El club erótico de los martes (8 page)

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Authors: Lisa Beth Kovetz

Tags: #GusiX, Erótico, Humor

BOOK: El club erótico de los martes
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—Eh Brooke, soy Aimee. ¿Estás ahí? ¡Llámame lo antes posible! No te vas a creer a quiénes he visto sentados en el bar de la esquina. ¡Besándose! ¿Estás ahí, Brooke? Estoy en casa. Llámame cuando regreses.

Aimee colgó el teléfono y se sentó en silencio un momento, preguntándose si Margot Hillsboro estaría interesada en cotillear sobre la vida sexual de Lux.

6

Belleveu
{2}

El domingo por la mañana temprano Lux se deslizó de la cama de Trevor y salió de su casa. Él planeaba llevarla de compras más avanzada la mañana, pero primero tenía una importante misión que acometer. Bajo ninguna circunstancia quería que Trevor fuera con ella, así que se escabulló antes de que despertara. Bajó a brincos las escaleras del bloque. Su primera parada del día era la panadería del final de la calle, y luego al metro.

Lux recorrió el largo pasillo en busca del número de habitación que le había dado la enfermera. Se pasó la caja de la tarta de una mano a otra y temió que llorara porque no era de chocolate. Intentó no mirar en las habitaciones al pasar junto a ellas. Las demostraciones de debilidad humana en camisones de hospital azules en contraposición a la amabilidad de los alegres visitantes hicieron que su cabeza comenzara a tejer historias que no conseguía desechar.

Entró en la habitación 203 y, tal como dijo la enfermera, le encontró en la cama C. Estaba incorporado, conversando alegremente con el vecino de la cama B. Cuando Lux entró, descorrió la cortina verde que rodeaba la cama de él.

—¿Es esa tarta...? —preguntó antes de saludar.

—Sí, papá —dijo Lux—, de las que te gustan.

—¿De las de chocolate blanco y negro?

—No papá, tarta de zanahoria. Ésa te encanta. Se recostó sobre la almohada y pensó en ello, intentando recordar cuándo le había encantado la tarta de zanahoria. No consiguió encontrar ninguna referencia a tal hecho en ninguna parte de su cerebro, aunque, bueno, había tantos agujeros por los que esa clase de información podía colarse...

Cuando era joven, él había querido ser cualquier cosa menos bombero. Desafortunadamente, su propio padre insistió en que todos los hombres de la familia Fitzpatrick serían educados para ser bomberos. En realidad ese oficio no estaba hecho para él. Una tarde su indiferencia y su mente errante y optimista hicieron que se viera atrapado bajo la viga equivocada en el momento equivocado. Sobrevivió al hundimiento del edificio, pero una espalda rota lo dejó en incapacidad permanente y necesitado de analgésicos.

En cierto modo había tenido un gran mérito. Estaba vivo y caminaba a pesar de su herida. Era una persona alegre a pesar de las múltiples operaciones, el dolor constante y la movilidad limitada. Había sobrevivido a un padre sádico y controlador. Como hombre afable que era, había roto la tradición de violencia paterna que arrastraban sus ancestros desde varias generaciones atrás. El dinero que recibía por invalidez, sumado a la venta ilícita de algunas de sus recetas médicas más interesantes, había alimentado y dado cobijo a una familia de seis. Adoraba a sus niños y se preocupaba muchísimo por ellos. Cuando el profesor de primer curso de su hija le comentó discretamente en una reunión de padres la posibilidad de que Lux fuera retrasada, el señor Fitzpatrick insistió con firmeza en que todo el mundo dejara inmediatamente de fumar hierba alrededor de su querida hija, al menos entre semana.

En ciertos aspectos, él era un gran padre. Era amable y solía estar en casa. Le encantaba jugar y siempre quería hacer brownies. Era de mente abierta, dispuesto a conversar y feliz de ayudar a sus hijos con sus problemas. Desafortunadamente, la mayoría de sus consejos se filtraban por el colador que tenía como cerebro. Cuando acosaban a Lux en el patio del colegio, él le aconsejaba que incluso si alguien le pegaba primero, nunca debía devolverle el golpe. Pero escupir sí valía.

Actualmente estaba hospitalizado debido a una úlcera sangrante. Las pastillas le ayudaban a calmar el dolor de piernas y espalda, pero le destrozaban el estómago. Intentaba compensarlo experimentando con una combinación de marihuana recetada e ilícita. Durante años nada funcionó. El dolor y la desesperación empezaron a consumirle. Cuando Lux estaba en el tercer curso, él por fin solventó el problema. En un ropero de su casa, equipado con luces de invernadero, cultivó una pequeña pero muy elogiada planta de cannabis, subespecie Índico. Esos brotes altamente alucinógenos le aliviaban el dolor, pero aumentaban su temor a que Lux pudiese tragarse la lengua. Para evitarlo la tuvo en casa sin ir al colegio durante toda una semana, pasó todo el tiempo con ella y la alimentó con comidas blandas que insistía en preparar él mismo. Lux recuerda con cariño esa semana como una de las mejores de su vida.

—¿Qué tal te encuentras, papá? —preguntó Lux mientras se sentaba junto a su cama.

—Bien. ¿Y tú? —respondió él.

—Bien —le dijo Lux. —El curro marcha, y tengo novio.

—Parece que vas de camino al estrellato.

—Sí, bueno, ¿por qué no?

El padre de Lux sonrió y le dio una palmadita en la mano.

—¿Y qué tal están mis chicos?

—Ian sigue en Utah. Van a poner a Sean en libertad condicional y a Joseph lo soltaron antes de lo previsto. Ahora está en casa, así que es estupendo. Mamá está tan feliz... No te lo creerás, pero ahora está aún más musculoso —dijo Lux.

—¿Y qué tal está mi pequeño Patrick? —preguntó con una sonrisa de ternura.

—Eh, bien, está recuperando el pelo.

Lux sonrió y su padre le devolvió la sonrisa con gran satisfacción.

—Todo buenas noticias, entonces —dijo.

—Sip —le confirmó ella—. Escucha, papá, he venido pasque, quería preguntarte una cosa sobre tu hermana.

—¿Cuál de ellas? ¿La puta o la ama de casa? ¿O la lesbiana?

El señor Fitzpatrick sólo tenía dos hermanas.

—Estella.

—La puta.

—¿Cómo llegó a serlo? —preguntó Lux.

—Es como cuando tienes huevos cocidos. A algunos resulta difícil quitarles la cáscara y en otros sale sola —declaró el padre de Lux desde su cama de hospital.

Lux pensó en ello un momento.

—Bueno, ¿y eso qué significa? ¿Que ella era así y ya está?

—Sí. Porque eso fue lo que decidió hacer después de que mi padre la echara de casa por tener un bebé a los dieciséis con un chico que no se casaría con ella. Un marino cabrón que estaba de paso en el pueblo. Ella podía haber fregado suelos o haberse buscado un chico que se casara con ella, como hizo tu madre. Decisiones. Decisiones.

—¿Tuvo un bebé? —preguntó Lux. Nunca había oído nada de que tía Fulana hubiera tenido un bebé.

—Sí. Lo regaló. A mí me gustaba fingir que era su bebé regalado para que me diera helado y me curara cuando tu abuelo se cebaba con mi cabeza. Me enteré por la lesbiana de que murió sin dinero y sin amigos.

*

Lux sabía que tía Fulana había muerto con una considerable cantidad de dinero y bienes a su nombre. Había donado parte a varias organizaciones benéficas y a una agradecida sobrina. Daba buenos consejos, tales como «sé fuerte y fiel a ti misma». Lux podía imaginar que tía Fulana le diera helado y cariño a un niño asustado, pero no podía imaginar que tía Fulana, que siempre le había dicho que se asegurara de hacer las cosas que la hicieran feliz, hubiera permitido que una familia de mierda y un embarazo no deseado la obligaran a hacerse prostituta. Lux dijo a su padre semiconsciente que no acababa de creerse su historia.

—Ella no era así—dijo Lux.

—Claro, cuando la conociste ya no era así. Es más fácil mandar al mundo a freír espárragos cuando tienes un montón de dinero —le dijo a Lux, y luego, para su propio deleite, añadió— o un justificante de incapacidad permanente.

Lux esperó a que las risas amainaran. Quería hablarle de la casa que había heredado de su tía. No lo desaprobaría de la forma en que lo haría su madre, pero se la quitaría. No de golpe. Un pequeño préstamo de cuando en cuando la iría dejando seca. Aún se planteaba si debería darle una parte cuando vendiera la casa. Él era feliz y amable y le dolía el cuerpo la mayor parte del tiempo. Lux permanecía sentada en silencio y se preguntó si le podría dar 1.000 dólares en calmantes para el dolor sin suscitar sospechas y palmas extendidas de su madre y hermanos.

Mientras Lux intentaba descifrar cómo codificar de forma segura su amor y generosidad, vino una enfermera y puso una jeringa en el tubo que conectaba con el brazo de su padre.

—¿Qué le van a poner? —preguntó Lux.

—Morfina —dijeron al unísono la enfermera y su padre. La enfermera lo comunicó como si fuera un hecho. Su padre saboreó la palabra como si fuera la salsa que cubriese un postre especial, y él muy buen chico.

—Escucha, cariño —dijo su padre en un tono muy serio—, quería hablar contigo de una cosa, pero no sé cómo decirlo, así que voy a soltarlo y ya está. No me gusta ese chico, Carlos, al que has estado viendo.

—Hemos roto —dijo Lux, y una sonrisa de felicidad se dibujó en la cara de su padre.

—Problema resuelto —murmuró, y acto seguido se sumergió en el dulce alivio que le brindaban los somníferos.

7

Pintura

Después de tomarse una cerveza y echarse unas risas con Aimee y Margot, Brooke cogió el tren de las 19.10 con destino a Croton-on-Hudson, donde tenía su estudio. Era una bonita habitación con suelos de parqué antiguos y ventanales. Había sido rediseñado especialmente para Brooke, según sus indicaciones. La luz era perfecta. Brooke llevaba años pintando allí y había creado algunas de sus obras más significativas bajo estos techos. El único inconveniente del estudio era que antes había sido la sala de billar de sus padres, y por tanto le recordaba con dulzura que la mayoría de sus comodidades e independencia no eran fruto de su trabajo como artista, sino de las inversiones exitosas de generaciones anteriores.

Brooke se introdujo en el edificio principal, entró en la cocina y abrió el frigorífico. Sacó el rosbif, la mostaza y la focaccia del día anterior y empezó a hacerse un sándwich.

—¡Anda, no te había visto! —dijo Brooke a su madre.

Su madre estaba sentada en la oscuridad de la cocina, fumando un cigarrillo y pensando demasiado en Brooke. Al igual que su madre, Brooke era hermosa, rubia y de constitución esbelta, con piernas largas y piel de porcelana. Cuando había poca luz, parecían hermanas gemelas, aunque la madre no tenía el dragón medieval tatuado en la parte baja de la espalda con garras que se extendían por sus glúteos y una cola que serpenteaba en la parte interior de su muslo izquierdo.

—Me alegro de que hayas venido. Bill Simpson quiere que vayas con él a la gala benéfica que organiza la Asociación de Distrofia Muscular el sábado.

—¿Este sábado? —preguntó Brooke.

—No, el baile de Bill Simpson es el veinticinco —aclaró la madre de Brooke.

—Mmmm —dijo Brooke, intentando visualizar en su cabeza su calendario repleto de eventos sociales—, ¿dijo a qué hora empezaba?

—Ay, no dijo absolutamente nada. Yo me enteré por su madre. Deberías llamarlo esta noche. Bill se ha convertido en un hombre guapísimo. Y parece que te adora.

—Sí. Me adora.

—¿Vas a llamarlo?

—Por supuesto.

—¿Esta noche?

—Lo llamaré mañana, mamá.

—Deberías haberte casado con él cuando te lo pidió.

—No quería casarme tan joven.

—Es sorprendente que haya estado así tanto tiempo, esperando.

—Sí, mamá, lo es.

—Pero no os he visto juntos desde hace varios meses.

—Lo sé —dijo Brooke.

—¿Habéis roto? —preguntó su madre.

—No, es sólo una especie de pausa —dijo Brooke.

La madre de Brooke quería preguntar por qué. Diez años después de que ocurriera, seguía sin entender qué había sucedido con la gran boda que había comenzado a planear el día en el que su hermosa hija, Brooke, empezó a quedar con el apuesto hijo de Eleanor Simpson, Bill. Había pasado mucho tiempo desde entonces, y ahora Brooke se ponía a hablar de pausas. «¿Qué es lo que está haciendo mal mi hija? ¿Qué le impide encontrar un buen marido?», pensaba la madre de Brooke.

—Carole vendrá mañana con los niños —dijo la madre de Brooke, en vez de decir lo que le rondaba en la cabeza—. ¿Vas a estar?

—Sí, claro.

—Es el cumpleaños de Emma.

—Lo sé.

—Cumple siete.

—Vaya, qué rápido.

—Para Emma tienes un monedero de plástico azul y un cinturón a juego. Para Sally, una Barbie. Ya sabes, un detalle de consuelo por no ser su cumpleaños. Ya los he envuelto, pero, dado que estás aquí, puedes firmar las tarjetas de felicitación.

—Gracias, mamá.

La madre de Brooke movió su mano repleta de diamantes para indicar que no tenía importancia.

—¿Quieres ver las últimas fotos de las niñas?

—¿Para qué? Las veré mañana en persona y les daré un gran abrazo.

Su madre pareció disgustarse.

—Mira —dijo Brooke—, ¿por qué no me das las fotos y me las llevo al estudio para verlas mientras lo preparo todo?

Brooke se llevó un sobre de fotografías y un pequeño beso de su madre al estudio. El móvil de Brooke sonó. Era Aimee. Pero esa noche Brooke quería centrarse en su objetivo, así que apagó el móvil y lo volvió a meter en su bolso.

—¿No vas a llamar a Bill? —volvió a preguntar la madre de Brooke.

—Lo haré, mamá —prometió Brooke.

*

Todo empezó cuando su madre llamó a la de él porque el acompañante de Brooke para el baile de debutantes de un primo se había puesto malo en el último momento. Por lo visto, Bill también era primo de ese primo, de modo que tenía su esmoquin preparado para el evento. Bill llegó a la mansión de los padres de Brooke, en la parte alta de la Quinta Avenida, presentando la imagen perfecta de un acompañante adolescente neoyorquino, respetable y pijo. Se emborracharon y se enrollaron cuando su cuerpo aún rebosaba vitalidad. En el instituto eran inseparables. Sus madres dieron por sentado que al terminar la carrera se casarían, pero esa suposición se convirtió en una esperanza cuando Bill terminó Derecho.

—Es demasiado bohemia para él —cotilleaban unos.

—Tiene demasiada clase para él —contradecían otros.

—He oído que él le pidió matrimonio hace diez años pero ella estaba demasiado enfrascada en su trabajo como para pensar en casarse. Apuesto a que ahora se arrepiente —sentenciaban los rumores más desagradables.

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