Read El perro canelo Online

Authors: Georges Simenon

Tags: #Policiaca

El perro canelo (14 page)

BOOK: El perro canelo
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»No puede darse cuenta. Había prisioneros ricos que iban a pasearse a la ciudad casi todas las tardes. ¡Y los otros les servían de criados!

»Poco importa. Fue después de haber transcurrido un año cuando un día me encontré al americano de Brest, que venía a visitar a un preso. Le reconocí. Le llamé. Tardó algo en recordar y luego se echó a reír e hizo que me llevasen a la sala de visitas.

«Estuvo muy cordial. Me trató como a un viejo compañero, me dijo que había sido siempre agente de la prohibición. Sobre todo trabajaba en el extranjero, en Inglaterra, en Francia, en Alemania, desde donde enviaba a la policía informes sobre los convoyes que salían.

»Pero, al mismo tiempo, a veces traficaba por su cuenta. Como había ocurrido con el asunto de la cocaína, que tenía que haber dado millones, pues había diez toneladas a bordo, a no sé cuántos francos el gramo. Entonces se había entrevistado con unos franceses que tenían que aprovisionar el barco y una parte de los fondos. Eran mis tres hombres. Y, naturalmente, los beneficios se repartían entre los cuatro.

»¡Pero espere! Porque aún me queda lo mejor. El mismo día en que se procedía a la carga, en Quimper, el americano recibió un aviso de su país. Tenía un nuevo jefe de la prohibición. Se reforzó la vigilancia. Los compradores de los Estados Unidos, y por lo mismo la mercancía, se arriesgaban a no encontrar quién los cogiera.

»Por el contrario, un nuevo aviso prometía a todo aquel que cogiera la mercancía prohibida una prima que se elevaba al tercio del valor de esta mercancía.

»¡Eso me lo contaron en la prisión! Y me enteré que mientras que yo zarpaba, preguntándome si llegaríamos vivos al otro lado del Atlántico, mis tres hombres discutían en el mismo muelle con el americano.

«¿Arriesgar el todo por el todo? Sé que fue el doctor quien insistió en favor de la denuncia. Al menos, de esa manera, recuperarían con toda seguridad un tercio del capital, sin riesgos de complicaciones.

»Sin contar que el americano se ponía de acuerdo con un colega para poner a un lado una parte de la cocaína cogida. Combinaciones increíbles, lo sé.

»
La Bella Emma
se deslizaba por el agua negra del puerto. Miré por última vez a mi novia, seguro de que volvería para casarme con ella unos meses después.

»Y ellos, que nos veían partir, sabían que nos cogerían en cuanto llegásemos. Incluso contaban con que nos defenderíamos, que sin duda nos matarían en la lucha, como ocurría frecuentemente en aquella época en aguas americanas.

»Sabían que me confiscarían el barco, que todavía no estaba completamente pagado, ¡y que era lo único que tenía!

«Sabían que yo soñaba con casarme. ¡Y nos vieron partir!

»Eso es lo que me dijeron en Sing-Sing donde yo me había convertido en una bestia entre otras bestias. Me dieron pruebas.

»Mi interlocutor se reía, y exclamaba dándose palmadas en los muslos:

»—¡Vaya canallas esos tres!

Hubo un brusco silencio, un silencio absoluto. Y en aquel silencio, podía oírse con estupor el lápiz de Michoux que se deslizaba por una página blanca que acababa de pasar.

Maigret miró —comprendiendo— las iniciales S.S. tatuadas en la mano del coloso: «Sing-Sing».

—Creo que tenía aún para unos diez años, en aquel país nunca se sabe. La menor falta contra la regla y la pena se alarga, al mismo tiempo que llueven los golpes. He recibido cientos de ellos. ¡Y golpes de compañeros!

»Y fue mi americano el que hizo gestiones en mi favor. Creo que estaba asqueado por la cobardía de los que él llamaba mis amigos. Mi único compañero era un perro. Un animal que había criado a bordo, que me había salvado de ahogarme y que allí, a pesar de toda su disciplina, le habían dejado vivir en la prisión. Pues no tienen las mismas ideas que nosotros en esa clase de cosas. ¡Un infierno! Lo que no quita que nos tocasen música todos los domingos, aunque luego nos azotasen hasta hacernos sangre. Al final, ni siquiera sabía ya si era un hombre. He llorado cien veces, mil veces.

»Y cuando, una mañana me abrieron la puerta, dándome un culatazo en los riñones para enviarme a la vida civilizada, me desmayé, tontamente, en la acera. Ya no sabía vivir. Ya no tenía nada.

»¡Sí!, una cosa.

Su labio partido sangraba. Se olvidaba de limpiarse la sangre. La señora Michoux se ocultaba el rostro con su pañuelo de encaje cuyo olor daba náuseas. Y Maigret fumaba tranquilamente, sin apartar la vista del doctor, que seguía escribiendo.

—Y sentí el deseo de hacer sufrir la misma suerte a los que habían sido causa de todo esto. ¡No matarles! ¡No! Morir no es nada. En Sing-Sing, lo intenté varias veces sin lograrlo. Me negué a comer y me alimentaron artificialmente.
¡Hacerles conocer la prisión
! Hubiese querido que fuese en América. Pero era imposible.

»Anduve por Brooklyn, donde trabajé en todos los oficios esperando poder pagar mi pasaje a bordo de un barco. Hasta pagué por mi perro.

»No había vuelto a tener noticias de Emma. No puse los pies en Quimper donde habrían podido reconocerme, a pesar de mi aspecto.

»Aquí, supe que estaba como chica de recepción, y en ocasiones era la amante de Michoux. Tal vez de otros también. Una recepcionista ¿verdad?

»No era fácil enviar a esos tres canallas a la cárcel. ¡Y estaba empeñado en ello! ¡Era el único deseo que tenía! Viví con mi perro a bordo de una barca inutilizada, luego en el antiguo puesto de vigilancia, en la punta del Cabélou.

»Empecé por hacer que me viese Michoux. ¡Que me viese solo! Mostrarle mi cara, mi cuerpo de bruto. ¿Comprende? Quería darle miedo. Quería darle un terror que le hiciese capaz de dispararme. Tal vez me hubiese matado. ¿Pero y después? La prisión le tocaba a él. Las patadas, los golpes. Los compañeros repugnantes, más fuertes, que le obligan a uno a servirles. Anduve alrededor del hotel. Me interponía en su camino. ¡Durante tres días! ¡Cuatro días! Me había reconocido. Salía menos. Y sin embargo, aquí, durante todo ese tiempo, la vida no había cambiado. ¡Bebían los tres sus aperitivos! ¡La gente les saludaba! Robaba en los puestos para poder comer. Quería actuar rápidamente.

Se oyó una voz clara:

—¡Perdón, comisario! ¿Tiene un valor legal este interrogatorio sin la presencia de un juez de instrucción?

¡Era Michoux! Michoux, blanco como la cera, con los labios pálidos. ¡Pero un Michoux que hablaba con una claridad casi amenazadora!

Una mirada de Maigret ordenó a un agente que se colocase entre el doctor y el vagabundo. ¡Y fue en el momento preciso! Porque León Le Glérec se levantaba despacio, atraído por aquella voz, con los puños cerrados, pesados como mazas.

—¡Sentado! ¡Siéntese, León!

Y mientras que la bestia obedecía, con una respiración ronca, el comisario dijo, sacudiendo la ceniza de su pipa:

—¡Ahora voy a hablar yo!

Capítulo 11
El miedo

Su voz baja y rápida contrastó con el discurso apasionado del marino que le miraba de reojo.

—Primero una palabra sobre Emma, señores. Se entera de que han detenido a su novio. No recibe noticias de él. Un día, por una causa fútil, pierde su puesto y se hace recepcionista en el
Hotel del Almirante
. Es una pobre chica, que no tiene dónde agarrarse. Los hombres le hacen la corte como los ricos hacen la corte a una criada. Han pasado así dos años, tres años. Ignora que Michoux es culpable. Se reúne con él, una noche, en su habitación. Y el tiempo sigue pasando, la vida sigue su ritmo. Michoux tiene otras amantes. De vez en cuando, se le ocurre dormir en el hotel. O bien, cuando su madre está fuera, hace llevar a Emma a su casa. Amores sin amor.

Y la vida de Emma no tiene alicientes, no es una heroína. Guarda en una caja de conchas una carta, una foto, pero no es más que un antiguo sueño que palidece cada día más.

»No sabe que León acaba de volver.

»No reconoce al perro amarillo que ronda a su alrededor y que tenía cuatro meses cuando zarpó el barco.

»Una noche, Michoux le dicta una carta, sin decirle a quien va destinada. Se trata de dar una cita a alguien en una casa deshabitada, a las once de la noche.

»Ella escribe, ¿comprende? León Le Glérec no se ha equivocado. ¡Michoux tiene miedo! Se da cuenta que su vida está en peligro. Quiere suprimir al enemigo que le acecha.

»¡Pero es un cobarde! ¡Ha sentido la necesidad de decírmelo él mismo! Se escondería tras una puerta, en un pasillo, después de haber hecho llegar la carta a su víctima atada con un cordel al cuello del perro.

»¿Se fiaría León? ¿No querría ver a pesar de todo a su antigua novia? En el momento en que llamase a la puerta, bastaría con disparar a través del buzón y luego huir por la callejuela. ¡Y el crimen sería un misterio, pues nadie reconocería a la víctima!

»Pero León desconfía. Tal vez anda rondando por la plaza. ¿Tal vez iba a decidirse a acudir a la cita? El azar quiere que el señor Mostaguen salga en ese momento del café, algo bebido, que se pare en el portal para encender su cigarrillo. Su equilibrio es inestable. Golpea la puerta. Es la señal. Una bala le alcanza en pleno vientre.

»Ya está el primer asunto. Michoux falla el golpe. Vuelve a su casa. Goyard y Le Pommeret, que están al corriente y que tienen el mismo interés en la desaparición del que les amenaza a los tres, están aterrorizados.

»Emma ha comprendido el juego que le habían hecho representar. Tal vez ha visto a León. Tal vez ha estado pensando y por fin ha reconocido al perro amarillo.

»Al día siguiente, llego yo. Veo a los tres hombres. Noto su terror.
¡Esperan un drama
! E intento saber de dónde creen que venía el disparo. Me aseguro de no equivocarme.

»Y fui yo el que torpemente envenenó una botella de aperitivo. Estoy dispuesto a intervenir en el caso en que alguno hubiese bebido. ¡Pero no! ¡Michoux está alerta! Michoux desconfía de todo, de la gente que pasa, de lo que bebe. ¡Ni siquiera se atreve a salir del hotel!

Emma se había quedado fija, con una inmovilidad que no se hubiese podido encontrar una imagen más perfecta del estupor. Y Michoux había levantado la cabeza para mirar a Maigret a los ojos. Ahora, escribía de una manera febril.

—¡Ya está aclarado el segundo drama, señor alcalde!

»Y nuestro trío sigue viviendo y sigue teniendo miedo. Goyard es el más impresionable de los tres, sin duda, es también el menos bribón. Esta historia del envenenamiento le saca fuera de sí. Piensa que un día u otro le tocará a él. Sabe que yo estoy en la pista. Y decide huir. Huir sin dejar huellas. Huir sin que puedan acusarle de haber huido. Finge una agresión, hace creer que ha muerto y que han echado su cuerpo al agua.

»Antes, la curiosidad le empuja a olfatear por el hotel de Michoux, tal vez buscando a León y para proponerle la paz. Encuentra las huellas del paso de la bestia. Comprende que yo no tardaré en encontrar estas huellas.

»¡Pues es periodista! Sabe además lo impresionable que es la multitud. Sabe que mientras León viva no estará seguro en ninguna parte. Y se le ocurre una idea verdaderamente genial: el artículo, escrito con la mano izquierda y enviado a
El Faro de Brest
.

»Se habla del perro amarillo, del vagabundo. Cada frase está calculada para sembrar el terror en Concarneau. Y de ese modo, queda la posibilidad de que, si alguien encuentra al hombre de los grandes pies, le dispare un balazo en el pecho.

»¡Y estuvo a punto de ocurrir! Empezaron por disparar al perro. ¡Del mismo modo habrían disparado al hombre! Una multitud alocada es capaz de todo.

»En efecto, el domingo, el terror reina en el pueblo. Michoux no abandona el hotel. Está enfermo de miedo. Pero está decidido a defenderse hasta el final,
por todos los medios
.

»Le dejo solo con Le Pommeret. Ignoro lo que pasaría entonces entre ellos dos. Goyard ha huido. Le Pommeret, que pertenece a una honorable familia de la comarca, debe de tener la tentación de llamar a la policía, de revelarlo todo antes de seguir viviendo semejante pesadilla. ¿Qué arriesga? ¡Una multa! ¡Una temporada de cárcel! ¡Apenas! El delito principal se cometió en América.

»Y Michoux, que le siente desfallecer, que tiene en su conciencia el crimen de Mostaguen, que quiere salir le cueste lo que le cueste por sus propios medios, no duda en envenenarle.

»Emma está allí. ¿No sospecharían de ella?

»Quisiera hablarle durante más tiempo del miedo, porque ha sido la base de todo el drama. Michoux tiene miedo. Michoux quiere vencer a su miedo más que a su enemigo.

»Conoce a León Le Glérec. Sabe que éste no se dejará detener sin oponer resistencia. Y cuenta con una bala que disparen los policías o algún habitante asustando para acabar con él.

»No se mueve de aquí. Yo recojo al perro herido, moribundo. Quiero saber si el vagabundo vendrá a buscarlo, y viene.

»Desde entonces no se ha vuelto a ver al animal, lo cual me prueba que ha muerto.

—Sí.

—¿Lo ha enterrado?

—En el Cabélou. Hay una crucecita, hecha con dos ramas de abeto.

—La policía encuentra a León Le Glérec. Éste se escapa, porqué la única idea que tiene es la de forzar a Michoux a que le ataque. Lo ha dicho:
quiere verle en la cárcel
. Mi deber es impedir que un nuevo drama ocurra y por eso detengo a Michoux, afirmándole que es para protegerle. No es una mentira. Pero, al mismo tiempo, impido a Michoux que cometa otros crímenes. En el estado en que está es capaz de todo. Se siente acosado por todas partes.

»Lo que no quita que aún se sienta capaz de representar una comedia, de hablarme de su débil constitución, de hablarme de una antigua predicción inventada por completo.

»Lo que necesita es que alguien se decida a matar a su enemigo.

»Sabe que pueden sospechar de él en todo lo sucedido hasta ese momento. Solo, en esta celda, se rompe la cabeza.

»¿No hay un medio de desviar esas sospechas? ¿Que se cometa un nuevo crimen, mientras que él está encerrado, que tiene la mejor de todas las coartadas?

»Su madre viene a verle. Lo sabe todo. No tienen que sospechar de ella y debe tener cuidado de que nadie la siga. ¡Tiene que salvarle!

»Cenará en casa del alcalde. Hará que la acompañen a su hotel donde dejará la luz encendida toda la noche. Vuelve andando al pueblo. ¿Duerme todo el mundo? Excepto en el café del
Almirante
. Basta con esperar a que salga alguien y esperarle en una esquina.

BOOK: El perro canelo
13.44Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Texas Lucky by James, Maggie
Rock Stars Do It Dirty by Wilder, Jasinda
Live for the Day by Sarah Masters
West Of Dodge (Ss) (1996) by L'amour, Louis
Deep Winter by Samuel W. Gailey
Burn My Soul Part 1 by Holly Newhouse
Bali 9: The Untold Story by King, Madonna, Wockner, Cindy