Ambos guardaron silencio durante largo rato.
Lealtad para uno, ese era el lema de los Danavis. Corvan no creía en Orholam, ni en la Cromería, ni en ningún credo. Creía en Gavin. A veces era sobrecogedor tener a alguien que creyera en ti de esa manera. Por un segundo, Gavin contempló la posibilidad de revelar a Corvan su séptimo y último propósito. De confiar en él. Pero no. Era más seguro así. Se lo diría cuando llegara el momento.
—Menudo mundo —dijo Corvan, al cabo.
—Menudo día —dijo Gavin, observando el firmamento plomizo. Puaj.
Corvan resopló.
—Sí, radiante —dijo, y siguió su camino.
El sarcasmo de Corvan a veces constituía un enigma.
Gavin se encogió de hombros y salió a dar palmaditas en los hombros, a interesarse por los heridos, por los víveres y por el rumbo, principalmente dejándose ver, mostrándose atento y al mando. Karris no dejaba de observarlo, pero no le dirigió la palabra. Otro problema del que tendría que encargarse.
Fue a visitar a Kip. El muchacho dormía hecho un ovillo. Lo cual no tenía nada de extraño. Gavin seguía escuchando historias. Según los distintos testigos, Kip había trazado verde, azul, rojo y tal vez amarillo. Con quince años. Gavin esperaba ganar algo de tiempo para ambos manipulando la piedra de pruebas; el camino de Kip sería lo bastante complicado de por sí. Ahora era demasiado tarde. Listo, valiente y policromo, el muchacho había demostrado con creces que era un auténtico Guile. Gavin debería redoblar sus esfuerzos por ocultarle la verdad.
Había mucho trabajo por hacer.
Sin olvidar que debía enfrentarse a su padre y decirle que su esposa estaba muerta y que su nieto ilegítimo había asesinado a un sátrapa, y eso intentando eludir cualquier posible conversación sobre casarse con la hija de algún sátrapa para arreglar las cosas… conversación en la que Gavin tenía todas las de perder.
Se acercó al costado de la embarcación para trazar una trainera con la que ir a la otra barcaza. Miró a su alrededor en busca de algo azul a partir de lo que trazar. No había nada. Levantó la cabeza. No había ninguna nube en el cielo. Estaba a bordo de una barcaza, en alta mar, bajo un firmamento radiante. Pero algo andaba mal.
Intentó trazar azul. Era el Prisma; podía dividir la luz blanca en cualquiera de sus componentes.
No ocurrió nada.
Le sobrevino una oleada de pánico. Contó sus colores con los dedos, del pulgar al índice primero, de arriba abajo. Subrojo, rojo, naranja, amarillo, verde, az… Nada. Se quedó mirando fijamente el dedo corazón, como si fuera el culpable. No había azul. No podía trazarlo. Ni siquiera podía verlo. Había empezado. No al séptimo año. Ahora. Nunca había sabido cómo se daba cuenta un Prisma de que el final estaba próximo. Ahora lo sabía. Estaba perdiendo los colores. No le quedaban cinco años, había empezado ya. Gavin se moría.
Hace dos años lancé la trilogía «El Ángel de la Noche» al mundo con la clásica mezcla de triunfo y terror. Ardía en deseos de convertirme en novelista desde que tenía trece años. Era mi oportunidad, mi ocasión de someterme al dictamen del gran público. Hay cien factores que pueden enterrar un debut y, a fin de retrasar la necesidad de buscar un empleo de verdad, necesitaba que a mi debut le fuera mejor que a la mayoría. Pero todos los días hay sueños que se estampan contra el suelo. Las tragedias acechan detrás de cada esquina.
Aunque también los milagros.
De modo que antes de nada quiero daros las gracias a vosotros, lectores, por darle una oportunidad a un tipo desconocido con una novela invisible. Y gracias especialmente a aquellos lectores que le dejaron mi libro a un amigo y dijeron: «Dale una oportunidad. No, en serio, dásela». Y un doble agradecimiento especial con nata montada y una galletita de moca cubierta de chocolate a todos los libreros que hicisteis eso, desde Alburquerque hasta Perth. Entre todos me habéis cambiado la vida. El poder ganarme la vida escribiendo es un privilegio inmenso, así que gracias.
Kristi, eres la gracia y la tenacidad encarnada. No podría estar viviendo este sueño sin ti, ni querría hacerlo. Gracias por ese resquicio de locura e insensatez, fino como un cabello pero sin fondo, que te permite aguantarme.
Don, gracias no solo por todos los acuerdos firmados, sino también por saber cuándo no hay que firmarlos. Gracias por presentarme a tantos profesionales apasionados de mi trabajo. Cameron, gracias por repartir mis libros entre los incautos de todos los rincones del mundo.
Devi, gracias por emplear el llameante Ojo de Sauron (¡no, contra mí no!), pero secretamente a mi favor. Y a ti y a Tim, Alex, Jack y Jennifer, os prometí que este libro sería el más corto y ha resultado ser el más largo, causando quebraderos de cabeza a todo el mundo. En vez de obligarme a sacar el siguiente producto de la cadena de montaje me habéis concedido una autonomía tremenda. Os agradezco la fe depositada en mí y todo cuanto hacéis por contribuir a mi éxito. Chicos, sois valientes y brillantes, y es un placer trabajar con vosotros.
Gracias a toda la gente de Hachette, desde los becarios anónimos sin derecho a sueldo (¡ánimo!), al tipo que mantiene sus ordenadores en funcionamiento, a Gina (te debo más de una cena, ¿verdad?), a las pacientes personas de producción que tienen buenos motivos para odiarme. Pero le paso todo ese odio a mi editora, Devi. (¡También le gustan los manuscritos no solicitados! Este es su número de teléfono y su dirección personal de correo electrónico @.)
Heather y Andrew, gracias por la labor de mantenimiento del foro. Habéis hecho posible que conecte con mis fans… y siga teniendo tiempo para escribir. Gracias gracias gracias.
Me temo que no he recompensado a todos los amigos y familiares que han soportado mis estados de ánimo por email (¿de cuántas formas distintas se puede decir «el libro aún no se ha vendido»?), estando tan ocupado durante los dos últimos años que prácticamente ya ni siquiera les escribo unas líneas. Si aparecisteis en la primera entrega de agradecimientos, gracias de nuevo.
Cody L., tu entusiasmo es mejor que el café. Shaun y Diane M., gracias por los sabios consejos y vuestra amistad. Scot y Kariann B., gracias por las excursiones a Red Robin cada vez que vendíamos los derechos al extranjero (¡Italia, hurra!). Dr. Jacob K., gracias por las asombrosas lecciones improvisadas, las amables correcciones de traducción y el «prómaco». Gracias al Dr. Jon L., quien una vez dijo: «¿No sería genial que en vez de [convención del género fantástico], el héroe hiciera [convención de ese género invertida]?». Esa semilla me ha rondado la cabeza durante años, Jon. Desde entonces he descubierto las muy válidas razones por las que no son más los escritores que han hecho eso… y me lo he pasado bomba haciéndolo de todos modos. Gracias a Seiei, que le dio la vuelta a todo este libro con un par de tuits. Gracias a Nate D., por las geniales tormentas de ideas, a Laura J. D., por los consejos sobre dos cosas que probablemente jamás llegaré a entender por completo: las mujeres y los físicos esculturales. Cualquier error que contenga este libro es culpa suya.
Gracias, Rockstar Energy Drink. Esos años de mi vida que me robaste seguro que hubieran sido malos.
Y por último, gracias a los insaciablemente curiosos lectores que todavía se leen los agradecimientos aunque no esperen encontrar su nombre. ¿Qué, os ha parecido corta la novela? Venga, largo de aquí e id a decirle a alguien: «¡Tienes que leer esto! No, en serio. Que sí, que trae hasta un mapa y todo».
Brent Weeks, escritor estadounidense originario de Montana, se convirtió en uno de los autores revelación de la literatura fantástica épica gracias a la trilogía «El ángel de la noche», compuesta por El camino de las sombras, Al filo de las sombras y Más allá de las sombras, todos publicados por Plaza & Janés. La primera entrega quedó finalista del David Gemmell Legend Award, que se concede anualmente a la mejor novela del género fantástico publicada en el mundo anglosajón. En el año 2011 se repitió el éxito, cuando El Prisma negro también quedó finalista de este prestigioso premio. Brent Weeks ya forma parte del grupo de escritores consagrados del género, entre los que cuentan Andrzej Sapkowski y Brandon Sanderson. La segunda entrega de la trilogía «El portador de luz» se publicará en Estados Unidos a finales de 2012, y en castellano en 2013.