El quinto día (121 page)

Read El quinto día Online

Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

BOOK: El quinto día
5.47Mb size Format: txt, pdf, ePub

Y la cosa que penetraba entre las compuertas abiertas. Parecía el tentáculo de un pulpo descomunal. Pero ningún pulpo tenía semejantes tentáculos. No existían pulpos lo suficientemente grandes como para tener tentáculos de tres metros de diámetro. Una masa amorfa entraba a raudales hacia la cubierta del pozo; avanzaba a una velocidad pasmosa, cada vez llegaba más. Era un músculo gelatinoso que apenas pasaba la esclusa se ramificaba en cordones más finos y sobre cuya superficie lisa fluctuaban dibujos luminiscentes.

Rubin nadó para ponerse a salvo.

La aleta lo siguió. Tosiendo y escupiendo, alcanzó el muelle y, presa del pánico, intentó subir. Sus codos se doblaron. Oyó disparos, volvió a caer al agua y se vio frente a un espectáculo increíble. De repente comprendió que se estaba cumpliendo su deseo. El organismo extraño había penetrado en el interior, pero en circunstancias completamente diferentes de las que él había esperado.

Había tentáculos luminosos por todas partes, tan gruesos como troncos de árboles.

Y en medio, las fauces abiertas de la orca.

Rubin subió. Directamente frente a él dos piernas agitaban el agua. Roscovitz lo miraba desde arriba con ojos saltones. Parecía colgado del patíbulo. Sus manos trataban de aflojar la Cadena que rodeaba su cuello.

Un sonido espantoso salía de su garganta.

«¡Oh, Dios mío! —Pensó Rubin—. ¡Dios misericordioso!» Ahí estaba la aleta, casi a su lado, y cambiaba de rumbo...

La orca se alzó entre una montaña de espuma, la boca bien abierta. Las piernas de Roscovitz desaparecieron en ella. Las mandíbulas se cerraron. Por un momento, el animal quedó suspendido en el aire, luego volvió a sumergirse...

El torso cubierto de sangre de Roscovitz se bamboleaba sobre la superficie del agua; Rubin no podía apartar la vista de él. Escuchó un grito sostenido y comprendió que era él quien gritaba.

Gritó y gritó.

Ahí estaba otra vez la aleta.

Centro de Información de Combate

Li no daba crédito a sus ojos. En pocos segundos se había desatado un caos en la cubierta del pozo. Perpleja, vio a Peak corriendo por el muelle, a los soldados disparando a ciegas sobre el agua y el cuerpo hecho jirones de Roscovitz.

—Comunicación por radio —ordenó.

De pronto, la central de mando se llenó con el eco de los disparos y los gritos. En todos los rostros se reflejó el espanto. Todos comenzaron a hablar a la vez; al caos del pozo siguió uno análogo en el CIC. Li pensó febrilmente en lo que debía hacer. Enviaría refuerzos, por supuesto. Esta vez armados con proyectiles explosivos. ¿Por qué andaban disparando con munición convencional allí abajo?

Tenían que retomar el control.

Bajaría ella en persona.

Sin decir una palabra, fue a la sala contigua del LFOC. En caso de guerra servía de central de mando para las operaciones anfibias. Desde ahí podían llenar o vaciar los tanques de lastre y abrir la puerta de popa si fallaban los controles del pozo. Lo único que no podían controlar desde el LFOC eran las esclusas, otro estúpido error en la precipitada reestructuración del
Independence
.

—Bien —dijo al aterrorizado personal de las consolas—, vacíen los tanques de lastre traseros. Drenen la popa. —Pensó un momento. ¿Estaba la esclusa del fondo del pozo cerrada o abierta? ¿Podía salir el agua? Del caos de los monitores no podía sacar ninguna conclusión. Por lo general bastaba con elevar la popa del buque para que el agua de la dársena saliera por la esclusa abierta o por la puerta abierta de la popa. En caso de que ambas estuvieran bloqueadas tenían el sistema de bombeo de emergencia. Llevaba esto algo más de tiempo, pero cumplía la misma función.

Li ordenó que pusieran en marcha las bombas y volvió corriendo al CIC.

Cubierta del pozo

La compuerta no se movió. De momento, Peak no tenía tiempo para pensar en la causa del fallo. Rápidamente, corrió hacia uno de los armarios y sacó un arpón con carga explosiva. Los soldados disparaban enloquecidos al agua. Algo enorme, semejante a un pulpo, entraba al buque por la esclusa abierta y serpenteaba por la superficie. En ella se veía a la orca que había arrancado las piernas a Roscovitz de una dentellada.

De reojo vio que Rubin salía del agua. Peak se sentía aliviado y fastidiado a la vez. Odiaba al biólogo, pero no tenía que haberlo arrojado al agua en su arrebato. La vida de Rubin debía ser protegida a toda costa. Tenía que terminar su tarea.

La aleta se alejó del muelle. Más atrás, Anawak y Greywolf nadaban hacia el otro lado de la dársena. Eran seguidos por varios tentáculos luminosos, si bien la masa informe ocupaba la dársena entera, sacudiendo sus tentáculos en todas las direcciones. Mientras tanto, la orca había puesto claramente la mira en los fugitivos.

Tenía que liquidar a la bestia antes de que matara a alguien más.

De pronto, Peak sintió una profunda calma. Todo lo demás podía esperar. Ahora lo más importante era liquidar a esa masa de carne con dientes.

Alzó el arpón y observó el agua.

Anawak vio que la orca se acercaba. El agua de la dársena saltaba llena de espuma como si hubiera cobrado vida. La orca, que avanzaba decidida hacia ellos, nadaba entre la masa serpenteante que irradiaba destellos azules.

Cuando el animal soltó poco a poco la respiración se vio su cráneo negro: estaba a pocos metros. No llegarían al muelle, no cabía duda. Algo tenían que hacer. Cuando fueron atacados por las ballenas en Clayoquot Sound, Greywolf había aparecido con su bote en el momento justo, pero Greywolf pasaba ahora por las mismas dificultades que él. Tenían que evitar el impacto.

La orca se sumergió.

—¡La dejaremos pasar! —le gritó a Greywolf.

«No he sido muy preciso —pensó—. Quién sabe si Jack me ha entendido.» De todos modos ya no tenía tiempo para explicárselo.

Anawak respiró hondo y se sumergió en el agua.

Peak maldijo.

La bestia había desaparecido, y tampoco veía a Greywolf y a Anawak. Siguió corriendo por el muelle en busca del animal, pero la dársena se había convertido en un caos surrealista en el que la luz azul, las formas indefinidas y la espuma que saltaba ya no dejaban ver nada con claridad. Delante de él, uno de los soldados disparaba sobre los tentáculos serpenteantes, al parecer sin efecto.

—¡Deje eso! —Peak empujó al hombre en dirección a la consola de control—. Dé la alarma. Intente abrir la compuerta y deshágase del batiscafo. —Su mirada registraba la superficie del agua—. Y luego cierre la maldita esclusa.

El soldado dejó de disparar y salió corriendo.

Peak se acercó al borde del muelle y entrecerró los ojos. Sentía el peso del arpón en su mano.

¿Dónde estaba la orca?

La orca había desaparecido.

Sólo se veía una masa que se sacudía y se retorcía, una luz azul y blanca. Cuando Anawak se sumergió en el agua, el ruido estridente dejó paso a unos murmullos y golpeteos sordos. Greywolf nadaba a su lado. De su boca salían burbujas de aire. Anawak seguía agarrando por el brazo al medio indio después de haberlo arrastrado hacia abajo. No sabía si su idea funcionaría, pero de todos modos en la superficie estaban perdidos.

Algo se acercaba ondulando, algo que era como una serpiente enorme sin cabeza. Sobre su tejido semitransparente de color azul brillaban franjas de luces. De él salían cientos de finas prolongaciones a modo de látigos, que se desplazaban por el fondo del pozo. Súbitamente, Anawak comprendió qué estaba haciendo la cosa: sondeaba su entorno. Los látigos registraban cada punto de la dársena. Estaba aún mirando, espantado y fascinado a la vez, cuando del cuerpo de serpiente crecieron más prolongaciones que se extendieron hacia él.

Entre ellas se abría la boca de la orca.

Anawak experimentó una transformación. Una parte de él se aisló y comenzó a formular preguntas con toda tranquilidad. ¿Qué parte del atacante era aún una orca y qué parte correspondía a la gelatina? ¿Qué podían esperar de un ser vivo que ya no actuaba según su naturaleza sino que se había fundido con una conciencia extraña? Tenía que ver a la orca como parte de aquella masa luminosa, y no como una ballena con reflejos naturales. No obstante, quizá eso fuera una ventaja. Quizá pudieran confundir al animal.

La orca se aproximó como una flecha.

Anawak se apartó y empujó a Greywolf, que nadó rápidamente en dirección contraria. ¡Había entendido el grito! La ballena pasó a toda velocidad entre ellos. Sorprendentemente, su presa se había dividido en dos.

Habían ganado unos cuantos segundos.

Sin dedicarle ni una mirada más a la orca, Anawak nadó hacia el interior de la maraña de tentáculos.

Rubin se arrastraba a cuatro patas por el muelle mientras intentaba respirar hondo. El soldado lo esquivó de un salto y siguió corriendo hacia la consola de control. Echó una mirada a los indicadores, se orientó y pulsó el botón que abría la compuerta de acero.

El sistema estaba bloqueado.

Como el resto de su tropa, el soldado había sido instruido en el manejo de los sistemas técnicos del buque, de modo que conocía su funcionamiento. Le había quedado grabada a fuego la imagen de Browning cuando su cuerpo salió despedido contra la consola. Se agachó y observó atentamente el botón.

Atascado. Estaba torcido hacia un lado.

Quizá por la patada de Browning. Era relativamente fácil de arreglar. Cogió su arma y descargó un culatazo.

El botón volvió a su lugar.

Anawak flotaba en un mundo extraño.

A su alrededor se retorcían cientos de tentáculos delgados. No estaba seguro de que hubiera sido una buena idea meterse nadando en el hervidero, pero era tarde para plantearse semejante cuestión. Quizá la gelatina reaccionara de forma agresiva o quizá no. También era posible que la sustancia estuviera infectada, en cuyo caso morirían todos.

Fuera como fuese, de momento la orca tenía dificultades para encontrarlo allí.

Las prolongaciones luminiscentes se curvaron hacia él y comenzaron a moverse, lanzándolo de un lado a otro. Luego la masa de tentáculos se condensó, y de golpe Anawak sintió que uno de aquellos látigos se deslizaba por su rostro.

Lo apartó.

Se acercaron varios más serpenteando; le palparon la cabeza y el cuerpo. La cabeza le latía y le zumbaba. Poco a poco empezaban a dolerle los pulmones. Si no encontraba pronto una oportunidad de emerger, no tendría importancia si sucumbía ya a la sustancia.

Intentó separar los tentáculos introduciendo ambas manos entre ellos, pero aquello era como luchar contra un nido de culebras. El organismo era como un músculo firme, sumamente flexible, que al mismo tiempo estaba en constante metamorfosis. Los tentáculos que acababan de enroscarse en él se deformaban, se retiraban y se fundían con la gran masa, que en ese mismo instante creaba otras extremidades. La sustancia era completamente impredecible, y al parecer estaba desarrollando una gran debilidad por León Anawak.

Tenía que salir de allí.

Junto a él se deslizó un cuerpo delgado, elegante.

Un rostro sonriente. Era uno de los delfines. Casi instintivamente, Anawak se agarró a su aleta dorsal. Sin detenerse, el delfín salió velozmente de la masa de tentáculos y lo arrastró consigo. De pronto tuvo otra vez la visión libre. Seguía aún aferrado al delfín cuando vio que la orca se aproximaba rauda desde el costado. El delfín siguió subiendo rápidamente. Tras ellos se cerraron las enormes mandíbulas; erraron por poco. Luego emergieron a la superficie y nadaron hacia la playa de la dársena.

El soldado oprimió el botón.

Sólo le había dado un golpe con su arma, pero había funcionado. Lentamente, la compuerta de acero empezó a moverse y el batiscafo quedó libre. Éste siguió hundiéndose, dejando atrás al organismo que se deslizaba por la esclusa. Sin hacer ruido, el
Deepflight
cayó fuera del barco y desapareció en las profundidades marinas.

Durante una fracción de segundo al soldado lo asaltó la duda de si no sería mejor dejar la esclusa abierta, pero la orden era clara: debía cerrarla; de modo que obedeció. Esta vez no tenía un batiscafo bloqueando la compuerta. Las planchas de acero, impulsadas por los potentes motores de la esclusa, se deslizaron hacia el enorme organismo y lo aplastaron.

Peak alzó el arpón.

Acababa de ver a Anawak. La orca parecía haberlo atrapado, pero luego el hombre había reaparecido mientras la bestia se movía en dirección contraria. Los soldados dispararon al lomo negro, y la orca se hundió bajo la superficie.

¿La habían liquidado?

—La compuerta se cierra —le gritó el soldado desde la consola.

Peak alzó la mano en señal de que había entendido y recorrió lentamente el muelle. Su mirada revisaba el lado de enfrente. Las balas no hacían mella en la gelatina, pero no se atrevía a lanzar explosivos contra ella. Aún había gente en la dársena.

Se acercó al borde.

Greywolf había seguido el ejemplo de Anawak: nadaba entre los tentáculos. Pataleó con todas sus fuerzas hacia el otro lado de la dársena. Unos metros más adelante, la masa corporal del organismo le cerró el paso y tuvo que cambiar de rumbo.

Perdió el sentido de la orientación.

Los tentáculos se ensortijaron hacia él y se enroscaron en sus hombros. Greywolf sintió una profunda repugnancia. Estaba consternado. La secuencia de la muerte de Delaware se había grabado en su mente, y pasaba ante sus ojos una y otra vez, como una película. Se arrancó las prolongaciones de la gelatina, dio un giro completo e intentó escapar.

De pronto se encontró flotando sobre la esclusa. El batiscafo había desaparecido. Vio que la compuerta se cerraba, penetraba en el tejido gelatinoso y hacía un corte limpio en los varios metros de espesor del tubo.

La reacción de la sustancia fue clarísima.

Aquello no le gustó.

Un torrente de agua azotó a Peak. La orca se alzaba directamente ante él. Demasiado sorprendido como para sentir miedo, Peak miró las fauces color rosa y retrocedió. En ese instante el pozo al completo pareció saltar en pedazos. El organismo se movía desenfrenado. Serpientes gigantes subían como enloquecidas hacia el techo, chocaban contra las paredes y barrían los muelles. Peak oyó que los soldados gritaban y disparaban, vio cuerpos que salían proyectados por los aires y desaparecían en la dársena; luego recibió un golpe en las piernas y cayó de espaldas. El aire se le escapó de los pulmones con un intenso dolor. El cuerpo de la orca se le venía encima. Peak soltó un gemido e involuntariamente empuñó el arpón con más fuerza. De pronto una sacudida lo tiró al agua.

Other books

Life After Death by Cliff White III
Cameron's Control by Vanessa Fewings
Den of Thieves by Julia Golding
Big Girls Don't Cry by Taylor Lee
How to Disappear by Ann Redisch Stampler
a movie...and a Book by Daniel Wagner
Model Misfit by Holly Smale
Nowhere to Run by Nancy Bush