ratón. Mi malhumor se iba disipando. No se había ido. Estaba trabajando en su ordenador y yo estaba en la misma habitación que ella. Quizá se sintiese lo suficientemente segura como para escucharme al fin.

—Ivy… —empecé a decir.

—No —dijo mirándome con ojos asustados.

—Solo quería decirte que lo siento —dije apresuradamente—. No te vayas, ya lo dejo. —¿Cómo podía alguien tan fuerte y poderoso tener tanto miedo de sí misma? Ivy era una mezcla en conflicto de fuerza y vulnerabilidad que yo no era capaz de comprender.

Sus ojos vagaron por toda la habitación para evitar los míos. Lentamente su tensa postura se fue relajando.

—Pero no fue culpa tuya —susurró.

Entonces, ¿por qué me siento como una mierda
?

—Lo siento, Ivy —dije atrayendo su mirada hacia mis ojos durante un breve instante. Eran tan marrones como el chocolate, sin rastro de negro bordeándolos—. Es que…

—Para —dijo bajando la mirada hacia su mano aferrada a la mesa. Aún tenía las uñas brillantes por la laca transparente que se había puesto para ir a Piscary's. Hizo un esfuerzo visible por relajar la mano—. Yo… no volveré a pedirte que seas mi heredera si no vuelves a sacar el tema. —Las últimas palabras sonaron vacilantes, inquietantes por su vulnerabilidad.

Era casi como si supiese lo que iba a decir y no pudiese soportar oírlo. No pensaba convertirme en su heredera… no podría. El lazo que nos vincularía sería demasiado corto y me robaría mi independencia. Y aunque sabía que en el universo de los vampiros el intercambio de sangre no se equiparaba necesariamente con el sexo, para mí eran lo mismo y no quería tener que decirle «¿podemos ser solo amigas?». Estaba muy trillado y era degradante, a pesar de que eso era precisamente lo único que yo quería. Pero ella lo entendería como una frase para cortar, que era para lo que la mayoría de la gente la usaba. Me caía demasiado bien como para hacerle daño de esa forma y sabía que su promesa no era consecuencia de ningún resentimiento persistente. No me pediría que fuese su heredera porque no quería sufrir el dolor de otro rechazo.

No entendía a los vampiros, pero así estaban las cosas entre Ivy y yo.

Me miró a los ojos con una indecisa seguridad que se fue afianzando al ver mi silenciosa aceptación para ignorar lo que había sucedido. La tensión de sus hombros se disipó y recuperó una pizca de su habitual confianza. Pero a pesar de estar sentada en nuestra cocina con los pies al sol, me invadió una sensación de frialdad al admitir que la estaba utilizando. Ella me ofrecía libremente su protección contra los numerosos vampiros que se aprovecharían de mi cicatriz. En el fondo estaba salvaguardando mi libertad y estaba dispuesta a hacerlo sin que le pagase de la forma habitual para los vampiros. Que Dios me perdone, pero eso me bastaba para odiarme a mí misma. Ivy quería algo que yo no podía darle y se contentaba con aceptar mi amistad con la esperanza de que algún día le quisiese dar algo más.

Respiré lentamente viendo cómo fingía que no se había dado cuenta de que la observaba mientras aclaraba mis ideas. No podía irme. Y era por algo más que por no querer perder a la única amiga de verdad que había tenido en ocho años, o mi deseo de ayudarla en la guerra que lidiaba consigo misma. Era por el miedo a convertirme en un juguete a manos del primer vampiro con el que me topase en un momento de debilidad. Estaba atrapada en la sensación de seguridad que me proporcionaba y el tigre que había en mí estaba dispuesto a comer de su mano y a ronronear aun sabiendo que Ivy encontraría la manera de hacerme cambiar de idea. Estupendo, seguro que no tenía problemas para dormir esa noche.

La mirada de Ivy se cruzó con la mía y su respiración vaciló un instante al darse cuenta de que finalmente lo había entendido.

—¿Dónde está Jenks? —me preguntó girándose hacia la pantalla del ordenador como si no hubiese pasado nada.

Exhalé lentamente asumiendo mis nuevas perspectivas. Podría irme y enfrentarme a todos los vampiros lujuriosos con los que me encontrase, o podía quedarme bajo el manto protector de Ivy con la esperanza de no tener que enfrentarme nunca a ella. Como mi padre solía decir: «más vale malo conocido que bueno por conocer».

—En la finca de Trent, ayudando a Glenn —dije cogiendo otra galleta con los dedos temblorosos. Decidí quedarme. Teníamos un acuerdo. ¿O acaso tenía Nick razón en que en realidad yo quería que me mordiese pero no podía aceptar que mis «preferencias» se hubiesen desviado ligeramente? Seguro que era por lo primero—. Estoy fuera del caso. Encontré un cadáver y se corrió la voz de que había una bruja ayudando a la AFI.

Me miró por encima del monitor que estaba entre ambas con sus finas cejas arqueadas.

—¿Has encontrado un cadáver? ¿En la finca de Trent? Estás de broma.

Asentí dejándome caer sobre la mesa, incapaz de ahondar con más profundidad en mi psique por ahora. Estaba demasiado cansada.

—Estoy casi segura de que es Dan Smather, pero da igual. Glenn está más tenso que un pixie en una habitación llena de ranas, pero Trent se va a librar. —Mis pensamientos pasaron de lo que iba a hacer respecto a Ivy al recuerdo del cuerpo mutilado de Dan atado a la silla—. Trent es demasiado listo como para dejar nada que lo relacione con el cadáver —dije—. Para empezar, no entiendo por qué estaba en su propiedad.

Ivy asintió devolviendo su atención a la pantalla.

—Quizá lo pusiese él allí.

Torcí el gesto.

—Eso es lo que piensa Glenn, que Trent es el asesino pero que quería que lo descubriésemos, sabiendo que no podríamos relacionarlo con él y haciendo que sea el doble de difícil atraparlo si más tarde comete algún error. Eso encaja con la reacción de Sara Jane. Ella no conoce a Dan Smather mejor que al chico de reparto, pero hay algo… —titubeé intentando expresar mis sensaciones con palabras—. Hay algo que no encaja. —Me acordé de la foto que me había dado. Era la misma foto que había encima de la tele de Dan. Debí haberme dado cuenta entonces de que su noviazgo era falso.

Empezaba a dudar de mi propia creencia reforzada por el rencor de que Trent fuese el responsable de los asesinatos y eso me resultaba alarmante. Trent era capaz de asesinar, lo había visto con mis propios ojos, pero el cuerpo, desangrado y mutilado atado a una silla no se parecía en nada a la muerte limpia y rápida que le había provocado a su genetista jefe la primavera pasada. Cogí otra galleta mientras pensaba. Le di un mordisco y me levanté para rebuscar en la nevera algo para la cena mientras dejaba que mi subconsciente le fuese dando vueltas. Quizá podría cocinar algo especial. Hacía mucho tiempo que no hacía más que abrir cajas y calentar algo en la sartén.

Miré a Ivy sintiéndome culpable y aliviada al mismo tiempo. No me extrañaba que pensase que quería algo más que una compañera de piso. En parte era culpa mía; en gran parte.

—¿Y qué hizo Trent cuando encontraste el cadáver? —me preguntó Ivy accionando su ratón mientras comprobaba sus foros—. ¿Algún gesto de culpabilidad?

—Ah, no —dije apartando mis incómodos sentimientos a un lado mientras sacaba unas hamburguesas del congelador y las dejaba caer con un sonido metálico en el fregadero—. Y pareció sorprenderse ligeramente no porque encontrase el cadáver, sino porque fuese el de Dan. Por eso no me convence la idea de que lo pusiese él allí para cubrirse las espaldas. Sabe más de lo que cuenta, eso está claro. —Miré por la ventana hacia el jardín iluminado por el sol y los brillos de las alas de los niños de Jenks que espantaban a un colibrí de paso entre las últimas lobelias. Seguro que estaba de paso o Jenks lo habría matado antes que dejar que la competencia pusiese un pie en su jardín. Mientras los niños gritaban y chillaban coordinándose para echar al desventurado pájaro, mis pensamientos regresaron a la preocupación que Trent había dejado entrever cuando encontré la línea luminosa que atravesaba su oficina. Estaba más disgustado por eso que por mi hallazgo del cadáver de Dan.

La línea luminosa, ahí era donde se escondía la verdadera cuestión. Sentí un hormigueo en los dedos al girarme para secarme la escarcha de las hamburguesas en un paño en lugar de en mi traje. Miré de nuevo por la ventana y me pregunté si llamaría más la atención al cerrarla o si debía arriesgarme y esperar que los niños de Jenks estuviesen demasiado ocupados como para escucharnos a hurtadillas. Ivy se apartó de su pantalla al ver mis repentinos disimulos. Jenks era un bocazas y no quería que supiese nada acerca de mis sospechas sobre la ascendencia de Trent. Lo iría soltando por ahí y Trent alquilaría una avioneta para rociar «accidentalmente» con agente naranja la manzana entera para detener los rumores.

Elegí la opción intermedia y corrí las cortinas y me quedé junto a la ventana desde donde podría ver las sombras de las alas de los pixies si alguno revoloteaba demasiado cerca como para oírnos.

—Tren tiene una línea luminosa en su oficina —dije en voz baja.

Ivy se me quedó mirando bajo la luz azulada.

—¿En serio? ¿Qué probabilidades hay de que pase eso?

No lo había pillado.

—Quiero decir que debe de usarla —le solté.

—¿Y…? —dijo subiendo las cejas inquisitivamente.

—¿Quién puede usar las líneas luminosas? —le repliqué.

Dejó caer la mandíbula al entenderlo de pronto.

—Es un humano o un brujo —dijo muy bajito. Se levantó con un movimiento tan rápido que se me pusieron los pelos de punta. Se acercó al fregadero y apartó las cortinas para cerrar la ventana con un sonido seco—. ¿Sabe Trent que la has visto? —me preguntó con los ojos oscuros en la penumbra.

—Oh, yo diría que sí —fui a por otra galleta para disimuladamente poner más espacio entre ambas—, teniendo en cuenta que tuve que usarla para encontrar el cadáver.

Apretó los labios y su lánguida postura se tensó.

—Has vuelto a ponerte en la picota. A ti, a mí, a Jenks y a toda su familia. Trent hará lo que sea para que no se sepa.

—Si estuviese tan preocupado por ello, no se habría arriesgado a poner su oficina en la línea luminosa —protesté, deseando tener razón—. Cualquiera que mire la encontrará. Sigo sin saber si es inframundano o humano. Estamos a salvo, especialmente si no digo nada acerca de la línea luminosa.

—Jenks podría enterarse —insistió—. Ya sabes cómo le gusta cotorrear. No podrá resistirse a llevarse el mérito por haber descubierto qué es Trent.

Cogí una galleta.

—¿Qué se supone que debo hacer? Si le digo que mantenga la boca cerrada acerca de lo de la línea luminosa intentará averiguar por qué.

Ivy tamborileó con los dedos sobre la encimera mientras me comía la galleta. Con una espeluznante demostración de fuerza, se apoyó en una mano para sentarse en la encimera. Su rostro había cobrado vida y sus finas cejas se arrugaban ante la oportunidad de resolver un misterio tan antiguo.

—Entonces, ¿tú qué crees que es, humano o brujo?

Volviendo hacia el fregadero abrí el grifo del agua caliente sobre la carne congelada.

—Ninguna de las dos cosas —admití llanamente. Ivy se quedó en silencio y cerré el grifo—. No es ninguna de las dos, Ivy. Apostaría mi vida a que no es un brujo y Jenks jura que es algo más que un humano.

¿Era por esto por lo que me quedaba?, me pregunté viendo sus ojos chispeantes y a su mente trabajando junto a la mía. Su lógica y mi intuición. A pesar de los problemas, formábamos un buen equipo, siempre lo habíamos hecho.

Ivy sacudió la cabeza. Sus rasgos se desdibujaban bajo la penumbra de la luz azul tamizada por las cortinas, pero podía notar que su tensión aumentaba.

—Son las únicas dos opciones que nos quedan. Cuando lo descartas todo, lo que quede, por poco probable que sea, es la respuesta correcta.

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