Read El Libro de los Tres Online

Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Novela, Fantástico, Juvenil

El Libro de los Tres (7 page)

BOOK: El Libro de los Tres
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La reja por encima de su cabeza se oscureció. La noche se derramó en el interior de la celda como una negra y helada ola. La rendija de la gruesa puerta rechinó al abrirse. Taran oyó que deslizaban algo en la celda y se arrastró hacia allí. Se trataba de un pequeño cuenco. Lo husmeó cautelosamente y, finalmente, se arriesgó a tocarlo con la lengua, temiendo todo el rato que pudiese tratarse de comida envenenada. No era comida, sólo un poco de agua, caliente y mohosa. Tenía la garganta tan reseca que Taran pasó por alto el sabor, metió el rostro en el cuenco y bebió hasta dejarlo vacío.

Se enroscó como una pelota y trató de dormir para olvidar el dolor; las apretadas correas le oprimían, pero por suerte sus manos hinchadas estaban entumecidas. El sueño sólo le trajo pesadillas y se incorporó para descubrir que estaba gritando. Se recostó una vez más. Debajo de la paja oyó un sonido, como si raspasen algo.

Taran, vacilante, se puso en pie. El ruido se hizo más fuerte.

—¡Apártate! —dijo una voz tenue. Taran miró a su alrededor, confundido.

—¡Sal de la piedra!

Retrocedió un paso. La voz provenía de la paja.

—¡Bueno, no puedo levantarla si tú estás de pie encima de ella, tonto Aprendiz de Porquerizo! —se quejó la apagada voz.

Asustado y asombrado, Taran saltó hacia el muro. La paja empezó a levantarse. Una losa suelta fue alzada, echada a un lado y una esbelta figura emergió por ella como si saliese del mismo suelo.

—¿Quién eres? —gritó Taran.

—¿Quién esperabas que fuese? —dijo la voz de Eilonwy—. Y, por favor, no armes tanto escándalo. Te dije que volvería. Oh, ahí está mi juguete…

La sombra se agachó y tomó la luminosa pelota.

—¿Dónde estás? —gritó Taran—. No puedo ver nada…

—¿Es eso lo que te molesta? —preguntó Eilonwy—. ¿Por qué no lo dijiste para empezar?

Al instante, una brillante luminosidad llenó la celda. Procedía de la esfera dorada que la muchacha sostenía en su mano.

Taran pestañeó, asombrado.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Es mi juguete —dijo Eilonwy—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—Pero… ¡pero se enciende!

—¿Qué pensabas que haría? ¿Convertirse en pájaro y marcharse volando?

Eilonwy, como pudo ver por primera vez el atónito Taran, tenía además de ojos azules, una larga cabellera de un dorado rojizo que le llegaba hasta la cintura. Su rostro, aunque no muy limpio, era delicado, parecido al de un elfo, con los pómulos bien dibujados. Su túnica, corta y blanca, manchada de barro, estaba ceñida con eslabones de plata. Una luna creciente de plata colgaba de una fina cadena rodeándole el cuello. Era uno o dos años más joven que él, pero igual de alta. Eilonwy puso la esfera resplandeciente en el suelo, se acercó rápidamente a Taran y desató las correas que le ataban.

—Pensaba volver más pronto —dijo Eilonwy—. Pero Achren me pilló hablando contigo y empezó a darme una paliza. Le mordí.

«Entonces me encerró en una de las estancias, muy abajo —prosiguió Eilonwy, señalando hacia las losas—. Hay centenares debajo del Castillo Espiral, y toda clase de galenas y pequeños pasajes, como un hormiguero. Achren no los construyó; dicen que en tiempos este castillo perteneció a un gran rey. Ella se cree que conoce todos los pasadizos, pero no los conoce. No ha estado ni en la mitad de ellos. ¿Te puedes imaginar a Achren metiéndose por un túnel? ¿Sabes?, es más vieja de lo que parece. —Eilonwy lanzó una risita—. Pero yo conozco todos y cada uno de los pasadizos y la mayor parte están conectados entre sí. Ya que no tenía mi juguete y tenía que andar a oscuras, tardé un poco más.

—¿Quieres decir que vives en este terrible lugar? —preguntó Taran.

—Naturalmente —dijo Eilonwy—. ¿No te imaginarás que iba a querer visitarlo, verdad?

—¿Achren… Achren es tu madre? —preguntó jadeante Taran, y se echó hacia atrás, temeroso.

—¡Claro que no! —gritó la muchacha—. Soy Eilonwy, hija de Angharad, hija de Regat, hija de… oh, mencionarlas a todas es una lata. Mis antepasados —dijo con orgullo—, son el Pueblo del Mar. Soy de la sangre de Llyr Media-Lengua, el Rey del Mar. Achren es mi tía, aunque a veces pienso que realmente no lo es.

—Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?

—Te he dicho que vivo aquí —contestó Eilonwy—. Parece que hacen falta muchas explicaciones para que entiendas algo. Mis padres murieron y mis parientes me mandaron aquí para que Achren pudiese enseñarme a ser hechicera. Es una tradición familiar, ¿sabes? Los chicos son jefes guerreros y las chicas hechiceras.

—Achren está aliada con Arawn de Annuvin —exclamó Taran—. ¡Es una criatura maligna y aborrecible!

—Oh, eso todo el mundo lo sabe —dijo Eilonwy—. A veces deseo que mis parientes me hubiesen mandado con otra persona. Pero pienso que a estas alturas ya deben haberme olvidado.

Se fijó en la profunda herida de su brazo.

—¿Dónde te hiciste eso? —preguntó—. Creo que no debes saber mucho de pelear si dejas que te derriben y te hagan un corte tan feo. Pero no me imagino que los Aprendices de Porquerizo sean llamados con frecuencia para ese tipo de cosas.

La muchacha se arrancó una tira del borde de la túnica y empezó a vendar la herida de Taran.

—No
dejé
que me cortasen —dijo Taran enfadado—. Eso es obra de Arawn, o de tu tía… no sé de quién y no me importa. El uno no es mejor que la otra.

—¡Odio a Achren! —dijo de pronto Eilonwy—. Es una persona mezquina y mala. De todos los que vienen aquí, tú eres el único con el que resulta un poco agradable hablar… ¡y logró que te hiciesen daño!

—Eso no es todo —dijo Taran—. Pretende matar a mi amigo.

—Si hace eso —dijo Eilonwy—, estoy segura de que te incluirá a ti. Achren no hace las cosas a medias. Sería una lástima que te matasen. Lo sentina mucho. Sé que no me gustaría que me pasase a mí…

—Eilonwy, escucha —la interrumpió Taran—, si hay túneles y pasadizos debajo del castillo… ¿Puedes llegar a las otras celdas? ¿Hay un camino al exterior?

—Naturalmente que lo hay —dijo Eilonwy—. Si hay un camino para entrar, tiene que haber otro para salir, ¿no?

—¿Nos ayudarás? —preguntó Taran—. Es muy importante para nosotros escapar de este sitio. ¿Nos enseñarás el pasadizo?

—¿Dejaros escapar? —Eilonwy se rió—. ¡Lo furiosa que se pondría Achren por ello! — Meneó la cabeza—. Le estaría bien por pegarme y tratar de encerrarme. Sí, sí — prosiguió, los ojos bailándole—, es una maravillosa idea. Me encantaría ver su cara cuando baje a buscaros. Sí, eso sería más divertido que cualquier otra cosa en la que pueda pensar. ¿Te imaginas…?

—Escucha atentamente —dijo Taran—. ¿Hay algún modo de que puedas llevarme hasta mi compañero?

Eilonwy negó con la cabeza.

—Eso sería muy difícil. Verás, algunas de las galerías están conectadas con las que llevan a las celdas, pero cuando intentas cruzar, lo que sucede es que empiezas a encontrarte con pasadizos que…

—Bueno, no importa —dijo Taran—. ¿Puedes reunirme con él en algún pasadizo?

—No veo la razón de que quieras hacerlo —dijo la muchacha—. Sería mucho más sencillo que yo le dijese que te esperase lejos del castillo. No entiendo por qué quieres complicar las cosas; con dos personas arrastrándose por ahí ya es bastante complicado, pero con tres imagínate lo que sería. Y te resultaría muy difícil encontrar el camino tú solo.

—Muy bien —dijo Taran, impaciente—. En primer lugar, libera a mi compañero. Espero que se encuentre lo bastante bien como para poder moverse. De lo contrario, debes volver y decírmelo de inmediato y yo pensaré en algún modo de transportarle.

»Y —prosiguió—, hay una yegua blanca, Melyngar. No sé que habrán hecho con ella.

—Estará en el establo —dijo Eilonwy—. ¿No es allí donde suelen estar los caballos?

—Por favor —dijo Taran—, también debes ir allí. Y conseguirnos armas. ¿Lo harás? Eilonwy asintió rápidamente.

—Sí, será muy emocionante.

Volvió a reírse, tomando la bola resplandeciente, acunándola en sus manos, y la celda se oscureció de nuevo. La piedra se cerró con un ruido rechinante y la plateada risa de Eilonwy permaneció unos instantes flotando en el aire.

Taran caminó sin cesar, midiendo la celda. Por primera vez, sentía cierta confianza; pese a todo, se preguntaba hasta qué punto podía confiar en aquella muchacha de humor tan variable. Probablemente, se olvidaría de todo lo que se había comprometido a hacer. Peor aún, quizá le traicionase, entregándole a Achren. Era posible que se tratase de otra trampa, otro tormento que le prometía la libertad para arrebatársela pero, aunque así fuese, Taran decidió que no podía encontrarse peor de lo que ya estaba.

Para ahorrar energías, se recostó en la paja e intentó relajarse. Su brazo vendado había dejado de dolerle y, aunque seguía sintiendo hambre y sed, el agua bebida le había calmado un poco.

No tenía ni idea del tiempo que se precisaría para recorrer los pasadizos subterráneos. Pero, a medida que pasaba el tiempo, su ansiedad fue haciéndose mayor. Tanteó la losa que había utilizado la muchacha. Era imposible moverla, pese a que con el intento se llenó los dedos de sangre. Volvió a hundirse en una oscura e interminable espera. Eilonwy no regresó.

7. La trampa

Del corredor le llegó un débil sonido que fue haciéndose más fuerte. Taran se apresuró a pegar el oído a la rendija de la puerta. Oyó el firme paso de unos pies que desfilaban y ruido de armas. Se incorporó y se quedó con la espalda pegada a la pared. La muchacha le había traicionado. Buscó algún medio de defenderse puesto que había decidido que no le cogerían con facilidad. Para tener algo en las manos, Taran recogió la sucia paja y la sostuvo, dispuesto a lanzarla; era una defensa lamentable y deseó desesperadamente tener el poder de Gwydion para prenderle fuego.

Los pasos continuaron. Entonces temió que fuesen a entrar en la otra celda. Lanzó un suspiro de alivio cuando no se detuvieron, sino que se desvanecieron en la lejanía hacia lo que imaginó sería el extremo más alejado del corredor. Quizás estaban cambiando la guardia.

Se dio la vuelta, seguro de que Eilonwy no iba a regresar y enfurecido con ella y sus falsas promesas. No era más que una tonta, una cabeza de chorlito que, indudablemente, reiría y se lo tomaría todo como una gran broma cuando los Nacidos del Caldero viniesen a buscarle. Escondió el rostro entre las manos. Incluso ahora podía oír su parloteo. Taran se sobresaltó de nuevo. La voz que había oído era real.

—¿
Tienes
que sentarte siempre sobre la piedra equivocada? —estaba diciendo—. Pesas demasiado para que te levante.

Taran se levantó de un salto y se apresuró a limpiar de paja el suelo. La losa se levantó. La luz procedente de la bola dorada ahora era más tenue, pero bastaba para que viese que Eilonwy parecía estar complacida consigo misma.

—Tu compañero está libre —musitó—. Y saqué a Melyngar del establo. Están escondidos en los bosques, fuera del castillo. Ya está todo hecho —dijo Eilonwy alegremente—. Te están esperando. Así que si empiezas a moverte y dejas de poner esa cara de haber olvidado cómo te llamas, podemos ir y reunimos con ellos.

—¿Encontraste armas? —preguntó Taran.

—Bueno… no. No tuve oportunidad de buscarlas —dijo Eilonwy—. Realmente —añadió—, no puedes esperar que todo lo haga yo, ¿verdad?

Eilonwy sostuvo la esfera resplandeciente cerca del suelo de piedra.

—Sal tú primero —dijo—. Luego bajaré yo, para poder poner de nuevo la piedra en su lugar. Entonces, cuando Achren mande que te maten, no habrá ningún rastro. Pensará que te has desvanecido en el aire… y eso hará que todo sea más humillante. Sé que no está bien humillar a la gente a propósito… es como ponerles un sapo en la mano, pero es algo demasiado estupendo como para no hacerlo y puede que nunca vuelva a tener otra oportunidad.

—Achren sabrá que nos dejaste escapar —dijo Taran.

—No, no lo sabrá —dijo Eilonwy—, porque pensará que sigo encerrada. Y si no sabe que puedo salir, no puede saber que estuve aquí. Pero es muy considerado por tu parte decir eso. Muestra que tienes buen corazón, y creo que eso es mucho más importante que ser inteligente.

Mientras Eilonwy seguía parloteando, Taran se agachó hasta entrar en la estrecha apertura. Descubrió que el pasadizo era muy bajo y se vio obligado a arrastrarse prácticamente a cuatro patas.

Eilonwy puso la piedra en su sitio y luego empezó a guiarle. El resplandor de la esfera mostraba muros de tierra apisonada. A medida que Taran avanzaba arrastrándose, otras galerías se abrían a cada lado.

—Asegúrate de que me sigues —le dijo Eilonwy—. No te metas en ninguna de ésas. Algunas de ellas se bifurcan y algunas no van a ninguna parte. Te perderías y eso sería una estupidez si estás intentando escapar.

La muchacha se movía con tal rapidez que Taran tenía dificultad en mantener su paso. Por dos veces tropezó con piedras sueltas en el pasadizo, trató de frenar su caída y dio de bruces en el suelo. La pequeña luz oscilaba por delante de él, en tanto que a su espalda largos dedos de oscuridad le aferraban los talones. Podía entender la razón de que la fortaleza de Achran fuese llamada Castillo Espiral. Las estrechas y asfixiantes galerías giraban sin cesar; no podía estar seguro de si realmente estaban avanzando o si el túnel meramente daba vueltas sobre sí mismo.

El techo se estremeció con el ruido de pies lanzados a la carrera.

—Estamos justo debajo del cuarto de guardia —susurró Eilonwy—. Algo está pasando ahí arriba. Normalmente, Achren no mueve a los guardias en mitad de la noche.

—Deben de haber ido a las celdas —dijo Taran—. Hubo bastante jaleo antes de que vinieses. Seguramente saben que nos hemos ido.

—Debes de ser un Aprendiz de Porquerizo muy importante —dijo Eilonwy con una risita—. Achren no se tomaría tantas molestias, a menos que…

—Aprisa —la apremió Taran—. Si pone guardias alrededor del castillo nunca saldremos.

—Desearía que dejases de preocuparte —dijo Eilonwy—. Parece que te estuviesen retorciendo los dedos de los pies. Achren puede poner todos los guardias que quiera, no sabe dónde está la boca del túnel. Y está tan bien escondida que ni un búho la vería. Después de todo, no pensarás que voy a hacerte salir delante de la puerta principal, ¿verdad?

Pese a su charla, Eilonwy mantuvo su apresurada marcha. Taran se agazapó acercándose más al suelo, moviéndose medio a tientas, la vista clavada en el débil resplandor; patinó en las curvas más bruscas, tropezó con muros ásperos, se despellejó las rodillas y tuvo que moverse después dos veces más deprisa para recuperar el terreno que había perdido. Al llegar otra curva del pasadizo, la luz de Eilonwy osciló y se perdió de vista. En el momento de oscuridad, Taran perdió pie al subir bruscamente el nivel del suelo a un costado. Cayó y dio un par de vueltas. Antes de que pudiese recobrar el equilibrio, estaba resbalando rápidamente hacia abajo entre una avalancha de tierra y piedras sueltas. Chocó con un saliente rocoso, rodó de nuevo y cayó repentinamente en medio de la oscuridad.

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