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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (13 page)

BOOK: El camino del guerrero
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—Probablemente —respondió ella, dejando correr el tema—. Pero por si acaso oíste bien, deberíamos estar más vigilantes. Guarda tu
bokken
junto a tu cama por las noches. Le pediré a mi madre que deje una lámpara encendida. Le diré que tengo pesadillas. Así, cualquier intruso creerá que alguien está siempre levantado.

—Gracias, Akiko. Pero estoy seguro de que no será nada —dijo Jack sin creerse sus propias palabras.

Pero Jack tenía razón. No sucedió nada.

El padre Lucius fue enterrado según sus costumbres y Jack regresó a la rutina de estudiar japonés con Akiko y
kenjutsu
con Yamato.

Al cabo de unos cuantos días, un samurái llegó a caballo con una carta en la que se anunciaba el regreso de Masamoto a Toba. Tardaría en llegar una semana.

La casa se convirtió en un hervidero de actividad. Hiroko visitó personalmente el mercado para asegurarse de que los alimentos favoritos de Masamoto estuvieran en la casa y contrató ayuda adicional para que el cocinero preparara el almuerzo de celebración. Chiro fregó los suelos, lavó las sábanas y los quimonos, y preparó la habitación de Masamoto. Uekiya barrió los caminos y logró que el jardín pareciera precioso, incluso en medio del frío invierno.

La noche antes de la llegada de Masamoto, todos se acostaron temprano: querían estar frescos para el día siguiente. Jiro estaba tan excitado que estuvo a punto de derribar las paredes de papel y Akiko tuvo que intentar calmarlo varias veces.

El estado de ánimo de Yamato, por otro lado, se había ensombrecido con la inminente llegada de su padre y practicó su
kata
hasta bien entrada la noche, consciente de que tendría que impresionar a su progenitor para ganar su favor.

Jack permanecía acostado en su futón, contemplando el brillo apagado de la lámpara a través de la
shoji.
La cabeza no paraba de darle vueltas. No tenía ni idea de lo que podía esperar durante su audiencia con Masamoto. ¿Tendría que demostrarle su valía, como Yamato? ¿Tendría que luchar? ¿Tendría que pasar una prueba para mostrar su dominio de la lengua japonesa? ¿O las tres cosas? ¿Y si causaba alguna seria ofensa por un simple error de etiqueta?

Masamoto era claramente un hombre que no esperaba ser cuestionado y un profundo instinto asesino corría por sus venas. Era austero y brusco y las cicatrices que cruzaban su rostro ponían a Jack en guardia. ¿Qué había sucedido en su vida para desfigurar tanto a un hombre?

Sin embargo, todos los que rodeaban a Masamoto lo honraban y Akiko también consideraba que era «uno de los samuráis más grandes que han vivido jamás». Había ordenado atender el brazo roto de Jack, una habilidad que superaba a la mayoría de los cirujanos ingleses experimentados. Jack era consciente de que Masamoto era mucho más que un rostro cubierto de cicatrices y una espada rápida y letal.

Una sombra pasó ante la lámpara, oscureciendo por un instante la habitación de Jack. El muchacho se tensó instintivamente, pero parecía que fuera no había nadie. Ni siquiera se había oído ruido de pasos.

Cerró los ojos y, como cada noche, se imaginó a sí mismo en la proa del
Alexandria
, regresando a Inglaterra, triunfal, con su padre pilotando el buque y la bodega repleta de oro, seda y exóticas especias de Oriente, mientras Jess los saludaba desde el puerto...

Otra sombra pasó ante la habitación.

Jack abrió los ojos: había percibido que la habitación había vuelto a oscurecerse. Entonces oyó que la
shoji
se deslizaba suavemente.

Nadie entraba nunca en su habitación durante la noche. Muy despacio, Jack echó mano a su
bokken
, que reposaba al borde del futón. Contuvo la respiración y escuchó con atención.

Oyó el inconfundible crujido de la madera del porche y el levísimo roce de un paso al detenerse en el tatami cuando alguien entró en la habitación.

Jack saltó de su futón y chocó contra una rodilla al tiempo que levantaba el
bokken
para defenderse. Un destello de plata pasó ante sus ojos y un
shuriken
se clavó en la viga de madera que tenía a su lado.

Jack se quedó inmóvil.

Agazapado delante de él estaba el Guerrero Sombra mirándolo fijamente con su único ojo verde.

—Dokugan Ryu —murmuró Jack asombrado.

20
Akiko

Ojo de Dragón vaciló momentáneamente ante la mención de su nombre.

Jack aprovechó la ocasión. Era imposible que pudiera derrotar al ninja, pero existía la posibilidad de que pudiera volver a escapar.

Se lanzó con todas sus fuerzas contra la pared de su habitación. Los finos marcos de madera se quebraron y los frágiles recuadros de papel se desintegraron cuando su cuerpo atravesó la pared.

Medio aturdido por la colisión, Jack se puso en pie, agarró su
bokken
y, sin mirar hacia atrás, corrió por el porche.

Jack vio dos sombras que cruzaban el jardín y otra que entraba en la casa.

¡Akiko! Tenía que advertirla.

El ruido de la
shoji
al romperse había despertado a toda la casa, y el cocinero salió al porche para ver qué sucedía. Todavía medio dormido, se quedó pasmado al ver al joven
gaijin
corriendo hacia él, y Jack tuvo que hacerse rápidamente a un lado para evitar chocar con él.

Un segundo
shuriken
voló entonces por encima del hombro de Jack y fue a clavarse en el cuello del cocinero. El hombre se quedó tan conmocionado que ni siquiera sintió el dolor del arma que ahora tenía clavada en el cuello. Masculló algo indescifrable y se desplomó en el suelo.

Jack siguió corriendo. Ojo de Dragón lo persiguió.

Jack cambió de dirección y atravesó una
shoji
abierta justo cuando Taka-san salía empuñando sus dos espadas.

Ojo de Dragón no esperaba la súbita aparición de Taka-san, que había calibrado la situación con sólo una mirada. Taka-san hizo silbar una de las espadas hacia la cabeza del ninja, pero Ojo de Dragón eludió el golpe, doblándose sin esfuerzo como la hierba en la brisa: la catana de Taka-san cortó el aire rozando el rostro del ninja.

Ojo de Dragón se retorció entonces rápidamente y lanzó una veloz patada contra el torso de Taka-san, que empujó al samurái contra una columna cercana.

Ojo de Dragón desenvainó su propia espada de la
saya
que llevaba a la espalda y avanzó hacia Taka-san.

La
ninjatô
tenía la típica
tsuba
cuadrada de los ninja, la guardia del mango, y una hoja más recta y más corta que la catana de los samuráis, pero no por ello era menos mortífera. Ojo de Dragón atacó sin piedad.

Taka-san mantuvo a raya al samurái con su propia descarga de golpes letales y lo hizo retroceder a lo largo del porche.

Mientras, Jack entró en otra habitación, donde se encontró con un segundo ninja. Afortunadamente, el ninja estaba de espaldas, concentrado en la lucha con otro oponente que lo mantenía frenéticamente a raya. Pero la víctima del ninja perdió de pronto el equilibrio y cayó al suelo. Jack atisbo el rostro de Yamato, que miraba fijamente a su atacante blanco de miedo. El ninja alzó su
ninjató
para descargar sobre Yamato el golpe fatal.

—¡Nooooo! —gritó Jack.

Toda la confusión, el miedo, el dolor y la furia que había sufrido desde el asesinato de su padre le sobrevinieron de pronto con la fuerza de un volcán.

Los ninjas eran responsables de la muerte de su padre, de sus amigos, de su tripulación, y ahora atacaban a la única familia que conocía. Jack se dejó llevar por un impulso agresivo y, sin pensárselo dos veces, atacó al ninja.

Sorprendido, el ninja se dio media vuelta y levantó la
ninjató
dispuesto para atacar, pero Jack descargó el
bokken
con todas sus fuerzas contra el brazo derecho de su enemigo. La muñeca del ninja se quebró con un crujido terrible y el hombre dejó escapar un aullido de dolor.

Jack preparó su arma para un segundo ataque, tratando de recordar todo lo que Yamato le había enseñado. Apuntó a la cabeza del ninja.

El ninja esquivó el golpe milagrosamente, y se lanzó al suelo para recoger con la mano izquierda la espada que había dejado caer. El ninja miró fijamente a Jack y le soltó un gruñido. Su muñeca rota colgaba inútil junto a su costado.

Jack retrocedió: de pronto se había dado cuenta del peligro que corría. ¡Estaba intentando luchar contra un ninja!

El ninja cogió con fuerza la espada y Jack advirtió que su oponente no se sentía muy cómodo usando el brazo izquierdo. Consciente de que sólo podría intentar un golpe, Jack rezó para que esta pequeña ventaja le diera la ocasión que necesitaba. Pero ¿dónde debía golpear? Cada vez que se movía, el ninja se disponía inmediatamente a contrarrestarlo.

Entonces el duelo de Masamoto destelló ante sus ojos... El farol que había hecho que Godai se confiara y que le había dado a Masamoto la victoria.

Jack dejó caer su
kissaki
, fingiéndose derrotado, exactamente tal como lo había hecho Masamoto.

El ninja, creyendo que tenía la batalla ganada, sonrió y avanzó. Bajó el arma para cercenarle a Jack la cabeza con un revés. En el último segundo, Jack enderezó su
bokken
y le asestó a su oponente un golpe en el estómago. El ninja cayó al suelo como un jabalí abatido. Jack giró sobre sus talones y descargó con fuerza su
bokken
contra la nuca del hombre. Con un golpe sordo, el ninja quedó inconsciente en el tatami.

Jack se alzó sobre el cuerpo caído, sorprendido de su propia fuerza, con el
bokken
temblando descontroladamente en sus manos y la adrenalina corriendo por sus venas.

—¿Dónde has aprendido ese movimiento? —preguntó Yamato, poniéndose rápidamente en pie.

—Vi a tu padre hacerlo —respondió, sin aliento, con la boca seca y pastosa.


Arigatô, gaij...
Jack —dijo Yamato, corrigiéndose deliberadamente y haciendo una breve pero respetuosa inclinación. Sus ojos se cruzaron y, durante un segundo, un silencioso lazo de camaradería les unió.

—Tenemos que encontrar a Akiko —dijo Jack con urgencia, rompiendo el momento.


¡Hai
, sígueme!

Y Yamato salió corriendo al porche y corrió hacia la habitación de Akiko seguido de cerca por Jack.

Todavía podía oírse a Taka-san luchando con Ojo de Dragón. Jack miró por encima de su hombro y vio que el samurái expulsaba al ninja hacia el pequeño puente.

—Escucha —susurró Yamato.

Pero desde el exterior la habitación de Akiko parecía ominosamente silenciosa.

Yamato descorrió la
shoji y
descubrió el cuerpo inerte de una muchacha cuya sangre se esparcía en un gran charco rojo por todo el tatami.

—¡NO! ¡Akiko! —gritó Jack.

Yacía boca abajo en el suelo, con los brazos extendidos como si tratara en vano de escapar a la muerte. Jack se arrodilló junto al cadáver con los ojos anegados en lágrimas. Extendió la mano y le retiró cuidadosamente el pelo de la cara, para descubrir los rasgos de porcelana de Chiro, su criada.

Jack miró ansiosamente a Yamato. ¿Dónde estaba Akiko?

Entonces oyeron movimientos en la habitación de al lado. Abrieron la
shoji
interior y vieron a Akiko enfrentándose no a uno, sino a dos ninjas armados. Empuñaba una vara corta en una mano y su
ohi
desplegado en la otra.

Uno de los ninja iba armado con un corto
tanto y
el otro, con una
ninjatô.
Atacaron simultáneamente.

Akiko no vaciló. Lanzó la larga banda de su
ohi
contra los ojos del ninja de la espada. El arma chasqueó como un látigo contra su cara, cegándolo momentáneamente. El ninja del
tanto
se abalanzó contra Akiko e intentó acuchillarle la cara. Con un rápido movimiento, Akiko lo bloqueó con su vara, se interpuso entre los dos ninjas, y descargó la mano del
ohi
contra el cuello de su atacante. El ninja, aturdido por el golpe, soltó su
tanto
y retrocedió tambaleándose hacia la pared del fondo.

El otro ninja emitió un siseo venenoso y corrió hacia Akiko espada en mano. Ella se volvió hacia su atacante y, haciendo retroceder rápidamente su
obi
, lo envolvió alrededor del brazo extendido del ninja. Al tirar del
obi
, sin embargo, Akiko se acercó al rostro el arma enemiga.

Jack gritó inmediatamente una advertencia. Pero Akiko eludió hábilmente la hoja y la guió resueltamente hacia el otro ninja. Su atacante perdió el equilibrio y, al no poder detener su impulso hacia delante, clavó la espada en el pecho de su camarada.

Akiko había sido tan rápida que, en cuanto Jack y Yamato habían entrado en la habitación, todo había prácticamente terminado. El ninja retiró su espada, pero ya era demasiado tarde. Su camarada, ahogándose en sangre, se desplomó muerto sobre el tatami.

Al volverse, el ninja se enfrentó a los tres muchachos: ¡un chico, una chica y un
gaijin!
Los muchachos defendieron su terreno alzando sus armas como uno solo. Impresionado por su arrojo, el ninja miró a su camarada caído y escapó.

—¿Cómo... cómo has hecho eso? —tartamudeó Jack, asombrado por la habilidad de Akiko.

—Las mujeres japonesas no sólo llevan quimonos, Jack —respondió ella, indignada ante su incredulidad.

En el exterior, oyeron gritar a Taka-san.

—¡Rápido! Taka-san necesita nuestra ayuda —ordenó Akiko.

Salieron corriendo al jardín justo a tiempo de ver a Ojo de Dragón atravesando a Taka-san con su espada. Los tres gritaron con toda la fuerza de sus pulmones y atacaron a Ojo de Dragón como un solo hombre.

Ojo de Dragón abandonó al derrotado Taka-san y, tras retirar su espada, se volvió para enfrentarse a los tres chicos. Taka-san se desplomó al pie del puente, agarrándose el estómago herido y escupiendo sangre. Jack, Akiko y Yamato formaron un anillo protector en torno a su amigo caído.

—¡Jóvenes samuráis! ¡Qué novedoso! —exclamó Ojo de Dragón echándose a reír ante la absurda visión de tres chicos empuñando armas—. Pero no demasiado jóvenes para morir —añadió, con siniestra maldad.

De la oscuridad surgieron otros dos ninjas, con las armas preparadas. Jack advirtió que uno de ellos se sujetaba contra el pecho la muñeca rota. «Está claro que no lo he golpeado lo bastante fuerte», pensó con amargura.

—El cuaderno de ruta —susurró Ojo de Dragón, clavando su único ojo en Jack—. ¿Dónde está?

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