Read El Cortejo de la Princesa Leia Online
Authors: Dave Wolverton
La anciana llamada Baritha se rió de él, y Han le dio la espalda con una mueca de irritación. Baritha le siguió dos escalones, y después hizo girar el astil de su lanza desde atrás y le dio unos cautelosos golpecitos en la ingle con él.
Han se volvió en redondo con los puños apretados y la anciana murmuró algo ininteligible, canturreó unas palabras y extendió la mano tensándola en el gesto de agarrar algo. Han sintió como sus dos puños quedaban atrapados en una presa invisible, y sus articulaciones crujieron bajo la presión.
—No cedas tan rápidamente a la ira, pedacito de hombre —dijo Baritha con una risilla sarcástica—. Respeta a quienes son mejores que tú, o la próxima vez lo que aplaste será un ojo..., o algo que sea igual de valioso para ti.
—¡Manten tus sucias manos alejadas de mí! —gruñó Han.
Damaya, su guía, sacó el desintegrador de su funda sin inmutarse, apuntó a la garganta de la anciana y dijo algo en su lengua.
Baritha dejó en libertad a Han.
—Sólo estaba admirando a tu prisionero. Visto desde atrás parece tan..., tan sabroso... ¿Quién hubiese podido resistir la tentación?
—El clan de la Montaña del Cántico acepta tu presencia aquí —dijo Damaya—, pero nuestra hospitalidad tiene sus límites.
—Las mujeres del clan de la Montaña del Cántico no son más que unas estúpidas de mentes débiles —graznó la anciana. Adelantó la cabeza y enarcó las cejas, y algunas de las muchas arrugas de su rostro desaparecieron debido al gesto—. No podríais echarnos de aquí ni aunque quisierais hacerlo, y por lo tanto soportaréis nuestra presencia y os someteréis a nuestras exigencias. ¡Desprecio vuestras pretensiones de cortesía! ¡Escupo sobre vuestra hospitalidad!
—Podría dispararte en la garganta —dijo Damaya en un tono de anhelo tan intenso que resultaba casi melancólico.
—Adelante, Damaya —dijo la anciana, y apartó los pliegues de su capa revelando dos pechos marchitos—. ¡Dispara contra tu querida tía! Desde que me expulsasteis de vuestro clan ya no siento ningún amor hacia la vida... Dispara contra mí. ¡Ya sabes lo mucho que lo deseo!
—No permitiré que me impulses a hacerlo —replicó Damaya.
La anciana se rió e hizo un mohín.
—No permitirá que la impulse a hacerlo... —dijo con voz burlona, y las hermanas envueltas en túnicas que había detrás de ella se rieron.
Han descubrió que estaba sintiendo una furia tan intensa como irracional, y que lo único que deseaba era que Damaya alzara su desintegrador y acabara con unas cuantas hermanas. Pero Damaya volvió a guardar el desintegrador en su funda y le dio un golpecito en el hombro con la punta de los dedos, apremiándole a caminar delante de ella para que pudiese colocarse entre Han y las nueve hermanas encapuchadas.
La fortaleza resultó estar todavía más maltrecha de lo que le había parecido a Han viéndola desde abajo. Todos los fragmentos de escudo contra los rayos desintegradores que protegían la roca estaban abollados y llenos de grietas. Muchas de las grietas habían sido recubiertas con una sustancia de apariencia gomosa y color verde oscuro, con el resultado de que el basalto había adquirido una apariencia moteada. Había trozos de arenisca rojiza esparcidos sobre las calzadas exteriores, y Han se preguntó de dónde habría venido, ya que todas las montañas de los alrededores parecían ser de origen volcánico. Alguien tenía que haber transportado esas piedras durante varios kilómetros.
Dos centinelas que montaban guardia ante la puerta de la fortaleza abandonaron sus puestos y les precedieron. Han miró hacia atrás y vio que una docena de guerreras del clan de la Montaña del Cántico les seguían a pie, vigilando a las mujeres de las túnicas. Entraron en las oscuras cámaras de la fortaleza, que estaba llena de salones y escaleras. Las paredes estaban cubiertas de gruesos tapices e iluminadas por antorchas. Fueron rápidamente hasta una habitación tallada en el ángulo de la fortaleza, por lo que contaba con ventanas en dos lados.
La habitación era enorme y tenía una forma casi triangular, con seis aberturas desde las que se dominaba la pradera. Había rifles desintegradores amontonados cerca de cada ventana, chaquetas protectoras formando pilas en el suelo, y un cañón desintegrador que apuntaba hacia las montañas en dirección este. Una enorme abolladura indicaba el lugar en el que algo había destrozado su montura, y el líquido refrigerante verde había fluido formando un charco en el suelo. El cañón estaba totalmente inservible. En el centro de la habitación había un hoyo para cocinar lleno de ascuas brillantes. Un animal de gran tamaño se iba asando sobre los carbones, y dos hombres lo iban bañando con una salsa de olor picante y hacían girar el espetón en el que estaba ensartado.
En la habitación había una docena de mujeres vestidas con túnicas hechas de relucientes escamas de reptil. Todas llevaban cascos, y Han vio a Leia al fondo, vestida como una de las guerreras.
Una de las mujeres dio un paso hacia adelante.
—Bienvenida, Baritha —le dijo a la anciana sin prestar ninguna atención a Han—. En nombre de mis hermanas yo, la Madre Augwynne, te doy la bienvenida al clan de la Montaña del Cántico.
La mujer que había saludado a las recién llegadas dio otro paso hacia adelante, y Han vio que su rostro estaba serio y un poco receloso a pesar de sus amables palabras. Augwynne llevaba una túnica de brillantes escamas amarillas y una gran capa con pieles de lagarto negro cosidas como adorno. Su tocado había sido hecho con madera dorada pulimentada, y estaba adornado con ojos de tigre amarillos tallados en forma de cuadrados.
—No hace falta que te molestes con las formalidades —dijo Baritha, y la anciana arrojó su lanza rota al suelo y las venas purpúreas de su cabeza palpitaron—. Las Hermanas de la Noche han venido a por el general Solo y el resto de la gente de otro mundo. ¡Los capturamos primero, y tenemos pleno derecho a que sean nuestros!
—No encontramos a ninguna Hermana de la Noche con ellos —replicó Augwynne—, sólo a tropas de asalto imperiales que habían entrado en nuestras tierras sin permiso. Matamos a los soldados, y hemos ofrecido santuario a su presa entre nosotras como iguales. Me temo que no podemos acceder a tu reclamación de propiedad.
—Los soldados de las tropas de asalto eran nuestros esclavos y trabajaban bajo nuestra dirección, como bien sabes —dijo Baritha—. Traían a las gentes de otro mundo para que fueran encarceladas e interrogadas.
—Si sólo quieres interrogar al general Solo, entonces quizá pueda ayudarte. ¿Por qué viniste a Dathomir, general Solo?
Los ojos de Augwynne lanzaron una rápida mirada a la bolsita que colgaba del cinturón de Han, y éste captó la indirecta.
—Soy propietario de este planeta y de todo lo que hay en él —dijo Han—. He venido a inspeccionar mis propiedades.
Las Hermanas de la Noche empezaron a sisear y a menear la cabeza al unísono, y Baritha escupió.
—¿Un hombre afirma que Dathomir le pertenece?
Han buscó torpemente el título de propiedad, encontró la caja y presionó el botón. El holograma de Dathomir apareció en el aire flotando sobre su palma, con su nombre claramente registrado como propietario.
—¡No! —gritó Baritha. Movió la mano y la caja fue arrancada de entre los dedos de Han, cayó al suelo y rodó por él.
—No importa —dijo Han—. Este mundo me pertenece, ¡y quiero que tú y tus Hermanas de la Noche salgáis ahora mismo de mi planeta!
Baritha le fulminó con la mirada.
—Será un placer —dijo—. Proporciónanos una nave y nos marcharemos.
Han sintió un extraño tirón en su mente y luchó contra un impulso casi irresistible de revelar el paradero del
Halcón.
—Ya es suficiente —dijo Augwynne—. Has obtenido tu respuesta, Baritha. Dile a Gethzerion que el general Solo se quedará con el clan de la Montaña del Cántico, y que lo hará en calidad de hombre libre.
—No puedes dejarle en libertad —jadeó Baritha con voz amenazadora—. ¡Nosotras, las Hermanas de la Noche, le reclamamos como esclavo!
—Ha ganado su libertad salvando la vida de una hermana de clan —replicó Augwynne sin inmutarse—. No puedes reclamarle como esclavo.
—¡Mientes! —gritó Baritha—. ¿A quién le ha salvado la vida?
—Salvó la vida de la hermana de clan Tandeer, y se ha ganado su libertad.
—Nunca había oído hablar de una hermana de clan que llevara ese nombre —protestó Baritha—. ¡Deja que la vea!
Las mujeres del clan de la Montaña del Cántico se apartaron y revelaron a Leia entre las sombras. Leia llevaba una túnica de escamas rojas iridiscentes, y un casco de hierro negro adornado con cráneos de pequeños animales. Baritha estudió su rostro con expresión dubitativa.
—¿La he visto antes?
—Es nueva entre nosotros. Viene de la región de los Lagos del Norte y puede lanzar hechizos, y ahora es una hermana adoptada por el clan. Pronuncia las palabras del hechizo de descubrimiento y sabrás que cuanto te digo es verdad.
La mirada de Baritha recorrió a las mujeres de la sala.
—No necesito el hechizo de descubrimiento para que me diga lo que es verdad —replicó—. ¡Los argumentos con que defiendes tu afirmación de que el general Solo os pertenece no son más que tecnicismos!
—Basamos nuestros argumentos en leyes que tú y tus hermanas nunca habéis respetado —dijo Augwynne.
Baritha dejó escapar un gruñido.
—Las Hermanas de la Noche discuten vuestro derecho a estos esclavos. ¡Entregádnoslos ahora mismo, o nos veremos obligadas a tomarlos por la fuerza!
—¿Nos amenazas con derramar sangre? —preguntó Augwynne.
Un zumbido ahogado hizo vibrar de repente la atmósfera de la sala, y docenas de mujeres empezaron a murmurar alrededor de Han con los ojos entrecerrados. Las Hermanas de la Noche se retiraron formando un círculo con sus espaldas tocándose y los rostros vueltos hacia el exterior. Después se cogieron de las manos y empezaron a canturrear con los ojos cerrados y las cabezas medio ocultas entre las sombras de sus capuchones.
—¡Fuimos nosotras las que encontramos al que viene de otro mundo, Gethzerion! —gritó Baritha—. ¡Tiene una nave estelar, pero las hermanas de clan se niegan a entregárnoslo!
Han pudo oír una vibración apagada dentro de sus orejas, como si tuviera una mosca zumbando en el interior del cráneo. Sintió que se le erizaba el vello de la nuca, y supo con absoluta seguridad que por muy lejos de allí que se encontrara, aquella mujer llamada Gethzerion había oído la llamada de Baritha y estaba dándole instrucciones.
Han empezó a retroceder alejándose de las Hermanas de la Noche y buscando un refugio, pero Baritha se apartó del círculo y le agarró por los brazos. Sus dedos de piel purpúrea se hundieron en su hombro mordiendo la carne como si fueran garras. Han se retorció e intentó liberarse. Una de las guerreras del clan de la Montaña del Cántico alzó su desintegrador y disparó el arma contra el rostro de Baritha, pero Baritha se limitó a soltar a Han, murmuró una palabra y utilizó su mano para desviar el rayo desintegrador hacia el techo.
Todas las Hermanas de la Noche giraron al unísono y saltaron por las ventanas abiertas, desapareciendo envueltas en el aleteo de sus capas negras. Han sintió que el corazón le daba un vuelco al pensar en todos aquellos cuerpos estrellándose contra las rocas doscientos metros más abajo, pero Baritha permaneció suspendida en el aire durante un momento y se volvió para lanzarles una mirada burlona.
—¡Tendremos sangre! —rugió.
El sonido de su amenaza llenó toda la sala y retumbó en ella con tanta potencia que hasta la mismísima piedra tembló. Después se dejó caer al vacío.
Han corrió hacia la ventana y se asomó por ella. Las Hermanas de la Noche estaban flotando grácilmente hacia el suelo, llegaban a él y se esfumaban como insectos entre el cobijo que les ofrecía la espesura.
Algunas hermanas de clan alargaron la mano hacia sus desintegradores, pero Augwynne las detuvo.
—Dejad que se vayan —dijo en voz baja y suave.
Fue hasta Han y le rozó el hombro mientras contemplaba la sangre que brotaba de su bíceps herido.
—Bien, general Solo, Gethzerion te quiere con vida y deberías considerarte afortunado por ello —dijo—. Bienvenido a Dathomir.
Teneniel Djo estaba observando cómo el hombre de otro mundo capaz de lanzar hechizos luchaba con sus ligaduras. Le había colocado las manos sobre un bloque de madera, y después se las había atado con cuero de whuffa. Los dos estúpidos llegados de otro mundo se debatían cuando creían que no les miraba, y eso la complacía. El apuesto no era más que un hombre común, hermoso pero incapaz de lanzar hechizos. Pero el hechicero..., aquel sí que era una captura muy valiosa.
Los había hecho avanzar a través de las colinas sin preocuparle en lo más mínimo que sus cautivos pudieran tratar de escapar. No había atado a su pequeña máquina, su androide. Oh, sí, Teneniel sabía qué era un androide, aunque nunca había visto uno de cerca. De los tres, era el que menos temía que pudiera escapar. Al igual que sus otros prisioneros, el androide no necesitaba una vigilancia muy atenta.
Teneniel se dedicó a contemplar la espesura que cubría las laderas de las colinas que les rodeaban, deteniéndose con frecuencia para volver la cabeza como si estuviera intentando captar algún sonido que indicara una persecución. Algo la inquietaba, una sensación cosquilleante en su coronilla, una extraña frialdad agazapada dentro de su estómago que lo arañaba lentamente. Murmuró el hechizo de descubrimiento, y sintió cómo las oscuras se agitaban en las llanuras y las montañas. Teneniel llevaba cuatro años viviendo en aquel lugar desolado y salvaje sabiendo que se encontraba demasiado cerca de la prisión imperial, pero nunca había sentido a un número tan grande de Hermanas de la Noche removiéndose al mismo tiempo. Se concentró únicamente en la más próxima. Iba a necesitar toda su energía para impedir que la capturasen.
Llevó a sus cautivos hasta un bosquecillo de árboles no muy altos para poder vigilar los caminos que se extendían ante ellos, y trepó a lo alto de una roca. Las montañas de aquella zona eran prácticamente imposibles de atravesar, y Teneniel no se atrevía a llevar a sus cautivos por los senderos más difíciles. La personamáquina nunca sería capaz de ir por ellos fueran cuales fuesen las circunstancias en que se hiciera el viaje, y los hombres necesitarían tener las manos libres. Teneniel volvió a cantar el hechizo de descubrimiento. Podía sentir la presencia de las Hermanas de la Noche en tres direcciones: una estaba a dos kilómetros al sur, otra a dos kilómetros al oeste, y la tercera a un kilómetro delante de ellos yendo hacia el este. Si ibas hacia el norte, no podías escalar las montañas a menos que conocieras los hechizos de levitación, y Teneniel dudaba que pudiera persuadir a los demás para que permitieran que los hiciera levitar. Estaba tan preocupada que dejó escapar un gemido ahogado.