Read El secreto de los Assassini Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Aventuras, Histórico, #Aventuras, Histórico, Intriga
La entrada al valle del castillo se encontraba tan escondida, que el grupo se perdió y tuvo que dar un rodeo. Aziz tomó el viejo camino de piedra, lo que hizo muy difícil la ascensión. Después de una hora de dura caminata, llegaron al otro lado de la colina, donde el sol brillaba con toda su fuerza. La zona era llana y árida, pero había algún bosquecillo disperso y varios arroyos cristalinos. Unas torres de piedra medio derruidas fueron el primer vestigio del antiguo dominio de los
assassini.
La tierra estaba abandonada, y los barrancos pronunciados obligaban a los hombres y las mulas a pegarse a la pared de piedra.
—El camino es peor de lo que imaginaba —dijo Hércules girando la cabeza hacia Lincoln.
—Espero que no tengamos que recorrer muchos kilómetros al borde del abismo.
Alicia caminaba incomoda con sus botines de piel y su falda se enganchaba a los salientes de las rocas. Roland y Nikos cerraban el grupo, con dos guías a sus espaldas.
—La corriente es más fuerte aquí —dijo Hércules señalando el río Alamut que bajaba embravecido a sus pies.
Un puente medio derruido era el único paso sobre la corriente. Pasaron de uno en uno, acompañados tan solo por su mula. Primero Alicia, Roland y Nikos, después Lincoln y Aziz, los últimos eran Hércules y los otros dos guías. Cuando Hércules estaba a punto de pasar la primera mitad del puente, la mula de uno de los guías se asustó y comenzó a acercarse al precipicio. El guía intentó calmarla, tiró de las riendas, pero el animal había perdido el control, sus pezuñas empezaron a escurrirse por las piedras y cayó al vacío, la otra mula también comenzó a retroceder y los dos guías se aferraron a ella para que no cayera también por el abismo. Hércules cruzó el puente, dejó su mula y corrió para ayudarles. El animal asustado levantó sus patas delanteras y perdió el equilibrio. Los guías no soltaron a tiempo las riendas y cayeron con el animal por el precipicio.
Hércules se asomó al barranco y pudo ver cómo los cuerpos se estrellaban contra las rocas y eran arrastrados por la embravecida corriente. Aziz corrió por el puente y se puso junto a Hércules. Cuando este miró a Aziz, pudo ver las lágrimas que corrían por sus ojos. El musulmán se puso de rodillas y oró por unos instantes con las palmas de las manos para arriba y los ojos hacia el cielo. Después se levantó y se dirigió hacia las mulas.
Caminaron en silencio hasta el pozo de Badasht, saciaron su sed y comenzaron a marchar por la lengua de tierra rojiza hasta Shutur Khan, desde donde La Roca del castillo de los
assassini
puede contemplarse a lo lejos. Allí pararon para descansar de nuevo.
—Está anocheciendo. Será mejor que pasemos aquí la noche. No quiero llegar al castillo en mitad de la oscuridad. Mañana iremos a explorarlo Aziz, Lincoln y yo, el resto os quedaréis aquí. No podemos encender fuego de ninguna clase, nos descubrirían. Tendremos que cenar algo frío y rápido, y descansar. No sabemos si podremos hacerlo en los próximos días —dijo Hércules, descargando sus cosas. Después extrajo un gran rifle de su funda de cuero y lo cargó.
Alicia sacó también su rifle y entregó un arma a Roland, Nikos prefirió no tomar ninguna.
—Esta noche tendremos que hacer varias guardias. Empezaré yo, después Lincoln y terminará Roland.
—Lo siento Hércules, pero yo no he venido hasta aquí para hacer de florero —dijo Alicia mientras cargaba su rifle.
—Está bien —dijo Hércules, mirando de reojo a la mujer—. Tú harás el último turno.
Comieron en silencio, escuchando hasta el último murmullo que salía de los árboles cercanos. Después comenzó el primer turno y la noche se cernió sobre ellos, amenazante.
La Roca, 1 de febrero de 1915
La noche se hizo larga y pesada. Tan solo los ronquidos de Aziz y el sonido del viento lograron romper la tensión del resto del grupo. Hércules se levantó muy temprano, despertó a Lincoln y junto a Aziz, comenzó a ascender hacia La Roca, que era el nombre que los lugareños daban al castillo de Alamut.
En su ascensión observaron una cascada y una casita abandonada, en la que crecía silvestre un huerto salvaje. Los chopos se mecían con el viento, pero todavía estaban desnudos y sin vida. Aziz recomendó que no accedieran por el lecho hundido de Qasir Rud, era más sencillo, pero podían verlos desde las almenas del castillo. Si lograban entrar por detrás, ningún hombre los vería aproximarse a la muralla.
Aziz pasó delante de una tumba abandonada en un costado del camino y besó la piedra mecánicamente, en un ritual mil veces repetido. Después el camino descendía al profundo del lecho del río, hasta un viejo camino abandonado que llevaba a una aldea abandonada bajo cuatro viejos sicomoros. La sombra del castillo se cernía próxima, pero los árboles los protegían de las posibles miradas de los guardias.
—Todo parece abandonado. Tengo la sensación de estar en una tierra encantada y dormida hace siglos —dijo Lincoln.
—Ellos no quieren testigos molestos. Hace décadas que los últimos campesinos abandonaron estas tierras. Durante muchos años el castillo estuvo desierto, pero ellos volvieron, algunos dicen que desde la India, para reclamar lo que era suyo —dijo Aziz.
La Roca los contempló desde la altura. El monte Haudegan, sobre el que descansaba, tenía grandes dientes de granito y después una pequeña pradera verde con un riachuelo obligaba al que se acercaba a ponerse al descubierto frente a la muralla.
—Si nos acercamos más, nos verán —dijo Aziz.
Contemplaron el castillo, pero no vieron ni rastro de vida humana. Regresaron con el resto del grupo. Hércules se pasó el camino de vuelta pensativo. Aquella fortaleza era absolutamente inexpugnable. Únicamente con la astucia podrían entrar en el castillo y hacerse con la joya.
—Iré yo solo a por la joya —dijo Hércules, después de contar a sus amigos lo que habían visto.
Todos lo miraron sorprendidos. Eso no era lo que habían hablado. Habían ido juntos hasta allí y lo justo era que todos intentaran recuperar la joya.
—No podemos dejar que vaya solo —dijo Nikos.
—Si nos capturan a todos, estaremos perdidos. Nuestra única oportunidad es intentar engañar a Al-Mundhir. Le diré la verdad, que nosotros tenemos la trascripción.
—Pero Hércules, lo que hará será matarte y quedarse con ella. No adelantaremos nada —dijo Alicia nerviosa. Se resistía a la idea de perder a Hércules, como había perdido a su madre y a su padre. Él era lo más parecido a una familia que le quedaba.
Hércules se acercó a ella y la abrazó. Por unos instantes todos permanecieron en silencio.
—Ahora tienes a Lincoln. Si me sucede algo, nunca más estarás sola.
Lincoln miró a su amigo con una mezcla de angustia y desesperación. Sabía que cuando Hércules tomaba una decisión era muy difícil hacerle cambiar de opinión.
—Está bien. Entrará usted solo en el castillo, pero si en menos de cuarenta y ocho horas no ha salido, iré yo mismo a buscarle —dijo Lincoln con los puños cerrados.
—Amigo —dijo Hércules, estrechándole la mano.
Después se despidió de todos y comenzó a caminar hacia el castillo. Sabía que estaba metiéndose en las mismas entrañas del infierno, pero a veces hay que jugar con el diablo a los dados para poder ganar.
Los guardias dieron la señal de alarma y en unos segundos se vio rodeado por media docena de hombres. Dejó el arma en el suelo y levantó las manos con una sonrisa. Le llevaron a empujones al interior de la fortaleza. El castillo estaba semiderruido, en su interior la mayor parte de las casas eran apenas muros derribados y tejados agujereados. El gran patio central estaba despejado. Al fondo, la ciudadela se levantaba intacta. Era evidente que los
assassini
habían concentrado sus esfuerzos en reconstruir la parte más infranqueable.
Aunque era imposible calcular el número de hombres que había en el castillo, Hércules pensó que difícilmente bajarían del centenar. Todos ellos iban bien pertrechados. Además de sus temibles puñales guardados en el fajín, llevaban rifles, pistolas y le había parecido ver algunas piezas de artillería en los torreones. Una guarnición de esas características habría podido resistir semanas un asedio.
Le llevaron a la ciudadela. Atravesó dos puertas de madera y una reja. Después entró en un pequeño patio de armas y ascendió por una escalinata a la torre del homenaje. Después de más de cien escalones de una escalera estrecha en forma de espiral, llegó a una sala amplia. Las paredes estaban cubiertas de tapices y los suelos alfombrados eran de piedra. Sentado en el suelo, entre unos cojines, estaba Al-Mundhir.
—Veo que nos ha encontrado. Su osadía es igual de grande que su imprudencia. No hacía falta que viniera de tan lejos para morir.
Hércules sonrió y se sentó junto al hombre. Sentía cómo el corazón le latía a toda velocidad, pero no daría el gusto a su enemigo de mostrarle su angustia.
—Yo soy de los que piensa que la muerte es la que nos encuentra a nosotros, no importa dónde nos escondamos.
El árabe se sirvió un poco de té y después le sirvió a Hércules.
—Usted sabe que no le puedo matar mientras esté en el castillo, ¿verdad? —dijo Al-Mundhir.
—Conozco algo de las costumbres de la hospitalidad árabe. Mientras sea su invitado, no puede acabar con mi vida.
—También conocía que no le mataría allí fuera y que mi curiosidad sería más fuerte que mi sed de venganza. Nos lo han puesto muy difícil, pero la verdadera gloria está en la lucha. Sin lucha no hay victoria.
—En eso estamos de acuerdo. Aunque yo difiero en los métodos. No creo que sea de buen musulmán matar a gente inocente o engañar para derrotar a sus enemigos.
—Creo que no conoce todas nuestras creencias. Gracias a la doctrina de la cautela o la
taqiyya,
podemos ocultar nuestras verdaderas intenciones o desobedecer la ley si es para bien de nuestra causa.
—Eso es jugar con trampas —dijo Hércules, dando un sorbo a su té.
—Nosotros somos pocos todavía, pero cuando se manifieste el
Quiyama,
no necesitaremos ocultarnos por más tiempo y el Imán Oculto será manifestado.
—¿Quién es el Imán Oculto?
—Para nosotros el Imán Oculto o
madhi
es el redentor profetizado en el islam, que reinará en la tierra siete años, antes de la llegada de El Día de la Resurrección. Él restablecerá la justicia y cambiará el mundo en una perfecta sociedad islámica.
—Y ustedes quieren adelantar su venida. Pero ¿qué tiene que ver el rubí con todo eso? El Corazón de Amón es tan solo una piedra preciosa.
—Usted sabe mejor que yo que el Corazón de Amón es más que una piedra preciosa. Hace mucho tiempo que nuestro fundador lo comprendió y la guardó celosamente hasta la llegada del
madhi.
—Una piedra no puede hacer nada.
—Esta piedra sí —dijo el árabe, sacando la joya de un bolsillo y alzándola con la mano.
La gema brilló con luz propia e iluminó la estancia. Los dos hombres se quedaron mirando el color sangre de la joya, pero al final, Al-Mundhir cerró su puño sobre ella y volvió a guardarla.
—La llegada del
madhi
no es un concepto aceptado por todo el islam. Alá dio esta revelación a unos pocos. Del
madhi
han hablado diferentes maestros musulmanes sufíes, pero es el centro de nuestras creencias nizaríes y de las ideas religiosas chiíes que creen en Muhammad al-Mahdi. Sin embargo, entre los suníes, nunca se convirtió en una doctrina formal.
—¿No lo creen todos los musulmanes? —preguntó Hércules.
—Lo más importante no es eso. Lo realmente trascendente es que nosotros y nuestros hermanos chiíes vemos en el
madhi
un símbolo del decimosegundo imán, que ha permanecido vivo, pero oculto, desde el 1200. Todo esto está escrito en la
hadith
del libro sagrado de los chiíes.
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—Pero, ¿cómo puede ser que el decimosegundo imán siga oculto después de setecientos años? —preguntó Hércules.
—No ha estado vivo en el sentido en el que lo estamos usted y yo. Pero su cuerpo no se ha corrompido y un día resucitará.
—¿Resucitará? ¿Como Jesucristo?
—Sí, como el propio Muhammad dijo: «Incluso si toda la duración de la existencia del mundo ya se ha agotado y solo un día antes de la sentencia final es el Día del Juicio, Dios ampliará ese día a esa cantidad de tiempo, como para dar cabida al reino de una persona fuera de Ahl al-Bayt que será llamado por mi nombre. Luego llenará la tierra con la paz y la justicia, ya que se han cubierto con la injusticia y la tiranía antes de esa fecha».
—¿El
madhi
es cómo un mesías musulmán?
—Según nuestra tradición, su venida se producirá en algún momento antes de la fecha de la sentencia, estableciendo un reino de justicia, y en los últimos días justo antes de la lucha de Isa Al-Maseeh (Jesús) contra el Dajjal.
—¿Quién es Dajjal?
—El Anticristo. El tiempo ha llegado. Los cristianos, por eso sabemos que se ha cumplido el tiempo. Mientras los cristianos se matan entre ellos, nosotros nos hacemos fuertes. Él vendrá para liderar la
umma
y terminará con los abusos de los malos musulmanes que se han vendido a los cristianos. Umm Salamah lo dijo muy claramente: «He oído al Mensajero de Alá (la paz sea con él) decir: "El
madhi
es de mi linaje y la familia..."». Abu Sa'eed al-Khudri dijo: «El mensajero de Alá (la paz sea con él) dijo: "Él es uno de nosotros..."».
—¿Llevan esperando tanto tiempo la manifestación del
madhi?
—preguntó Hércules.
—¿Acaso no llevan ustedes casi dos mil años esperando el regreso de Jesús? Alá nos ha enseñado la paciencia. Después de la ocultación, es nuestra segunda regla fundamental.
—Pero ¿qué tiene eso que ver con el rubí, con el Corazón de Amón?
—Dios utiliza maneras misteriosas para cumplir sus propósitos. Nuestro fundador Hasan descubrió el Corazón de Amón y enseguida comprendió que era la herramienta que Alá usaría para provocar el
Quiyama
y devolvernos al Imán Oculto.
—Pero ¿cómo lo hará? —preguntó Hércules, que comenzaba a sentirse mareado.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Al-Mundhir.
—¿Qué me ha echado en el té?
—Eso no importa, la droga que ha tomado comenzará a surtir efecto en unos minutos. Usted se convertirá en nuestro esclavo y nos ayudará en nuestros planes.