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Authors: Christopher Priest

Tags: #Aventuras, Intriga

El prestigio (14 page)

BOOK: El prestigio
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El olor de esta descarga asaltó inmediatamente al público. Lo respiré al igual que los demás, estaba atónito intentando adivinar qué podía llegar a contener. Tenía una cualidad sobrenatural, atómica, como la liberación de una fuerza hasta entonces prohibida para el hombre, y ahora, liberada, despedía el fuerte olor de una energía pura y desenfrenada.

Mientras los arcos de electricidad lo atacaban sin cuartel, atropelladamente, por todos sus flancos, Angier se dirigió hacia el trípode que estaba en el corazón del infierno, directamente debajo de la fuente. Una vez aquí, parecía que estaba a salvo.

Aparentemente imposibilitados o incapaces de doblarse sobre sí mismos, los arcos de luz brillantes se alejaron de él de repente, y con golpes feroces se estrellaron contra los listones más grandes, los exteriores. En pocos segundos, cada uno de ellos era atravesado por un arco, que chispeaba con inquieto entusiasmo, contenido en su lugar.

Entonces, estas ocho deslumbrantes serpentinas formaron una especie de dosel sobre el área en la que se encontraba Angier, solo. La luz del foco se extinguió de repente, y todas las otras luces del escenario habían sido atenuadas. Angier estaba iluminado únicamente por la luz de la descarga incandescente que caía sobre él.

Estaba de pie, inmóvil, su brazo sano en alto, su cabeza sólo aproximadamente veinticinco milímetros por debajo del cilindro metálico desde donde emanaba toda la electricidad. Dijo algo, una declaración dirigida al público, pero yo me la perdí debido a la ruidosa conmoción que quemaba el aire sobre él.

Bajó los brazos, y durante dos o tres segundos permaneció de pie en silencio, sometido al espantoso espectáculo que había provocado.

Luego desapareció.

Hacía un momento Angier estaba allí; al siguiente ya no estaba. Su artefacto produjo un ruido chillón y desgarrador, y pareció temblar, pero cuando se retiró, la brillante saeta de energía murió instantáneamente. Los zarcillos chispeaban y explotaban como pequeños fuegos artificiales, y luego desaparecieron. El escenario quedó inmerso en la oscuridad.

Yo estaba de pie; sin darme cuenta había estado de pie durante un largo rato. Yo, y el resto del público, estábamos ahí de pie horrorizados. Aquel hombre había desaparecido delante de nuestros propios ojos, sin dejar rastro alguno.

Oí una conmoción que procedía del pasillo que estaba a mis espaldas, y como el resto del público me di la vuelta para ver lo que estaba sucediendo. Había demasiadas cabezas y cuerpos, no podía ver claramente, ¡una especie de movimiento en el oscuro auditorio! Afortunadamente, las luces de la sala se encendieron, uno de los focos móviles cambió su posición y un rayo de luz apuntó hacia un punto concreto.

¡Angier estaba allí!

Algunos miembros de la plantilla de empleados del teatro bajaban apresuradamente por el pasillo hacia él, y gente del público intentaba alcanzarlo, pero él estaba de pie y empujándolos lejos de sí.

Bajaba tambaleándose por el pasillo, dirigiéndose nuevamente al escenario.

Intenté recuperarme de la sorpresa, e hice cálculos rápidamente. No podían haber transcurrido más de uno o dos segundos entre su desaparición del escenario y su reaparición en el pasillo. Miré desde una punta hasta la otra del escenario, intentando calcular la distancia en juego. Mi butaca estaba al menos a dieciocho metros de la parte de delante del escenario, y Angier había aparecido al fondo del pasillo, cerca de una de las salidas para el público. Estaba bastante lejos de mí, al menos otros doce metros.

¿Acaso podía haber recorrido doce metros en un solo segundo, mientras la oscuridad del escenario ocultaba sus movimientos?

En aquel momento, como ahora, era una pregunta retórica. Es evidente que no podría haberlo hecho sin el uso de técnicas de magia. ¿Pero cuáles?

Su avance a lo largo del pasillo hacia el escenario lo trajo momentáneamente hasta donde yo me encontraba, y allí tropezó con uno de los escalones antes de seguir adelante. Estaba seguro de que no me había visto, ya que evidentemente no tenía ojos para nadie del público. Su comportamiento era el de un hombre completamente absorto en su propia angustia; su rostro estaba atormentado, todo su cuerpo se movía como si estuviera transido de dolor. Caminaba arrastrando los pies como un borracho o un inválido, o como un hombre finalmente exhausto de la vida. Vi su brazo izquierdo colgando lánguidamente, y la mano manchada de gris por la harina, la tinta roja vertida en un oscuro desorden. En la parte posterior de su chaqueta, todavía podía verse el estallido de harina, con la caótica forma que el voluntario había creado cuando explotó la bolsa contra él, hacía sólo unos pocos segundos, y a veinte metros de distancia.

Todos aplaudíamos, y mucha gente aclamaba y silbaba a modo de aprobación. Y cuando se acercó al escenario, un segundo foco lo iluminó y lo acompañó hasta que subió la rampa. Caminó de forma extraña hasta el centro del escenario, donde por fin pareció recuperarse. Una vez más, bajo el destello de las luces, recibió su ovación, inclinándose ante el público, agradeciéndole, tirando besos, sonriendo y triunfante.

Me puse de pie con el resto del público, maravillado por lo que había visto. Tras él, el telón bajaba discretamente para ocultar el artefacto.

¡No sabía cómo se había realizado el truco! Lo había visto con mis propios ojos, y lo había observado sabiendo cómo observar a un mago trabajando, y había buscado en todos los lugares desde y hacia donde un mago tradicionalmente distrae la atención de su público. Dejé el Hackney Empire ciego de ira. Estaba furioso porque mi mejor truco había sido copiado; estaba aún más furioso porque había sido mejorado. Y lo peor de todo, sin embargo, era que no podía descifrar cómo se había hecho.

Era un solo hombre. Estaba en un solo lugar. Apareció en otro. No podría tener un doble; no podría haberse trasladado tan rápidamente de una posición hasta la otra.

Los celos empeoraron mi ira. «En un abrir y cerrar de ojos», el barato título de Angier para su versión de su detestable
mejora
de «El nuevo hombre transportado», era sin lugar a dudas una ilusión suprema, que introducía un nuevo referente en nuestro frecuentemente ridiculizado y generalmente incomprendido arte interpretativo. Tenía que admirarlo por esto, sin importar cuáles pudieran ser mis otros sentimientos hacia él. Sospecho que junto con muchos de los miembros del público, sentí que había tenido el privilegio de ser testigo del truco. Cuando me alejaba de la fachada del teatro, pasé junto a la estrecha callejuela que llevaba hasta la entrada de los artistas, y por un momento incluso deseé tener la posibilidad de enviar mi tarjeta al camerino de Angier, para poder visitarlo allí y felicitarlo en persona.

Reprimí mis deseos. Después de tantos años de amarga rivalidad, no podía permitir que la esmerada presentación de un truco escénico me llevara a humillarme ante él.

Regresé a mi piso en Hornsey, donde casualmente estaba viviendo en esa época, y pasé una noche en vela, dando, con desasosiego, vueltas en la cama junto a Olive.

Al día siguiente me puse a pensar en serio y de forma práctica en su versión de mi truco para ver qué podía sacar de ello. Lo confieso una vez más: no sé cómo lo hizo. No pude descifrar el secreto cuando vi el número, y después, sin importar qué principios mágicos aplicara, no pude desentrañar la solución.

En el corazón del misterio había tres, posiblemente cuatro, de las seis categorías fundamentales de la ilusión: se había hecho
desaparecer
a sí mismo, luego se había
producido
en otro lugar, de alguna manera parecía haber un elemento de
transposición
, y todo se había conseguido con un aparente
desafío de las leyes naturales
.

Una desaparición en el escenario es relativamente fácil de realizar, con la colocación de espejos o medios espejos, una iluminación adecuada, de las persianas o «arte negro» de los magos, de la distracción, de los escotillones, etcétera. Aparecer en cualquier otra parte consiste generalmente en colocar el objeto con anticipación, o una copia similar del mismo…, o si es una persona, colocar un doble convincente de la persona. Realizar estos dos efectos a la vez produce por lo tanto un tercero; en su desconcierto, el público cree que ha asistido a un desafío de algunas leyes naturales. Leyes que yo sentí que se habían desafiado aquella noche en Hackney.

Todos mis intentos por resolver el misterio basándome en principios de magia convencionales fueron un fracaso, y a pesar de que reflexioné y trabajé obsesivamente, ni siquiera me acerqué a una solución satisfactoria.

Me distraía constantemente el saber que este magnífico truco se reducía en el fondo a un secreto de una simplicidad exasperante. La clave de la magia siempre es válida: lo que se
ve
no es lo que
realmente se está haciendo
.

El secreto continuaba eludiéndome. Tenía solamente dos satisfacciones menores.

La primera era que no importaba cuán brillante fuera su efecto, mi propio secreto aún permanecía intacto y era desconocido para Angier. No llevó a cabo el truco a mi manera, como de hecho nunca podría haberlo realizado.

La segunda era la velocidad. No importaba cuál fuera su secreto, el efecto del número de Angier aún no era tan rápido como el mío. Mi cuerpo se transporta de una caja a la otra en un instante. No es, y lo enfatizo, que suceda rápidamente; el truco se realiza en un
instante
. No hay demora de ningún tipo. El número de Angier era notablemente más lento. La noche en que vi su espectáculo estimé que habían transcurrido uno o a lo sumo dos segundos, lo que para mí significaba que él era uno o a lo sumo dos segundos más lento que yo.

En una ocasión en la que parecía acercarme a la solución, intenté comprobar los tiempos y las distancias en juego. Aquella noche, debido a que no tenía idea de lo que estaba por suceder, y no tenía medios científicos de medición, todas mis estimaciones eran subjetivas.

Esto es parte del método del ilusionista; al no preparar a su público, el mago puede utilizar la sorpresa para no dejar rastro. La gran mayoría de la gente, al ver la ejecución de un truco, cuando se les pregunta la duración del mismo, sería incapaz de dar una estimación precisa. Muchos trucos están basados en el principio de que el ilusionista hará algo tan rápidamente que un público desprevenido jurará más tarde que no pudo haber sucedido,
porque no hubo tiempo suficiente
.

Sabedor de esto, me obligué a pensar nuevamente en lo que había visto, representando el truco en mi mente, y tratando de estimar cuánto tiempo había transcurrido realmente entre la supuesta desaparición de Angier y su materialización en otro sitio. Al final llegué a la conclusión de que seguramente no habían sido menos de uno o dos segundos, como había creído la primera vez, y que realmente tal vez habían pasado hasta cinco segundos. ¡En cinco segundos de completa e inesperada oscuridad, un mago cualificado puede completar una gran ilusión!

Este corto período de tiempo era evidentemente la clave del misterio, pero aun así no parecía ser suficiente para que Angier pudiera ir corriendo casi hasta el final de la platea.

Dos semanas después del incidente, gracias a un arreglo con el director del teatro, me dirigí al Hackney Empire con el pretexto de tomar medidas con antelación para una representación propia. Es algo bastante habitual, pues el ilusionista suele adaptar su actuación a las limitaciones físicas del teatro. Así, mi petición fue considerada normal, y el asistente del director me recibió con cortesía y me ayudó en mis investigaciones.

Encontré la butaca donde me había sentado, y establecí que estaba a poco más de quince metros de distancia del escenario. Descubrir el punto preciso del pasillo en el que Angier se había rematerializado era más difícil, y en realidad todo lo que tenía era mi propio recuerdo del suceso. Me puse de pie junto a la butaca donde había estado sentado, y traté de calcular su posición, en función del ángulo hacia el que había girado mi cabeza para mirarlo. Al final, lo mejor que pude hacer fue estimar que estaba situado en un punto del largo tramo del pasillo escalonado; el área más cercana al escenario estaba a más de veintitrés metros, y el extremo más lejano estaba a más de treinta metros.

Estuve un rato de pie en el centro del escenario, aproximadamente donde había estado el vértice del trípode, y miré a lo largo del pasillo central, preguntándome cómo me las arreglaría yo mismo para ir de una posición hasta la otra, en un auditorio repleto de gente, en la oscuridad, en menos de cinco segundos.

Hice una visita a Tommy Elbourne, que en esa época vivía jubilado en Woking para discutir el problema. Después de describirle el truco, le pregunté cómo pensaba que podría explicarse.

—Tendría que verlo yo mismo, señor —dijo después de pensar mucho y hacerme varias preguntas.

Lo intenté con un enfoque diferente. Le insinué que podría ser un truco que yo querría diseñar para mí. Él y yo habíamos trabajado muchas veces de esta manera en el pasado; yo describía el efecto deseado, y ambos, por así decirlo, diseñábamos el funcionamiento de atrás hacia adelante.

—Pero eso no sería ningún problema para usted, ¿no es cierto, señor Borden?

—¡Sí, pero yo soy diferente! ¿Cómo lo diseñaríamos para otro ilusionista?

—No sabría cómo hacerlo —me dijo—. La mejor manera sería utilizar un doble, alguien que ya estuviera colocado entre el público, pero usted dice…

—Angier no lo hizo así. Estaba solo.

—Entonces no tengo ni idea, señor.

Tracé nuevos planes. Asistiría a la nueva temporada de actuaciones de Angier, visitando su espectáculo cada noche si era necesario, hasta haber resuelto el misterio.

Tommy Elbourne estaría conmigo. Me aferraría a mi orgullo tanto como pudiera, y si era capaz de arrebatarle su secreto, sin que él sospechara nada, entonces alcanzaría el resultado ideal. Pero si, al final de la temporada, no lográbamos desarrollar una teoría factible, abandonaría toda la rivalidad y los celos del pasado, y me acercaría a él directamente, suplicándole, si era necesario, para que me proporcionara su explicación. Tal era el enloquecedor efecto que este misterio había producido en mí.

Escribo sin vergüenza. Los misterios son la moneda común de los magos, y yo estaba convencido de que mi obligación profesional era averiguar cómo se realizaba el truco. Si esto significaba que debía humillarme, si tenía que reconocer que Angier era un mago superior, que así fuera.

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