Read El discípulo de la Fuerza Oscura Online
Authors: Kevin J. Anderson
—Después de la tempestad de arena que lo había expulsado de su hogar, el cachorrito de bantha perdido empezó a vagar de un lado a otro.
—Caminó y caminó y caminó a través del calor del desierto hasta el mediodía, cuando se encontró con un vehículo de las arenas jawa encima de una duna.
—Me he perdido —dijo el cachorrito de bantha—. Ayudadme a encontrar mi rebaño, por favor...
»Pero los pequeños jawas menearon la cabeza, y no hubo manera de convencerles de que le ayudaran.
Los gemelos se inclinaron hacia adelante para ver mejor las imágenes activadas por la voz de Han y las palabras que desfilaban en la pantalla acompañando el cuento. Ya lo habían oído una docena de veces, pero aun así todavía parecían quedar muy desilusionados cuando los jawas se negaban a ayudar al cachorrito.
—El cachorrito siguió caminando y caminando hasta que se encontró con un androide que brillaba muchísimo. El cachorrito llevaba mucho tiempo solo, así que se puso muy contento.
»—Me he perdido —dijo—. Ayúdame a encontrar mi rebaño. por favor...
»No estoy programado para ayudarte —le contestó el androide—. No digas tonterías, ¿entendido?
—El androide siguió caminando con sus sensores clavados en el horizonte sin mirar ni a derecha ni a izquierda, y el cachorrito de bantha no supo qué hacer y le siguió con la mirada hasta que el androide hubo desaparecido.
Leia siguió escuchando a Han, y las aventuras del cachorrito de bantha perdido prosiguieron trayendo consigo el encuentro con un granjero de humedad primero y con un enorme dragón krayt después. Los gemelos se habían quedado totalmente inmóviles y miraban a su padre con los ojos desorbitados por el suspense.
—Te voy a comer... —ronroneó el dragón.
—¡Y de repente se lanzó sobre el cachorrito abriendo sus fauces! El cachorrito de bantha perdido echó a correr.
Jacen y Jaina quedaron encantados cuando el cachorrito de bantha perdido por fin encontró a una tribu del Pueblo de las Arenas que le ayudó a volver con sus padres y con su rebaño. Leia meneó la cabeza, maravillada ante la fascinación de los niños.
Han y Leia dieron un beso de buenas noches a los gemelos después de que Han hubiera terminado el cuento y hubiese desconectado la plataforma que había estado sosteniendo en las manos, y los arroparon antes de salir al pasillo procurando no hacer ningún ruido.
—Desearía que me permitiese embellecer su relato con efectos de sonido, amo Han —dijo Cetrespeó mientras caminaba a su lado—. Resultaría mucho más realista, y los niños lo disfrutarían mucho más.
—Ni lo sueñes —dijo Han—. Conseguirías que tuvieran pesadillas.
—¡Oh! —exclamó Cetrespeó con indignación, y se fue a la zona de la cocina.
Leia sonrió, cogió a Han del brazo y se pegó a él.
—Eres un padre estupendo, Han —dijo, y le besó en la mejilla. Han se puso rojo, pero no rechazó el cumplido.
La superarma pequeña pero infinitamente letal conocida con el nombre de
Triturador de Soles
se puso en órbita alrededor de Yavin, el gigante gaseoso, con el transporte blindado de la Nueva República volando junto a ella.
El joven Kyp Durron estaba sentado en el asiento anatómico de pilotaje y sentía cómo los sofisticados controles del
Triturador de Soles
respondían al más mínimo roce de las yemas de sus dedos. Alzó la mirada hacia el visor segmentado y contempló el planeta envuelto en remolinos anaranjados que se extendía debajo de él, aquel abismo sin fondo que aguardaba la llegada del
Triturador de Soles
para engullirlo por toda la eternidad.
—¿Listo para enviarlo abajo, Kyp? —preguntó la voz de Wedge Antilles, surgiendo de la unidad de comunicaciones acompañada por un chisporroteo de estática—. Una zambullida en línea recta, ¿de acuerdo?
Kyp acarició los controles y sintió un escalofrío de reluctancia. El
Triturador de Soles
era un arma tan perfecta... Su diseño era realmente impecable, y tenía la capacidad de resistir cualquier tipo de ataque sin sufrir ningún daño. Kyp se sentía extrañamente unido a aquella nave en forma de astilla que había permitido que él y Han Solo recuperasen la libertad. Pero también sabía que Qwi Xux tenía razón cuando afirmaba que la tentación de utilizar un poder semejante acabaría corrompiendo a todo aquel que lo tuviera en sus manos. Qwi guardaba aquellos conocimientos en su cabeza, y había jurado no compartirlos nunca con nadie ocurriera lo que ocurriese. Pero la superarma existía y podía ser utilizada, y había que impedir que eso llegara a suceder.
Kyp hizo los últimos ajustes en los vectores de la trayectoria sublumínica.
—Estoy programando los sistemas de navegación de la nave —dijo—. Preparados para el atraque.
Kyp introdujo un conjunto de coordenadas que activarían las toberas de maniobra del
Triturador de Soles
y harían que la pequeña nave descendiese a toda velocidad, trazando una apretada elipse que acabaría sumergiéndola en las turbulencias de nubes y el núcleo de altas presiones que tenían debajo.
—Estamos preparados para la transferencia —dijo Wedge.
—Ya casi he terminado —respondió Kyp.
Bloqueó los controles y acarició por última vez aquel panel tan engañosamente sencillo. Los científicos e ingenieros de la Nueva República no habían sido capaces de comprender la maquinaria que había debajo de él. No sabían cómo desactivar los torpedos de resonancia que provocarían las explosiones de las supernovas. Qwi Xux se había negado a ayudarles... y el
Triturador de Soles
no tardaría en desaparecer para siempre.
El trino musical de la voz de Qwi brotó del canal de comunicaciones interrumpiendo el curso de los pensamientos de Kyp.
—Asegúrate de que todos los sistemas de energía están desconectados y sella el campo de envoltura —dijo.
Kyp movió una hilera de interruptores.
—Ya está.
Oyó el golpe ahogado de un casco entrando en contacto con otro cuando Wedge pegó el transporte blindado al flanco del
Triturador de Soles
.
—Los campos magnéticos están en posición, Kyp —dijo Wedge—. Abre la escotilla y reúnete con nosotros.
—Estoy preparando el cronómetro —dijo Kyp.
Activó el piloto automático, atenuó las luces de la cabina y fue hacia la pequeña escotilla. La abrió y se encontró con los brazos de Wedge. El sonriente general de cabellos oscuros le había estado esperando para ayudarle a entrar en el transporte.
Cerraron y bloquearon la escotilla del
Triturador de Soles
detrás de ellos, y después retiraron la conexión de atraque. Wedge fue hacia el asiento de pilotaje del transporte blindado y se instaló en él, dejándose caer al lado del asiento ocupado por la delgada y frágil silueta de Qwi Xux.
Qwi estaba totalmente inmóvil con el cuerpo rodeado por las tiras de su arnés de seguridad. Su piel azul claro parecía salpicada de manchitas oscuras, y resultaba obvio que se encontraba muy nerviosa y preocupada. Wedge movió la palanca de control de las toberas de maniobra y dio la vuelta al transporte blindado para que pudieran observar el descenso de la superarma. La angulosa silueta cristalina del
Triturador de Soles
se iba alejando rápidamente, aproximándose cada vez más a las fauces gravitacionales de Yavin.
Kyp se había colocado entre Wedge y Qwi, y mantenía los ojos clavados en el visor mientras el
Triturador de Soles
seguía su curso preprogramado. Podía ver el generador del campo de resonancia de forma toroidal colocado en el extremo cóncavo del largo espino que era la superarma.
El
Triturador de Soles
se fue encogiendo hasta convertirse en un puntito que se aproximaba a las caóticas tormentas de Yavin. Kyp dejó escapar un suspiro de alivio al saber que aquella arma nunca podría ser utilizada para destruir ningún sistema estelar.
Qwi permanecía en silencio, con los labios tensos y la vista clavada en el
Triturador de Soles
. Wedge extendió la mano para darle una palmadita en el brazo, y Qwi se sobresaltó.
Kyp seguía con toda su atención concentrada en el
Triturador de Soles
, observando el puntito en que se había transformado. No se atrevía a desviar la mirada porque temía perder de vista a la nave en aquel titánico panorama de nubes anaranjadas.
Vio cómo el puntito entraba en las capas superiores de la atmósfera, siguiendo su curso inalterable hacia el núcleo planetario, y se imaginó al
Triturador de Soles
sumergiéndose más y más en aquella atmósfera tan densa. El calor abrasador generado por la fricción atmosférica crearía ondulaciones y estallidos sónicos a medida que el
Triturador de Soles
fuera bajando con rumbo al núcleo del gigante gaseoso, que era tan duro como el diamante.
—¡Bueno, ahora ya nunca más tendremos que volver a preocuparnos por ese trasto! —dijo Wedge con animación.
El delgado rostro de elfo de Qwi parecía un catálogo de expresiones contradictorias. La investigadora alienígena le miró, y las espesas pestañas de sus ojos color índigo aletearon rápidamente.
—Es mejor así —dijo Kyp, y sus palabras casi sonaron como un balbuceo.
Wedge conectó las toberas de maniobra del transporte blindado y pilotó la nave en un arco que la sacó de la órbita cercana llevándoles hasta los confines del sistema de lunas.
—Qwi y yo tenemos que inspeccionar los trabajos de reparación en Vórtice —dijo—. ¿Sigues queriendo bajar a las junglas de esa luna, Kyp?
Kyp asintió. Se sentía un poco nervioso, pero ardía en deseos de dar comienzo a una nueva fase de su vida.
—Sí —respondió en voz baja, y después respiró hondo—. ¡Sí! —repitió, alzando la voz para demostrar su entusiasmo—: El Maestro Skywalker me está esperando.
Wedge se volvió hacia los controles de la nave, y lanzó el transporte blindado en un vector de aproximación directa hacia el diminuto círculo esmeralda que era la cuarta luna de Yavin.
—Bueno, Kyp... En ese caso, que la Fuerza te acompañe —dijo sonriendo.
Luke Skywalker salió del gran templo massassi seguido por su grupo de estudiantes para contemplar la llegada del transporte y de su nuevo candidato.
Luke ya les había comunicado la llegada de Kyp. Todos habían respondido con un moderado entusiasmo: se alegraban al saber que el grupo de aspirantes iba a verse aumentado con la incorporación del joven, pero el recuerdo de la oscura muerte que había consumido a Gantoris y había calcinado su cuerpo seguía estando presente en las mentes de todos.
Una nave rectangular en cuyo casco se veía el signo azul de la Nueva República iba aproximándose a través de las calinas que llenaban el cielo. Las luces exteriores parpadearon, y los soportes de descenso brotaron de sus receptáculos.
Erredós se colocó a un lado de la pista que se extendía delante del Gran Templo, y Luke fue hacia el punto en el que se disponía a descender la nave. Los chorros de las toberas repulsoras hicieron aletear el capuchón de su túnica y le revolvieron los cabellos. Luke permaneció inmóvil con la mirada clavada en la nave, parpadeando para eliminar las partículas de polvo que le entraban en los ojos hasta que el transporte se hubo posado en el suelo.
La rampa brotó del casco y Wedge Antilles salió de la nave, volviéndose para ayudar a bajar a la investigadora alienígena de piel azulada.
Luke alzó su mano izquierda en un gesto de saludo y concentró su atención en el joven que estaba saliendo del transporte. Kyp Durron era un muchacho de dieciocho años delgado y nervudo, lleno de energía y entusiasmo y endurecido por años de duro trabajo en las minas de especia de Kessel.
Cuando estaba en las minas de especia Kyp había recibido una pequeña iniciación en la Fuerza a través de otra prisionera, una Jedi caída llamada Vima-Da-Boda. Kyp había utilizado de manera instintiva aquellas habilidades para ayudar a Han y Chewbacca a escapar de Kessel y de la Instalación de las Fauces. Después Luke había examinado al joven mediante un detector de potencial Jedi. Y la intensidad de la respuesta de Kyp fue tan grande que Luke había salido despedido hacia el otro extremo de la habitación.
Luke llevaba mucho tiempo esperando que un estudiante como aquél llegara a su academia.
Kyp bajó a la plataforma de descenso. Al principio rehuyó su mirada, pero después se detuvo y alzó la cabeza hacia Luke para mirarle directamente a los ojos. Luke vio en ellos inteligencia, un ingenio agudo y veloz y un temperamento impulsivo que podía estallar con facilidad —todos los instintos de supervivencia resultado de años de lucha—, pero también vio una decisión inquebrantable. Ése era el factor más importante para quien aspirase a convertirse en un Jedi.
—Bienvenido, Kyp Durron —dijo Luke.
—Estoy preparado, Maestro Skywalker —respondió Kyp—. Enséñame los caminos de los Jedi.
Leia permanecía inmóvil delante de la ventana de observación de la estación orbital, y estaba pensando que los astilleros calamarianos parecían todavía más impresionantes de lo que le había inducido a esperar la reputación de la que gozaban.
Las factorías y estructuras utilizadas para la construcción de naves espaciales flotaban muy por encima del planeta moteado de manchas azules. Las plataformas de aprovisionamiento se desplegaban en tres dimensiones, puntuadas por luces rojas, verdes y amarillas cuyo continuo parpadear indicaba la situación de las pistas de descenso y de los hangares de atraque. Pequeñas grúas provistas de impulsores empujaban enormes montículos de plastiacero que habían sido extraídos de los envíos de chatarra y escombros transorbitales procedentes de la única luna del planeta. Después, las gigantescas masas de materias primas serían refinadas y procesadas hasta acabar convirtiéndose en los famosos cruceros estelares de Mon Calamari. Módulos de construcción cuya forma era muy parecida a un cangrejo revoloteaban alrededor de un tremendo hangar de atraque espacial, un enjambre de insectos diminutos recortados contra la silueta colosal de un crucero estelar que estaba a medio construir.
—Discúlpeme, ministra Organa Solo...
Leia se volvió para ver a una calamariana no muy alta vestida con la túnica azul claro del cuerpo de embajadores. Los machos de la raza tenían cabezas bulbosas y llenas de protuberancias, pero la constitución de las hembras era más delicada y el salmón claro de su piel estaba salpicado de manchitas color verde aceituna.