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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #novela negra

El libro de Los muertos (47 page)

BOOK: El libro de Los muertos
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—Él la conocía. Sí, hemos hablado durante un rato. Estaba muy trastornado.

—¿Era Lydia su razón para tener un apartamento aquí?

—Kay, espero que no le importe que la llame así... yo estaba perfectamente al tanto de que Gianni asistió al funeral de Holly el verano pasado, pero no podía darle a entender que así era, porque eso habría sido abusar de la confianza depositada en mí.

—Estoy harto de la gente y su noción de la confianza.

—No he intentado interponerme en su camino. Si lo averiguaba por su cuenta...

—También me estoy hartando de eso, de averiguar las cosas por mi cuenta.

—Si averiguaba por su cuenta que él asistió al funeral de Holly, no había nada de malo en ello. Así que le facilité el registro. Comprendo su frustración, pero usted habría hecho lo mismo. No habría abusado de la confianza depositada en usted, ¿verdad que no?

—Depende.

Hollings levanta la mirada hacia las ventanas iluminadas del edificio de apartamentos, y dice:

—Ahora me preocupa ser responsable en cierta medida.

—¿Qué confianza tenía depositada en usted? —le pregunta Scarpetta—. Ya que estamos hablando de ello y parece que guarda algún secreto.

—Lupano conoció a Lydia hace varios años, cuando la copa del Círculo Familiar se disputaba en Hilton Head. Mantuvieron un romance, un romance que se prolongó, y por eso tenía él un apartamento aquí. Luego, aquel día de julio: su castigo. Él y Lydia estaban en el dormitorio de ella, el resto ya se lo puede imaginar. Nadie vigilaba a Holly, y se ahogó. Se separaron, y su marido la abandonó. Lydia se vino abajo, por completo.

—¿Y él empezó a acostarse con Drew?

—Dios sabe con cuánta gente se acostaba, Kay.

—¿Por qué seguía teniendo el apartamento si su relación con Lydia había tocado a su fin?

—Tal vez para tener un lugar clandestino donde encontrarse con Drew, so pretexto de entrenarla. Quizá porque decía que el follaje lleno de colorido, el tiempo, el hierro forjado y las antiguas casas de estuco le recordaban a Italia. Seguía manteniendo su amistad con Lydia, según él. Iba a verla de vez en cuando.

—¿Cuándo fue la última vez? ¿Lo dij o?

—Hace varias semanas. Se fue de Charleston después de que Drew ganase el torneo aquí, y luego regresó.

—Quizá no estoy colocando las piezas en su sitio. —Su teléfono móvil empieza a sonar—. ¿Qué le impulsó a regresar? ¿Por qué no se fue a Roma con Drew? ¿O sí se fue? Drew tenía por delante el Open italiano y Wimbledon. No he llegado a entender por qué, de repente, decidió largarse con sus amigas en vez de entrenar para lo que podrían haber sido las mayores victorias de su carrera. ¿Se fue a Roma no para entrenarse con vistas al Open italiano, sino para correrse una juerga? No lo entiendo. —Scarpetta no responde el teléfono. Ni siquiera mira quién es—. Lupano dijo que se fue a Nueva York justo después de haber ganado el torneo aquí. No hace ni un mes. Resulta casi imposible creerlo. —El móvil deja de sonar.

—Gianni no fue con Drew, porque ella acababa de despedirlo —dice Hollings.

—¿Lo despidió? —pregunta Scarpetta—. ¿Eso se sabe?

—No, no se sabe.

—¿Por qué lo despidió? —Vuelve a sonar el teléfono.

—Porque la doctora Self se lo aconsejó —responde Hollings—. Por eso se fue Lupano a Nueva York, para encararse con ella, para intentar que Drew cambiara de parecer.

—Más vale que vea quién es. —Scarpetta responde a la llamada.

—Tienes que pasar por aquí de camino al aeropuerto —le dice Lucy.

—No me queda exactamente de camino.

—Otra hora, una hora y media, y creo que podremos irnos. Para entonces ya debería de haber despejado. Tienes que venir al laboratorio. —Lucy le dice a Scarpetta dónde encontrarse, y añade—: No quiero hablar de ello por teléfono.

Scarpetta le asegura que se pasará por allí, y luego le dice a Henry Hollings:

—Doy por sentado que Drew no cambió de parecer.

—Ni siquiera se dignó hablar con él.

—¿Y la doctora Self?

—Con ella sí que habló, en su apartamento. O al menos eso me contó Lupano. Y ella le dijo que era perjudicial para Drew, una influencia poco saludable, y que pensaba seguir aconsejándole que se mantuviera alejada de él. Gianni estaba cada vez más inquieto y furioso a medida que me lo contaba, y debería haberme dado cuenta. Debería haber venido de inmediato, haber charlado con él. Tendría que haber hecho algo.

—¿Qué más ocurrió con la doctora Self? —pregunta Scarpetta—. Drew se fue a Nueva York, luego se marchó a Roma al día siguiente. Apenas veinticuatro horas después, desapareció y acabó asesinada, posiblemente a manos de la misma persona que mató a Lydia. Y ahora tengo que irme al aeropuerto. Puede acompañarme si quiere. Con un poco de suerte, nos harán falta sus servicios.

—¿Al aeropuerto? —Se levanta del banco—. ¿Ahora?

—No quiero esperar ni un solo día más. El estado del cadáver empeora cada hora que pasa.

Echan a andar.

—Y se supone que tengo que acompañarla en plena noche, sin tener la menor idea de qué está hablando. —Hollings está perplejo.

—Señales de calor —explica ella—. Infrarrojos. Cualquier variación térmica se apreciará mejor en la oscuridad, y los gusanos pueden hacer que ascienda la temperatura de un cadáver en descomposición hasta veinte grados centígrados. Ocurrió hace más de dos días, porque cuando Lupano se fue de casa de ella, estoy casi convencida de que no estaba viva, al menos no sobre la base de lo que encontramos. ¿Qué más pasó con la doctora Self? ¿Le contó algo más Lupano?

Están casi a la altura del coche de Scarpetta.

—Dijo que se sintió extraordinariamente humillado —responde Hollings—. La doctora Self le lanzó acusaciones muy degradantes y no quiso indicarle cómo ponerse en contacto con Drew. Después de marcharse, Lupano volvió a llamar a la doctora. Ése tenía que ser el momento cumbre de su carrera y ella lo había estropeado, y luego el golpe final. La doctora le dijo que Drew estaba con ella, que había estado en el mismo apartamento mientras él le suplicaba a ella que diera marcha atrás en lo que había hecho. No voy a ir con usted. No me necesita, y yo, bueno, quiero ver qué tal está Rose.

Scarpetta abre la puerta del coche mientras piensa en la secuencia temporal de los hechos. Drew pasó la noche en el ático de la doctora Self y al día siguiente se fue a Roma. Al otro día, el 17, desapareció. El 18 fue encontrado su cadáver. El 27, Scarpetta y Benton estaban en Roma investigando el asesinato de Drew. Ese mismo día, la doctora Self ingresó en McLean, y el doctor Maroni falsificó el archivo que en teoría eran las notas que tomó cuando el Hombre de Arena fue a su consulta, cosa que Benton no tiene duda de que es mentira.

Scarpetta se pone al volante. Hollings es un caballero y no se irá hasta que encienda el motor y cierre la puerta.

—Cuando Lupano estuvo en el apartamento de la doctora Self, ¿había alguien más? —le pregunta ella.

—Drew.

—Me refiero a alguien de cuya presencia estuviera al tanto Lupano.

Hollings piensa un momento y dice:

—Es posible. —Vacila—. Dijo que almorzó en el apartamento de la doctora. Y creo que hizo un comentario acerca del cocinero de la doctora.

Capítulo 21

Los Laboratorios de Ciencia Forense.

El edificio principal es de ladrillo rojo y hormigón, con amplias ventanas dotadas de protección ultravioleta y acabado de espejo, de manera que el mundo exterior ve un reflejo de sí mismo y lo que hay dentro queda protegido, tanto de las miradas curiosas como de los rayos nocivos del sol. Un edificio más pequeño está aún por acabar, y la arquitectura del paisaje es mero barro. Scarpetta se sienta en el coche y ve subir una enorme puerta automática, aunque le gustaría que no fuera tan ruidosa, porque contribuye al desafortunado ambiente de depósito de cadáveres cuando roza y chirría como un puente levadizo.

En el interior, todo es nuevo e impoluto, intensamente iluminado y pintado en tonos blancos y grises. Algunos laboratorios que va dejando atrás son salas vacías, mientras que otros están totalmente equipados. Pero las encimeras no están abarrotadas, los espacios de trabajo se ven limpios, y Scarpetta imagina el día en que dé la sensación de que alguien lo considere su hogar. Naturalmente, la jornada ha concluido, pero ni siquiera en horas de trabajo hay más de veinte personas, la mitad de las cuales siguió a Lucy desde su antiguo laboratorio en Florida. Con el tiempo, tendrá las mejores instalaciones forenses del país, y Scarpetta cae en la cuenta de por qué eso le produce más inquietud que satisfacción. Desde el punto de vista profesional, Lucy tiene todo el éxito que cabría desear, pero su vida adolece de graves taras, igual que la de Scarpetta. Ninguna de las dos se las arregla para establecer o mantener relaciones personales, y hasta ahora Scarpetta se había negado a ver que es un rasgo que comparten.

A pesar de la amabilidad de Benton, lo único que en realidad consiguió su conversación con ella fue recordarle por qué necesitaba mantenerla. Lo que dijo era tristemente cierto. Ha estado corriendo tanto durante cincuenta años que apenas tiene nada de lo que jactarse aparte de una capacidad insólita para enfrentarse al dolor y el estrés, pero el resultado de ello es precisamente el problema al que se enfrenta. Es mucho más fácil limitarse a hacer su trabajo y vivir sus días con largas horas ocupadas y largos espacios vacíos. De hecho, si hace autoexamen con sinceridad, cuando Benton le dio la alianza no la hizo sentir alegre ni segura, porque el anillo simboliza lo que la asusta a muerte: que cualquier cosa que él le ofrezca, es posible que luego se la arrebate o llegue a la conclusión de que no era de corazón.

No es extraño que Marino acabara por saltar. Sí, estaba borracho y hasta las cejas de hormonas, y probablemente Shandy y la doctora Self contribuyeron a ponerlo al límite. Pero si Scarpetta hubiera estado más atenta todos estos años, probablemente habría podido salvarlo de sí mismo y evitar una violación, que fue suya también. Ella también lo violó, porque no fue una amiga sincera ni digna de confianza. No le paró los pies hasta que por fin se pasó de la raya, cuando debería haberle dicho que no veinte años atrás.

«No estoy enamorada de ti, ni lo estaré nunca, Marino. No eres mi tipo, Marino. Eso no significa que sea mejor que tú, Marino, sencillamente significa que no puedo.»

Escribe mentalmente el guión de lo que debería haberle dicho y exige una respuesta a la pregunta de por qué no se lo dijo. Marino podría dejarla. Ella podría quedarse sin su presencia constante, por molesta que pueda resultar a veces. Podría infligirle a él precisamente lo que ella se ha esforzadotanto en evitar: la pérdida y el rechazo personal, y ahora ella se ha topado con las dos cosas, y él también.

Las puertas del ascensor se abren en la segunda planta y Scarpetta sigue un pasillo vacío que conduce a una serie de laboratorios individualmente aislados por puertas de metal y cámaras estancas. En una sala exterior, se pone una bata blanca desechable, redecilla y gorro, fundas para el calzado, guantes y una protección facial. Atraviesa otra área sellada que descontamina por medio de luz ultravioleta, y de allí accede a un laboratorio totalmente automatizado, donde se extraen y se reproducen con exactitud muestras de ADN, y donde Lucy, también de blanco de la cabeza a los pies, le ha dicho que se encontraría con ella por razones que aún desconoce. Está sentada al lado de una campana de vapor, hablando con un científico que también va cubierto, y por tanto le resulta irreconocible a primera vista.

—¿Tía Kay? —dice Lucy—. Seguro que recuerdas a Aaron, nuestro director interino.

El rostro tras la protección de plástico sonríe y de pronto le resulta familiar, y los tres toman asiento.

—Ya sé que es especialista forense —dice Scarpetta—, pero no sabía que ocupara un nuevo puesto. —Pregunta qué ocurrió con el anterior director de laboratorio.

—Lo dejó, por culpa de lo que colgó en internet la doctora Self-dice Lucy, con un destello de ira en los ojos.

—¿Lo dejó? —pregunta Scarpetta, pasmada—. ¿Así, sin más?

—Cree que me voy a morir y se largó en busca de otro empleo. De todas maneras, era un gilipollas, y ya tenía ganas de librarme de él. Es irónico, en cierto modo. Esa zorra me hizo un favor, pero no hemos venido a hablar de eso. Tenemos resultados de los análisis.

—Sangre, saliva, células epiteliales —dice Aaron—. Empezamos con el cepillo de dientes de Lydia Webster y la sangre en el suelo del cuarto de baño. Nos hemos hecho una buena idea de su ADN, lo que es importante sobre todo paraexcluirla, o identificarla finalmente. —Como si no hubiera duda de que está muerta—. Luego hay otro perfil procedente de las células epiteliales, la arena y la cola recuperadas de la ventana rota en el lavadero. Y el teclado de la alarma antirrobo. La camiseta sucia del cesto de la ropa. Los tres contienen ADN de ella, lo que no es de extrañar, pero también el perfil de otra persona.

—¿Qué hay de los bermudas de Madelisa Dooley? —pregunta Scarpetta—. La sangre que tenían.

—El mismo donante que las tres que acabo de mencionar —responde Aaron.

—El asesino, creemos —añade Lucy—. O la persona que entró en la casa, sea quien fuere.

—Creo que deberíamos mostrarnos precavidos al respecto —les recuerda Scarpetta—. Había pasado más gente por la casa, incluido su esposo.

—El ADN no es de él, y te diremos la razón en un momento —replica Lucy.

—Lo que hemos hecho era idea suya —explica Aaron—, hemos ido más allá de la habitual comparación de perfiles en el Sistema Combinado de Registro de ADN y ampliado la búsqueda utilizando la plataforma de tecnología para la obtención de marcadores de ADN sobre la que hablaron usted y Lucy: un análisis que se sirve de los índices de parentesco y paternidad para llegar a una probabilidad de relación parental.

—Primera pregunta —dice Lucy—. ¿Por qué iba a dejar su ex marido sangre en los bermudas de Madelisa Dooley?

—Vale —coincide Scarpetta—, buena pregunta. Y si la sangre es del Hombre de Arena, y para aclararnos voy a referirme a él así, entonces debió de hacerse una herida de alguna manera.

—Es posible que sepamos cómo —dice Lucy—. Y empezamos a hacernos una idea de quién.

Aaron coge una carpeta, saca un expediente y se lo entrega a la doctora.

—El niño sin identificar y el Hombre de Arena —explica Aaron—. Teniendo en cuenta que cada padre dona aproximadamente la mitad de su material genético al niño, cabe esperar que las muestras de un padre y un hijo indiquen su parentesco. Y en el caso del Hombre de Arena y el niño sin identificar, queda implícita una relación familiar muy cercana.

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