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Authors: Greg Egan

El Instante Aleph (51 page)

BOOK: El Instante Aleph
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Akili y yo nos sentamos en el saco, vestidos con ropa de abrigo y con la puerta de la tienda cerrada; se estaba acabando la electricidad. Nos pasamos las horas hablando, consultando la red o en silencios incómodos. Deseaba poder extender hasta éil el aura de invulnerabilidad que había sentido después de sobrevivir a mi apocalipsis imaginario. Quería consolarle como fuera. Sin embargo, no me aclaraba; su lenguaje corporal se había tornado opaco y no sabía cómo ni cuándo tocarle. Habíamos estado tumbados juntos, desnudos, pero no lograba que aquel recuerdo, aquella imagen, significara más para mí de lo que podía significar para éil. Así que nos sentamos separados.

Le pregunté por qué no le había mencionado la plaga de la información a Sarah.

—Porque podría tomársela en serio, divulgar la noticia y hacer cundir el pánico.

—¿No crees que habría menos pánico si se conociera la causa?

—Ni siquiera tú crees en lo que te he contado sobre la causa —gruñó Akili—. ¿Piensas que el público reaccionaría ante la noticia con algo que no fuese incomprensión o histeria? No importa, después del Instante Aleph, las víctimas sabrán mucho más de lo que les pueda decir cualquiera que no lo haya experimentado. Y no será una cuestión de pánico; la Angustia habrá desaparecido. —Lo dijo casi todo con convicción absoluta y sólo pareció dudar en la última frase.

—¿Por qué estaban tan equivocados los moderados? —pregunté con precaución—. Disponían de superordenadores y parecían saber de antropocosmología tanto como el que más. Si se confundieron con el hecho de que el universo se desharía...

Akili me lanzó una mirada larga y dura; todavía no tenía claro hasta qué punto podía confiar en mí.

—No sé si han cometido un error en ese punto. Espero que sí, pero no estoy segura.

—¿Te refieres a que la distorsión en la mezcla antes del Instante Aleph podría haber evitado el final hasta el momento —dije después de analizar sus palabras—, pero que cuando la TOE esté completa...?

—Exacto.

—¿Y aun así intentaste salvar a Mosala? —Sentí un escalofrío, más de incomprensión que de miedo—. ¿Creyendo que podía acabar con todo?

—Si sucede —dijo Akili, que seguía mirando el suelo en busca de las palabras adecuadas—, no tendremos tiempo de saberlo, pero sigo pensando que matarla habría estado mal. A menos que tuviéramos la certeza de que el universo se desharía y no hubiera otra forma de evitarlo. Nadie puede tomar decisiones a partir de una posibilidad incierta de que el universo se acabe. ¿Cuántas personas se pueden asesinar por una causa como ésa? ¿Una? ¿Cien? ¿Un millón? Es como intentar manipular un objeto infinitamente pesado al final de una palanca infinitamente larga. Por mucho que afines el movimiento, sabes que no puedes ajustar lo suficiente. Lo único que puedes hacer es admitirlo y marcharte.

—Creo que querrás ver esto —dijo
Sísifo
antes de que pudiera decir nada.

Habían interceptado el barco de pesca de los moderados cerca de la costa de Nueva Zelanda. Las imágenes mostraban a varias personas esposadas con la mirada baja mientras las llevaban a tierra en una barca patrullera y las bajaban en muelles iluminados por focos. «Cinco», Giorgio, que me había instruido sobre la destrucción; «Veinte», que no me dejó abandonar el barco con su confesión en mi interior, pero faltaban otros.

Salieron unos marineros que llevaban los cadáveres en camillas. Estaban cubiertos por sábanas, pero «Tres», el umasc, era inconfundible. El periodista habló de un pacto de suicidio. Se mencionó que Helen Wu había muerto envenenada.

Las primeras escenas de la detención me llenaron de euforia justiciera ante la perspectiva de que aquellos fanáticos tuvieran que dar cuentas ante la justicia, pero luego, cuando intenté entender qué les había pasado por la cabeza en el último momento, sólo sentí horror. Quizá habían visto informes de las palabras de las víctimas de Angustia y unos habían llegado a la conclusión de que el fin era inevitable y otros de que era imposible. O quizá la lógica retorcida de sus acciones se había puesto en evidencia y tuvieron que enfrentarse a la realidad de lo que habían hecho.

No podía juzgarlos. No sabía cómo me habría abierto camino de haber caído en la pesadilla de compartir sus creencias. Tal vez me habría esforzado en hacer desaparecer toda la antropocosmología por medio de la razón, pero si fallaba, ¿habría tenido la humildad (o la irresponsabilidad genocida) de desentenderme de las consecuencias y negarme a intervenir?

Fuera, la gente se reía a carcajadas. En la plaza alguien puso la música a un volumen de locura durante un instante y se distorsionó en una explosión de estática de graves que agitó la tierra.

Akili estuvo hablando con otros de la corriente principal de CA. Uno se había colado en un ordenador de la OMS para conseguir las últimas cifras extraoficiales de los casos de Angustia.

—Nueve mil veinte. —Se volvió hacia mí mientras inhalaba aire de forma brusca; no sabía si era pánico o la sensación de euforia de la caída libre—. Se ha triplicado en tres días. ¿Todavía piensas que es un virus?

—No. —Incluso sin aquel inexplicable estallido de contagios, sabía que mi teoría sobre un arma neuroactiva biológica mutante no superaría ningún análisis detallado—. Pero aún podemos estar los dos equivocados, ¿verdad?

—Quizá.

—Si ahora es tan rápido —dudé—, después del Instante Aleph...

—No sé. Podría barrer el planeta en una semana. O en una hora. Cuanto más deprisa mejor, menos sufrirán las personas que lo vean venir y no lo entiendan. —Akili cerró los ojos y se acercó las manos a la cara, pero se detuvo y apretó los puños—. Cuando llegue, más vale que esté bien. Si es inevitable, será mejor que nos guste.

Me acerqué, le rodeé con un brazo y acuné nuestros cuerpos con dulzura a un lado y a otro.

Sarah llegó apenas un minuto más tarde de lo prometido. Se sentó en mi maleta y hablamos para sus ojos cámara. A veces teníamos que gritar para oírnos nosotros mismos, pero el programa de montaje reduciría el ruido de las celebraciones a un murmullo de fondo.

Sarah y yo no nos conocíamos mucho; sólo había hablado con ella unas cuantas veces, pero para mí, representaba el mundo que estaba más allá de Anarkia y el tiempo anterior al congreso. Era la prueba viviente de aquella época de cordura. Y necesitaba a otra persona, de carne y hueso, para anclarme en la realidad, para tener la certeza, una vez más, de que Akili estaba equivocada. Angustia era un horror comprensible, igual que el cólera. El universo era ajeno a la explicación humana. Las leyes de la física siempre habían sido y siempre serían firmes hasta el lecho de roca de la TOE, se entendieran o no.

Aunque no emitía en directo, ella representaba al público. Consciente de que podía estar hablando para diez millones de personas, ¿qué otra cosa podía hacer sino pensar lo que esperaban que pensara, rendirme ante su consenso y seguir las directrices?

Akili también pareció relajarse, pero no sabía si la presencia de Sarah le proporcionaba el mismo tipo de anclaje o simplemente le servía como una distracción oportuna.

Sarah nos guió con destreza en la interpretación de nuestros papeles en
Violet Mosala: Víctima de la Cosmología Antropológica
. La declaración que hice para Joe Kepa se había limitado a los hechos que afectaban a la ley; aquella entrevista pretendía mostrar la profundidad moral y filosófica de la conspiración de los CA. Pero Akili y yo hablamos del barco de pesca y de las locuras de los moderados como si no tuviéramos duda de que su visión del mundo y sus métodos violentos sólo eran dignos de desprecio, como si nada similar pudiera habernos pasado por la mente en mil años.

Y todo fue noticia. Todo se hizo historia. Sarah realizaba un trabajo perfecto, pero de cara a la galería, los tres enterramos a conciencia todos los miedos y los reparos que nos callábamos y cualquier sombra de duda de que el mundo podía ser distinto a la pálida imitación que la red ofrecía de él.

Casi habíamos acabado y estaba a punto de contar lo de la ambulancia cuando sonó mi agenda. Era un timbre que indicaba que la llamada era de carácter privado. Si contestaba, el programa de comunicaciones la descifraría de forma automática, pero si la agenda detectaba otras personas cerca, cortaría la conexión.

Me disculpé y salí de la tienda. El cielo mostraba una capa gris ante las estrellas. La música y las risas todavía salían a raudales de la plaza que estaba detrás de los mercados y los refugiados deambulaban por el campamento, pero encontré un rincón solitario no muy lejos.

—¿Andrew? —dijo De Groot—. ¿Te encuentras bien? ¿Puedes hablar? —Parecía ojerosa y tensa.

—Estoy bien. Algunas heridas sin importancia por el terremoto, nada más... —Dudé: no me atrevía a preguntárselo.

—Violet ha muerto. Hace unos veinte minutos. —Se le quebró la voz, pero se armó de valor y siguió de forma cansada—: Todavía se desconoce la causa exacta. Una especie de trampa que activó una de las balas mágicas antivíricas. Quizá una enzima en una concentración que no se detectaba y que se transformó en una toxina. —Hizo un gesto de incredulidad—. Convirtieron su cuerpo en un campo de minas. ¿Qué les hizo para merecer algo así? Intentaba encontrar unas cuantas verdades elementales, unos modelos sencillos para el mundo.

—Los han cogido —dije—. Irán a juicio. Y a Violet se la recordará durante siglos. —Era un consuelo vacuo, pero no sabía qué otra cosa decir.

Creía que estaba preparado para la noticia desde que supe que había entrado en coma, pero fue un golpe inesperado, como si el sorprendente cambio de suerte de los anarkistas y la reaparición milagrosa de Sarah hubieran cambiado las expectativas. Me cubrí los ojos con el antebrazo un momento y la vi sentada en la habitación del hotel bajo la luz del cielo cuando me cogió de la mano. «Incluso si estoy equivocada, tiene que haber algo allí abajo o ni siquiera podríamos tocarnos.»

—¿Cuándo podrás salir de la isla? —dijo De Groot. Parecía un poco preocupada. Era conmovedor pero extraño; no habíamos intimado tanto.

—¿Por qué? —Me reí sin ganas—. Los anarkistas han ganado. Estoy seguro de que lo peor ha pasado. —De Groot no parecía nada segura—. ¿Te has enterado de algo por tus contactos políticos? —Noté un escalofrío en el intestino, como la incredulidad que había sentido antes de cada espasmo del cólera: no podía suceder de nuevo.

—No se trata de la guerra. Pero estás atrapado, ¿verdad?

—De momento. ¿Vas a decirme qué pasa?

—Hemos recibido un mensaje justo después de la muerte de Violet. Una amenaza de Cosmología Antropológica. —Se le contorsionó la cara de ira—. No de los del barco, obviamente. Así que han debido de ser los que mataron a Buzzo.

—¿Qué dicen?

—Que interrumpamos todos los cálculos de Violet y les presentemos un registro certificado de la cuenta del superordenador que demuestre que se han borrado todos los archivos de la TOE sin que se hayan copiado ni leído.

—¿Sí? —Hice un sonido de burla—. ¿Qué creen que van a conseguir con eso? Ya se han publicado todos sus métodos e ideas. Alguien lo duplicaría todo como mucho dentro de un año. —A De Groot parecían no importarle los motivos; sólo quería que terminase la violencia.

—He enseñado el mensaje a la policía de aquí, pero dicen que no se puede hacer nada tal y como está la situación en Anarkia. —Se calló; todavía no lo había dicho todo—. La amenaza es que si no les mandamos el registro certificado dentro de una hora, te matarán.

—Entiendo. —Me parecía lógico. De Groot y la familia de Mosala estarían demasiado vigilados para que fuera posible amenazarlos directamente, pero no iban a permitir que los extremistas me mataran después de lo que había hecho por la evacuación de Violet.

—Cuando me he conectado, los cálculos ya estaban acabados. Por suerte, Violet programó la emisión a la red para las seis. —De Groot se rió con suavidad—. Quería que fuera un acontecimiento formal. Evidentemente, haremos lo que nos han pedido. La policía me ha aconsejado que no te avise y sé que la noticia no te ayuda, pero creo que tienes derecho a conocerla.

—No hagas nada —dije—; no borres ningún archivo. Te volveré a llamar en seguida. —Corté la comunicación.

Me quedé en aquel lugar durante un momento analizándolo todo a conciencia mientras escuchaba la música salvaje y el viento me dejaba helado.

Cuando entré en la tienda, Sarah y Akili estaban riéndose. Quería inventarme una excusa para salir con Sarah tranquilamente y marcharme con ella, pero pensé que no me serviría de nada. Habían matado a Buzzo de un disparo, pero los métodos que preferían eran los biológicos. Si me iba, lo más probable era que llevara el arma dentro.

Estiré los brazos, cogí a Akili de la chaqueta y le estampé contra el suelo. Me miró fingiendo sorpresa, confusión y enfado. Me arrodillé y le di un puñetazo en la cara con torpeza, sorprendido de haber llegado tan lejos. No se me daba bien la violencia y esperaba que se defendiera con la misma agilidad que había demostrado en el barco antes de que pudiera ponerle un dedo encima.

—¡Andrew! —Sarah estaba indignada—. ¿Qué haces? —Akili me miraba sin decir nada; parecía dolida y seguía haciéndose el loco. Le levanté con una mano. No se resistió y le volví a pegar.

—Quiero el antídoto —dije—. ¡Ya! ¿Entiendes? No más amenazas a De Groot, archivos destruidos ni negociaciones. Vas a tener que dármelo.

Akili me escrutaba la cara y se aferraba a su representación con una mirada de inocencia en los ojos de amante injustamente acusada. Durante un instante, quise hacerle mucho daño y tuve visiones estúpidas de una catarsis sangrienta que arrastrara el dolor de la traición. Pero cuando pensé que Sarah lo estaba grabando todo me controlé. No sabía qué podría haber hecho de haber estado a solas.

Poco a poco se me pasó la ira. Me había infectado con el cólera, había asesinado a tres personas, había manipulado mis patéticas necesidades emocionales y me había usado como rehén, pero ni remotamente me había traicionado. Todo había sido una actuación desde el principio; nunca había existido entre nosotros nada que se pudiera sacrificar por la causa. Y si el consuelo que nos habíamos ofrecido sólo existía en mi mente, la humillación también.

Lo superaría.

—¡Andrew! —dijo Sarah de forma cortante. Me volví para mirarla. Estaba pálida; debía de pensar que me había vuelto loco.

—Era una llamada de De Groot —expliqué con impaciencia—. Violet ha muerto y los extremistas amenazan con matarme si no destruye los cálculos de la TOE. —Akili fingió estar consternada. Me reí en su cara.

BOOK: El Instante Aleph
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