Read El fin del Mundo y un despiadado País de las Maravillas Online
Authors: Haruki Murakami
Tags: #Novela
—Hum... —Tal vez tuviese razón. Aparte de estar cansado, la larga serie de sucesos inverosímiles que me habían ocurrido en los dos últimos días me habían provocado cierto nerviosismo. Si a ello le sumamos la visión de aquel apetito, que no era desacertado calificar de violento y brutal, no era de extrañar que sufriera una impotencia transitoria. Era plausible.
Pero tenía la sensación de que la raíz del problema era un poco más profunda. Debía de haber algo más. En el pasado, había habido ocasiones en que había estado tan cansado y tan nervioso como entonces, y sin embargo había hecho gala de una potencia sexual satisfactoria. Tal vez se debiera a alguna particularidad de la chica.
Particularidad.
Dilatación gástrica, pelo largo, bibliotecaria...
—Ven, pon la oreja sobre mi estómago —dijo ella. Y retiró la manta hasta sus pies.
Su cuerpo era hermoso y suave. Esbelto, sin un gramo de grasa superflua. Los pechos tenían el tamaño justo. Tal como me decía, apliqué la oreja al espacio, liso como un papel de dibujo, que se extendía entre los senos y el ombligo. Parecía un milagro que, tras atiborrarse de aquella forma, su barriga no estuviese hinchada en absoluto. Era como si, engullido por su gran apetito, todo hubiera desaparecido bajo el abrigo de Harpo Marx. La piel era fina, suave, cálida.
—¿Oyes algo? —me preguntó.
Conteniendo el aliento, agucé el oído. Aparte del lento latido del corazón, no se oía nada. Me dio la sensación de que estaba tumbado en un silencioso bosque y que oía, a lo lejos, el ruido del hacha del leñador.
—No oigo nada —le dije.
—¿No se oye el estómago? ¿No se oye cómo hace la digestión?
—No entiendo mucho del tema, pero diría que no hace ruido. Los jugos gástricos van disolviendo la comida y nada más. Aunque se produzcan algunos movimientos peristálticos, no creo que se oiga nada.
—Pues yo siento cómo mi estómago trabaja con todas sus fuerzas. Va, escucha otra vez.
Permanecí en la misma postura, prestando atención, mientras contemplaba, con mirada distraída, su vientre y el pubis cubierto de vello que se alzaba, abombado, al final. Pero no oí ruido alguno de actividad gástrica. Sólo se percibía, más allá, el latido del corazón. Me vino a la mente una escena de
Duelo en el Atlántico.
Bajo el punto donde yo aplicaba el oído, su estómago gigantesco llevaba a cabo la digestión en silencio, igual que el submarino en el que navegaba Curd Jürgens.
Al final, me aparté, me recosté en la cabecera y le pasé un brazo alrededor de los hombros. Me llegó el olor de su pelo.
—¿Tienes agua tónica? —me preguntó.
—En la nevera —le dije.
—Me gustaría tomarme un vodka con tónica, ¿puedo?
—Claro.
—¿Tú también tomarás algo?
—Lo mismo que tú.
Ella se levantó desnuda de la cama y, mientras estaba en la cocina preparando los dos vodka con tónica, coloqué sobre el plato el disco de Johnny Mathis que contiene
Teach Me Tonight,
volví a la cama y empecé a canturrear en voz baja. Yo, mi pene fláccido y Johnny Mathis.
—El cielo es una gran tabla negra... —cantaba yo cuando volvió ella con los dos vasos utilizando los libros sobre unicornios a modo de bandeja. Nos tomamos el vodka con tónica a sorbitos mientras escuchábamos el disco de Johnny Mathis.
—¿Cuántos años tienes? —me preguntó.
—Treinta y cinco —contesté. La información clara y concisa es una de las cosas más recomendables de este mundo—. Me divorcié hace tiempo y ahora estoy solo. No tengo hijos. Tampoco novia.
—Yo tengo veintinueve. Dentro de cinco meses cumpliré los treinta.
La miré de nuevo a la cara. No los aparentaba. A lo sumo, veintidós o veintitrés. Tenía el trasero empinado, ni una arruga. Me dije que estaba perdiendo rápidamente la facultad de adivinar la edad de las mujeres.
—Parezco más joven, pero tengo veintinueve —insistió—. Por cierto, ¿tú no serás jugador de béisbol o algo por el estilo?
De la sorpresa, estuve a punto de tirarme por encima del pecho el vodka con tónica.
—¡¿Qué?! Hace más de quince años que no juego al béisbol. ¿Cómo se te ha ocurrido eso?
—Es que tengo la sensación de haber visto tu cara por la tele. Y lo único que veo son los partidos de béisbol y las noticias. Entonces, quizá te haya visto en las noticias.
—Tampoco he salido en las noticias.
—¿Y en un anuncio?
—Tampoco.
—Pues debe de ser alguien que se parece mucho a ti... Es que, ¿sabes?, no tienes pinta de informático —dijo ella—. Y, claro, con todas esas historias de la evolución, de los unicornios, y con una navaja en el bolsillo...
Ella señaló mis pantalones tirados por el suelo. En efecto: la navaja asomaba por el bolsillo trasero del pantalón.
—Estoy procesando datos relacionados con la biología, en concreto con la biotecnología, y entran en juego intereses empresariales. Toda precaución es poca. Ya sabes cómo está últimamente el asunto de la piratería de datos...
—Hum... —musitó con expresión de incredulidad.
—También tú trabajas con ordenadores y, sin embargo, no tienes pinta de informática —dije.
Ella se golpeó los incisivos con la punta de las uñas.
—En mi caso, se trata sólo de tareas administrativas. Introduzco los títulos de los libros clasificados por materias, los busco para las consultas, compruebo la disponibilidad de los libros, esas cosas. También puedo hacer cálculos, claro. Cuando salí de la universidad, fui durante dos años a una escuela de informática para aprender a manejar un ordenador.
—¿Qué ordenador utilizas en la biblioteca?
Me lo dijo. Era un último modelo de gama intermedia de ordenadores para oficina, mejor de lo que parecía a primera vista. Usado debidamente, podía realizar cálculos bastante complejos. Yo lo había utilizado una sola vez.
Mientras permanecía con los ojos cerrados pensando en aquel ordenador, ella fue a preparar otros dos vodkas con tónica y los trajo a la cama. Recostados en la cabecera, bebimos a sorbos nuestras respectivas bebidas. Cuando se acabó el disco, la aguja del sistema automático volvió a posarse sobre el comienzo del disco de Johnny Mathis. Y yo volví a canturrear: «El cielo es una gran tabla negra...».
—Oye, ¿crees que hacemos buena pareja, tú y yo? —me preguntó. El culo de su vaso de vodka con tónica rozaba de vez en cuando mi costado, provocándome escalofríos.
—¿Buena pareja? —repetí.
—Sí. Tú tienes treinta y cinco años, yo veintinueve. ¿No te parece que estamos en la edad justa?
—¿La edad justa? —repetí. Al parecer, se me habían contagiado sus maneras, al estilo loro.
—A estas edades, podemos entendernos a las mil maravillas, los dos estamos solteros, nos llevamos bien. Además, yo no interferiría en tu vida, puedo apañármelas muy bien sola. ¿Te resulto desagradable?
—Claro que no —dije—. Tú tienes dilatación gástrica y yo impotencia. Sí, tal vez hagamos buena pareja.
Riendo, alargó la mano y tomó con suavidad mi pene fláccido. Era la mano que había sostenido el vaso de vodka con tónica: estaba tan fría que casi di un brinco.
—Lo tuyo se arregla enseguida —me susurró al oído—. Ya te curaré yo. Pero eso puede esperar. Mi vida gira más alrededor de la comida que del sexo, así que a mí ya me va bien así. El sexo, para mí, es como un buen postre. Si lo hay, tanto mejor, pero si no lo hay, tampoco pasa nada. Mientras lo demás valga la pena, claro.
—¿Un buen postre? —repetí de nuevo.
—Un buen postre —repitió ella a su vez—. Pero esto ya te lo explicaré en otra ocasión. Antes tenemos que hablar de los unicornios. A fin de cuentas, para eso me has pedido que viniera, ¿no?
Asentí, tomé los vasos vacíos y los dejé en el suelo. Ella soltó mi pene y cogió los dos tomos que descansaban en la mesilla de la cama. Uno era
Arqueología animal,
de Burtland Cooper, y el otro
El libro de los seres imaginarios,
de Jorge Luis Borges.
—Los he hojeado antes de venir. En resumen, éste —dijo cogiendo
El libro de los seres imaginarios
— los considera seres fantásticos, como el dragón o la sirena, y este otro —dijo cogiendo
Arqueología animal—
parte de la premisa de que no puede descartarse que hayan existido alguna vez y aborda el tema desde un punto de vista científico. Por desgracia, ni en uno ni en otro hay muchas descripciones de unicornios. Sorprende que haya muchas menos que de dragones o de gnomos, por ejemplo. Quizá sea porque los unicornios llevaban una existencia mucho más solitaria. Vaya, al menos eso me parece a mí. Lo siento, pero esto es todo lo que tenemos en la biblioteca.
—Es suficiente. Con una sinopsis me basta. Gracias.
Ella me tendió los dos volúmenes.
—¿Te importaría leerme los puntos más importantes? —le dije—. Escuchándote, me será más fácil captar las ideas generales.
Asintió, cogió en primer lugar
El libro de los seres imaginarios
y lo abrió por la primera página.
—«Ignoramos el sentido del dragón como ignoramos el sentido del universo» —leyó ella—. Esto está en el prólogo.
—¡Ah, ya! —dije.
Después abrió el libro por una página situada hacia el final del volumen, donde había introducido un punto de lectura.
—Ante todo he de comentarte que hay dos tipos de unicornio. El primero pertenece a Europa occidental y surgió en un rincón de Grecia. El otro es el unicornio chino. Entre ambos hay grandes diferencias, tanto formales como en lo que respecta a la concepción que la gente tenía de ellos. El unicornio griego y latino, por ejemplo, es, como transcribe Borges, "semejante por el cuerpo al caballo, por la cabeza al ciervo, por las patas al elefante, por la cola al jabalí. Su mugido es grave; un largo y negro cuerno se eleva en medio de su frente. Se niega a ser apresado vivo".
»En cambio, el unicornio chino presenta otras características:
«"Tiene cuerpo de ciervo", cuenta Borges, "cola de buey y cascos de caballo. El cuerno que le crece en la frente está hecho de carne; el pelaje del lomo es de cinco colores entreverados; el del vientre es pardo o amarillo". Son bastante diferentes, ¿verdad?
—Pues sí —dije.
—Y no sólo en la forma. Los unicornios orientales y los occidentales presentan también grandes diferencias en cuanto a su carácter y a su significado. Los occidentales lo consideraban un animal agresivo y feroz. Piensa que tenía un cuerno de casi un metro de largo. Según Leonardo da Vinci, únicamente hay un modo de capturar a un unicornio y es aprovechándose de su sensualidad. Al ponerle una doncella delante, el deseo sexual lo domina, olvida su fiereza y apoya la cabeza en el regazo de la muchacha: entonces se lo puede capturar. Supongo que comprendes el significado del cuerno, ¿no?
—Yo diría que sí.
—Por el contrario, el unicornio chino es un animal sagrado y de buen agüero. Junto con el dragón, el fénix y la tortuga, forma parte de los cuatro animales emblemáticos de la mitología china y es el primero de los animales cuadrúpedos de la Tierra. Es extremadamente plácido. Cuando camina, va con precaución para no pisar a ningún animal pequeño y se alimenta no de pasto verde, vivo, sino de hierba seca. Alcanza los mil años de vida y la aparición de un unicornio augura el nacimiento de un rey virtuoso. La madre de Confucio, por ejemplo, vio un unicornio cuando estaba encinta.
«"Setenta años después", explica Borges, "unos cazadores mataron un
K'i-lin
que aún guardaba en el cuerno un trozo de cinta que la madre de Confucio le ató. Confucio lo fue a ver y lloró porque sintió lo que presagiaba la muerte de ese inocente y misterioso animal y porque en la cinta estaba el pasado."»¿Qué te parece? Interesante, ¿no? En el siglo XIII aún se encuentran unicornios en la historia de China. La avanzada de caballería que envió Gengis Khan cuando proyectaba invadir la India se encontró en medio del desierto con un extraño animal que tenía un cuerno en medio de la frente, el pelaje de color verde, se parecía a un ciervo y hablaba el idioma de los seres humanos. Les dijo: "Ya es hora de que vuelva a su tierra vuestro señor".
»Un ministro chino de Gengis Khan que fue consultado al respecto le explicó que aquel animal era una variedad de
K'i-lin.
Le dijo que a lo largo de cuatro inviernos los ejércitos habían combatido en las tierras occidentales. Y el Cielo, que aborrecía el derramamiento de sangre, les enviaba ese aviso. Y el emperador renunció a sus planes bélicos.
»Es curioso lo distintos que son los unicornios orientales y los occidentales. En Oriente, el unicornio simboliza la paz y la tranquilidad; en Occidente, la agresividad y la lujuria. Pero ambos son animales mitológicos y, justamente por este motivo, se les puede conferir diversos sentidos.
—¿Y en la realidad no existen animales con un solo cuerno?
—En los cetáceos hay una ballena, el narval, pero, hablando con propiedad, no tiene cuerno, sino un colmillo de la mandíbula superior que le crece hacia fuera. Este cuerno mide unos dos metros y medio de largo, es recto y retorcido como un taladro. Pero este animal pertenece a una especie acuática muy singular que los hombres del Medievo tenían poquísimas ocasiones de ver. Y, por lo que respecta a los mamíferos, entre las especies que aparecieron en el Mioceno y que fueron extinguiéndose después, sí se encuentran algunos animales parecidos al unicornio. Por ejemplo...
Tras pronunciar estas palabras, cogió
Arqueología animal
y abrió el libro en un punto a dos terceras partes del inicio.
—Aquí tienes dos rumiantes que se cree que vivieron en el Mioceno, hace unos veinte millones de años, en el norte del continente americano. El de la derecha es un
Synthetoceras,
y el de la izquierda, un
Cranioceras.
Ambos eran tricornes, pero es evidente que uno de los tres cuernos era independiente.
Tomé el libro y miré las ilustraciones. El
Synthetoceras
parecía la síntesis de un caballo pequeño y un ciervo; en la frente tenía dos cuernos parecidos a los de una vaca y, en el morro, un largo cuerno bífido en forma de Y. El
Cranioceras
tenía la cara más redonda y, en la frente, lucía una cornamenta parecida a la del ciervo. Tenía, además, en lo alto de la cabeza, un cuerno curvado hacia atrás. Ambos animales ofrecían un aspecto de lo más grotesco.
—Pero casi todos los animales con un número impar de cuernos se han extinguido —dijo ella tomando el libro de mis manos—. Si nos limitamos a los mamíferos, pocos cuentan con un solo cuerno o con un número impar de ellos, y, dentro del proceso evolutivo, son especímenes anómalos o, dicho de otro modo, huérfanos de la evolución. Y si no nos circunscribimos a los mamíferos y pensamos, por ejemplo, en los dinosaurios, sí había especímenes de gran tamaño con tres cuernos, pero eran excepciones. Esto se debe a que el cuerno es un arma con un alto grado de focalización. Lo entenderás si lo comparas con un tenedor. Al tener tres puntas, aumenta la resistencia de la superficie y es más difícil clavarlo. Además, en caso de acometer un objeto duro, desde el punto de vista de la dinámica, las probabilidades de clavarse con éxito en el cuerpo del contrincante son mayores con un solo cuerno que con tres.