El evangelio según Jesucristo (46 page)

BOOK: El evangelio según Jesucristo
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Ésta es la casa, dijo María de Magdala, pero no tuvo ánimo para llamar ni voz para anunciarse. Jesús empujó un poco la cancela, que sólo estaba entornada, y preguntó, Hay alguien, desde dentro una mujer dijo, Quién llama, su propia respuesta pareció traerla hasta la puerta, allí estaba Marta, la hermana de María, gemelas, pero no iguales, porque sobre ésta hizo la edad mayor estrago, o el trabajo, o el carácter y el modo de ser. Dio primero con los ojos en Jesús, y su rostro, como si de él se hubiera levantado una nube que lo oscureciera, se volvió de súbito luminoso y claro, pero, en seguida, viendo a la hermana, dudó, y se le dibujó en las facciones una expresión de descontento, Quién es él para estar con ella, podía haber pensado, o tal vez, Cómo puede estar con ella, si es lo que parece, pero Marta no sabría decir, si se lo ordenaran, qué era lo que le parecía Jesús. Y seguramente por eso en vez de preguntarle a la hermana, cómo estás, o, A qué has venido aquí, las palabras que dijo fueron, Quién es este hombre que te acompaña. Jesús sonrió, y su sonrisa fue directa al corazón de Marta con la rapidez y el choque de un disparo de flecha y allí se quedó, doliendo, doliendo, como un extraño y desconocido gozo, Me llamo Jesús de Nazaret, dijo, y estoy con tu hermana, palabras éstas que eran, mutatis mutandis, tal como sabrían decir los romanos en su latín, equivalentes a las que gritó a su hermano Tiago cuando se separó de él a la orilla del mar, Se llama María de Magdala y está conmigo. Marta abrió la puerta del todo y dijo, Entrad, estás en tu casa, pero no supo en cuál de los dos estaba pensando. Ya en el patio, María de Magdala sostuvo del brazo a su hermana, y le dijo, Pertenezco a esta casa como tú perteneces, pertenezco a este hombre que no te pertenece a ti, estoy en regla contigo y con él, no hagas de tu virtud pregón ni de mi imperfección sentencia, en paz he venido, y en paz quiero quedarme. Marta dijo, Te recibo como hermana por la sangre, y espero que pueda llegar el día en que te reciba por el amor, pero hoy no, iba a continuar cuando un pensamiento la detuvo, y es que no sabía si el hombre que estaba con la hermana era conocedor o no de la vida que llevó, si es que no la llevaba todavía, y entonces, en este punto del raciocinio, se le cubrió el rostro de rubor y confusión, durante un momento los odió a los dos y se odió a sí misma. Al fin habló Jesús, para que Marta oyese lo que era menester, no es tan difícil adivinar lo que va en el pensamiento de las personas, Dios nos juzga a todos y cada día nos juzgará de manera diferente, según lo que cada día somos, ahora bien, si a ti, Marta, tuviera que juzgarte Dios hoy, no creas que serías, a sus ojos, diferente de María, Explícate mejor, no te entiendo, Y yo no te diré más, guarda mis palabras en tu corazón y repítelas para ti misma cuando mires a tu hermana, María ya no, Quieres saber si aún soy puta, preguntó brutalmente María de Magdala, cortando la reticencia de su hermana.

Marta retrocedió, asintió con las manos cubriéndose el rostro, No, no, no quiero que me lo digas, me bastan las palabras de Jesús, y sin poder contenerse se echó a llorar.

María fue hacia ella, la abrazó como acunándola, Marta decía entre sollozos, qué vida, qué vida, pero no sabía si hablaba de la hermana o de sí misma. Lázaro, dónde está, preguntó María, En la sinagoga, Y de salud, cómo va, Sigue sufriendo aquellos sofocos suyos, salvo eso, no va mal. Le dieron ganas de añadir, en otro asalto de amargura, que la preocupación se había atrasado por el camino, pues, en todos estos años de culpable ausencia, la hermana pródiga, pródiga de tiempo y de cuerpo, pensó Marta con ironía despechada, nunca tuvo el detalle de demandar noticias de la familia, en particular de un hermano cuya débil salud parecía que en cada instante se iba a romper para siempre.

Volviéndose hacia Jesús, que dos pasos atrás observaba con atención el mal disimulado conflicto, Marta dijo, Nuestro hermano copia libros en la sinagoga, no tiene salud para más, y el tono, aunque la intención no fuera ciertamente esa, era el de alguien que nunca podrá comprender cómo es posible vivir sin esta fuerza diligente, sin este continuo trabajo mío, que en todo el santo día no tengo ni un momento de descanso. De qué mal sufre Lázaro, preguntó Jesús, De unos sofocos, como si fuera a parársele el corazón, después se pone pálido, pálido, parece que ahí acaba. Marta hizo una pausa, y añadió, Es más joven que nosotras, lo dijo sin pensar, tal vez porque de pronto reparó en la propia juventud de Jesús, otra vez la confusión entró en su espíritu, un sentimiento de celos tocó su corazón, y el resultado fueron unas palabras que sonaron de modo extraño estando allí presente María de Magdala, que ella, sí, tenía el deber y el derecho de pronunciarlas, Vienes cansado, siéntate y déjame que te lave los pies. Un poco más tarde, María hallándose a solas con Jesús, le dijo medio en serio, medio en broma, Por lo visto y oído, estas hermanas han nacido para enamorarse de ti, y Jesús respondió, El corazón de Marta está lleno de tristeza por no haber vivido, La tristeza de ella no es esa, está triste porque piensa que no hay justicia en el cielo si es la impura quien recibe el premio y la virtuosa tiene el cuerpo vacío, Dios tendrá para ella otras compensaciones, Puede ser, pero Dios, que hizo el mundo, no debería privar de ninguno de los frutos de su obra a las mujeres de las que también fue autor, Conocer hombre, por ejemplo, Sí, como tú conociste mujer, y no debías necesitarlo más, siendo, como eres, hijo de Dios, quien se acuesta contigo no es el hijo de Dios, sino el hijo de José, La verdad es que nunca, desde que te conozco, sentí que estuviera acostada con el hijo de un dios, De Dios, quieres decir, Ojalá no lo fueras.

Por un chiquillo, hijo de unos vecinos, Marta mandó aviso al hermano de que había vuelto María, pero no lo hizo sin haber dudado antes mucho, pues así iba a precipitar la inevitabe y sabrosa noticia de que la prostituta hermana de Lázaro regresó a casa, con lo que la familia volvería a caer en las habladurías de la gente, después de haberlas silenciado durante un tiempo.

Se preguntaba a sí misma con qué cara saldría a la calle al día siguente y, peor todavía, si tendría valor para acompañar a su hermana, obligada a hablar con las vecinas y decirles, es un ejemplo, Te acuerdas de María, mi hermana, pues está aquí, ha vuelto a casa, y la otra, con aire muy redicho, Vaya si me acuerdo, quién no se acuerda, que estas minucias prosaicas no escandalicen a quien con ellas tenga que perder el tiempo, la historia de Dios no es toda divina. Se censuró Marta a sí misma por sus mezquinos pensamientos cuando Lázaro, al llegar, abrazó a María y le dijo muy sencillamente, Bienvenida seas, hermana, como si no le estuviesen doliendo tantos años de ausencia y de callada tristeza, y porque alguna señal de alegre disposición tenía que mostrar ahora, apuntó Marta a Jesús y le dijo al hermano, Éste es Jesús, nuestro cuñado. Los dos hombres se miraron con simpatía y luego se sentaron a charlar, mientras las mujeres, repitiendo gestos y movimientos que fueron comunes en otro tiempo, comenzaron a preparar la cena. Después de haber cenado, salieron Lázaro y Jesús al patio a tomar el fresco de la noche, dentro de la casa se quedaron las dos hermanas resolviendo la importante cuestión de cómo deberían instalar las esteras, teniendo en cuenta la alteración sobrevenida en la composición de la familia, y, al cabo de un momento de silencio, Jesús, viendo las primeras estrellas que surgían en el cielo aún claro, preguntó, Sufres, Lázaro, y Lázaro respondió, con una voz extrañamente tranquila, Sí, sufro, Dejarás de sufrir, dijo Jesús, Seguro, después de muerto, Dejarás de sufrir ahora, No me habías dicho que fueras médico, Hermano, si fuese médico no sabría cómo curarte, Ni puedes curarme, incluso no siéndolo, Estás curado, murmuró Jesús dulcemente, Lázaro sintió que el mal huía de su cuerpo como un agua oscura devorada por el sol, notó que se le fortalecía la respiración y el corazón se le rejuvenecía, y como no podía comprender lo que pasaba, sintió miedo en el alma, qué es esto, preguntó, y su voz sonaba ronca de angustia, Quién eres tú, Médico no soy, sonrió Jesús, En nombre de Dios, dime quién eres, No pronuncies el nombre de Dios en vano, Qué debo entender, Llama a María, ella te lo dirá. No fue necesario, atraídas por el repentino volumen de las voces, Marta y María aparecieron en la puerta, andarían los dos hombres en altercado, pero luego vieron que no, el patio estaba todo azul, el aire, queremos decir, y Lázaro, trémulo, indicaba a Jesús, Quién es éste, preguntaba, que con tocarme la mano y decirme Estás curado, me curó. Marta se acercó al hermano con intención de tranquilizarlo, cómo era posible que estuviera curado si temblaba de aquel modo, pero Lázaro la mantuvo alejada, y dijo, Habla tú, María, que lo has traído, quién es, Sin moverse del umbral de la puerta donde se quedó, María de Magdala dijo simplemente, Es Jesús de Nazaret, hijo de Dios. Incluso siendo estos lugares, desde el principio del mundo tan regularmente favorecidos por revelaciones proféticas y anuncios apocalípticos, lo más natural hubiera sido que Lázaro y Marta manifestaran una perentoria incredulidad, porque una cosa es que uno se sienta súbitamente curado por obvio efecto de milagro, y otra es que te vengan a decir que el hombre que tocó tu mano y te liberó del mal es el propio hijo de Dios. Pero pueden mucho la fe y el amor, es más, hay quien afirma que no precisan andar juntos para poderlo todo, el caso es que Marta se lanzó, llorando, a los brazos de Jesús y luego, asustada por aquella osadía, se dejó caer en el suelo, donde se quedó, y sólo sabía murmurar, con el rostro transfigurado, Te lavé los pies, te lavé los pies. Lázaro no se movía, el asombro lo había paralizado, podemos incluso suponer que si no lo fulminó la súbita revelación fue porque un acto oportuno de amor, un minuto antes, le puso un corazón nuevo en lugar del corazón viejo. Sonriendo, Jesús lo abrazó y dijo, No te sorprenda ver que el hijo de Dios es un hijo de hombre, verdaderamente Dios no tenía más opción, como los hombres que escogen a sus mujeres y las mujeres que escogen a sus hombres. Las últimas palabras iban destinadas a María de Magdala, que las tomaría por el lado bueno, pero no reparó Jesús en que estas palabras servirían para aumentar el sufrimiento de Marta y la desesperación de su soledad, ésta es la diferencia que hay entre Dios y un hijo suyo, Dios lo haría adrede, lo hizo el hijo sólo por humanísima torpeza. En fin, la alegría hoy es grande en esta casa, mañana volverá Marta a sufrir y a suspirar, pero un alivio puede ya tener seguro, nadie va a tener el atrevimiento de comentar por las calles, plazas y mercados de Betania la vida disoluta de la hermana cuando se sepa, y la propia Marta se ocupará de esto, que el hombre que vino con ella curó a Lázaro de su mal sin poción ni tisana. Estaban en casa, recogidos y disfrutando de la hora, cuando Lázaro dijo, De tiempo en tiempo nos llegaban noticias de que un hombre de Galilea andaba haciendo milagros, pero no decían que fuese hijo de Dios, Unas noticias andan más deprisa que las otras, dijo Jesús, Eres tú ese hombre, Tú lo has dicho. Entonces Jesús contó su vida desde el principio, pero no toda ella, de Pastor, nada, de Dios dijo sólo que se le apareció para decirle, Eres mi hijo. Si no fuese por aquella primera noticia de unos lejanos milagros, convertidos en verdades puras por la palpable evidencia de éste, si no fuese por el poder de la fe, si no fuese por el amor y sus poderes, seguro que habría sido muy difícil a Jesús, sólo con una frase lacónica, aunque puesta en boca del mismo Dios, convencer a Lázaro y a Marta de que el hombre que dentro de un rato iba a acostarse con su hermana estaba hecho de espíritu divino, si con su humana carne se aproximaba a ella, que a tantos hombres había conocido sin temor de Dios. Perdonemos a Marta el orgullo que la llevó a decir, muy bajo, con la cabeza tapada por el cobertor para no ver ni oír, Yo sería más digna.

A la mañana siguiente, la noticia corrió velocísima, toda Betania fue un loar y dar gracias al Señor, e incluso los que, pocos, empezaron a dudar del caso, creyendo que la aldea era demasiado pequeña para que en ella pudieran ocurrir grandes cosas, esos no tuvieron más remedio que rendirse, a la vista del milagro que benefició a Lázaro, de quien no podrá decirse que de ahora en adelante venderá salud, porque era de corazón tan generoso que la daría, si pudiese. Ya a la puerta de la casa se juntaban curiosos que querían ver, con sus propios y en consecuencia no mentirosos ojos, al autor del hecho celebrado y, pudiendo ser, para final y definitiva certeza, ponerle la mano encima. También, unos por su pie, otros traídos en angarillas o a las espaldas de parientes, vinieron los enfermos a la cura, hasta el punto de que era imposible dar un paso en la estrecha callejuela donde vivían Lázaro y las hermanas. Sabedor que fue del caso, mandó Jesús avisar que hablaría a todos en la plaza mayor de la aldea, que fueran andando, que ya iba él. Ora bien, quien tiene un pájaro en la mano no será tan loco que lo suelte, antes le hará con los dedos jaula más segura. Por causa de esta prudencia o desconfianza, nadie se alejó de allí, y Jesús tuvo que mostrarse y salir como uno más, igual que nosotros apareciendo en el vano de una puerta, sin música ni resplandor, sin que temblara la tierra o los cielos se moviesen de un lado a otro, Aquí estoy, dijo, intentando hablar en tono natural, pero, suponiendo que lo consiguiera, eran de aquellas palabras, por sí solas, salidas de quien salían, capaces de poner de rodillas en el suelo a la aldea entera, clamando piedad, Sálvanos, gritaban estos, Cúrame, imploraban aquéllos.

Jesús curó a uno que por ser mudo nada podía pedir, y a los otros los mandó a sus casas porque no tenían fe bastante, y que volvieran otro día, aunque primero debían arrepentirse de sus pecados, pues el reino de Dios estaba cerca y el tiempo a punto de completarse, doctrina ya conocida. Eres tú el hijo de Dios, le preguntaron, y Jesús respondió del modo enigmático que solía, Si no lo fuera, antes Dios te volvería mudo que consentir que me lo preguntases.

Con estos señalados actos se inició la estancia de Jesús en Betania, mientras llegaba el día del encuentro acordado con los discípulos que por distantes parajes andaban.

Claro es que no tardó en llegar gente de las ciudades y aldeas de alrededor, conocida que fue la noticia de que el hombre que hacía milagros en el norte estaba ahora en Betania. No necesitaba Jesús salir de casa de Lázaro porque todos acudían a ella como lugar de peregrinación, pero Jesús no los recibía, les mandaba que se reuniesen en un monte fuera de la aldea y allí iba él a predicarles el arrepentimiento y hacer algunas curas. Tanto se habló y dijo que las voces llegaron a Jerusalén, haciendo que se engrosaran las multitudes y Jesús se interrogase sobre si debía seguir allí, con riesgo de motines que siempre nacen de ajuntamientos excesivos. De Jerusalén llegó, primero, al rumor de una esperanza de salvación y cura, el pueblo menudo, pero pronto empezaron a llegar también gentes de clases que están por encima, e incluso unos cuantos fariseos y escribas que se negaban a creer que alguien, en su juicio, tuviera el atrevimiento, por así decir suicida, de llamarse con todas las letras Hijo de Dios.

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