El coleccionista (38 page)

Read El coleccionista Online

Authors: Paul Cleave

Tags: #Intriga

BOOK: El coleccionista
4.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

Le cuento lo del centro de reinserción.

—¿Y tú? —pregunto.

—Fue simple. Hablamos con algunos miembros del personal que solía trabajar aquí. Les mostramos el retrato robot y les contamos lo de tu gato. Nos dieron el nombre de alguien que solía desenterrarlos y que se parecía al del dibujo. Mandé a alguien al mismo centro de reinserción que tú y les dijeron más o menos lo mismo que a ti. Nos enteramos de que ya habías estado allí. ¿Por qué has tardado tanto en llegar?

—Problemas con el coche.

—Hemos traído un par de perros de rescate para rastrear los alrededores antes de probarlo con el georradar. El forense piensa que el otro cadáver lleva bajo tierra al menos diez años. Hemos empezado a expandir la búsqueda.

Alguien se pone a gritar desde la parte trasera del edificio y unos cuantos agentes acuden hacia allí. Sigo a Schroder en la misma dirección. Le pregunto qué sabe acerca de Adrian Loaner pero no sabe gran cosa. Un grupo de detectives forman un semicírculo y entre los huecos que dejan veo montones de tierra. Cruzamos el límite de la sombra que proyecta el edificio y quedamos resguardados por la sombra de la cara sur, donde el aire es mucho más fresco. Ya hay dos tumbas abiertas en este lado y junto a cada una de ellas hay montones de tierra que llegan a la altura de la cintura; la tierra en el fondo es seca y fina, más gruesa y oscura por la superficie. Los agentes se han agrupado frente a un tercer montón de tierra. Nos unimos al grupo. Todos tienen la mirada gacha hacia la tumba a medio excavar, en la que quedan expuestos un cráneo y parte de un brazo, sin restos de carne. De repente, la historia que me ha contado Jesse Cartman no nos parece tan estrafalaria.

—Dios —dice Schroder—. ¿Qué demonios es esto que estamos desenterrando?

Nadie le responde. La persona que se encarga de excavar se ha detenido un momento mientras los demás toman fotos, aunque no posa apoyado en la pala y con gesto sonriente. Se limita a esperar hasta que puede continuar, aunque ya mucho más lentamente. Un sentimiento sobrecogedor se extiende por el grupo, ninguno de los presentes cree que nos vayamos a quedar solo en tres cuerpos.

A unos diez metros de una de las tumbas ya abiertas hay una lona en el suelo sobre la que reposa el cadáver de una mujer con un vestido amplio y una gran mancha de sangre en la parte frontal. Es Karen Ford. Ahora mismo, sus amigos y su familia están buscándola por alguna parte, rezando para que esté viva, rezando para que solo se haya marchado unos días sin avisar, pero tratándose de una mujer que trabaja en lo que trabaja Karen, saben que se ha marchado para siempre.

—Odio este puto trabajo —dice Schroder cuando ve que la inspecciono.

—Sería para alarmarse si no fuera así —responde otro hombre, el que estaba hablando con Schroder cuando he llegado.

—Este es Benson Barlow —dice Schroder para presentarnos.

El peinado de cortinilla de Barlow me queda a contraluz con el sol de fondo y su pelo me parece más fino aún de lo que es. Tiene la cara roja, brillante debido al bronceador. Su voz es profunda y suave, de las que son capaces de convencer a un suicida de abandonar la cornisa. Le doy la mano.

—He oído hablar de usted —me dice.

—¿Y usted es…? —pregunto.

—Es un asesor —me dice Schroder.

—Soy psiquiatra —añade Barlow.

—Trabajamos juntos durante un par de meses —aclara Schroder—. Puesto que estamos tratando con pacientes de aquí, tenía sentido incorporar a alguien que los conociera para que nos ayudara.

—A algunos estuve tratándolos varios años —dice Barlow.

—¿A Adrian Loaner? —pregunto.

—Desgraciadamente, no —responde.

—Loaner tiene un psiquiatra de cabecera al que debe visitar dos veces al año —me informa Schroder—. El doctor Nicholas Stanton.

—De hecho, conozco a Stanton —dice Barlow—. Es un buen tipo.

—Pero no está disponible —dice Schroder—. Está de vacaciones en algún lugar en un huso horario distinto, algún lugar más fresco. Estamos intentando conseguir una orden judicial para recuperar los historiales de sus pacientes.

—¿Y cómo va? —pregunto.

—¿Una orden judicial para conseguir los historiales de pacientes de un psiquiatra? Creo que sería más fácil convencer a mi mujer para que dejara de usar la tarjeta de crédito —dice Schroder.

—¿Loaner solo tenía que visitarse dos veces al año? —pregunto—. Eso no me parece mucho.

—No lo es —admite Barlow—, pero es lo que hay. Y recuerde que no es culpa mía, ni del doctor Stanton; es el número de visitas que estipularon los tribunales médicos.

—Bueno, cuénteme, ¿adónde cree que Adrian podría haberse llevado a Cooper?

—A algún lugar que ya conozca —dice—. Eso es lo único que puedo decirle.

—No es mucho —replico—. Eso ya lo sabíamos nosotros.

—Oiga… —dice, pero yo levanto una mano y lo detengo.

—Lo siento, no quería menospreciarlo. Es que ha sido un día muy largo.

—No pasa nada —dice mientras asiente lentamente—. Es algo a lo que todos los psiquiatras debemos acostumbrarnos cuando tratamos con polis. —Me mira y se dispone a añadir algo más. Creo saber qué es, pero no por ello se lo pondré fácil. Continúa—: Primero unas reglas básicas —dice—. Esto son especulaciones. Es ciencia, no soy uno de esos malditos adivinos que se ven en la tele. Lo que digo tiene su fundamento. En mi opinión, hay la posibilidad de que regrese. En primer lugar, este es su hogar. No querrá permanecer alejado mucho tiempo. Se ha visto obligado a abandonar su hogar y por tanto estará estresado y triste, y la gente estresada tiende a volver a las cosas que les proporcionan consuelo. Eso significa que todos los implicados en este caso encierren en casa sus mascotas esta noche. Deberían considerar también la posibilidad de dejar coches de incógnito delante de sus casas, de las de todos los implicados en el caso, puesto que pueden convertirse en objetivos. Aunque por lo que a usted respecta, señor Tate, tal vez ya sea demasiado tarde. Dejando eso de lado, creo que se darán cuenta de que está ansioso por volver. Este ha sido su hogar durante muchos años y lo estará vigilando de cerca. De hecho, puede que esté por aquí cerca ahora mismo. —Dicho esto, todos miramos en dirección a los árboles y la calle para ver si cazamos a un loco observándonos—. Yo pondría a unos cuantos coches patrulla para interceptar a cualquiera que se acerque por aquí.

—¿Ha leído el libro de Cooper Riley? —pregunto.

—¿Cómo lo has hecho para conseguir una copia, Tate? —interviene Schroder.

—Sí, el inspector Schroder me dio una copia cuando me puso al día del caso —comenta Barlow—. Está muy mal escrito —añade—, y es contradictorio. Cree saber más de lo que sabe realmente y lo demuestra en las conclusiones. Yo puedo hacerlo mucho mejor. De hecho, es algo en lo que he estado pensando durante los últimos años y tal vez, bueno, no me gustaría parecer oportunista, pero tal vez haya aquí material para hacerlo.

—Dios… —murmuro.

—Sé lo que está pensando —dice—, pero sin profesionales como yo, que estudiamos a personas como Adrian y Cooper, la persona como usted ni siquiera sabría por dónde empezar.

—De acuerdo, lo he entendido —admito, enfadado por tener que darle la razón. Simplemente me horroriza la posibilidad de que alguien pueda ganar dinero gracias a tanta muerte y sufrimiento—. Pero hay algo que aún no comprendo.

—¿Solo una cosa, Tate? —dice Schroder, pero decido ignorar su sarcasmo.

—Adrian quería vengarse de Pamela Deans y por eso la mató —digo—. Si quería vengarse de Cooper Riley, ¿por qué no se limitaba a matarlo?

Barlow levanta las cejas y su frente se llena de arrugas.

—Esa es la gran pregunta, ¿verdad? Sí, he estado pensando en ello. No creo que la venganza haya motivado el secuestro de Cooper Riley.

—¿No? Entonces, ¿qué? —pregunto con sincera curiosidad.

—Yo creo que es fascinación.

—¿Fascinación? —repite Schroder.

—Creo que cuando Cooper Riley venía aquí para llevar a cabo entrevistas y pruebas Adrian debió de obsesionarse con él.

—¿Cree que se ha llevado a Cooper para poseerlo? —pregunto.

—Tiene sentido.

De hecho, lo tiene. Debería haberme dado cuenta antes. Debería haberlo imaginado desde el momento en que vi la celda del sótano.

—Si tan obsesionado está, ¿por qué tenía que esperar tres años? —pregunta Schroder.

—Probablemente tuvo que reunir el valor para actuar —dice Barlow—, y tenía que conseguir las herramientas para llevarlo a cabo. Si se tratara de una venganza, Cooper ya estaría muerto. De eso estoy seguro. Dicen que Adrian utilizó una Taser, ¿verdad? ¿Por qué no utilizó un cuchillo? ¿O una pistola? Pues porque no se trataba de matarlo. Se trataba de coleccionarlo.

Ritchie Munroe ha dicho que enseñó a conducir a Adrian. Eso podría haber tenido algo que ver. Hasta hace poco, Adrian no había tenido los medios para traer a alguien hasta aquí. No creo que hubiera podido meter a Cooper en el maletero de un taxi.

—¿Cree que Adrian sabía que Cooper era un asesino? —pregunto.

—Eso querría decir que es más inteligente de lo que pensábamos al principio —dice Barlow—. Aunque es más probable que, en realidad, lo que haya pasado es que simplemente haya tenido buena suerte.

—¿Cree que simplemente estaba siguiendo a Cooper y descubrió que era un asesino en serie? —pregunta Schroder.

—De lo contrario, eso significaría que sabe hacer nuestro trabajo mejor que nosotros —digo—. No puede haber sabido de antemano que Cooper era un asesino en serie.

—¿Nuestro trabajo? —pregunta Schroder.

—Ya sabes a qué me refiero.

—Estoy de acuerdo —dice Barlow—. La cuestión ahora es saber cuánto más le durará la suerte a Adrian.

Yo no solo pienso en la suerte de Adrian. También pienso en la de Emma Green. Tuvo suerte de que secuestraran a Cooper, pero eso podría significar que lleva desde el lunes sin comida ni bebida. Por lo que sé, una persona puede sobrevivir un promedio de unos cuatro días, más o menos, sin agua. Pero las condiciones no son normales. Con esta ola de calor… bueno, depende del calor que haga donde se encuentre ahora. El montón de tierra de la última tumba es cada vez más alto a medida que el esqueleto va quedando cada vez más expuesto a la intemperie. Contemplo el terreno y pienso en las tumbas que aún quedan por encontrar y le rezo al Dios que abandonó a esas víctimas que no abandone también a Emma Green y me permita encontrarla viva.

—Loaner es una persona inestable, agentes —dice Barlow—, sometido a una situación de estrés sería capaz de cualquier cosa. Y ahora mismo está estresado, miren cómo le hemos ocupado la casa. Créanme, si Adrian se entera de lo que está sucediendo aquí, entrará en un estado de pánico total y será capaz de cualquier cosa.

—¿Y Melissa X? —pregunto después de lanzarle una mirada a Schroder.

—Él sabe algo sobre ella —dice Schroder para darme a entender que puedo seguir hablando.

—¿Me he perdido algo? —pregunto.

Schroder niega con la cabeza.

—Estamos hablando con sus amigas y su familia para intentar construir un perfil —dice.

—No es la misma persona que era antes de que Riley la atacara, asumiendo que sea eso lo que sucedió —explica Barlow—. Una parte de ella ha adoptado el rol de su difunta hermana, lo que busca es venganza.

—¿Y la otra parte? —pregunto.

Se encoge de hombros.

—No sabría decirle. Hay quien diría que es pura malicia, pero yo no creo que sea el caso. La persona que es ahora es producto de su pasado. Con la medicación adecuada y la ayuda adecuada… —dice, aunque no termina la frase, porque tanto Schroder como yo lo miramos como si no estuviera entendiendo nada. No todo el mundo puede curarse, hay gente que debe permanecer encerrada para siempre. No fue culpa de Natalie el haber tomado ese camino, pero ha matado a hombres inocentes mientras lo recorría y debe pagar por ello.

39

Cooper se ha quitado la camisa. Ha hecho un ovillo con ella para poner la cabeza encima. No es la almohada más cómoda del mundo, pero tampoco lo es la habitación en la que se encuentra. A ratos piensa en Emma Green y se pregunta si estará pasando exactamente por lo mismo que él. Al menos ella tiene agua. Quién sabe, tal vez después de haber pasado cuatro días atada ha encontrado una manera de liberarse, aunque si lo ha conseguido tampoco habrá podido salir de la habitación. Pero sobre todo piensa en Natalie Flowers y en lo que hará con ella en cuanto salga de aquí. Combinará lo que sabe sobre ella con lo que la policía ha descubierto, encontrará su paradero y le hará pagar por lo que hizo. Veremos si le gusta que le aplasten partes del cuerpo con unos alicates.

Pasa un rato pensando en cómo se sentirá y en cómo sucederá. Primero Adrian y luego Natalie. Conoce su profesión lo suficiente para saber que esas otras mujeres a las que ha estado haciendo daño son sucedáneas de Natalie y se pregunta qué ocurrirá una vez la haya matado, si volverá a sentir otra vez ese impulso. Le interesa desde una perspectiva meramente académica.

Tiene el cuerpo empapado en sudor. No dispone de ningún medio para saber qué hora es. Podría ser medianoche. Podría ser mediodía. Su reloj biológico está completamente descontrolado. Así es como debe de sentirse un pollo asado, piensa, y se desabrocha los pantalones para separar un poco la tela de su cuerpo. Necesita agua. Necesita aire fresco. No sabe cuánto tiempo tardará Adrian en volver. No sabe si ese loco cabrón realmente intentará secuestrar a su madre. Espera que no. Mezclar a su madre en esto complicaría las cosas.

Oye pasos fuera de la habitación. Alguien corre. Lo primero que le viene a la cabeza es que están a punto de rescatarlo. Lo segundo, que el rescate podría acabar siendo un problema. La ranura vuelve a abrirse y la luz entra en la sala, aunque no tan fuerte como antes. Está anocheciendo. Deben de ser las ocho más o menos.

—Dime la verdad —dice Adrian entre resoplidos—. ¿A cuántas chicas has matado?

—¿Por qué? —pregunta Cooper. Se levanta y se pone la camisa. No le gusta la idea de que Adrian lo vea medio desnudo. Se acerca a la ranura mientras se frota la base de la espalda para mitigar el dolor que siente en la riñonada.

—La policía se ha presentado en Grove —dice Adrian—. Ha sido justo como tú dijiste. Lo están registrando todo.

—Dios, ¿han encontrado algo?

—No lo sé. No lo sé. No lo sé. No…

—Cálmate, Adrian. ¿Cuántos hay? ¿Solo un coche? ¿Dos coches?

Other books

Un ambiente extraño by Patricia Cornwell
The Spindlers by Lauren Oliver
If You Could Be Mine by Sara Farizan
Good Behavior by Donald E. Westlake
Soldier Boy by Megan Slayer
The Secret of Sigma Seven by Franklin W. Dixon
Beauty and the Brit by Selvig, Lizbeth
What a Rich Woman Wants by Barbara Meyers