El planeta misterioso (7 page)

BOOK: El planeta misterioso
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Mace se levantó y anduvo alrededor de !a pareja, su túnica susurrando con cada movimiento de sus largas piernas.

—La firmeza de carácter es un desafío que el padawan debe superar, pues puede convertirse en una máscara que oculte una voluntad indolente que carece de centro y propósito. Lo que parece luminoso en la juventud pierde su brillo en la madurez, y se desmorona en la ancianidad. Un Jedi no puede permitirse tales debilidades. —Se detuvo delante del muchacho—. ¿Cuál es tu error, Anakin Skywalker?

Obi-Wan se adelantó para hablar, pero Mace levantó la mano y un destello de advertencia brilló en sus ojos. Aunque un Maestro debía defender a su padawan, estaba claro que el Consejo quería ir más allá de aquello.

Obi-Wan sospechó lo peor: que ya se hubiera dictado sentencia, y que Anakin iba a ser expulsado del Templo.

Anakin contempló a Mace con los ojos muy abiertos, mostrando un abatimiento que no era nada propio de él.

Mace insistió.

—Vuelvo a preguntártelo. ¿Cuál fue tu error?

—He cubierto de vergüenza a la Orden y al Templo —se apresuró a responder Anakin con un agudo hilo de voz.

—La respuesta no me parece muy precisa. ¿Cuál fue tu error?

—Quebrantar las leyes del municipio, y..., y...

— ¡No! —declaró Mace, y su sonrisa se desvaneció para ser sustituida por una expresión adusta y sombría, como la oscura parte inferior de una nube que hasta aquel momento había estado pintada por el sol.

Anakin se encogió sobre sí mismo.

—Obi-Wan, explica su error a tu padawan. Después de todo, deriva de las mismas raíces que el tuyo —dijo Mace, mirando a Obi-Wan con una ceja enarcada.

Obi-Wan reflexionó durante unos momentos antes de contestar. Nadie intentó darle prisa. La verdad interior era un viaje peligroso, incluso para un Jedi.

—Ya lo veo —dijo finalmente—. Los dos queremos certeza.

Anakin miró a su maestro con el ceño fruncido y cara de perplejidad.

—Explícanos a todos de qué manera le has fallado a tu padawan —dijo Mace, hablando en un tono bastante afable teniendo en cuenta el curso que estaba tomando la audiencia.

—Él y yo somos demasiado jóvenes para poder permitirnos el lujo de la certeza —dijo Obi-Wan—. Nuestra experiencia es tan reducida que no puede proporcionarnos ni siquiera la paz momentánea. Además, he estado más atento a su desarrollo que al mío: sus obvios defectos me han distraído y no he sabido usar su espejo para guiarme y, de esa manera, poder guiarlo.

—Un buen comienzo —admitió Mace—. Y ahora, joven Skywalker, explica al Consejo cómo puedes encontrar la paz buscando emociones baratas entre los ocupantes más desorientados del planeta.

El fruncimiento de ceño de Anakin se hizo más marcado.

—Te estás poniendo a la defensiva —le advirtió Mace.

—Hice lo que hice para llenar una carencia en mi entrenamiento —repuso Anakin con hosca terquedad.

La expresión de Mace derivó hacia la estolidez, y una repentina languidez le hizo entrecerrar los ojos mientras se llevaba los brazos a la espalda.

— ¿Y quién es responsable de esa carencia?

—Yo, maestro.

Mace asintió, su curtido rostro súbitamente convertido en una efigie de piedra tallada. Las bromas y el humor habían desaparecido. Detrás de esa cara, si se sabía cómo percibirlo, ardía una llama de concentración cuya insoportable brillantez era digna de los legendarios Maestros Jedi del pasado.

—Intento huir del dolor—dijo Anakin—. Mi madre...

Mace levantó la mano y Anakin se calló al instante.

—El dolor puede ser nuestro mayor maestro —dijo, y su voz apenas si era un susurro—. ¿Por qué querer huir de él?

—Es... Es mi fortaleza. Eso lo entiendo.

—Te equivocas —dijo Obi-Wan, poniendo la mano sobre el hombro de Anakin mientras el muchacho los miraba con creciente confusión.

— ¿De qué manera se equivoca, profesor? —le preguntó Mace a Obi-Wan.

—Apóyate en el dolor como si fuera una muleta y crearás ira y un oscuro temor a la verdad —dijo Obi-Wan—. El dolor guía, pero no da ningún soporte.

Anakin ladeó la cabeza. Estar rodeado de aquellos Caballeros Jedi y de toda aquella abrumadora experiencia hacía que pareciera frágil, casi insustancial. Una mueca de consternación frunció su rostro.

—Mis talentos más útiles no son los de un Jedi.

—Cierto, ya que inviertes tu espíritu y tu angustia en máquinas y competiciones inútiles, en vez de enfrentarte directamente a tus sentimientos —dijo Mace—. Has llenado de androides las salas de nuestro Templo. Hay tantos que tropiezo con ellos. Pero nos estamos alejando de lo que realmente nos interesa. Vuelve a tratar de explicar tu error.

Anakin meneó la cabeza, atrapado entre la tozudez y las lágrimas.

—No sé qué queréis que diga.

Mace tragó aire y cerró los ojos.

—Mira dentro de ti, Anakin.

—No quiero hacerlo —jadeó Anakin con voz temblorosa—. No me gusta lo que veo.

— ¿Y no podría ser que sólo estuvieras viendo las tensiones que indican la cercanía de la edad adulta? —preguntó Mace.

— ¡No! —gritó Anakin—. Veo... demasiado, demasiado.

— ¿Demasiado qué?

— ¡Ardo por dentro igual que un sol!

La voz del muchacho resonó en la sala como una campana.

Hubo un momento de silencio.

—Notable —admitió Mace Windu y, curiosamente, una sonrisa aleteó por sus labios durante un momento—. ¿Y?

—Y no sé qué hacer con ello. Quiero huir. Eso me vuelve temerario e imprudente, así que busco sensaciones. No os culpo por...

Anakin no pudo terminar la frase.

Obi-Wan sintió la angustia del muchacho como una daga en sus entrañas.

—Mi propia madre no sabía qué hacer conmigo —murmuró quedamente Anakin.

La puerta de la pared del fondo se abrió lentamente. Mace y Obi-Wan alzaron la mirada para ver quién era.

Una figura femenina vestida con la túnica del Templo entró en el círculo, y una voz límpida y musical resonó en la sala.

—Justo lo que pensaba. Así que estamos celebrando una pequeña sesión inquisitorial, ¿eh?

Mace se puso en pie y acogió el sarcasmo con una gran sonrisa.

—Bienvenida, Thracia.

Obi-Wan inclinó la cabeza respetuosamente.

— ¿Puedo quedarme junto a ti, Anakin?

Thracia Cho Leem fue lentamente hacia el centro de la sala en el que esperaban Obi-Wan y Anakin. Sus cortos cabellos grises cubrían su largo cráneo como una gorra, y su nariz aquilina husmeó el aire frío como si los estuviera juzgando a todos por su olor. Sus enormes y luminosos ojos, de irises como cuentas de ultramarina, recorrieron los asientos vacíos. Thracia se envolvió en los pliegues de su larga túnica oscura y se subió las mangas para revelar brazos delgados y fuertes. Después sacó el mentón.

—Debería haberte advertido de que volvería, Mace —dijo a continuación.

—Siempre es un honor, Thracia —dijo Mace.

—Todos contra el pobre muchacho, ¿verdad?

—Podría ser peor —dijo Mace—. Hoy la mayoría del Consejo está fuera. Yoda sería mucho más duro...

—Ese tocón orejudo no sabe nada sobre los niños humanos. Y si a eso vamos, tú tampoco. ¡Nunca te has casado, Mace! Yo sí. He tenido muchos hijos c hijas, en muchos mundos. A veces pienso que todos deberíais tomaros unas vacaciones, como hice
yo, y
oler el aire real, ver cómo se manifiesta la Fuerza en la vida cotidiana, en vez de perder el tiempo aprendiendo a empuñar espadas de luz.

Una sonrisa de deleite iluminó el rostro de Mace.

—Es maravilloso tenerte con nosotros después de tantos años, Thracia. —No había ni rastro de ironía en su voz. De hecho, le complacía tenerla en la sala, y el que los hubiera sorprendido parecía complacerle todavía más—. ¿Qué sugieres para el joven Skywalker?

—Hay algo que no va bien en mí —intervino Anakin, y después cerró la boca y recorrió la sala con la mirada.

— ¡Tonterías! —exclamó Thracia, con el rostro fruncido por la irritación. Era más o menos de la misma altura que Anakin, y lo miró a los ojos—. Ninguno de nosotros puede ver en el corazón de otro. Afortunadamente, la Fuerza no hace eso por nosotros. ¿Qué es lo que quieres demostrar, muchacho? Venga, respóndeme.

— ¿Sabes qué ocurrió? —le preguntó Obi-Wan.

—Sé que esta tarde volvisteis aquí cubiertos de una sustancia viscosa y oliendo a basura. Todo el personal del Templo habla de ello —dijo Thracia— Anakin los divierte. Ha traído más energía y chispa a este viejo y lúgubre montón de ruinas que nadie que recordemos, Qui-Gon Jinn incluido. Y ahora, muchacho, ¿qué es lo que quieres demostrar?

—No quiero demostrar nada. Necesito saber quién soy, como me dice una y otra vez Obi-Wan.

Thracia volvió a olisquear el aire y miró a Obi-Wan con una mezcla de afecto y penetrante severidad.

—Obi-Wan ha olvidado que alguna vez fue un niño.

Obi-Wan la miró y sonrió.

—Qui-Gon no estaría de acuerdo.

— ¡Qui-Gon! Ése sí que era un niño. Toda su vida fue un niño, y era más sabio que todos vosotros juntos. Pero basta de charla. Percibo un auténtico peligro aquí.

—Hubo un intento de asesinato —dijo Obi-Wan— Un tallador de sangre.

—Sospechamos que ciertas fuerzas disidentes de la República podrían estar involucradas —dijo Mace.

—Lo sabía todo sobre mí —añadió Anakin.

— ¿Todo? —preguntó Thracia, dirigiendo un enarcamiento de ceja a Mace.

—Dejé que él... —Una repentina comprensión desorbitó los ojos del muchacho. Miró a Obi-Wan—. ¡Acabo de comprender cuál fue mi error, maestro!

Thracia frunció los labios y se volvió hacia Obi-Wan.

Obi-Wan se cruzó de brazos. Él y Anakin habrían podido ser hermanos, separados sólo por un doble puñado de años, y sin embargo Obi-Wan era lo más cercano a un padre que el muchacho podría tener jamás.

— ¿Sí?

—Buscaba paz personal y satisfacción en la carrera del pozo, en vez de pensar en las grandes metas de los Jedi.

— ¿Y? —preguntó Obi-Wan, animándolo a seguir.

—Quiero decir que... Bueno, ya sé que no hubiese debido salir del Templo a escondidas, engañar a mi maestro y participar en una actividad ilegal que habría podido dañar seriamente la reputación de la Orden.

—Una lista muy larga —dijo Mace Windu.

—Pero... Me empeñé en perseguir metas personales incluso después de que hubiera debido ser evidente para mí que una amenaza pesaba sobre el Templo.

—Muy seria, desde luego —murmuró Thracia y, poniéndole las manos sobre los hombros, miró a Obi-Wan para ver si podía intervenir. Obi-Wan asintió, aunque tenía sus dudas. Thracia era famosa por adiestrar a las discípulas, no por preparar a muchachos—. Anakin, algún día tus poderes podrían sobrepasar a los de cualquiera de los presentes en esta sala —prosiguió Thracia—. Pero ¿qué es lo que ocurre cuando empujas algo con todas tus fuerzas?

—Que se mueve más deprisa—dijo Anakin.

Thracia asintió.

—Estás siendo impulsado por una herencia que pocos pueden entender —dijo, apartando las manos de sus hombros—. ¿Obi-Wan?

—Moverse más deprisa no te da mucho tiempo para pensar —dijo Obi-Wan, siguiendo el hilo del razonamiento allí donde lo había dejado Thracia—. Debes aprender a dominar tus pasiones, pero de momento bastaría con que no pensaras tanto en librarte de tu dolor. La juventud es un tiempo de incertidumbre e inquietud.

—Ni yo misma hubiese podido expresarlo mejor —dijo Thracia—. Sé un niño, Anakin. Disfruta de ello. Explora tus límites. Irrita y provoca. Ya tendrás tiempo de sobra para la sabiduría cuando hayas hecho más agujeros en las suelas de tus zapatos. ¡Haz sudar a tu maestro! Eso le irá bien. Le recordará aquellos tiempos en que era un muchacho. Y... Dinos lo que necesitas, ahora, para ir al sitio al que ha de acabar llevándote tu entrenamiento.

Mace Windu parecía estar a punto de discrepar, pero Thracia le dirigió una radiante sonrisa, alzando las cejas hacia su frente llena de arrugas, y Mace bajó los hombros. Thracia era una de las pocas personas cuya capacidad para el sarcasmo superaba a la de Mace Windu, y él lo sabía.

Anakin recorrió la sala con !a mirada y comprendió que, fueran cuales fuesen las perspectivas al comienzo de la reunión, ahora había muy pocas probabilidades de que fuera expulsado del Templo. Thracia se había salido con la suya como sólo ella podía hacerlo, mediante la suave reprimenda de que acababa de hacerlos objeto a todos.

—Necesito un trabajo, una misión —dijo, con la voz a punto de quebrársele por la emoción que sentía—. Necesito hacer algo. Algo real.

— ¿Cómo podemos depositar nuestra confianza en ti? —preguntó Mace, inclinándose hacia adelante y mirando al muchacho.

Anakin le sostuvo la mirada. El poder de su espíritu, de su personalidad, eran casi aterradoramente visibles.

—Cierto, padawan. ¿Cómo podemos confiar en ti después de todos esos errores? —preguntó Thracia con tranquila firmeza—. Ser lo que eres es una cosa, y arrastrar al peligro a otros es algo muy distinto.

Anakin la contempló en silencio durante unos segundos interminables, escrutando su rostro como podría haberlo hecho con un mapa si estuviera intentando encontrar el camino de regreso al hogar.

—Nunca corneto el mismo error dos veces —dijo por fin, parpadeando lentamente mientras se volvía hacia los otros miembros del Consejo—. No soy idiota.

—Estoy de acuerdo —dijo Thracia—. Mace, dales algo útil que hacer en vez de hervirlos dentro del puchero del Templo.

—Me estaba aproximando a esa conclusión —dijo Mace.

— ¡Para lo cual has necesitado todo el día y has tenido que aterrorizar al muchacho! —exclamó Thracia.

—Anakin no se asusta con facilidad, al menos no de nosotros —dijo Mace maliciosamente—. Tiene que haber otra razón para que hoy nos hayas honrado con tu presencia, Thracia.

— ¡Qué observador! —dijo ella—. El peligro aumenta a cada día que pasa y nuestros enemigos, sean quienes sean y estén en el Senado o fuera de él, pueden hacer un nuevo intento de atacar a nuestros estudiantes antes de que sean capaces de defenderse a sí mismos. —Thracia se bajó las mangas y se sentó en un asiento vacío del Consejo junto a Mace—. Enviaste a Vergere, mi antigua discípula, a una misión, y ya hace un año que no sabemos nada de ella. Todos los Jedi aprenden a cuidar de sí mismos, y Vergere tiene muchos recursos. Puede que haya decidido prolongar su misión, o que haya encontrado otra. En cualquier caso, solicito que Obi-Wan Kenobi sea enviado en su ayuda.

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