El Guardiamarina Bolitho (33 page)

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Authors: Alexander Kent

Tags: #Histórico

BOOK: El Guardiamarina Bolitho
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Por tanto, a pesar de los sacrificios, carecían de prueba alguna. Aparte de la acusación a voz en grito de un hombre agonizante, no tenían nada. Ni material robado, ni mosquetes, ni brandy, ni nada de nada. Por supuesto que en el caserío quedaban rastros de la actividad de los bandidos: huellas de pezuñas de caballos, surcos de ruedas, señales y restos de barricas y cajas pesadas cuyo traslado había sido hecho a toda prisa. La lluvia se ocuparía de borrar pronto esas marcas, que en cualquier caso no constituían una evidencia.

—Mañana es Navidad, Dick —musitó Dancer—. Temo que no sean las fiestas más alegres de mi vida.

Bolitho le miró con gesto de amistad. Dancer sería quien con más facilidad se libraría de las investigaciones de un tribunal; una corta declaración bastaría. Tanto su posición como las influencias de su padre en la City de Londres le iban a facilitar el caso. Y, sin embargo, el chico se sentía tan vulnerable como la familia Bolitho, responsable del lío en que se hallaba metido.

El segundo contramaestre, jefe de la guardia, gritó:

—¡El bote del capitán acaba de zarpar del muelle, señor!

—Muy bien. Forme la guardia a estribor. Listos para darle la bienvenida.

Quién sabe si es la última vez que una dotación recibe a Hugh Bolitho con honores de comandante, aquí o en cualquier otro lugar, meditó Bolitho. Su hermano escaló la borda y, ya en cubierta, alzó la mano hacia su sombrero en dirección a la guardia.

—Formen a todo el mundo e icen los botes —ordenó.

Miró de soslayo el gallardete que ondeaba en la perilla del mástil.

—Quiero hacerme a la mar dentro de una hora. —Miró por primera vez a los dos guardiamarinas y añadió con amargura—: Qué alivio marcharse por fin de este rincón. No me siento a gusto ni en casa.

El estómago de Bolitho notó un nuevo pinchazo. Así que ya no había ninguna esperanza, ni un milagro de última hora.

Mientras Dancer acompañaba hacia proa al segundo contramaestre, Hugh Bolitho habló con tono algo más calmado:

—Tengo órdenes de proceder desde aquí hasta Plymouth. Allí me esperan los oficiales de mi dotación, los que dejé a bordo del buque apresado. En cuanto regresen a bordo, ya no te necesitaré como segundo mío en funciones.

—¿Se han tenido noticias de sir Henry Vyvyan?

Su hermano se encogió de hombros antes de responder:

—El propio De Crespigny cayó en su trampa, como nosotros mismos. ¿Te acuerdas del transporte de lingotes de oro que los dragones tuvieron que escoltar durante la noche de la emboscada? ¿Y de lo misteriosas que eran las órdenes para tal misión? Finalmente se ha descubierto que el oro era propiedad de Vyvyan. O sea: mientras los forajidos pagados por él pasaban a cuchillo a nuestros pobres marineros y carabineros, el botín de las fechorías de Vyvyan era cargado en un velero de transporte en el puerto de Looe. ¡Y el transporte lo protegían los mismos soldados que se suponía debían ir tras él!

Hugh se volvió y le miró frente a frente; su cara parecía de pronto envejecida.

—Se ha escapado hacia Francia, donde probablemente comprará más armas para sus guerras privadas.

Yo tendré que dar la cara y aceptar las consecuencias. He sido un tonto. He creído saber más de lo que sé en realidad. ¡Ese hombre me ganó todas las partidas, una a una, sin que yo me diese cuenta!

—¿Es seguro que sir Vyvyan se halla a bordo de la embarcación? —Bolitho preguntaba, tratando de imaginarse al hombre en su barco.

Eso significaba un triunfo final para Vyvyan, hombre que antes de retirarse en Cornualles había llevado una vida azarosa, aunque con muchas recompensas. Probablemente, en cuanto el asunto fuese olvidado, Vyvyan volvería al país con toda tranquilidad. Costaba creer que las autoridades se atreviesen de nuevo a molestarle.

Hugh Bolitho asintió con la cabeza.

—Sí. La nave se llama
Virago
y es un dos mástiles aparejado en
sloop
, nuevo, muy rápido. Por lo que sé, Vyvyan lo compró hace un año o algo más.

Se apartó bajo la continua lluvia que caía y rebotaba sobre sus ropas.

—Vete a saber dónde se halla ahora. Las órdenes que recibí de mis superiores sugerían que un buque de Su Majestad quizá debería investigar, pero no decían nada más.

Hugh Bolitho dio una palmada con sus manos, subrayando el final de lo que decía:

—Por lo que me han dicho, navegando a vela y con este tiempo, el
Virago
es capaz de dejar atrás a cualquier embarcación de la zona.

Los zapatazos del señor Gloag resonaron sobre cubierta. El hombre apareció masticando unos restos de buey salado.

—¿Señor?

—Nos hacemos a la mar, señor Gloag. Hacia Plymouth.

Se comprendía que Hugh tuviera ganas de marcharse. Era capaz de enfrentarse a un enemigo peligroso; tampoco le daba miedo enfrentarse en duelo y afrontar las heridas y las consecuencias que de ello se derivaban. Pero no podía luchar contra el fracaso, la burla y la falta de respeto.

Bolitho observó el gotear de los cascos de los botes, colgados de los pescantes, y la ropa de los marineros que los manipulaban bajo la lluvia.

Rumbo a Plymouth, para prepararse a comparecer ante un tribunal militar. Vaya forma de acabar el año.

Pensó en lo cerca que tuvieron el triunfo; en el cinismo de Vyvyan al planificar tantas muertes y el saqueo de los buques naufragados. También recordó la cara de Dancer cuando, ayudado por dos soldados, regresó a la casa familiar. Y las contusiones que mostraba su espalda. La amenaza de sus captores de dejarle ciego. Desde el principio su hermano y él se perdieron la verdadera trama del asunto. Ahora, con la suerte echada, seguían prácticamente a ciegas.

—Bajo a la cámara —dijo su hermano—. Avísenme en cuanto tengamos el ancla a pique.

Bolitho le detuvo cuando sólo su cabeza sobresalía por la escotilla.

—¿Qué ocurre?

—Pensaba que algunos éxitos sí hemos logrado —dijo lentamente—, y que tenemos algunas certezas.

Vio que la expresión de su hermano se suavizaba y explicó con prisa:

—No, no estoy intentando consolar a nadie. Pero imagínate que se equivocaran. Me refiero a De Crespigny y al almirante, a todos ellos.

Hugh Bolitho ascendió los peldaños de la escala que había ya recorrido, con la mirada fija en él.

—Continúa.

—Quizá hayamos sobrestimado la perfección de los planes de sir Henry Vyvyan. Puede que ya planease huir de Inglaterra. —Una luz de esperanza se abrió en la expresión de su hermano—. En tal caso, no pondría rumbo a Francia.

Hugh Bolitho saltó a cubierta y, alcanzando la borda, dirigió su mirada hacia el puerto oscuro, las turbulentas crestas de las olas y los puntos de luz que brillaban entre los techos de la población.

—¿Hacia América?

Agarró con fuerza el hombro de su hermano, que dio un respingo de dolor.

—Dios Santo, tienes razón. Podría ser que el
Virago
navegase ahora mismo por el canal. Ningún obstáculo se opone entre él y el océano Atlántico, excepto… —abarcó con su mirada la manguda cubierta del barco bajo su mando—… excepto mi
Avenger
.

Bolitho comenzó a arrepentirse de haber empezado la conversación. ¿No sería albergar falsas esperanzas? ¿Otra estupidez añadida a las ya cometidas, destinada a agotar la paciencia del almirante y engrosar la lista de cargos del tribunal militar?

Gloag les observaba con preocupación.

—Ahí fuera está soplando fuerte, señor. Y aunque amaine la lluvia, habrá poca visibilidad.

—¿Qué está sugiriendo, señor Gloag? ¿Que abandone la partida? ¿Que admita el fracaso?

Gloag se inclinó hacia adelante. Ya había dicho lo que pensaba, con eso cumplía.

—Mejor correr tras ese bandido, señor. Cazarlo y traerlo para que lo ahorquen.

Una voz que venía del castillo de proa terminó de disipar las dudas:

—¡El ancla está a pique, señor!

Hugh Bolitho se mordió los labios, calibrando las posibilidades, y pasó revista con la mirada: el atento timonel, las gentes listas en brazas y drizas, su hermano, Gloag, Pyke y el resto.

Hizo un gesto decidido.

—Adelante, señor Gloag. Hagámonos a la vela. Navegaremos barajando la costa tan cerca como sea prudente.

Dancer miró a Bolitho y le dirigió una mueca de resignación. La Navidad era ya un sueño olvidado.

Bolitho se agarró para no caer en la nueva embestida de la proa del
Avenger
, y aprovechó el respiro que seguía para desplazarse a observar la aguja del compás. El barco avanzaba contra una mar formada levantando su casco ante cada cresta y amorrándose luego hacia el seno que la seguía. Llevaban ya doce horas de agotador zarandeo, aunque ese tiempo parecía mucho más largo.

—Oeste—Noroeste, señor —dijo rutinariamente uno de los timoneles. Al igual que sus compañeros, estaba cansado y mostraba poco ánimo.

Repicaron siete campanas en el castillo de proa. Bolitho se desplazó a la borda de barlovento en busca de un punto de agarre, esperando la siguiente embestida del casco. Faltaba media hora para el mediodía del 25 de diciembre, día de Navidad. Pero aquella jornada significaba mucho más que eso para su hermano, acaso para todos los de a bordo.

Quizá estaban cometiendo una locura. Aquella expedición parecía un intento desesperado de ganar una partida ya perdida. No habían avistado ni un barco, ya fuese mercante o de pesca. No era extraño eso en aquellas fechas, reflexionó con amargura Bolitho.

Oteó a través de la lluvia, sintiendo la protesta de su estómago, que se revelaba contra la ración de ron que se había repartido a la dotación del barco. El continuo laboreo de las velas y el zarandeo, obligado por los continuos cambios de bordo, no dejaban oportunidad para poner en marcha las cocinas y dar alimentos calientes a la gente. Bolitho juró no volver a tomar ron en su vida, si podía evitarlo.

Gloag acertó con su predicción sobre el tiempo. Nunca fallaba. La lluvia, que no había dejado de caer, se metía por todas partes y cortaba con sus agujas heladas la piel de las manos y la cara. Su fuerza había disminuido, trayendo la niebla prometida por Gloag y creando una cortina grisácea que unía el cielo y el mar en una única masa borrosa.

Bolitho imaginó a su madre ocupada en las preparaciones de la fiesta de Navidad. Recibía visitas de granjeros y propietarios de toda la región. La ausencia de Vyvyan sería muy notoria. Todos espiarían el semblante de Harriet Bolitho en medio de silenciosas preguntas y conjeturas.

Se incorporó al oír que su hermano regresaba a cubierta. Desde que zarparon de Falmouth, el comandante no aguantaba más de media hora seguida de descanso en la cámara.

Bolitho se tocó el borde del sombrero manchado de sal.

—Sin novedad, señor. Se mantiene el viento de componente sur.

La brisa se abrió hacia el sur durante la noche y ahora alcanzaba la enorme vela mayor del
Avenger
por el través. Su fuerza tumbaba el casco, que avanzaba con los imbornales de sotavento dentro del agua.

La forma desgarbada de Gloag se destacó desde el lado opuesto:

—Señor, si refresca aún más la brisa, o si rola, habría que pensar en virar de bordo.

Hablaba con cautela, temeroso de aumentar las preocupaciones que acosaban a su comandante, responsable, al fin y al cabo, de toda la dotación.

Richard Bolitho, viendo la cara enrojecida de su hermano, adivinó la lucha que en su ánimo libraban la duda y la testarudez. El cúter se hallaba a unas diez millas al sur del temido cabo del Lizard y, como decía Gloag, la llegada de una tempestad más violenta podía colocarles en posición desfavorable contra la costa. Había que calcular con precisión el momento de la virada.

Hugh Bolitho cruzó hacia la borda de barlovento y hundió su mirada en la cortina de lluvia.

—Malditos sean —musitó para sí—, esta vez me han vencido.

La cubierta ascendía para volver a caer de nuevo, haciendo tropezar a los hombres, que caían como fardos unos sobre otros, entre maldiciones que las miradas furiosas de los suboficiales no lograban reprimir. Unas horas más y aquel castigo habría terminado. Aunque diesen la vuelta inmediatamente, no llegaban ya a tiempo para cumplir las órdenes del almirante. El viento aún podía jugar una última mala pasada a Hugh Bolitho, si éste retrasaba más la decisión, y cambiar de dirección para dificultar su travesía.

Hugh se plantó ante su hermano menor y le sonrió con desánimo.

—Sigues pensando con demasiada intensidad, Richard. Se te ve en la cara.

Bolitho intentó ahuyentar sus preocupaciones.

—Fui yo quien sugirió emprender la búsqueda. Simplemente, pensé que…

—No quieras echarte las culpas. Estamos llegando al final. En cuanto suene la campana de mediodía daremos la vuelta. Y tu idea era buena, de verdad. Un día cualquiera del año, con el tráfico que circula por el canal, perseguir a Vyvyan sería como buscar una aguja en un pajar. Pero hoy es Navidad, no hay nadie. —Suspiró—. Con un poco de suerte, si hubiese visibilidad, ¿quién sabe?

Se detuvo un momento y añadió:

—Lo primero es ocuparse de reducir algo el trapo, pues el tiempo puede empeorar súbitamente.

Aunque por su cargo era responsable de todo lo que le ocurriese a la nave, por su voz era fácil adivinar que pensaba en otra cosa: continuaba al acecho del enemigo.

—Quiero que subas hasta la cofa y compruebes si las vergas están claras. Luego, avisa al señor Pyke y preparad para tomar un rizo. —Alzó la cabeza hacia la barriga hinchada de la gavia; desafiaba con la mirada el furioso concierto de obenques y brazas que cantaban en el buque obligado por el mar y el timón.

Dancer apareció también en cubierta. Su piel estaba pálida, y su aspecto no era muy risueño.

—Subiré yo, señor.

—¿No te has librado del vértigo, Richard? —preguntó Hugh con una sonrisa cansada.

Los hermanos se miraron, y Dancer, aun conociendo mucho mejor a Richard que a Hugh, adivinó al instante que ambos estaban mucho más próximos de lo que lo habían estado durante años.

—Me alegro de que me llamases para esta misión en el
Avenger
—dijo Richard cuando Dancer ya trepaba por los obenques de barlovento. Hablaba con la mirada perdida en la lejanía, avergonzado por el esfuerzo que costaba decir aquellas palabras.

Hugh Bolitho asintió con parsimonia.

—Imagino que tus compañeros del
Gorgon
deben hablar de ti mientras comen en la mesa, y te deben envidiar. Si supiesen…

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