La persecución de una presa puede convertirse en una auténtica pesadilla en las cercanías del cabo de Hornos, donde la lucha con un mar embravecido y de extraño color y el peligro que suponene los icebergs pueden hacer que el perseguidor se convierta en perseguido.
Patrick O'Brian
El mar oscuro como el oporto
Aubrey y Maturin 16
ePUB v1.1
Mezki07.01.12
ISBN 13: 978-84-350-6024-0
ISBN 10: 84-350-6024-1
Título: Un mar oscuro como el oporto : la XVI novela de Aubrey de Maturin
Autor/es: O'Brian, Patrick
Traducción: Lama Montes de Oca, Aleida
Lengua de publicación: Castellano
Lengua/s de traducción: Inglés
Edición: 1ª ed., 1ª imp.
Fecha Impresión: 10/2001
Publicación: Edhasa
Colección: Narrativas históricas
Materia/s: 821.111-3 - Literatura en lengua inglesa. Novela y cuento.
Ésta es la decimosexta novela de la más apasionante serie de novelas históricas marítimas jamás publicada; por considerarlo de indudable interés, aunque los lectores que deseen prescindir de ello pueden perfectamente hacerlo, se incluye un capítulo adicional con un amplio y detallado Glosario de términos marinos
Se ha mantenido el sistema de medidas de la Armada real inglesa, como forma habitual de expresión de terminología náutica.
1 yarda = 0,9144 metros
1 pie = 0,3048 metros — 1 m = 3,28084 pies
1 cable =120 brazas = 185,19 metros
1 pulgada = 2,54 centímetros — 1 cm = 0,3937 pulg.
1 libra = 0,45359 kilogramos — 1 kg = 2,20462 lib.
1 quintal = 112 libras = 50,802 kg.
Bajo el cielo se extendía un inmenso océano morado, donde no había más signos de vida que dos diminutos barcos navegando velozmente por su vasta extensión. Navegaban con los inestables vientos alisios casi exactamente en contra y llevaban desplegadas todas las velas que era posible sin correr riesgo, o incluso más, con las bolinas tensas y vibrantes. Avanzaban así desde hacía días, a veces tan alejados que sólo veían las gavias del otro por encima del horizonte, y otras veces a tiro de cañón, y en estos casos se disparaban con los cañones de proa y popa.
La embarcación que iba delante era el
Franklin
, un barco corsario norteamericano de veintidós cañones de nueve libras, y la que lo perseguía era la
Surprise
, una fragata de veintiocho cañones que había pertenecido a la Armada real, pero ahora también hacía el corso tripulada por corsarios y voluntarios. Estaba nominalmente bajo el mando de Thomas Pullings, un oficial de media paga, pero, de hecho, bajo el de Jack Aubrey, su antiguo capitán, un hombre con una posición muy alta en la lista de capitanes de navío, más alta que la de quienes generalmente gobernaban una nave tan pequeña y anticuada. La
Surprise
eraun barco realmente anómalo, pues aunque aparentaba ser un corsario, era oficialmente un barco alquilado por Su Majestad. Había iniciado su viaje con objeto de llevar a Sudamérica a Stephen Maturin, el cirujano, para ponerse en contacto con los prominentes habitantes que deseaban independizar a Chile y Perú de España. Maturin, además de ser médico, era un agente secreto excepcionalmente preparado para esa misión, pues era catalán por parte de madre y se oponía a la opresión de su país por España, mejor dicho, Castilla.
En realidad, se oponía a cualquier tipo de opresión, y en su juventud había apoyado al grupo United Irishmen (su padre era un militar irlandés católico que había servido en España) en todo menos en los actos violentos de 1798, y, sobre todo, detestaba la que ejercía Bonaparte. Había ofrecido gustosamente sus servicios al gobierno británico para contribuir a ponerle fin. Pero los había ofrecido
gratis pro Deo
para que no hubiera la posibilidad de que le dieran el odioso nombre de
espía
, alguien despreciable contratado por el gobierno para delatar a sus amigos, un nombre que en su niñez en Irlanda asociaba con el de Judas, el delator del miércoles antes de la Pasión.
Había reanudado su misión actual, después de la larga interrupción provocada por un traidor que pasó información de Londres a Madrid, y le producía una gran satisfacción, porque su éxito no sólo provocaría el debilitamiento de los dos opresores, sino también rabia y frustración en un determinado departamento del servicio secreto francés que intentaba obtener el mismo resultado, con la única diferencia de que los gobiernos independientes de América del Sur deberían expresar convenientemente su gratitud y su afecto por París en vez de Londres.
Había tenido muchos motivos de satisfacción desde su partida de la isla polinesia de Moahu para perseguir al
Franklin
. Uno era que los norteamericanos, confiando en la enorme capacidad de su barco de navegar bien de bolina, eligieron una ruta que conducía directamente a, su destino; otro era que a pesar de que el capitán, un viejo marinero del Pacífico nacido en Nantucket, gobernaba el barco con gran pericia, haciendo todo lo posible por mantener alejados a sus perseguidores o librarse de ellos durante la noche, no podía compararse con Aubrey en habilidad ni en astucia. Cuando los marineros del
Franklin
, en la oscuridad, bajaban una balsa por el costado y colocaban en ella faroles encendidos a la vez que apagaban los del barco y cambiaban el rumbo, al rayar el alba veían la
Surprise
navegando en su estela, pues Jack Aubrey tenía la misma intuición, el mismo sentido del tiempo y mucha más experiencia en la guerra.
Otro motivo de satisfacción era que casi todas las observaciones de mediodía indicaban que se acercaban al Ecuador de forma oblicua y estaban aproximadamente a unas doscientas millas de Perú, un país que el doctor Maturin relacionaba no sólo con la posible independencia, sino también con la coca. Solía mascar las hojas secas de ese arbusto, como los peruanos, para calmar la mente y el espíritu, para eliminar el cansancio físico e intelectual y para lograr una sensación de bienestar general, Al sur del trópico de Capricornio las ratas se habían comido las hojas que tenía, y, como no era posible obtenerlas en Nueva Gales del Sur, donde la fragata pasó varias semanas horribles, deseaba ansiosamente conseguirlas porque estaba muy angustiado por las últimas noticias recibidas de su esposa en las cartas que habían llegado a la fragata frente a la isla Norfolk, y pensaba que las hojas de coca al menos disiparían la parte irracional de su angustia. Las hojas despejaban la mente de forma extraordinaria, y le animaba la idea de sentir su conocido sabor, el adormecimiento de la parte interior de la boca y la faringe y la tranquilidad que él denominaba «ataraxia virtuosa», una sensación de libertad que no tenía relación con el alcohol, ese despreciable refugio, ni con su antiguo compañero, el opio, al que podrían ponerse objeciones desde el punto de vista médico y quizá también desde el moral.
Era improbable que una persona tan discreta y reservada como Stephen Maturin hablara de un asunto de ese tipo, y aunque pasó por su mente cuando vio aparecer un trozo de alga verde en las olas que formaba la proa, se limitó a decirle a su compañero:
—Es un gran placer ver que el océano tiene un color tan parecido al del oporto, a algunos tipos de oporto, cuando sale a borbotones de la prensa.
Él y Nathaniel Martin, su ayudante, estaban de pie en el beque de la fragata, un espacio aproximadamente triangular situado delante y debajo del castillo. Esa parte era la más anterior de la embarcación, de donde partía el bauprés y donde estaba situado el excusado de los marineros. Allí los dos galenos estorbaban menos no sólo a los marineros que estaban ajustando las velas para conseguir el mayor impulso posible del viento, sino también, y sobre todo, a los artilleros que manejaban los dos cañones de proa del castillo y que apuntaban casi directamente hacia delante. Los artilleros en cuestión estaban al mando del propio capitán Aubrey, que apuntaba y disparaba el cañón de barlovento, un largo cañón de bronce de nueve libras llamado
Belcebú
, y por el capitán Pullings, que hacía otro tanto con el de sotavento. Los dos marinos tenían una forma de disparar muy similar, lo que no era extraño, porque el capitán Pullings había sido uno de los guardiamarinas de Jack cuando estaba al mando de su primer barco, mucho tiempo atrás, en el Mediterráneo, y había aprendido con él todo lo relativo a la práctica de la artillería. Ahora apuntaban cuidadosamente los cañones hacia las vergas de las gavias con la intención de cortar las drizas, las burdas y todos los cabos que establecían conexiones al nivel de la verga mayor y, con suerte, romper la propia verga; es decir: con la intención de dificultar el avance del barco sin dañar el casco. No tenía sentido destrozar el casco de una presa, y el
Franklin
parecía destinado a convertirse en eso, a la larga, o quizás ese mismo día, pues la
Surprise
se le acercaba perceptiblemente. La distancia era ahora de unas mil yardas o un poco menos, y tanto Jack como Pullings apenas esperaban a subir con las olas para lanzar las balas sobre la amplia franja de agua.
—Pero al capitán no le gusta esto —dijo Maturin, refiriéndose a las aguas de color oporto—. Dice que no es natural. No le parece raro el color, que todos hemos visto a veces en el Mediterráneo; tampoco le parecen raras las olas, que a pesar de ser extraordinariamente grandes no son inusuales, pero el color y las olas juntos…
Fue interrumpido por el estruendo del cañón del capitán, seguido casi sin pausa por el estrépito del de Pullings. El humo y algunos pedazos de tacos humeantes pasaron silbando sobre sus cabezas, pero, antes de que desaparecieran por sotavento, Stephen se puso a mirar por el catalejo. No pudo ver la trayectoria de la bala, pero a los tres segundos vio formarse un agujero en la parte inferior de la gavia del barco francés, donde había un montón más. Para su asombro, también vio salir chorros de agua por los imbornales de sotavento y por encima de él oyó a Pullings gritar:
—¡Están tirando el agua, señor!
—¿Qué significa esto? —preguntó Martin muy bajo.
Aunque Martin no acudió a una fuente fiable, porque el doctor Maturin era un hombre de tierra adentro, esta vez Stephen pudo responderle con certeza que estaban arrojando el agua por la borda para aligerar el barco con el fin de que navegara más rápido, y luego añadió:
—Es posible que también arrojen los cañones y las lanchas por la borda. He visto hacer eso.
Los furiosos vivas que dieron todos los marineros de la
Surprise
que estaban en la proa le indicaron que lo vería otra vez. Y después de ver las primeras salpicaduras, le pasó el catalejo a Martin.
Arrojaron por la borda las lanchas y los cañones, aunque no todos. Mientras la velocidad del
Franklin
aumentaba, los dos cañones de proa seguían disparando a la vez, y el blanco humo se extendía sobre su estela.
—¡Qué desagradable es que le disparen a uno! —exclamó Martin, encogiéndose para ocupar el menor espacio posible.
Mientras hablaba, una bala dio en el ancla de leva, que estaba detrás de ellos, produciendo un fuerte sonido metálico. Los puntiagudos fragmentos, junto con la segunda bala, cortaron casi todos los cabos que sostenían el mastelerillo de juanete de proa. El mastelerillo y su vela cayeron muy lentamente, rompiendo otras perchas a derecha e izquierda, dando apenas tiempo para responder a los cañones de proa de la
Surprise
, cuyas balas dieron en la proa del
Franklin
. Pero antes de que los artilleros de las brigadas de Jack y de Pullings pudieran volver a cargar los cañones, ya estaban envueltos por la vela. Al mismo tiempo, todos los marineros de la popa gritaron: