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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El templo de Istar (16 page)

BOOK: El templo de Istar
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El guerrero intentó enfocar el pergamino con sus ojos vidriosos, nublados por la telilla del alcohol.

—¿Y bien?

—¡Por los dioses! —El kender contó hasta diez y, ya más calmado, le mostró las localizaciones a medida que le explicaba—: Estamos en este punto, si mis cálculos no fallan. Al sur se yergue la ciudad de Haven y en la dirección opuesta, ¿lo ves?, se dibuja Gateway. Las une la vereda que nos han descrito en la taberna y que, según el trazado, discurre por…

—El Bosque Oscuro —leyó Caramon, que comenzaba a situarse—. El Bosque Oscuro —repitió—, ese nombre me resulta familiar.

—¡Naturalmente, estuvimos a punto de morir en él! —exclamó Tas, agitando los brazos en un exagerado aspaviento—. Sobrevivimos merced a la intervención de Raistlin. —Al ver que su interlocutor fruncía el entrecejo, se apresuró a seguir—. ¿Qué ocurrirá si nos aventuramos solos?

El guerrero fijó su mirada en la espesura circundante auscultando la angosta senda, repleta de maleza, que la surcaba. Su expresión se tornó todavía más taciturna al rezongar:

—Supongo que esperas de mí que la detenga.

—Es evidente que alguien tendrá que hacerlo, y confiaba en que cumpliéramos juntos la misión —comenzó a decir el kender pero, de pronto, se sellaron sus labios. A los pocos segundos añadió, consciente de un nuevo hecho—: La idea de ayudarme ni siquiera ha cruzado por tu mente, ¿me equivoco? En ningún momento te has planteado la posibilidad de encontrar a la sacerdotisa, lo único que te proponías era dar unos cuantos tumbos de una a otra taberna, beber algunos tragos, compartir bromas y regresar junto a Tika para confesarle que eres un fracasado y suplicarle que se apiade de ti, que vuelva a admitirte tal como eres…

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —se defendió el hombretón a la vez que eludía la mirada de Tas, cargada de reproches—. ¿Cómo se te ocurre pedirme que preste mi concurso a esa mujer para descubrir la Torre de la Alta Hechicería? —Sus gemidos lo obligaban a hablar con voz quebrada—. ¡No quiero dar con tan horrible edificio, juré que nunca regresaría a ese nido de perversidad! Fue allí donde lo destruyeron, Tas, ¿no lo comprendes? Cuando lo abandonamos su tez había asumido aquel extraño color dorado y sus ojos, envueltos en una maldición, sólo veían la muerte. Arruinaron su fortaleza física hasta el extremo de que no podía inhalar aire sin toser. Y, lo más espantoso de todo, lo indujeron a asesinarme. —Hundió el semblante entre las manos sollozando de pesar, temblando de miedo.

—Pero no te mató, Caramon —balbuceó el kender desconcertado—. Tanis me contó que era tan sólo una réplica de ti mismo y que, por otra parte, Raist estaba enfermo y asustado, deshecho por dentro. No era dueño de sus actos.

El hombretón meneó la testa, sin aceptar el consuelo, y el sensible Tas decidió que no podía culparle por su actitud. «No me sorprende que no desee regresar a la Torre —pensó lleno de remordimiento—. Quizá debería llevarle a casa, en su estado no ha de servir de mucho ni a sí mismo ni a los demás.» Pero se dibujó en su mente la imagen de Crysania, errando sola por el Bosque Oscuro, y cambió de actitud.

—En una ocasión hablé allí con un espíritu —susurró—, si bien no creo que me recuerde. Además, el Bosque está atestado de goblins. No me inspiran temor, pero sin tu ayuda no creo que pueda derribar de una vez a más de tres o cuatro.

Pobre Tasslehoff, su desconcierto no cesaba de aumentar. ¡Si Tanis estuviera a su lado! El semielfo sabía siempre qué decir, qué hacer, y obligaría a Caramon a atenerse a razones. En medio de estas cavilaciones, no obstante, una voz surgida de sus entrañas y extrañamente similar a la de Flint lo devolvió a la realidad. «Tanis no está aquí —constató—. Eres tú quien debe tomar las resoluciones, kender majadero.»

«¡No quiero asumir esa responsabilidad!», protestó Tasslehoff para sus adentros, y aguardó unos instantes la respuesta de su enigmático consejero. No recibió sino un sepulcral silencio, de modo que optó por dirigirse de nuevo al guerrero con un timbre forzado, que pretendía asemejarse al de Tanis:

—Caramon, te ruego que nos acompañes hasta los lindes del Bosque de Wayreth. Luego podrás regresar junto a Tika, lo peor ya habrá pasado y nos enfrentaremos a lo que surja sin tu intervención.

Pero el hombretón no lo escuchaba. Embriagado de licores y autocompasión, se derrumbó sobre el suelo y se arrastró hacia un árbol para, reclinado en su tronco, enumerar una retahila incoherente de indecibles horrores y suplicar a su mujer que lo admitiera.

Bupu, que había contemplado sus evoluciones sin despegar los labios, se plantó frente al flácido amasijo del guerrero y anunció con ostensible repugnancia:

—Me voy. Para ver borrachínes gordos estoy bien en mi ciudad, allí los hay en abundancia. —Meneó la cabeza y echó a andar por la senda antes de que Tas saliera en su persecución, la atrapara y la forzara a retroceder.

—¡Bupu, no puedes dejarme! Casi hemos llegado —intentó persuadirla.

De pronto, el kender perdió la paciencia. Tanis no podía prestarle su concurso ni tampoco otra criatura, imaginaria o auténtica, y se sentía como cuando rompió el Orbe de los Dragones. Quizá su manera de actuar no fue la más acertada, pero no se le ocurrió otra dado el breve lapso de tiempo del que disponía.

Dio un paso al frente y propinó a Caramon un contundente puntapié en la espinilla.

—¡Ay! —gimió el agredido y, sobresaltado, levantó hacia Tas unos ojos rebosantes de pena por su infortunio—. ¿Por qué me haces esto?

En respuesta Tas volvió a atacarlo, ahora con mayor severidad. Quejumbroso, el hombretón se sujetó la pierna.

—Al fin un poco de diversión —se animó Bupu. No dudó en correr hasta donde yacía el guerrero y castigarlo como acababa de hacerlo Tas, pero en la otra pierna—. Me quedaré.

Un rugido brotó de la garganta de Caramon quien, incorporándose vacilante, clavó en el kender una mirada de cólera.

—Maldita sea, Burrfoot, si éste es uno de tus juegos…

—De eso nada, asno ridículo —lo espetó el otro—. Ya que las palabras no te infunden sentido común, quiero probar suerte con los golpes. ¡Estoy harto de tus lamentaciones y lloriqueos! En todos estos años no has hecho sino abandonarte a una absurda autocomplacencia. ¡Vaya con el noble Caramon, que todo lo sacrificó a su desagradecido hermano, con el bondadoso muchacho que siempre puso a Raistlin en primer lugar! Quizá fue así y quizá no, estoy empezando a pensar que bajo esa capa de amor fraterno es a tu persona a quien has dado preponderancia. Acaso tu gemelo adivinó, gracias a su aguda intuición, lo que yo sólo atisbo más allá de tu grotesca máscara. En ocasiones los que más dan son los más egoístas, ya que no buscan sino recrearse en su propia rectitud. Raist no te necesitaba, eras tú quien le necesitabas a él. Te amparabas en su vida porque te horrorizaba la idea de afrontar la tuya.

Las pupilas del guerrero se tornaron febriles, se desencajó su faz en una mueca iracunda mientras apretaba los puños y amenazaba a Tas.

—Esta vez has ido demasiado lejos, bribón insolente.

—¿De verdad? —El kender seguía encarándose a tan desigual adversario, no había fuerza capaz de detenerlo—. Pues todavía no he terminado, debes oír lo más importante. De unos meses a esta parte repites hasta la saciedad, o así lo afirma Tika, que nadie precisa de tu auxilio desde que el hechicero te apartara desabridamente de su lado. ¿No has pensado que en la actualidad tu gemelo te necesita más que nunca? Reflexiona, descubrirás que tengo razón. Y en cuanto a la sacerdotisa, su salvación depende de ti. Pero claro, es más cómodo permanecer inactivo y permitir que tu cuerpo se convierta en una jalea temblorosa, por no hablar de tu cerebro, empapado y blando cual una esponja.

Tasslehoff tuvo la sensación de haberse excedido en sus reproches cuando Caramon avanzó unos pasos tambaleante, con la cara deformada a causa de unas irregulares manchas purpúreas. Bupu, en un impulso de pánico, se parapetó detrás del kender si bien éste no se inmutó y resistió firme, como aquella vez en que los dignatarios elfos estuvieron a punto de abrirle en canal por haber roto el Orbe de los Dragones. El guerrero se alzaba imponente frente a él, tan bañado su aliento en alcohol que Tas sintió náuseas al olfatearlo. Cerró los ojos de forma involuntaria, no a consecuencia del miedo sino a causa de la angustia, y de la rabia que leyó en las facciones de su oponente.

Con los brazos en jarras, aguardó la descarga que había de incrustar su nariz en el cráneo y hacerla salir por la nuca. Transcurridos unos segundos, levantó los párpados al no recibir ningún impacto. Había percibido, sin embargo, crujidos de ramas de árbol y un estampido de pasos en la densa maleza.

El fornido humano había desaparecido para internarse en el sendero del bosque. Tas exhaló un largo suspiro y lo siguió, con Bupu pegada a sus talones.

—Lo he pasado muy bien —afirmó la enana—. Iré con vosotros. Me ha gustado el juego. ¿Lo repetiremos?

—No lo creo, Bupu —contestó Tas apesadumbrado—. Apresurémonos, no debemos quedar rezagados.

—De acuerdo —accedió ella, acelerando el paso. Tras unos momentos de meditación filosófica añadió—: Me conformaré con cualquier otro, todos son divertidos.

Pero Tas, abstraído en sus propios pensamientos, no contestó. Interrumpió la marcha para mirar atrás, temeroso de que alguien hubiera oído su discusión desde la destartalada taberna y les creara complicaciones.

Los ojos casi se le salieron de las órbitas: «La Jarra Rota» se había esfumado. El mugriento edificio, la enseña que pendía de su cadena, los enanos, los guerreros, el propietario e incluso la copa que Caramon se llevara a los labios se habían disuelto en la nada, engullidos por el aire vespertino al igual que un sueño inquietante en cuanto abrimos los ojos. La taberna había sido un mágico instrumento de la hechicería para encaminar al beodo Caramon y sus amigos.

7

Doble personalidad

Canta aquello que el licor te inspira,

canta lo que tus ojos desdoblados ven.

La fea Keo se transforma en dos bellas Siras,

seis lunas en el cielo giran, en alegre vaivén.

Canta al valor del navegante,

canta cuando quieras el codo empinar,

y un puerto de rubíes será el fondeadero,

donde al viento tres baladas podrás lanzar.

Canta, buen tónico es para el corazón,

canta a la absenta de las despreocupaciones,

canta al que sigue el camino ondulante,

y al perro, y al que no escucha oraciones.

Todas las posaderas de ti están prendadas,

tienes cien amigos en cada

lugar, al viento dices lo que sientes,

al viento tres baladas podrás lanzar.

Al caer la tarde, Caramon estaba en un lamentable estado de ebriedad.

Aunque al principio sus enormes zancadas lo distanciaron de Tas y Bupu, ambos lograron darle alcance debido a las frecuentes pausas que hacía para rociar su gaznate con el perjudicial elixir. Lo hallaron en medio de la vereda, apurando las últimas gotas con la cabeza inclinada hacia atrás. Cuando, al fin, bajó su odre, espió decepcionado su interior y lo agitó violentamente, con un peligroso bamboleo, resuelto a aprovechar el postrer efluvio.

«Está vacío», le oyó rezongar el kender.

«No puedo hablarle de la desaparición de la taberna —se dijo Tas, preso de un hondo desánimo—. No en estas condiciones, lo único que conseguiría sería agravar su locura y poner en peligro nuestra seguridad.»

Ignoraba que era difícil empeorar el caos mental de su amigo, si bien así lo constató en el instante en que se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro. El gigantesco guerrero se giró, exacerbado su susto a causa de la embriaguez, y oteó la espesura en la media luz del crepúsculo.

—¿Quién va? ¿Quién me saluda? —inquirió aturdido.

—Soy yo, tu acompañante —explicó el kender con un hilo de voz—. Sólo quiero disculparme. Caramon…

—¿Cómo? ¿Quién es yo? —volvió a indagar él, e incluso retrocedió unos pasos para estudiar al hombrecillo. Esbozando la alelada sonrisa del beodo, exclamó—: ¡Hola, pequeño amigo! Veo que eres un kender. Y tú —se dirigía a Bupu— una enana gully. ¿Cómo os llamáis?

—No comprendo —confesó Tasslehoff.

—He preguntado vuestros nombres —insistió Caramon en digna postura.

—Vamos, ya me conoces —protestó el kender disgustado—. Soy Tas.

—Yo Bupu —apostilló la enana, con el rostro iluminado ante la perspectiva de un nuevo juego—. ¿Y tú cómo te llamas?

—Lo sabes muy bien —la reprendió Tas irritado, pero casi se mordió la lengua al interrumpirlo el hombretón.

—Tienes razón, debo presentarme —anunció en actitud solemne, a la vez que inclinaba su insegura testa a guisa de reverencia—. Soy Raistlin, un mago prodigioso y dotado de un enorme poder.

—¡Déjalo ya, Caramon! —intervino Tas más enojado a cada segundo—. Ya te he pedido perdón, no creo que debas…

—¿Caramon? —El interpelado abrió los ojos de par en par, antes de encogerlos en las rendijas propias de los seres taimados—. Caramon murió, y a manos mías. Acabé con él hace mucho tiempo, en la Torre de la Alta Hechicería.

—¡Por las barbas de Reorx! —se escandalizó el kender.

—Él no es Raistlin —protestó Bupu, aunque una repentina incertidumbre la forzó a hacer una pausa y escudriñarle—. ¿O sí?

—Por supuesto que no —se apresuró a asegurarle Tasslehoff.

—¡Este juego no me gusta! —dijo la enana con firmeza—. Quiere suplantar a aquel humano que fue tan bueno conmigo. Éste es una criatura rechoncha y desagradable. Me voy a casa. ¿Cuál es el camino? —Había sido, para ella, un discurso largo y terminante, que había logrado inquietar al kender.

—No te impacientes —trató de calmarla mientras buscaba una explicación.

¿Qué estaba ocurriendo? Aferró su copete y, sin preámbulos tiró de unas hebras de cabello con gran energía. Se le saltaron las lágrimas de dolor y este hecho le produjo cierto alivio, ya que por un momento creyó haberse dormido y prefería afrontar la realidad antes que las sombras de un extraño sueño.

La escena era auténtica, al menos para Tas. En cuanto a Caramon, era otro cantar.

—Observad —les urgió—, me dispongo a invocar un hechizo—. Ondeó las manos con gesto exagerado, las alzó y, tras perder casi el equilibrio, separó las piernas a fin de proferir una retahila de incongruencias—. Nido de rata y polvo ceniciento, obrad el encantamiento —recitó, o acaso inventó, señalando un árbol. —¡Las llamas lo consumen, arde como el infeliz de Caramon!

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