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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (85 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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—No yo —dijo Reith—. Necesito trescientos sequins. Suponiendo que permaneciera cinco minutos en el ring para ganar cien sequins... necesitaría diez huesos rotos para conseguir otros doscientos.

Cauch pareció decepcionado.

—¿Tienes algún plan alternativo?

—No dejo de pensar en las carreras de anguilas. ¿Cómo puede el operador controlar a once anguilas desde una distancia de tres metros mientras avanzan por una zanja cubierta? Parece extraordinario.

—De hecho, lo es —admitió Cauch—. Durante años la gente de Zsafathra ha estado apostando sus sequins con la suposición de que este control es imposible.

—¿Acaso las anguilas pueden alterar su color de acuerdo con las circunstancias? No, imposible. ¿Tal vez el operador estimula telepáticamente a las anguilas? Lo considero improbable.

—Yo no tengo ninguna teoría mejor —dijo Cauch.

Reith revisó mentalmente la actuación del cuidador de las anguilas.

—Alza la tapa del depósito; el interior está abierto y visible; el agua no tiene más de treinta centímetros de profundidad. Las anguilas son depositadas en el centro del depósito y la tapa es vuelta a cerrar: todo esto antes de que se hagan las apuestas. Sin embargo, el cuidador parece controlar el movimiento de las anguilas.

Cauch lanzó una risita sardónica.

—¿Sigues pensando todavía que puedes sacar algún beneficio de las carreras de anguilas?

Reith se puso en pie.

—Me gustaría examinar el sitio por segunda vez.

—¿Ahora? Las carreras ya han terminado por hoy.

—De todos modos, me gustaría examinarlo; solo es un paseo de cinco minutos.

—Como quieras.

La zona circundante al lugar donde se celebraban las carreras de anguilas estaba desierta y débilmente iluminada por las distantes lámparas del bazar. Tras la animación de las horas diurnas, el mostrador, el depósito y el desagüe parecían peculiarmente silenciosos.

Reith señaló la pared que limitaba el recinto.

—¿Qué hay al otro lado?

—La Ciudad Vieja y, más allá, los mausoleos, donde los Thang llevan a sus muertos... no es un lugar para visitarlo de noche.

Reith examinó el desagüe y el depósito, cuya tapa estaba cerrada por la noche con un candado. Se volvió hacia Cauch.

—¿A qué hora empiezan las carreras?

—Exactamente al mediodía.

—Mañana por la mañana me gustaría echar otro vistazo.

—¿Por qué no? —murmuró Cauch. Miró a Reith de soslayo—. ¿Tienes alguna teoría?

—Una sospecha. Si... —Miró a su alrededor cuando Zap 210 sujetó su brazo.

—Allí —señaló la muchacha.

Al otro lado del recinto caminaban dos figuras envueltas en negras capas y tocadas con sombreros negros de ancha ala.

—Gzhindra —dijo Zap 210.

—Volvamos a la hostería —dijo Cauch nerviosamente—. No es prudente caminar por lugares oscuros en Urmank.

En la hostería, Cauch se retiró a su habitación. Reith llevó a Zap 210 a su cubículo. Ella se mostró reluctante a entrar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Reith.

—Tengo miedo.

—¿De qué?

—Los Gzhindra están siguiéndonos.

—Eso no es necesariamente cierto. Ésos podían haber sido dos Gzhindra cualesquiera.

—Pero quizá no lo fueran.

—En cualquier caso, no pueden entrar a la habitación.

La muchacha seguía dudando.

—Estoy en la puerta de al lado —dijo Reith—. Si alguien te molesta... grita.

131

—Y si alguien te mata primero?

No puedo prever hasta tan lejos —dijo Reith—. Si estoy muerto por la mañana, no pagues la cuenta.

Ella quería algo más de tranquilidad. Reith palmeó los suaves rizos negros.

—Buenas noches.

Cerró la puerta, y aguardó hasta oír el sonido del cerrojo. Luego fue a su propio cubículo y, pese a las seguridades dadas por Cauch, examinó atentamente el suelo, las paredes y el techo. Finalmente, sintiéndose seguro, redujo la intensidad de la luz hasta una suave penumbra y se tendió en la cama.

8

La noche pasó sin incidentes. Por la mañana, Reith y Zap 210 desayunaron a solas en el café del muelle. El cielo estaba despejado de nubes; la humosa luz del sol creaba nítidas sombras negras detrás de las altas casas y espejeaba en el agua del puerto. Zap 210 parecía menos pesimista de lo habitual, y observaba a los descargadores, buhoneros, marinos y extraños con interés.

—Qué piensas ahora de los
ghian
? —preguntó Reith.

Zap 210 se puso inmediatamente seria.

—La gente actúa de una forma distinta a la que esperaba. no corren arriba y abajo; no parecen enloquecidos por el resplandor del sol. Por supuesto —dudó ligeramente— se ve gran cantidad de conducta no decorosa, pero a nadie parece importarle. Me maravillan las ropas de las muchachas; son tan atrevidas, como si desearan llamar la atención. Pero nadie objeta nada a eso tampoco.

—Antes al contrario —dijo Reith con una suave sonrisa.

—Yo nunca podría actuar así —dijo severamente Zap 210—. Esa muchacha que viene hacia nosotros: ¡mira como camina! ¿Por qué actúa de esa forma?

—Es su forma natural de actuar. Además, desea que los hombres se den cuenta de su presencia. Todo eso son instintos que el diko suprimió en ti.

Zap 210 protestó con un desacostumbrado fervor:

—Ahora no consumo diko; ¡pero no siento tales instintos!

Reith miró sonriente al otro lado del paseo. La muchacha que había llamado la atención de Zap 210 retuvo el paso, deslizó una mano por la cinta naranja que ceñía su talle, sonrió a Reith, miró con curiosidad a Zap 210 y siguió su camino.

Zap 210 miró de reojo a Reith. Éste fue a decir algo, luego se contuvo. Un momento más tarde, la muchacha estalló:

—No comprendo nada de los
ghian
. No te comprendo a ti. Acabas de sonreírle a esa odiosa chica. Nunca hubieras debido... —Se interrumpió en seco, luego prosiguió en voz baja—: Supongo que le echarás la culpa de tu conducta a tu «instinto».

Reith empezó a sentirse impaciente.

—Ha llegado el momento de explicarte las cosas de la vida —dijo—. Los instintos forman parte de nuestro equipaje biológico, y no pueden evitarse. Los hombres y las mujeres son distintos. —Empezó a explicar el proceso de la reproducción. Zap 210 permanecía sentada rígida, mirando al agua—. Así —terminó—, es completamente natural que la gente se dedique a ese tipo de conducta.

Zap 210 no dijo nada. Sus manos, observó Reith, estaban crispadas, y sus nudillos blancos.

—Los Khor en el bosquecillo sagrado... —dijo ella en voz muy baja—, ¿es eso lo que estaban haciendo?

—Supongo que sí.

—Y tú me apartaste de allí para que no pudiera verlo.

—Bueno, sí. Pensé que te sentirías confusa si lo presenciabas.

Zap 210 guardó unos instantes de silencio.

—Pudieron matarnos.

Reith se alzó de hombros.

—Supongo que cabía la posibilidad.

—Y esas muchachitas aquí en Urmank que bailaban sin ropas... ¿deseaban hacer eso?

—Si alguien les daba dinero.

—¿Y todo el mundo en la superficie siente del mismo modo?

—Me atrevería a decir que la mayoría.

—¿Tú también?

—Por supuesto. Bueno... algunas veces, al menos. No siempre.

—Entonces, ¿por qué...? —se detuvo—. ¿Por qué...? —No pudo terminar. Reith adelantó un brazo y palmeó su mano, ella la retiró rápidamente—. ¡No me toques!

—Lo siento... Pero no debes enfadarte.

—Tú me trajiste a este horrible lugar; me privaste de la vida; pretendiste ser amable... ¡pero durante todo el tiempo estabas planeando... eso!

—¡Oh, no! —exclamó Reith—. ¡Nada de ello! ¡Estás completamente equivocada!

Zap 210 le miró con las cejas fríamente alzadas.

—Entonces, ¿me consideras repulsiva? De hecho...

—De hecho, ¿qué?

La llegada de Cauch junto a la mesa proporcionó a Reith una bienvenida interrupción.

—¿Habéis pasado una buena noche?

—Sí —dijo Reith.

Zap 210 se levantó y se alejó. Cauch hizo una mueca.

—¿La he ofendido en algo?

—Está furiosa conmigo—dijo Reith—. Aunque la verdad es que no sé por qué.

—¿Acaso no es siempre así? Pero pronto, por razones igualmente desconocidas, vuelven a estar contentas. Mientras tanto, tengo interés en escuchar tus ideas respecto a las carreras de anguilas.

Reith miró dubitativo hacia Zap 210, que había vuelto a la Hostería del Marinero Afortunado.

—¿Es prudente dejarla sola?

—No temas nada —dijo Cauch—. En la hostería saben que tú y ella estáis bajo mi protección.

—Bien, entonces vayamos a las carreras de anguilas.

—¿Ya sabes que aún no funcionan? Las carreras no comienzan hasta el mediodía.

—Mucho mejor.

Zap 210 no se había sentido nunca tan furiosa. Medio caminó, medio corrió hasta la hostería, cruzó la sala principal, y se dirigió al cubículo donde había pasado la noche. Entró, echó furiosamente el cerrojo, y fue a sentarse en la cama. Durante diez minutos dejó que sus pensamientos brotasen sin control. Luego empezó a llorar en silencio, lágrimas de frustración y desilusión que resbalaron copiosamente por sus mejillas. Pensó en los Abrigos: los silenciosos corredores con las figuras ataviadas de negro pasando discretamente por su lado. En los Abrigos nadie provocaría su rabia o su excitación o ninguna de las otras emociones extrañas que de tanto en tanto teñían ahora su cerebro. Tomaría de nuevo su diko... Frunció el ceño, intentando recordar el sabor de las pequeñas y crujientes galletitas. Se puso en pie movida por un repentino impulso, se examinó en el espejo que colgaba en la pared lateral. La tarde anterior se había mirado sin demasiado interés: el rostro que le devolvió la mirada parecía simplemente un rostro: ojos, nariz, boca, barbilla. Pero ahora se estudió intensamente. Palpó el negro cabello que se rizaba en su frente, lo peinó con sus dedos, estudió el efecto. El rostro que le devolvió ahora la mirada era el de una desconocida. Pensó en la muchacha que había mirado a Reith con tanta insolencia. Llevaba un vestido azul que se ceñía a su cuerpo, muy distinto de la informe túnica gris que ella llevaba ahora. Se la quitó, se contempló de nuevo al espejo en su ropa interior blanca. Se volvió, se estudió desde todos los ángulos. Una extraña. Si Reith la viera ahora... ¿qué opinaría? La idea de Reith la puso de nuevo furiosa. La consideraba una niña, o algo más innoble aún: no tenía ninguna palabra para el concepto. Se palpó con las manos y, mirándose al espejo, se maravilló de los cambios que se habían producido en ella... Su plan original de volver a los Abrigos perdió fuerza. Los
zuzhma kastchai
la arrojarían a las tinieblas. Si por casualidad se le permitía conservar la vida, le darían nuevamente diko. Sus labios se crisparon. No más diko.

Bien, entonces, ¿qué pasaba con Adam Reith, que la consideraba tan repulsiva que...? Su mente se negó a completar sus pensamientos. ¿Qué iba a ser de ella? Se estudió en el espejo y sintió lástima por la muchacha de pelo negro y delgadas mejillas y ojos tristes que la miró desde el otro lado. Si se alejaba de Adam Reith, ¿cómo iba a sobrevivir?... Volvió a ponerse la túnica gris, pero decidió no enrollarse de nuevo la cinta de tela naranja en la cabeza. En vez de ello, se la ató a la cintura, como había visto que hacían otras muchachas de Urmank. Se examinó de nuevo en el espejo, y casi le gustó el efecto. ¿Qué pensaría Adam Reith?

Abrió la puerta, miró a ambos lados del pasillo, y se aventuró. El salón principal estaba vacío excepto un par de viejas que fregaban el suelo de piedra con un cepillo y que alzaron la vista para mirarla burlonamente. Zap 210 apresuró el paso y salió a la calle. Allí dudó. Nunca había estado sola antes, y la sensación era aterradora, aunque excitante. Cruzó hasta el muelle, observó a los cargadores descargando un barco. El vocabulario de Zap 210 no contenía el equivalente ni de «exótico» ni de «pintoresco»; sin embargo, se sintió atraída por el aspecto de la embarcación que oscilaba suavemente sobre el agua. Lanzó un profundo suspiro. Fenómeno o no, repulsiva o no, jamás antes se había sentido tan viva. El
ghaun
era un lugar salvaje y cruel, allí los
zuzhma kastchai
no habían mentido, pero después de vivir en su dorada luz, ¿cómo podía nadie elegir el regresar a los Abrigos?

Caminó a lo largo del muelle hasta el café, donde buscó tímidamente a Reith. No había pensado todavía lo que iba a decirle; quizá simplemente se sentara con una mirada altanera para hacerle saber lo que pensaba de sus opiniones... Reith no estaba por ninguna parte. Un terrible y repentino miedo la sobrecogió. ¿Había aprovechado la oportunidad para escapar, para librarse de ella? Se sintió abrumada por el impulso de gritar: « ¡Adam Reith! ¡Adam Reith! h No podía creer que su tranquilizadora silueta, tan tranquila y parca en movimientos, no apareciera por ningún lado... Se volvió para marcharse, y chocó de lleno con un alto y fornido hombre que avanzaba, un gigante con pantalones bombachos de piel marrón, una camisa blanca suelta y una chaqueta de brocado marrón. Un pequeño gorro sin visera colgaba de un lado de su calva cabeza; lanzó un suave gruñido cuando chocaron, y apartó a la muchacha apoyando sus dos manos sobre los hombros de ella.

—¿Dónde vas con tanta prisa?

—A ningún lado —dijo Zap 210, vacilante—. Estaba buscando a alguien.

—Pues me has encontrado, lo cual no es lo peor que puede ocurrirte. Ven conmigo, aún no he tomado mi vino de la mañana. Después discutiremos nuestros asuntos.

Zap 210 se sintió paralizada por la indecisión. Intentó escabullirse tentativamente de las manos del hombre, que se limitó a apretar su presa. Zap 210 hizo una mueca.

—Ven —dijo el hombre. La arrastró consigo a un reservado cercano.

El hombre hizo una seña; inmediatamente alguien trajo una jarra de vino blanco y una bandeja de pescadito frito.

—Come —dijo el hombre a Zap 210—. Bebe. No pongo limite a nadie, ni en generosidad ni en puñetazos. —Le sirvió un generoso vaso de vino—. Ahora, antes de que sigamos, ¿cuál es tu precio? Algunas de vosotras, sabiendo que soy Otwile, han intentado nada menos que engañarme... lo cual les ha salido bastante mal, debo decirlo. Así que, ¿cuál es tu precio?

—¿Precio de qué? —murmuró Zap 210.

Los ojos de Otwile se abrieron en auténtica sorpresa.

—Eres una de las extrañas. ¿Cuál es tu raza? Eres demasiado pálida para ser una Thang, y demasiado esbelta para ser una Gris.

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