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Authors: Jack Vance

El Rey Estelar

BOOK: El Rey Estelar
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Los Reyes Estelares son una raza de criaturas, no humanas, que se disfrazan a la perfección como humanos. Pero humanos con una diferencia. El poder es su único objetivo; un objetivo que buscan sin importarles el precio que haya de pagarse con vidas humanas... Kirth Gersen no era un Rey Estelar sino que buscaba a uno de ellos, un especial Rey Estelar, que asesinó a sus padres muchos años atrás. Todo lo que Gersen sabía, es que el nombre de ese Rey Estelar era el de Attel Malagate. Volando de un mundo a otro en espacios sin fin por la Galaxia, Gersen persiguió sistermáticamente a su Rey Estelar y finalmente le encontró...

Jack Vance

EL REY ESTELAR

Los Principes Demonio 1

ePUB v1.0

Dukoman
01.01.11

Título Original: The star king

©1963, Vance, Jack

Traductor: Murillo, Eduardo G.

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Capítulo 1

«Qué paradoja, qué vergonzoso reproche resulta de considerar que una distancia que puede contarse en cientos de kilómetros, y a veces por metros, o en unos cuantos centímetros, pueda transformar el crimen más repelente en una simple circunstancia apenas apreciable...»
Hm. Balder Bashin, en el Nunciamiento Eclesiárquico del Año Mil.
Foresse, planeta Krokinole.

«La ley no se establece donde la fuerza no la respalda.»

AFORISMO POPULAR

Extracto del artículo publicado en Cosmópolis, en octubre de 1923, con el título «Smade en el planeta Smade»
:

«Pregunta: ¿Estuvo siempre solo, señor Smade?

Respuesta: No, tenía tres esposas y once hijos.

P: ¿Qué fue lo que le impulsó a establecerse aquí? Es un mundo más bien lúgubre.

R: La belleza está en el ojo de quien la mira, ¿no es cierto? No me ha importado establecer un refugio de descanso para quien quiera venir hasta aquí.

P: ¿Qué clase de gente suele venir a hospedarse aquí?

R: Personas que desean descansar y necesitan tranquilidad. Y, ocasionalmente, cualquier viajero que proceda del espacio, o los exploradores espaciales, por regla general.

P: He oído decir que algunos de sus clientes son tipos duros.

Le diré, con franqueza, que según se cuenta por ahí, es creencia general que el Refugio Smade alberga a los piratas más famosos y los aventureros más peligrosos de Más Allá.

R: Supongo que esas personas también necesitan descansar ocasionalmente.

P: ¿Y no ha tenido dificultades con esa gente? Es decir, para mantener el orden...

R: No. Ellos conocen mis reglas. Yo les digo: "Caballeros, desistan, por favor. Sus diferencias son cosa suya, ustedes están de paso como fugitivos. La armoniosa atmósfera de este Refugio es mía y sepan que estoy dispuesto a mantenerla permanentemente".

P: ¿Y eso es suficiente para que desistan?

R: En la mayoría de los casos.

P: ¿Y si no?

R: Los tiro al mar.»

Smade era un hombre reticente. Sus orígenes y los primeros pasos de su vida, sólo los conocía él. En el año 1479 adquirió un cargamento de maderas finas, que por una oscura razón tomó procedente de un mundo lejano, perdido en Más Allá. Y entonces, con la ayuda de unos cuantos artesanos y la de un numeroso grupo de esclavos, construyó el Refugio de Smade.

El lugar había sido elegido en un estrecho bajío de brezales entre las Montañas Smade y el Océano Smade, precisamente en el ecuador del planeta. La construcción se hizo de acuerdo con un plano tan singular como el propio Refugio, usando piedra para los muros, planchas de esquisto para los suelos y vigas de madera fina para el techo. Una vez concluida, parecía un extraño mirador de roca, una sorprendente estructura de dos pisos, con un alto frontispicio, una doble fila de ventanas en un frente y detrás, y chimeneas a ambos extremos que evacuaban el humo procedente del fuego hecho con musgo fósil que tanto abunda en el solitario planeta. En la parte trasera había plantado un grupo de cipreses, cuya forma y follaje completaban apropiadamente el panorama.

Smade introdujo otras innovaciones en la ecología del entorno: en un valle abrigado tras el Refugio plantó forrajes y verduras, y en otro reunió un rebaño de ganado de buena carne, además de un buen número de aves de corral de especies variadas. La reproducción se desenvolvió moderadamente bien, sin mostrar disposición a repoblar el planeta.

Los dominios de Smade podrían haberse extendido tan lejos como hubiese deseado fijar, puesto que no existía otro habitante en el planeta; pero decidió elegir una zona de unas cuantas hectáreas dentro de los límites de una valla de piedra blanqueada para afirmar su soberanía. De cuanto ocurriese más allá de la cerca, Smade se mantenía discretamente apartado, a menos que hubieran razones para considerar sus propios intereses amenazados, contingencia, por lo demás, que jamás ocurría.

El planeta Smade era el único compañero de la estrella del mismo nombre, una enana blanca en una región relativamente vacía del espacio. La flora nativa era escasa y extraordinariamente diseminada, compuesta por líquenes, musgo y algas pelágicas que teñían el mar de negro. La fauna resultaba aún más simple: gusanos blancos en el barro del fondo del mar y unas pocas criaturas gelatinosas que se reunían para ingerir las algas negras de la forma más ridícula e inepta, como en la función primitiva de unos simples protozoos. Las alteraciones de Smade en la ecología del planeta no podían, por tanto, ser perjudiciales.

Físicamente, Smade era un hombre alto, ancho y vigoroso, de piel blanquecina color hueso y cabellos negros. Sus antecedentes, como se ha dicho, eran muy vagos y ni él mismo había podido recordarlos nunca; pero su establecimiento era regido con el mayor decoro. Sus tres esposas vivían en completa armonía, los chicos eran hermosos y de maneras educadas y el propio Smade resultaba impecablemente cortés y bien educado. Sus tarifas eran caras; pero su hospitalidad generosa y nunca tenía dificultades para cobrar sus cuentas. Sobre el bar, había un letrero que decía:

COMA Y BEBA SIN PREOCUPARSE.

EL QUE PUEDA Y PAGUE ES UN CLIENTE.

EL QUE NO PUEDA, ES UN HUÉSPED DEL ESTABLECIMIENTO.

Los parroquianos de Smade eran de índole diversa: prospectores, exploradores, técnicos Jarnell, agentes privados en busca de hombres perdidos o tesoros robados y más raramente algún miembro de la PCI (Policía Coordinada Interplanetaria). También se les llamada «comadrejas» en el argot de Más Allá. Otros individuos eran más temibles y siniestros, y resultaban el producto de toda la variada gama de crímenes imaginables. Haciendo de la necesidad una virtud, Smade plantaba cara a todo lo que llegara a su casa.

Y allá llegó, en julio de 1524, Kirth Gersen, presentándose a sí mismo como prospector. Su nave espacial era el modelo corriente utilizado por las casas comerciales de aquella región espacial del Oikumene, es decir, un cilindro de nueve metros de altura, equipado con lo puramente necesario: en la proa, el monitor autopiloto dúplex, un buscador de estrellas, cronómetro macroscopio y controles manuales; en la parte media del aparato, las cabinas con el aparato de ventilación, un convertidor orgánico, el banco de datos y la estiba; en popa el bloque energético de la nave con su acelerador Jarnell, y un espacio adicional mayor para estiba y carga. La nave se veía tan baqueteada por los elementos cósmicos como otra cualquiera de su tipo. Por lo que respecta a Gersen, su aspecto no difería mucho de otros, salvo en el detalle de que vestía ropas buenas y su carácter era normalmente taciturno. Smade le aceptó en sus términos usuales.

—¿Se quedará mucho tiempo, señor Gersen?

—Dos o tres días, quizás. Tengo muchas cosas en que pensar.

Smade aprobó con un profundo gesto de comprensión.

—Esto está casi vacío ahora. Por el momento, sólo están usted y el Rey Estelar. Encontrará toda la tranquilidad que necesita.

—Oh, gracias, estaré encantado —respondió Gersen, lo que era realmente cierto, ya que sus recién terminados negocios le habían dejado un buen número de problemas todavía sin resolver. Se volvió hacia Smade, ya que las últimas palabras de éste le habían llamado mucho la atención—. ¿Ha dicho usted que hay aquí un Rey Estelar?

—Como tal se ha presentado.

—Nunca he visto un Rey Estelar. Al menos que yo sepa.

Smade movió la cabeza cortésmente, con un gesto que indicaba que todo ulterior chismorreo había llegado ya al límite de lo permisible. Señaló al reloj y dijo:

—Ahí tiene nuestra hora local; será mejor que ponga su reloj de acuerdo con ella. La cena es a las siete en punto, o sea dentro de media hora.

Gersen subió la escalera de piedra hasta su habitación, un cuarto austero con una cama, una mesa y una silla. Miró por la ventana hacia el límite existente entre los brezales y el océano y las montañas del Refugio. Dos aeronaves ocupaban el pequeño campo de aterrizaje, la suya y otra mucho más grande y pesada, evidentemente del Rey Estelar.

Gersen se lavó y volvió al salón, donde cenó los productos que el propietario obtenía de su huerta y su ganado. Aparecieron dos clientes más. El primero era el Rey Estelar, que apareció desde el otro extremo de la habitación con un orgulloso despliegue de ricos ornamentos: un individuo con la piel teñida de negro azabache, y ojos como cuentas de ébano, tan negros como su piel. Era más alto de lo corriente y se comportaba con consumada arrogancia. De un negro sin lustre como el carbón, la tintura de su piel le borraba las facciones, que aparecían como una máscara proteiforme. Sus vestiduras resultaban dramáticamente fantásticas: botas altas de color naranja, un traje escarlata con faja blanca y un birrete estriado de gris y negro echado hacia el lado derecho de su cabeza. Gersen le examinó con profunda curiosidad. Era el primer Rey Estelar con el que se encontraba, aunque la creencia popular era que existían a cientos; un misterio cósmico moviéndose de incógnito en el mundo de los hombres, desde que el primer humano visitó la zona de la estrella Lambda de la constelación de la Grulla.

El segundo cliente acababa de llegar a juzgar por las apariencias. Era un hombre de mediana edad y de un grupo totalmente indefinido. Gersen había visto muchísimos como él, vagabundos sin catalogación posible errantes por Más Allá. Tenía los cabellos cortos y recios, ya blanqueados en las sienes, la piel cetrina, sin tintar, y un aire de desconfiada incertidumbre, tímido y apocado.

Comió sin apetito mirando alternativamente a Gersen y al Rey Estelar con furtiva especulación, pero dando la impresión de que sus miradas buscaban a Gersen con más interés. Éste trató de evitar la insistente mirada de aquel individuo, ya que lo último que deseaba era mezclarse con los asuntos de cualquier desconocido.

Tras la cena, y mientras Gersen permanecía sentado observando los relámpagos de la tormenta que se abatía sobre el océano, frente a él, el hombre se acercó con gestos nerviosos. Habló con una voz que intentaba ser tranquila, pero que temblaba a pesar suyo.

—Supongo que ha llegado procedente de Brinktown, ¿verdad?

Desde su niñez, Gersen había sabido conservar sus emociones bien ocultas tras una cuidadosa y educada imperturbabilidad; pero no obstante, la pregunta de aquel hombre le sobresaltó. Se detuvo un instante, antes de responder y asintió brevemente.

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