—Mi hija ha sugerido que llevemos la hembra de
kirin;
será un regalo inigualable para el Emperador.
—¡Os desprenderíais del
kirin!
—Me desprendería de lo que fuera, si con ello pudiera conservar la paz en nuestro país —afirmó Takeo.
"¿Incluso de Shigeko?" Ninguno de ellos pronunció las palabras, pero éstas resonaron en la mente de Takeo. Aún no sabría responder a eso.
Algo de la conversación debió de alertarle, porque durante la cena, en los momentos en los que no estaba ocupado con el señor Kono, Zenko o Hana, se descubría a sí mismo observando a Hiroshi y a su hija con más atención de lo habitual. Ambos se mostraban silenciosos y un tanto serios, y apenas se hablaban o se dirigían la mirada. Takeo no era capaz de discernir entre ellos ningún sentimiento en particular, e imaginó que el corazón de Shigeko no estaba afectado, pero también era cierto que ambos tenían experiencia a la hora de ocultar sus emociones.
La cena fue un encuentro formal y elegante durante el cual se degustaron las especialidades del Oeste: champiñones silvestres, gambas y cangrejos diminutos (salados y crujientes), castañas y frutos de gingo. Todo servido en bandejas de laca y cuencos de la cerámica color ocre típica de Hagi. Kaede había ayudado a devolver a la residencia su antiguo esplendor: las esteras eran de un tono verde y dorado y emitían un agradable aroma; los suelos y las vigas de madera despedían un cálido resplandor. A espaldas de los comensales se hallaban biombos decorados con los pájaros y las flores del otoño, como los chorlitos, los crisantemos, las codornices y los arbustos de lespedeza. Takeo se preguntó qué opinaría Kono de aquel ambiente en comparación con el de la corte del Emperador.
El señor Otori se había disculpado por la ausencia de su esposa y al comunicar el embarazo de Kaede se preguntó si Zenko y Hana se habrían disgustado ante la noticia, puesto que retrasaría los planes de adopción de uno de sus hijos. Le pareció entrever una breve pausa de malestar antes de que Hana diera rienda suelta a sus efusivas felicitaciones, en las que expresó su alegría ante la buena nueva y su esperanza de que Kaede hubiera concebido un hijo varón. Takeo, a su vez, puso énfasis al alabar a Sunaomi y a Chikara, lo que no resultó difícil pues sentía un genuino afecto por ambos niños.
Kono tomó la palabra y dijo con cortesía:
—He recibido cartas de Miyako. Entiendo que visitaréis al Emperador el año próximo.
—Si acepta recibirme, ésa es mi intención —respondió Takeo.
—No dudo que lo hará. Todos sienten curiosidad hacia vos; incluso el señor Saga Hideki ha expresado su deseo de conoceros.
Takeo era consciente de que su cuñado escuchaba atentamente, aunque mantenía los ojos bajos. "Y si en la capital me tienden una emboscada, Zenko estará esperando en el Oeste y avanzará con la bendición del Emperador..."
—De hecho, el señor Saga está pensando en la práctica de algún tipo de deporte, en un torneo. Me comunica en sus cartas que en vez de derramar la sangre de miles de hombres, preferiría enfrentarse al señor Otori en algún pasatiempo; la caza de perros, tal vez. Es su auténtica pasión.
Takeo esbozó una sonrisa.
—El señor Saga no debe de tener conocimiento de nuestros asuntos, debido a la distancia que nos separa. No debe de saber que mi mano mutilada me impide el uso del arco.
"Afortunadamente —no pudo evitar pensar— porque nunca he destacado en esa disciplina".
—Bueno, alguna otra competición, tal vez. ¿El confinamiento de vuestra esposa le impedirá acompañaros?
—Naturalmente; pero mi hija irá conmigo —Shigeko levantó la cabeza y volvió los ojos a su padre. Sus miradas se encontraron y ella le sonrió.
—¿La señora Shigeko no está prometida en matrimonio todavía?
—No, aún no —contestó Takeo.
—El señor Saga ha enviudado recientemente —la voz de Kono sonaba fría y neutral.
—Lamento su pérdida —Takeo se preguntaba si soportaría entregar a su hija a un hombre semejante; con todo, podía tratarse de una alianza ventajosa que acaso asegurase la paz en los Tres Países...
Shigeko habló con voz clara y firme.
—Será un placer conocer al señor Saga. Tal vez tenga la bondad de aceptar mi participación en el torneo, en el lugar de mi padre.
—La señora Shigeko tiene grandes dotes en el tiro con arco —añadió Hiroshi.
Takeo recordó, sorprendido, las palabras de Gemba: "Habrá alguna clase de torneo en Miyako... Tu hija también debería ir. Ha de perfeccionar la equitación y el uso del arco". ¿Cómo lo había sabido Gemba?
Miró hacia el otro extremo de la estancia, donde éste se sentaba, un poco apartado, junto a su hermano Kahei. Gemba no le devolvió la mirada, pero una leve sonrisa apareció en su cara de mejillas abultadas. Kahei mostraba una expresión más severa, que enmascaraba su desaprobación.
"Y sin embargo, esto corrobora el consejo de su maestro —pensó Takeo con rapidez—. Visitaré Miyako. Evitaremos la guerra".
Kono parecía tan sorprendido como Takeo, aunque por un motivo bien distinto.
—No sabía que las mujeres en los Tres Países tuvieran tanto talento, o fueran tan audaces —dijo al fin.
—Al igual que el señor Saga, tal vez aún no nos conozcáis bien —replicó Shigeko—. Razón de más para que acudamos a la capital; de ese modo podréis llegar a entendernos.
Hablaba con cortesía, si bien a nadie se le escapaba la autoridad que sus palabras transmitían. No dio muestra alguna de malestar al conocer al hijo del secuestrador de su madre, y tampoco parecía sentirse intimidada en lo más mínimo. Takeo se quedó mirando a su hija, sin poder ocultar apenas su admiración. La larga cabellera de la joven le caía suelta por los hombros, su espalda se mantenía recta y el cutis parecía casi luminiscente en contraste con el amarillo pálido y el oro de su túnica, bordada con relucientes hojas de arce. Le recordó a la primera vez que había visto a Maruyama Naomi: la había comparado con
Jato,
el sable, pues su serena hermosura ocultaba su fortaleza. Ahora detectó la misma fuerza en su propia hija y experimentó una especie de liberación. Independientemente de lo que a él le ocurriera, contaba con Shigeko como heredera. Por eso debía asegurarse de que los Tres Países se mantuvieran intactos para cuando llegara ese momento.
—¡Estoy deseando vuestra visita, os lo aseguro! —exclamó Kono—. Confío en ser eximido de la hospitalidad del señor Otori para regresar a Miyako antes de vuestra llegada a la capital, e informar así a Su Divina Majestad de todo lo que he aprendido en estas tierras. —Se inclinó hacia delante y con cierto fervor, añadió:— Puedo aseguraros que todos mis informes serán a vuestro favor.
Takeo hizo una ligera reverencia en señal de asentimiento al tiempo que se preguntaba hasta qué punto el discurso del noble era sincero y no adulador, y qué intrigas podrían haber tramado juntos Kono y Zenko. Abrigó la esperanza de que Taku tuviera más información y se preguntó dónde estaría, por qué no se encontraba presente en la cena. ¿Acaso Zenko, agraviado por la presencia de Taku y su vigilancia, estaba excluyendo deliberadamente a su hermano? Además Takeo se encontraba ansioso por recibir noticias de Maya. No dejaba de pensar en la posibilidad de que la ausencia de Taku estuviera relacionada con la gemela; tal vez tenía algún problema, o había huido... De pronto cayó en la cuenta de que su mente divagaba; no había escuchado las últimas frases de Kono. Hizo un esfuerzo por concentrarse en el presente.
No parecía existir razón para detener al noble en el Oeste; de hecho, ahora podía ser el mejor momento para enviarle a casa llevando en la mente la prosperidad de los dominios y la lealtad de los Seishuu, además de la belleza, la personalidad y la fuerza de Shigeko. Pero hubiera preferido haberse enterado por medio de Taku de más detalles de la estancia de Kono en el Oeste, y de la relación del aristócrata con Zenko y Hana.
Las festividades continuaron hasta bien entrada la noche. Los músicos tocaron el laúd de tres cuerdas y el arpa, mientras que desde la ciudad los sonidos de los tambores y los cánticos hacían eco a través de las tranquilas aguas del río y del foso. Takeo no durmió bien, preocupado por sus hijas y por el embarazo de Kaede, y se despertó temprano, notando el dolor de la mano y molestias por todo el cuerpo. Ordenó que despertaran a Minoru y, mientras bebía té, repasó con el escriba las conversaciones de la noche anterior, comprobando que todo había quedado registrado con fidelidad, pues Minoru había estado oculto detrás de un biombo durante la velada. Ya que se iba a dar su permiso para que Kono regresara a la capital, había que realizar las disposiciones necesarias.
—¿Viajará el señor Kono por mar, o por tierra? —preguntó Minoru.
—Por mar, si es que desea regresar antes del invierno —respondió Takeo—. Ya debe de haber nieve en la cordillera de la Nube Alta: no llegará allí antes de que los puertos se cierren. Puede ir por carretera hasta Hofu y embarcar en la ciudad.
—Entonces ¿viajará con el señor Otori hasta Yamagata?
—Sí, supongo que sí. Allí tendremos que hacer otro despliegue en su honor. Avisa a la señora Miyoshi.
El escriba hizo una reverencia.
—Minoru, tú has estado presente en todos mis encuentros con el señor Kono. Anoche, su actitud para conmigo parecía en cierto modo distinta, ¿no es verdad?
—Se mostró más conciliador —convino Minoru—. Debe de haber observado la popularidad del señor Otori; la devoción y lealtad de su pueblo. Estoy seguro de que en Yamagata el señor Miyoshi le hablará de la dimensión y la fortaleza de nuestros ejércitos. El señor Kono debe transmitir al Emperador la convicción de que los Tres Países no se rendirán con facilidad y...
—Sigue —le apremió Takeo.
—No me corresponde a mí decirlo, pero la señora Shigeko es soltera y el señor Kono preferirá sin duda negociar un matrimonio en lugar de hacer estallar una guerra que nunca podría ganar. Si va a actuar de intermediario, debe contar con la aprobación y la confianza del padre de la novia.
—Bueno, seguiremos adulándole y esforzándonos por impresionarle. ¿Hay algún mensaje de Muto Taku? Esperaba haberle visto anoche.
—Envió disculpas a su hermano, alegando que no se encontraba bien. No sabemos más —respondió Minoru—. ¿Queréis que me ponga en contacto con él?
—No. Ahora que sabemos que sigue vivo, tiene que haber alguna razón para su ausencia.
—¿Creéis que alguien atacaría al señor Muto aquí, en Maruyama?
—Taku ha ofendido a muchos por servirme a mí —repuso Takeo—. Ni él ni yo mismo podremos estar nunca verdaderamente a salvo.
* * *
Los estandartes de Maruyama, de los Otori y de los Seishuu ondeaban sobre la explanada situada frente al castillo. El foso estaba cuajado de barcas de fondo plano, llenas de espectadores. Para los asistentes más distinguidos se habían erigido baldaquines de seda, de cuyos tejados colgaban blasones decorados con borlas, al igual que de los postes colocados alrededor. Takeo estaba sentado sobre una plataforma en el interior de uno de los baldaquines, sobre cuyo suelo alfombrado se esparcían numerosos almohadones. A su derecha se hallaba Kono; a su izquierda, Zenko, y a espaldas de éste, Hana.
Delante de ellos, Hiroshi, inmóvil como una estatua, aguardaba a lomos del caballo gris pálido con crin y cola negras que Takeo le regalara tantos años atrás. Detrás de él, a pie y sujetando cofres lacados, se encontraban los decanos del clan, vestidos con pesados ropajes bordados en oro y tocados con gorros negros. En el interior de los cofres se guardaban los tesoros del dominio y los pergaminos con los árboles genealógicos que documentaban la descendencia de Shigeko a través de todas las mujeres de Maruyama.
"Ojalá Kaede estuviera aquí", pensó Takeo con lástima. Anhelaba volver a verla, se imaginaba a sí mismo explicándole la escena que estaba presenciando y visualizaba la curva de su vientre, donde crecía el hijo de ambos.
Takeo no había participado en la preparación de la ceremonia. Era Hiroshi quien se había encargado de todos los preparativos, pues se trataba de un antiguo ritual que no se había representado desde que la señora Naomi heredara el dominio. Takeo escudriñó la concurrencia, preguntándose dónde estaría Shigeko y cuando aparecería. Entre el gentío de las barcas divisó de pronto a Taku, que al contrario que su hermano Zenko no iba ataviado con túnicas de ceremonia, sino con las ropas corrientes y desvaídas propias de un comerciante. Junto a él se hallaba un joven alto y un niño que a Takeo le resultó vagamente familiar. Tardó unos instantes en darse cuenta de que se trataba de su propia hija, Maya.
Le invadió una sensación de asombro —por el hecho de que Taku hubiera llevado a su hija disfrazada y que él mismo hubiera tardado en reconocerla—, seguida de inmediato por un profundo alivio al saber que estaba viva y, aparentemente, sana y salva. Parecía más delgada, un poco más alta y los ojos le resaltaban más en su rostro afilado. El joven que les acompañaba debía de ser Sada, pensó, aunque el disfraz no lo daba a entender. Takeo imaginó que Taku no habría querido alejarse de la gemela, pues de lo contrario habría acudido a la ceremonia con sus propias vestiduras. Seguramente contaba con que Takeo les localizaría, aunque nadie más lo hiciera. ¿Qué mensaje deseaba transmitirle? Tenía que verlos. Acudiría a la casa de la Tribu esa misma noche.
El sonido de cascos hizo que devolviera su atención a la ceremonia. Desde el extremo occidental de la explanada del castillo avanzaba una pequeña comitiva de mujeres a caballo. Eran las esposas y las hijas de los decanos del clan, quienes aguardaban a espaldas de Hiroshi e iban armadas a la manera de las mujeres del Oeste: con un arco sobre los hombros y a la espalda un carcaj con flechas. Takeo se maravilló ante los caballos de Maruyama, altos y espléndidos, y el corazón se le hinchó de orgullo al ver a su hija en medio de la procesión, a lomos del corcel más hermoso de todos, el de color negro que ella misma había domado y al que había dado el nombre de
Tenba.
El caballo estaba sobreexcitado y se encabritó ligeramente; cuando su amazona lo detuvo, sacudió la cabeza y permaneció erguido. Shigeko se mantuvo totalmente inmóvil; su cabello, recogido holgadamente hacia atrás, era tan negro como las crines del caballo y bajo el sol del otoño brillaba como el pelaje del animal.
Tenba
se tranquilizó y pareció relajarse.