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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (21 page)

BOOK: El camino del guerrero
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—Contrariamente a la espada, el puño, o el pie, el arco se os resiste. ¡Completamente tenso, el arco está a nueve décimas partes de romperse por la mitad!

Los estudiantes abrieron asombrados la boca. Kazuki, sin embargo, miró a su alrededor, como si estuviera un poco aburrido de todo aquello. Tal vez eso no era lo bastante violento para él, pensó Jack.

—Dominar el Camino del Arco es similar a una pirámide, donde las mejores habilidades se encuentran sobre una base ancha y firme. Debéis tomaros vuestro tiempo para construir una base sólida. Desarrollaremos cada etapa paso a paso en los meses venideros —dijo, acariciando con ternura el astil emplumado de una flecha con el pulgar y el índice—. Hoy, sin embargo, simplemente quiero que todos conozcáis el arco. Si sois capaces, incluso dispararéis una flecha.

Hubo un murmullo de emoción ante la posibilidad de disparar contra el blanco. Akiko se irguió aún más en su postura, dispuesta a saltar a la primera oportunidad.

—Para empezar, por favor, observad con atención para que podáis reproducir luego mis movimientos —dijo la
sensei
Yosa, acercándose a la línea de tiro—. El primer principio del
kyu-jutsu
es que el espíritu, el arco y el cuerpo son uno.

La
sensei
alineó los pies en la dirección del blanco y adoptó la pose adecuada, formando una A con su cuerpo.

—El segundo principio es el equilibrio. El equilibro es la piedra angular del
kytijutsu.
Imaginad que sois un árbol. Vuestra mitad inferior es el tronco y las raíces, la parte estable y sólida del árbol. Vuestra mitad superior son las ramas, flexibles, pero capaces de conservar su forma y su función. ¡Este equilibrio es lo que os convertirá en grandes
kyudoka!

La
sensei
Yosa sostuvo la cuerda del arco con la mano derecha y luego colocó la izquierda cuidadosamente en la madera del arco. Lo alzó sobre su cabeza y se preparó para disparar.

—Se produce entre la mente y el cuerpo una lucha constante para controlar el fluir del disparo. Para alcanzar un blanco con cierto grado de precisión, es necesaria una concentración absoluta. Éste es el primer principio. El menor desequilibrio, un error al respirar, cualquier pérdida de concentración provocará un fallo.

La
sensei
bajó el arco, tirando de la cuerda hasta más allá de su pómulo y alineando la flecha con su ojo, de manera que flecha y cuerda enmarcaban su cicatriz.

—Cuando vuestro espíritu y equilibrio sean correctos, la flecha alcanzará su blanco. Vuestro objetivo espiritual es pues entregaros por completo al Camino del Arco.

La
sensei
completó el disparo con un único y fluido movimiento, y, tras surcar el aire, la flecha alcanzó una vez más el centro del blanco.

—¿A quién le gustaría intentarlo primero? —preguntó.

Akiko alzó la mano rápidamente. Emi, al ver una oportunidad para derrotarla de nuevo, levantó la suya al unísono.

—Bien, empecemos con vosotras dos. Por favor, usad estos dos arcos. Deben ser del tamaño y la tensión adecuados —dijo la
sensei
, indicando los dos arcos de la parte inferior del bastidor que tenía tras ella.

—Buena suerte —le dijo Kiku a Emi, mientras la muchacha se levantaba para ocupar su puesto.

—La suerte es para los ineptos —respondió ella, ignorando a Kiku como si fuera una especie de criada y dirigiéndose a la línea de tiro.

—Señoras, me gustaría que tensarais el arco como os he enseñado, pero no disparéis hasta que yo lo diga.

Emi y Akiko, una junto a otra, alzaron sus armas y apuntaron, encajándose dentro de la curva de sus arcos. Emi era más alta y su cabello, inusitadamente largo y recto, resaltaba su esbelta figura. Su rostro tenía una afilada belleza que la pequeñez de su boca acentuaba aún más. En conjunto, pensó Jack, su imagen era fiel a su
kamon
familiar, la grulla: alta, esbelta y elegante.

—Bien. Ambas mostráis formas aceptables. Apuntad al blanco más cercano y disparad cuando queráis —dijo ella, señalando una de las dianas situada a sólo a diez metros.

Emi disparó, pero la cuerda tropezó con su brazo y la flecha aleteó débilmente por el aire antes de aterrizar a un metro de distancia del blanco.

El disparo de Akiko fue más impresionante. La flecha voló recta, pero tampoco alcanzó el blanco.

—Un buen primer intento —dijo la
sensei
Yosa—. ¿Lo habíais probado antes?


Hai, sensei
—admitió Emi, con expresión agria.

—Yo no,
sensei
—dijo Akiko, para gran malestar de Emi.

—Estoy muy impresionada, Akiko-chan —comentó la
sensei
—. Muestras una aptitud natural para el arco.

—Quiero intentarlo de nuevo con mi segunda flecha —exigió Emi, petulante.

La
sensei
, algo sorprendida por el tono arrogante de la muchacha, calibró a ambas chicas antes de responder.

—No estoy en contra de un poco de competición. Anima el talento. Por favor, acercaos ambas a la marca. Veamos si podéis alcanzar el blanco esta vez.

Emi se colocó de nuevo en posición, tensó su arco y disparó limpiamente. La flecha se clavó en el anillo negro exterior del objetivo. Miró con desdén a Akiko, segura de su victoria.

—Muy bien, Emi-chan. Pero veamos si Akiko-chan puede mejorarlo —dijo la
sensei
Yosa amablemente, fijando el desafío.

Akiko se colocó en la línea de tiro.

Jack contuvo la respiración mientras ella buscaba la posición y cogía la cuerda. La vio temblar levemente al coger el arco. Su rostro entonces adoptó una expresión de férrea determinación. Se preparó, alzó el arco por encima de su cabeza y, bajándolo lentamente, tensó la cuerda. A juzgar por la expresión de su rostro, estaba claro que Emi deseaba que Akiko fallara, pensó Jack, y, siendo la diana tan pequeña, ¿cómo iba a conseguir Akiko alcanzarla?

Akiko tensó la cuerda más allá de su mejilla y finalmente la soltó. La flecha surcó el aire y fue a clavarse un palmo más cerca del blanco que la de Emi. Jack dejó escapar un alarido de júbilo e inmediatamente los otros estudiantes lo imitaron. Akiko sonrió con una mezcla de deleite y asombro.

—Excelente, Akiko-chan. Las dos podéis sentaros —dijo la
sensei
Yosa—. ¿Quién quiere ser el siguiente?

Varios estudiantes levantaron inmediatamente la mano, mientras una disgustada Emi y una jubilosa Akiko volvían a arrodillarse en su sitio.

Jack se limitó a observar mientras los estudiantes iban haciendo sus lanzamientos.

Cuando Kazuki y Nobu intervinieron, se decidieron por los arcos más grandes que había en el bastidor haciendo caso omiso de la advertencia de la
sensei
de que serían demasiado potentes. Nobu demostró que ella tenía razón. Perdió el dominio del arco, la cuerda chasqueó y le golpeó con fuerza en la mejilla. Nobu aulló de dolor, para gran placer de todos. Incluso Kazuki se rio de la desgracia de su amigo.

Finalmente, le tocó el turno a Jack.

Se colocó sobre la marca, cargó una flecha y apuntó. Entonces, de la nada, algo le golpeó en la mejilla. Distraído, perdió el control y la flecha se perdió volando. Golpeó una gran piedra erecta y rebotó de vuelta hacia él. Jack se agachó, y la flecha le pasó por encima de la cabeza. Aterrizó a los pies de la
sensei
Yosa, y golpeó el borde de su tabi.

—¡ALTO! —gritó.

Nadie se movió. Un silencio mortal se extendió por el jardín. Jack pudo oír claramente el roce de la punta de la flecha cuando la
sensei
la recogió del suelo, y luego el crujir de la grava mientras se acercaba.

—Jack-kun —le susurró al oído—, ¿he dicho que podías soltar tu flecha?

—Lo siento,
sensei
, pero no ha sido culpa mía.

—¡Acepta tu responsabilidad! Eres el arco. Tenías control. Ven a verme después de clase para que te imponga tu castigo.

—Discúlpame,
sensei
Yosa —dijo Yori tímidamente.

—¿Qué pasa, Yori-kun?

—No ha sido Jack,
sensei
Yosa. Alguien le ha tirado una piedra.

—¿Es eso cierto? —exigió ella—. ¿Quién ha sido?

—No lo sé —respondió Jack, aunque podía imaginarlo muy bien.

—¿Yori-kun? ¿Quién ha sido responsable?

El chico inclinó la cabeza, temblando de ansiedad, y susurró el nombre de Kazuki.

—¿Qué has dicho, Yori? —preguntó la
sensei
, que no había oído su primer intento.

—Kazuki,
sensei...
—Y se calló.

Los ojos de Kazuki ardieron de furia ante esa clara traición e intentó actuar contra Yori, pero se contuvo asustado cuando la
sensei
gritó:

—¡KAZUKI! Me verás después de la clase para discutir tu castigo. ¡Ahora recoge mis flechas del blanco!

Kazuki se inclinó rápidamente y corrió hacia la diana. Estaba tan asustado por la ira de la
sensei
que se esforzó por desclavar las flechas. Acababa de desclavar la primera cuando una flecha pasó junto a su oreja y empaló la manga de su quimono en el blanco. Se dio la vuelta horrorizado, con los ojos desencajados y la boca abierta.

—¡Despierta a una abeja, Kazuki-kun, y se volverá contra ti con la fuerza de un dragón! —exclamó la
sensei
desde el otro lado del jardín, con voz tranquila, pero resuelta, mientras colocaba otra flecha en su arco—. El
kyujutsu
es muy peligroso para los estudiantes. No juegues. ¿Comprendes, Kazuki?

Dejó volar la segunda flecha. Kazuki ni siquiera tuvo tiempo de parpadear. La flecha le pasó rozando por encima de la cabeza, le hizo la raya en el cabello y se clavó en el blanco. Kazuki, rebulléndose por escapar como un gusano empalado en un anzuelo, estaba desesperado por poner fin a su humillación.


¡Hai, sensei
Yosa!
¡Moushiwake arimasen deshita!
—exclamó farfullando la fórmula más elevada de disculpa.

Jack saboreó la situación de su enemigo. Tal vez la próxima vez Kazuki no estaría tan ansioso por acosarle.

Se volvió hacia Yori para expresarle su agradecimiento, pero el chico no le devolvió el saludo. Permaneció allí arrodillado, con los ojos mirando sin ver, mordiendo nervioso el labio inferior.

31
La guerra de Kazuki

Kazuki no estuvo presente en la cena.

Jack, por primera vez desde su llegada a Kioto, se relajó. Sin duda debía de estar cumpliendo todavía el castigo de la
sensei
Yosa. Su única preocupación era que Yori tampoco había aparecido para cenar. Akiko dijo haberlo visto dirigiéndose al Salón de Buda y creía que tal vez había ido a ver al
sensei
Yamada. Sin embargo, cuando empezó la cena, el
sensei
Yantada llegó solo.

La cena terminó sin que Yori apareciera y Jack empezó a estar convencido de que le había sucedido algo. Se inquietud se intensificó cuando vio salir corriendo a Nobu hacia la puerta.

—Akiko, me preocupa Yori. No ha venido a cenar.

—Seguro que está bien, Jack. Probablemente estará meditando en alguna parte. Lo he visto en su habitación. Medita por la mañana, al mediodía y por la noche. Tiene un incienso de sándalo magnífico. Incluso a veces me presta un poco...

—Hablo en serio, Akiko. Después del
kyujutsu
de hoy, sin duda se ha convertido en enemigo de Kazuki.

—Jack. Kazuki ha sido avergonzado, pero no se atrevería a hacerle nada a Yori. Iría en contra de su honor.

—¿Honor? ¿Qué honor? A mí me ataca sin ningún problema.

—Eso es cierto, pero tú eres... —empezó a decir Akiko sintiéndose de pronto algo incómoda— un
gaijin...
, un extranjero. No te ve como a un igual. Yori, sin embargo, es japonés, de una familia con una historia larga y honorable.

—Pero Masamoto me ha adoptado, así que me merezco el mismo respeto... —dijo Jack.

Akiko, sin embargo, guardó silencio.

Jack pudo verlo en sus ojos. No era un igual. Nunca podría serlo. Ni a los ojos de ella ni a los de Kazuki. Estudió la mesa. Saburo y Kiku evitaron amablemente su mirada. Yamato lo miró con frialdad. Para Jack quedó claro que Yamato seguía tolerándolo sólo porque su padre se lo había ordenado, a pesar de haberle salvado la vida.

—Así que el honor sólo se reserva para los japoneses, ¿no? —dijo Jack, desafiándolos. El rostro de Akiko se arrugó como un copo de nieve e inclinó la cabeza para evitar su furiosa mirada—. Bien, al menos mantened vuestro honor con Yori y ayúdame a encontrarlo.

—Sí, buena idea —dijo Saburo, tratando de quitar hierro a la situación—. Tal vez Yamato y yo podamos ir a buscarlo al
Niwa.
Akiko y Kiku pueden intentar buscarlo en el
Shishi-no-ma.
Jack, tú puedes mirar en el
butsuden.
Akiko tiene razón, probablemente estará meditando en alguna parte.

Saburo se puso rápidamente en pie y los instó a iniciar la búsqueda. Todos salieron de la
Chô—no-ma.

Era otra fría noche estrellada y una media luna flotaba en los cielos, iluminando el patio con una luz pálida y espectral. La figura solitaria de Jack subió los peldaños de piedra de la entrada del
butsuden.

Jack quería gritarle a la luna. Su sentimiento de frustración por estar en Japón era tan intenso que tenía la sensación de que aceite caliente corría bajo su piel. Podía soportarlo casi todo, incluso a Kazuki, pero lo que más le había dolido había sido la reacción de Akiko. De pronto se había dado cuenta de que ella también lo veía como un ser diferente, inferior. Jack había creído que eran amigos. Pero los amigos no se dividen por diferencias. Se unen por ellas.

Jack sonrió tristemente para sí. Empezaba a parecerse al
sensei
Yamada farfullando algún proverbio zen. Se tragó su amargura. Al menos Yori lo había defendido. Esperaba que el chico no se hubiera metido en problemas.

Al llegar al último escalón, se asomó a la penumbra del
butsuden.
La luz helada de la luna cortaba el salón como los barrotes de una celda. Jack estaba a punto de gritar el nombre de Yori cuando oyó voces apagadas, tensas y furiosas.

—He tenido que esparcir por el jardín los residuos de los lavabos —dijo la voz amargamente—. ¡Me he perdido la cena y apesto!

—Lo siento mucho, Kazuki. Pero estuvo mal...

Jack se asomó a la puerta y vio a Kazuki de pie sobre la temblorosa silueta de Yori. Nobu se alzaba detrás, y su sombra se extendía por todo el suelo, gorda y bulbosa. Jack se apretujó contra la pared y, oculto por la oscuridad, se acercó más.

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