Authors: Jude Watson
Sólo encontraron el aire. Qui-Gon se apartó, arrancando el sable láser de Obi-Wan de la mano desprevenida de Xánatos.
Y entonces, por primera vez en su vida, Qui-Gon huyó de un combate. Tenía que encontrar al joven Kenobi. El viento frío silbó en sus oídos cuando cruzaba el patio a toda velocidad.
Pudo oír la voz de Xánatos entre la neblina.
—¡Huye, cobarde! ¡Pero no podrás escapar de mí!
—¡Parece que ya lo he hecho!
La carcajada de Xánatos fue escalofriante.
—Sólo por ahora, Qui-Gon. Sólo por ahora.
Obi-Wan se esforzó durante dos noches y dos días en utilizar la Fuerza para desconectar su electrocollar. Sus heridas se curaban con lentitud. Su cuerpo estaba agotado por el trabajo en las minas.
Los mineros eran mantenidos en estado casi de inanición, pero los guardias golpeaban salvajemente con el electropunzón al primero que aflojaba el ritmo. Todos los guardias eran imbat, criaturas conocidas por su tamaño y crueldad, no por su inteligencia. Eran altos como árboles, con la piel como el cuero y fuertes piernas que terminaban en anchos dedos. Tenían la cabeza pequeña para su cuerpo y rematada en dos grandes orejas caídas.
Los ascensores llevaban a los mineros hasta debajo del lecho marino. Los pequeños túneles eran peligrosos. Las fugas eran frecuentes, y los pasadizos reventaban a veces, ahogando a quienes se encontraban en ellos. Pero lo que más temían los mineros era la entrada de aire viciado en los túneles, lo cual suponía una muerte lenta por asfixia.
—He esperado impaciente este día —comentó Guerra mientras esperaban su turno en el ascensor.
A Obi-Wan el corazón le dio un vuelco. Sabía que cada vez que Guerra se alegraba era porque le esperaban problemas. El phindiano se enfrentaba a los terrores de la mina tratándolos como si fueran una enorme broma a costa del joven Jedi.
—¿Por qué? —preguntó temeroso.
—¡A ver, tú! —gritó un guardia.
El joven Kenobi se puso rígido, pero el guardia se acercó a un meeriano que se había parado para ajustarse el cinturón de servoherramientas.
—¡Deja de retrasar la cola! —bramó, atacándolo con el electropunzón. El minero gritó y se derrumbó al suelo. El guardia lo apartó de una patada—. ¡Nada de comida en tres días para éste!
Nadie intentó ayudar al meeriano. Todos sabían que entonces recibirían el mismo tratamiento. Obi-Wan se apretujó contra Guerra en el ascensor.
—Hoy iremos al subnivel más profundo —comentó Guerra—. Tiene rastros de ionita.
—¿Qué pasa con la ionita?
—Hasta los rastros de ese mineral tienen carga alterna. Ni positiva, ni negativa, vacía. ¡Por eso! Los instrumentos se pueden apagar con ella. Y no darán la alarma si viene un flujo de aire malo. Hace que el trabajo sea más divertido. ¡Ja! Qué va...
Miró a Obi-Wan desde los círculos blancos de sus ojos.
—La semana pasada, la alarma de Bier se apagó por la elevada concentración de ionita —dijo otro minero—. Llevaba un acuatraje mientras trazaba un mapa del lecho marino. Se quedó sin oxígeno y no consiguió volver al túnel.
Obi-Wan miró cómo descendían las luces del indicador. Él mismo sentía el vacío. Había desaparecido por completo. Estaba en las profundidades bajo el lecho marino, en un lugar donde a Qui-Gon no se le ocurriría buscarle.
Y en caso de que pudiera encontrarle allí... ¿podría llegar a salvarle? Las palabras burlonas de Xánatos resonaron en la mente de Obi-Wan. ¿Le traicionaría Qui-Gon, tal y como Xánatos afirmaba que había traicionado a su anterior aprendiz? ¿Le dejaría allí para que muriese?
***
A Obi-Wan le costaba imaginar algo peor que el agotador trabajo del día, sin embargo, los guardias relajaban el control por la noche. Los mineros necesitaban una válvula de escape, y la diversión elegida para ello era luchar. No tenían nada que perder, y hacían apuestas según un complicado sistema de reglas en torno a lo mutilado que podía quedar uno de los participantes. Un minero había perdido un ojo la noche anterior. Obi-Wan había aprendido a quedarse al margen.
Abandonó los cuartos de los mineros y encontró a Guerra en la cubierta de la plataforma. Hacía un frío cortante, pero el phindiano no parecía notarlo. Estaba tumbado en el suelo de metal, contemplando las estrellas.
—Algún día volveré allí arriba —le dijo a Obi-Wan.
El muchacho se sentó a su lado en la cubierta.
—Estoy seguro de que lo conseguirás.
—¡Sí! Yo también lo estoy —dijo Guerra, antes de murmurar entre dientes—: Qué va.
—Tú has estado en toda la plataforma. ¿Has visto alguna vez una caja con un círculo roto en ella?
—Sí, seguro —respondió Guerra, para sorpresa de Obi-Wan—. Acabo de hacer el inventario. Encargan el trabajo de forma rotatoria para que nadie tenga oportunidad de robar nada. Había una caja así en la sala de explosivos. No estaba incluida en mi listado, pero los guardias me dijeron que me callara. Así que lo hice. ¡No soy idiota!
—¿Crees que podrías llevarme hasta la sala de explosivos?
—Espero que sea una broma, Obawan —respondió, incorporándose—. ¡Te arrojarían de la plataforma por robar!
—No voy a robar nada. Sólo quiero mirar.
—¡Una gran idea, Obawan! ¡Vamos! —dijo el phindiano con una sonrisa, antes de volver a tumbarse—. Qué va, es mentira... Yo no arriesgo el cuello por nadie, ¿recuerdas?
—¿Y si conociera un medio de desmantelar tu electrocollar? Podríamos robar un bote y llegar a tierra.
El otro le miró de lado.
—Si eso es cierto, ¿por qué sigue zumbando tu collar, amigo mío?
—Puedo hacerlo. Sólo espero el momento oportuno. Créeme.
Sabía que podría dominar la Fuerza en cuanto se recuperase por completo de sus heridas. Tenía que ser así.
—Yo no confío en nadie —dijo Guerra con calma—. Nunca lo hago. Por eso sigo aún vivo desde hace tres años.
—Bueno, ¿qué podrías perder? Tú llévame ante el guardia, y después enséñame dónde viste la caja. Yo cargaré con toda la culpa si me cogen.
Guerra negó con la cabeza.
—El guardia no te dará nunca las llaves. Va contra las normas.
—Déjame eso a mí.
***
—Necesito comprobar el inventario —le dijo Guerra al guardia—. Necesito las llaves.
El guarda levantó el electropunzón.
—¡Piérdete o te tiraremos por la borda!
Obi-Wan invocó la Fuerza. Sabía que no tenía poder para alterar objetos físicos. Pero contaba con que la mente pequeña y limitada del imbat cedería ante su voluntad.
—No es mala idea —dijo Obi-Wan—. Deberíamos volver a contabilizar los suministros.
—No es mala idea —repitió el guardia, tirándole las llaves electrónicas a Guerra—. Vuelve a contabilizar los suministros.
Guerra se quedó mirando al joven Kenobi.
—¿Qué has hecho, Obawan?
—Da igual. Date prisa.
Guerra le condujo hasta la sala de explosivos. Abrió la puerta y Obi-Wan se apresuró a entrar.
—¿Dónde está la caja? ¿Guerra? Dime donde está y márchate después.
El phindiano se detuvo en el umbral. Abrió mucho los ojos amarillos.
—Oigo pasos —susurró—. Es gente corriendo. ¡Son los guardias! ¡Debe haber una alarma silenciosa en la puerta!
—Entra y cierra la puerta —siseó Obi-Wan.
Pero, en vez de eso, Guerra empezó a gritar.
—¡Está aquí! ¡Lo he encontrado! —gritó, antes de volverse para mirar a Obi-Wan con tristeza—. Nunca traicionaría a un amigo, ni siquiera estando yo en peligro...
—¡Qué va! —terminó Obi-Wan por él, cuando entraron los guardias.
Guerra le señaló y el guardia apuntó al aprendiz de Jedi con un electropunzón. El dolor le hizo caer de rodillas. Sintió cómo cargaban con él hasta el calabozo y le arrojaban dentro.
—El castigo por robar es ser arrojado por la borda —oyó que decía un guardia.
—He terminado mi turno —replicó el otro con un bostezo—. Ya lo haremos mañana por la mañana.
El viaje a Telos se preveía sin incidentes. Yoda había encontrado a alguien dispuesto a transportarles: un piloto que llevaba un cargamento de androides al sistema planetario. Desde el principio hubo tensión entre Xánatos y el piloto. Stieg Wa era joven, temerario y confiado. Se las había arreglado solo desde que era niño y había prosperado gracias a empresas arriesgadas. Bromeó con Xánatos porque éste se había refugiado del mundo en el Templo Jedi, y no sabía nada de la vida.
Puede que Yoda hubiera previsto ese choque de personalidades. Igual era otra prueba. Qui-Gon avisó a Xánatos que contuviera su temperamento, que no permitiera que le afectaran las pullas del piloto. Con una sonrisa, Xánatos aseguró a Qui-Gon que lo haría.
El único momento peligroso del viaje era el cruce del sistema estelar Landor, conocido por estar infestado de piratas. Stieg Wa estaba seguro de poder evitarlos; lo había hecho incontables veces antes. Pero cuando las tres naves piratas rodearon el transporte y pidieron a Stieg Wa que se rindiera, éste descubrió que tenía estropeado un indicador crucial. El sistema de ocultación del transporte se había averiado.
Stieg Wa se negó a rendirse, aceleró el pequeño transporte y evitó los cañones de fuego láser con una asombrosa exhibición de pericia. Una vez perdieron a las naves, Stieg Wa anunció que habían saboteado el sistema de ocultación, y culpó de ello a Xánatos. Por supuesto, Qui-Gon creyó a su discípulo cuando éste juró no tener nada que ver. ¿Por qué iba a arriesgarse a que los piratas atacaran la nave estando él a bordo?
Cuando volvieron los piratas, Stieg Wa estaba en el espacio, arreglando el sistema de ocultación en la plataforma dorsal. Fue alcanzado por el fuego de sus láseres y capturado.
Xánatos condujo a Qui-Gon hasta la cápsula de salvamento. Ya la había programado con las coordenadas de Telos. Cuando Qui-Gon le preguntó por qué había tomado esa precaución, él sonrió.
—Siempre me aseguro de tener una puerta trasera —dijo.
***
Aún faltaba una hora para el alba cuando Qui-Gon salió de su transporte y se dirigió hacia el domo de la Zona de Enriquecimiento. El meeriano que enviaron a recibirlo se apresuró a salir a su encuentro.
—Soy RonTha. Me alegra darle la bienvenida a...
—¿Dónde está Si Treemba? —le interrumpió Qui-Gon, mientras caminaba hacia el edificio principal.
—E... está en el domo, esperándole —dijo RonTha, corriendo para compensar la larga zancada del Jedi—. Pero hay que seguir el protocolo. Debe registrarse en...
—Llévame ante él.
—Pero el protocolo...
Qui-Gon miró fijamente a RonTha. No necesitó usar la Fuerza. El meeriano se derrumbó ante su irritación.
—Por aquí —dijo, deslizándose hacia delante.
Un agitar de espigas anunció la presencia de Si Treemba. Salió del campo de cultivo en cuanto vio al Caballero Jedi.
—Estamos vigilando desde que se llevaron a Obi-Wan. No ha entrado ni salido nadie más.
Qui-Gon miró compasivo a Si Treemba. El joven arcona parecía tan cansado que no le habría sorprendido que cayera dormido a sus pies.
—No debimos dormirnos esa noche. Obi-Wan dijo que haría el primer turno. Debimos permanecer despiertos...
—No es momento de lamentarse por el pasado. Sólo nos queda el presente. Debemos encontrar a Obi-Wan. ¿Qué viste?
—No mucho. Se lo llevó un grupo de hombres con uniformes de Offworld. Los seguimos, pero los perdimos en el domo —repuso Si Treemba, dejando colgar la cabeza.
Qui-Gon intentó no evidenciar su frustración. El arcona ya se sentía bastante mal de por sí. Pero, ¿cómo podría encontrar a Obi-Wan con tan escasa información?
De pronto, notó que RonTha parecía muy nervioso. El meeriano sudaba y miraba a su alrededor como si quisiera escapar. El Jedi decidió concentrar su atención en él.
—¿Tú viste alguna cosa, RonTha?
—¿Yo? Pero si tenemos prohibido entrar en el domo por la noche. Va contra todo el protocolo.
—No has contestado a mi pregunta —dijo Qui-Gon educadamente.
—Yo intento seguir las reglas.
—¿Y lo consigues siempre? —preguntó con amabilidad el Caballero, dominando la impaciencia que sentía—. Cualquiera puede sentirse tentado a romper las reglas.
—La fruta está tan buena —susurró RonTha—. Sólo como alguna antes de acostarme...
—Cuéntanoslo —dijo con firmeza.
—Yo estaba en el huerto cuando los vi —respondió RonTha, tragando saliva—. Era un grupo de hombres que cargaban con algo. Alguien les daba órdenes, alguien con una capa negra...
Qui-Gon asintió, animándole.
—Al principio me escondí. Pero, entonces, vi que se llevaban a Obi-Wan. ¡Y él estaba a mi cargo! Era responsable de él. Así que los seguí hasta la costa.
—¿Se fueron por mar? —preguntó el Jedi, frunciendo el ceño.
—Dos de los hombres, con Obi-Wan.
¿A dónde pudieron llevárselo? El mar era grande, y carecía de islas o arrecifes.
—¿Dijeron alguna cosa?
—Nada importante. Pero sí algo curioso. Uno de ellos le dijo a Obi-Wan que volvería a verle en cinco años, si sobrevivía. Obi-Wan no respondió, claro. Todavía estaba inconsciente.
—¿Cinco años?
—¡Las minas de alta mar! —exclamó Si Treemba.
Claro
, pensó Qui-Gon. ¿Qué mejor sitio para ocultar a Obi-Wan que una plataforma minera en medio del océano?
—Consígueme un barco de los Cuerpos Agrícolas —ordenó el Jedi a RonTha.
—Pero eso va contra el proto... —la voz de RonTha flaqueó ante la gélida mirada del Caballero—. Sí, de inmediato.
***
A medida que avanzaba, Qui-Gon forzó todo lo que pudo el motor de la hidronave. Sobrevolaba el mar gris a apenas unos centímetros sobre las olas. RonTha le había proporcionado las coordenadas de la plataforma minera y las introdujo en el ordenador del barco. Además, RonTha le había asegurado que la estación era demasiado grande para no verla.
Apareció en la línea gris del horizonte como una mancha más oscura. A medida que se acercaba a ella, la mancha se fue dibujando con torres y edificios, como si fuera una pequeña ciudad en medio del mar.
Qui-Gon miró la plataforma con unos electrobinoculares. La examinó buscando alguna señal de Obi-Wan. De pronto, vio movimiento en el borde. Un grupo de hombres empujaba algo...
Aumentó la imagen. ¡Era Obi-Wan! Los guardias le empujaban hacia el borde de la plataforma con la parte roma de los electropunzones. ¡Iban a echarle fuera!