Read El templo de Istar Online
Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman
Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil
—¿Hablas de mi viaje, shalafi? —inquirió el elfo con el ceño fruncido. No había previsto ir a ningún lugar.
Se disponía a continuar, mas calló de forma súbita al recordar que, en efecto, en un punto lejano alguien aguardaba su informe.
Raistlin siguió observando al joven alumno en silencio, mientras en sus translúcidas pupilas se reflejaba el creciente horror que desvirtuaba los rasgos del espía al saberse descubierto. Despacio, el mago avanzó hacia su oponente entre el suave crujido de los pliegues de su túnica. Dalamar, paralizado por el pánico, no atinó a moverse ni a formular los hechizos de protección que conocía. Su mente estaba vacía, sus ojos sólo vislumbraban dos relojes de arena que lo traspasaban impávidos.
El maestro alzó su mano en un movimiento acompasado y la posó en el pecho del indefenso aprendiz, rozando apenas sus negros ropajes con las yemas de los dedos. El dolor fue lacerante. La faz del agredido se tornó blanca, se desorbitaron sus pupilas y ahogó un grito agónico, si bien no pudo desprenderse de tan espeluznante caricia. Atrapado por la mirada de Raistlin, tampoco el segundo alarido logró brotar de forma articulada.
—Relátales con precisión tanto lo que te he contado —le ordenó el hechicero— como lo que tú imaginas. Transmite mis cordiales saludos al gran Par-Salian, aprendiz.
Retiró al fin la delgada mano y Dalamar se derrumbó sobre el suelo, entre desgarradores gemidos. El maestro pasó por su lado sin mirarle siquiera y abandonó la estancia, envuelto en el murmullo de sus sobrias vestiduras.
Cuando se hubo cerrado la puerta, el elfo se desgarró el pectoral en medio de un sufrimiento enloquecedor y vio que cinco riachuelos de sangre surcaban su pecho y manchaban el negro paño, procedentes de otras tantas hendiduras abiertas a fuego en su carne.
El bosque de Wayreth
—¡Caramon, reacciona! ¡Levántate!
«No. Estoy en mi tumba, en una tibia inorada bajo la tierra… tibia y segura. No lograrás que me despierte, no podrás alcanzarme. Me he ocultado de ti y nunca me encontrarás.»
—¡Caramon, tienes que ver eso. ¡Abre los ojos!
Una mano apartó el manto de penumbra para tirar de él en fuertes sacudidas.
«¡No, Tika, aléjate! Me devolviste una vez a la vida, al dolor y al sufrimiento. Deberías haberme dejado en el dulce reino de tinieblas que rodeaba el Mar Sangriento de Istar, y ahora que he hallado la paz no permitiré que vuelvas a estropearlo. He cavado mi sepultura y me he enterrado en ella.»
—Vamos, Caramon, será mejor que te despiertes y otees el panorama.
«Esas exhortaciones me resultan familiares. ¡Claro, yo mismo pronuncié unas palabras parecidas hace algunos años, cuando Raistlin y yo llegamos juntos a este Bosque! Pero si soy yo quien habla, ¿cómo puedo oírlas en segunda persona? A menos que sea mi hermano.»
Sintió una mano en su párpado, dos dedos que luchaban para abrirlo. Su contacto hizo que las acuosas gotas del temor se vertieran en las venas del guerrero, hasta agolparse en el corazón y acelerar su pálpito.
Rugió alarmado, tratando de culebrear hacia el acogedor polvo en el instante en que su ojo, abierto por la fuerza, capturó la imagen de un rostro grotesco volcado sobre él… ¡las facciones inequívocas de una enana gully!
—Ya está despierto —anunció Bupu—. Ayúdame, mantén el párpado en esta posición para que yo levante el otro —ordenó a Tasslehoff.
—¡No! —vociferó el kender y, arrancando las garras de la mujer de su presa, la empujó a un lado—. Ve a buscar agua —improvisó.
—Buena idea —comentó ella, y se alejó con un brioso trotecillo.
—Cálmate, Caramon —instó Tas a su amigo a la vez que se arrodillaba junto a él y le daba unas suaves palmadas—. Era sólo Bupu. Lo lamento, pero yo estaba contemplando el… ya lo verás tú mismo, y descuidé su vigilancia.
Sin cesar de farfullar, Caramon se cubrió el semblante con la mano e intentó incorporarse apoyado en el compañero.
—Soñaba que había muerto —explicó— cuando, de pronto, vi esa cara y supe que todo había terminado, que me habían condenado a los Abismos.
—Quizá no tardes en desear que se cumpla tu pesadilla —dijo Tasslehoff en sombría actitud.
Caramon alzó los ojos al percibir la inusitada seriedad del kender.
—¿A qué te refieres? —indagó con tono áspero.
—¿Cómo estás? —preguntó a su vez el hombrecillo en lugar de responder.
—Sobrio —graznó el guerrero—, si es eso lo que te preocupa. ¡Ojalá los dioses me permitieran vivir siempre ebrio!
Tras estudiarle unos momentos con expresión meditabunda, Tas introdujo la mano en uno de sus saquillos y, despacio, sacó una botella de cristal recubierta por un estuche de cuero.
—Si de verdad necesitas un trago, aquí lo tienes —le ofreció.
Los ojos del fornido humano se iluminaron. Extendió una mano anhelante pero temblorosa y, arrebatando el objeto al kender, desencajó el tapón de corcho, olisqueó su contenido, sonrió satisfecho y se lo llevó a los labios.
—¡No me mires como si fuera un monstruo! —espetó a Tas.
—Discúlpame —balbuceó éste con las mejillas encendidas en rubor—. Voy en busca de Crysania —añadió, y se puso en pie.
—Crysania —repitió mecánicamente Caramon y bajó la botella sin probar el mosto, frotándose sus legañosos ojos—. La había olvidado por completo. Me parece una excelente medida que corras en pos de la sacerdotisa y, cuando des con ella, te la lleves junto a esa lombriz, llamada Bupu, que te acompaña. ¡Marchaos y dejadme solo! —Levantó de nuevo el frasco de vino y, ahora, engulló de un sorbo una considerable cantidad. Aquejado por una violenta tos, abandonó su empeño y se secó la boca con el dorso de la mano, antes de insistir—: ¡Vete! Salid todos de mi vista, me molesta vuestra mera presencia.
—Me gustaría complacerte, Caramon —se excusó Tas si alterarse—. Sin embargo, no puedo hacerlo.
—¿Por qué?
—Porque el Bosque de Wayreth ha venido a nuestro encuentro, si tenemos que dar crédito a los relatos de Raistlin sobre sus extrañas virtudes.
Durante unos segundos, Caramon clavó en el kender sus iris inyectados en sangre. Habló al fin, en un susurro, a este tenor:
—Eso es imposible. Mágico o no, el Bosque de Wayreth se yergue a varias millas de aquí. Raistlin y yo tardamos meses en descubrirlo y, además, la Torre está al sur de estos parajes. Según tu mapa debemos cruzar Qualinost antes de divisar sus paredes. No te guiarás por el mismo documento donde Tarsis aparecía a orillas del mar ¿verdad? —inquirió, asaltado por una terrible duda.
—Quizá sí —confesó Tas al mismo tiempo que enrollaba el mapa y lo escondía tras su espalda—. Tengo tantos… En cualquier caso, si Raistlin estaba en lo cierto al afirmar que el Bosque era mágico no me sorprende que nos haya encontrado, de ser ése su deseo. Las distancias geográficas no son un obstáculo para ciertas criaturas.
—Puedo asegurarte que posee dotes arcanas —confirmó el guerrero con voz ronca y trémula—, y también que los horrores que en él se viven son espeluznantes. —Cerró los ojos y meneó la cabeza antes de, inesperadamente, dedicar a su oponente una mueca astuta—. ¡Ya lo entiendo! Se trata de una artimaña para impedirme que beba, ¿no es así? No surtirá efecto, olvídala.
—Te equivocas —negó Tasslehoff. Con un hondo suspiro, extendió el índice y le apremió—: Mira aquello, responde a la descripción que una vez me hizo tu gemelo.
Al volver la cabeza Caramon se estremeció, tanto por lo que vio como por los amargos recuerdos que la escena despertó en su mente.
La hierba en la que estaban acampados formaba parte de un claro, situado no muy lejos del camino principal. Lo circundaban grupos de arces, pinos, nogales e incluso algunos álamos dispersos, todos ellos portadores de nacientes brotes. Caramon los había admirado mientras cavaba la tumba de Crysania, advirtiendo que sus ramas refulgían bajo el sol matutino con los tonos amarillos de la primavera. Entre sus raíces despuntaban las primeras flores silvestres de la estación, violetas y azafranes que se alzaban como heraldos de unos meses de prosperidad.
También ahora reparó el guerrero en esta hermosa vegetación, que les rodeaba por tres flancos. En el cuarto, el meridional, el paisaje se alteraba de forma poco halagüeña.
Los árboles que lo poblaban, muertos en su mayoría, se hallaban uno al lado del otro, alineados en sucesivas hileras de sospechosa regularidad. Aquí y allí, al examinar más a conciencia la espesura, se atisbaba uno vivo que parecía vigilar tal como un oficial revisa las filas de sus tropas. El sol no penetraba en el Bosque, una niebla asfixiante flotaba entre los árboles y ensombrecía la luz. Incluso las ramas y los troncos constituían un espectáculo fantasmagórico, éstos deformes, torturados, y aquéllas retorcidas en garras que arañaban el suelo. El viento no las mecía, ni siquiera infundía un soplo de vida a sus rugosas hojas, si bien lo más terrible era el contraste que tal quietud ofrecía respecto a los fugaces movimientos que se adivinaban en los matojos. Bajo la atenta inspección de Caramon y Tas unas sombras carentes de contorno deambulaban sin tregua, escudándose tras las gruesas cortezas o acechándoles desde el espinoso sotobosque.
—Fíjate bien en este curioso fenómeno —rogó el kender al hombretón e, indiferente a su grito de alarma, echó a correr hacia la espesura. ¡Los árboles se apartaron a su paso! Se dibujó una ancha senda frente a sus pies, que conducía al corazón del siniestro Bosque—. Te desafío a que encuentres una explicación —declaró maravillado, si bien se detuvo antes de adentrarse en el camino—. Y si retrocedo…
Unió la acción a la palabra, y los troncos se deslizaron unos hacia otros hasta ofrecer de nuevo una barrera infranqueable.
—Tenías razón —reconoció el guerrero a regañadientes—, estamos en el Bosque de Wayreth. Así mismo se nos reveló a nosotros una mañana. Yo me mostré reacio a seguir y traté de refrenar los impulsos de Raist, pero él no tenía miedo. Los árboles se retiraron y se internó en las entrañas de este diabólico paraje, no sin antes tranquilizarme: «Permanece a mi lado, hermano, y yo te protegeré de todo mal». ¿Cuántas veces había pronunciado yo frases similares? En esta ocasión se trocaron los papeles, él era el valiente y debía animar al timorato.
De pronto, se puso en pie de un salto y, enrollando en un gesto febril su cama de campaña, bramó:
—¡Vámonos de aquí sin pérdida de tiempo! —En su nerviosismo, derramó el contenido de la botella sobre la manta.
—No hay nada que hacer—fue el lacónico comentario de Tas—. Te lo demostraré.
Tras colocarse de espalda a los árboles, el kender comenzó a andar hacia el norte. Los árboles no se desplazaron, mas por mucho que caminase siempre se topaba con el Bosque de Wayreth y su misteriosa senda. Hizo mil piruetas, mil sesgos bruscos, pero todas sus argucias le llevaron a las nebulosas hileras de vegetales.
Con un hondo suspiro, se detuvo al fin al lado de Caramon y observó en actitud solemne los ojos del hombretón anegados en lágrimas, enmarcados en cercos sanguinolentos. Extendió entonces su delicada mano y la apoyó en el brazo del que fuera un guerrero invencible.
—Amigo, tú ya has visitado antes este lugar y conoces el camino. Por otra parte, hay algo más que debes saber. Has preguntado por la sacerdotisa Crysania; pues bien, ahí la tienes. —La señaló con el dedo, y Caramon ladeó la cabeza hacia donde le indicaba—. Vive, pero al mismo tiempo está muerta. El helor de su piel se asemeja al de la escarcha, sus ojos no pestañean y, aunque su corazón late, en lugar de la savia de la existencia podría bombear esa sustancia especiada que utilizan los elfos para preservar a sus cadáveres.
Hizo una pausa, como si recapacitara sobre el argumento que había de resultar más persuasivo.
—Tenemos que conseguir ayuda. Quizás en esas brumas vivan magos susceptibles de auxiliarla, pero yo carezco de la fuerza necesaria para transportarla. —Levantó ambos brazos en un gesto de impotencia, sin desviar la vista del impenetrable Bosque—. No me abandones, Caramon, ni tampoco a ella. Creo que de algún modo le debes un favor.
—Porque soy culpable del daño que ha sufrido —concluyó el corpulento humano en tono de reproche.
—No estaba en mi ánimo acusarte —rectificó el kender, frotándose los ojos—. Supongo que no existen culpables.
—No puedo eludir por más tiempo mi responsabilidad. —La inesperada reacción de Caramon, la nota de sinceridad que ribeteaba su voz, hicieron que Tas levantara la cabeza. Hacía años que no detectaba este timbre familiar en su viejo amigo, que ahora estudiaba la botella sostenida en su palma con aire ausente—. Ya es hora de que me enfrente a mí mismo. He achacado mis errores a Raistlin, a Tika y a todo aquel que se ha cruzado en mi camino, aunque en el fondo sabía que era yo el único causante de tantas desdichas. En el curso del sueño mi conciencia ha surgido a la luz, me he visto en el fondo de una tumba y he intuido que ésa era mi realidad, que he llegado a lo más hondo. No puedo degradarme más, o me quedo inmóvil y dejo que me cubran de polvo —como me disponía a hacer con el cuerpo de Crysania— o me encaramo hacia la vida.
Emitió un prolongado suspiro y, con ademán resuelto, aplicó el corcho al frasco de vino.
—Toma, no quiero verlo. —Tendió el objeto al sorprendido kender, quien se apresuró a recogerlo—. Será una larga escalada y necesitaré ayuda, pero no de esta manera.
—¡Oh, Caramon! —se emocionó Tas a la vez que, rodeando con sus brazos la oronda cintura hasta donde pudo alcanzar, lo estrechaba contra sí—. No tenía miedo de ese lóbrego Bosque, si bien me asustaba la idea de atravesarlo en solitario. ¿Cómo me las hubiera arreglado para cargar con la sacerdotisa y además cuidar de Bupu? ¡Oh, Caramon, me alegro tanto de que hayas vuelto a ser el de antes!
—No exageres —lo reprendió el guerrero, ruborizándose y desprendiéndose sin violencia del hombrecillo—. Debes tener presente que la primera vez que penetré en este paraje el pánico no me permitía actuar con tino, y tampoco estoy seguro de ser útil en esta ocasión. Sin embargo, en un punto has acertado: quizá los magos puedan hacer algo por Crysania. —Su rostro se endureció—. Y quizá respondan a ciertas preguntas que quiero formularles sobre Raist. ¿Dónde se ha metido esa enana gully? ¿Y mi daga, qué ha sido de ella?
—No entiendo a qué daga te refieres —disimuló Tas, volviendo la faz hacia la palpitante espesura.
El robusto humano estiró el brazo y atrapó al escurridizo kender. Cuando clavó la mirada en su cinto él lo imitó para, tras un momento de incertidumbre, abrir los ojos de par en par.