—¿Qué utilizasteis para curar al hermano y a los sobrinos del rey? —preguntó Sephrenia.
—Una gema sin tallar con un color peculiar. Creo que originariamente procedía de Daresia, aunque no estoy seguro. Según tengo entendido, los dioses tamules le infundieron su poder.
—¿Dónde se encuentra ahora esa gema? —inquirió Sparhawk con inquietud.
—Ha desaparecido. Tuve que triturarla hasta convertirla en polvo, mezclarla con vino y dársela a los familiares del rey.
—¡Sois un necio! —estalló Sephrenia—. Un objeto con esas características no debe emplearse de esa forma. Sólo se precisa tocar con él el cuerpo del paciente e invocar su poder.
—Soy un médico experto —replicó Tanjin altivamente—. No puedo convertir insectos en hadas, ni levitar, ni levantar conjuros contra mis enemigos. Según las prácticas normales de mi profesión, el enfermo debe ingerir la medicación.
—¡Habéis destruido una piedra que hubiera podido curar a cientos de personas en beneficio de unos pocos! —No sin ciertas dosis de esfuerzo, logró controlar su ira—. ¿Conocéis algún otro objeto con propiedades similares?
—Muy pocos —respondió Tanjin con un encogimiento de hombros—. Existe una enorme lanza en el palacio imperial de Tamul y varios anillos en Zemoch, aunque dudo que contengan suficiente poder para realizar curaciones. También circulan rumores sobre un brazalete con piedras preciosas en algún lugar de Kelosia, pero posiblemente se trate solamente de un mito. La espada del rey de la isla de Mithrium tenía fama de poseer enormes facultades, pero Mithrium la arrojó al mar hace siglos. Asimismo, he oído que los estirios disponen de algunas varillas mágicas.
—Esa información forma parte de una leyenda —adujo Sephrenia—. La madera constituye un material demasiado frágil para imbuirla de semejante poder. ¿Sabéis de algún otro?
—El único que conozco es la joya de la corona real de Thalesia; sin embargo, ha permanecido en paradero desconocido desde los tiempos de la invasión zemoquiana. —Frunció el entrecejo—. No creo que esto pueda servir de gran ayuda —añadió—, pero Arasham posee un talismán que reivindica como la cosa más sagrada y poderosa de la tierra. Nunca he llegado a verlo, por tanto, no puedo dar fe de su poder. Por otra parte, Arasham no está tan asentado en sus cabales como para considerarlo una autoridad en la materia. De todas formas, no lograríais que os lo prestara.
Sephrenia volvió a atarse el velo para cubrirse la parte inferior del rostro.
—Gracias por vuestra franqueza, doctor Tanjin —dijo—. Podéis estar seguro de que no comunicaremos a nadie vuestro secreto. —Reflexionó un instante—. Me parece que deberíais entablillármelo —agregó, al tiempo que tendía el brazo—. Así demostraríamos a los curiosos que teníamos un motivo legítimo para visitaros, con lo que vos mismo quedaríais protegido.
—Es una buena idea, señora. —Tanjin preparó un par de tablillas y una larga banda de algodón blanco.
—¿Os importa que os dé un consejo de amigo, Tanjin? —preguntó Sparhawk.
—Os escucho.
—En vuestras condiciones, yo recogería mis pertenencias y marcharía a Zand. En ese lugar el rey puede protegeros. Abandonad Dabour ahora, pues los fanáticos pasan muy fácilmente de la sospecha a la certeza, y no os serviría de consuelo que se demostrara vuestra inocencia después de que os hayan quemado en la hoguera.
—Todo cuanto poseo se halla aquí.
—Seguramente lo detestaréis todo cuando empiecen a arderos los dedos de los pies.
—¿De veras creéis que estoy expuesto a tal peligro? —inquirió Tanjin con un hilo de voz mientras levantaba la cabeza.
—Ésa es mi opinión —asintió Sparhawk—. A mi entender, podréis consideraros afortunado si decidís quedaros en Dabour y permanecéis aún vivo dentro de una semana.
El médico comenzó a temblar violentamente mientras Sephrenia deslizaba de nuevo el brazo entablillado en el cabestrillo.
—Esperad un minuto —pidió el doctor cuando se dirigían a la puerta—. ¿Qué debo hacer con ella? —preguntó, al tiempo que señalaba al hada, que revoloteaba en el aire cerca de la ventana.
—Oh —exclamó Sephrenia—. Perdonad. Casi la había olvidado. —Musitó unas palabras y después realizó un gesto vago.
El abejorro volvió a golpear la cabeza contra el cristal.
Había anochecido cuando salieron a la plaza, que ahora aparecía casi solitaria, procedentes de la botica.
—No hemos realizado un gran avance —comentó dubitativo Sparhawk.
—Hemos conseguido una información más fiable. Ahora sabemos cómo curar a Ehlana. Sencillamente, debemos buscar uno de esos objetos.
—¿Podríais determinar si el talismán de Arasham posee realmente algún valor?
—Creo que sí.
—Bien. Perraine nos indicó que Arasham predica cada noche. Vayamos a escucharlo. Estoy dispuesto a soportar una docena de sermones con tal de hallar un remedio efectivo.
—¿Cómo os proponéis arrebatárselo?
—Ya pensaré la manera.
Un hombre vestido de negro les cono súbitamente el paso.
—Deteneos —les ordenó.
—¿Qué sucede, compadre? —inquirió Sparhawk.
—¿Por qué no os encontráis postrados a los pies del santo Arasham? —preguntó acusadoramente el sujeto.
—Ahora nos dirigíamos a rendirle homenaje —respondió Sparhawk.
—Todo Dabour sabe que Arasham habla a las multitudes a la caída del sol. ¿Por qué os habéis demorado deliberadamente?
—Hoy mismo hemos llegado a la ciudad y tenía que proveer atención médica a mi hermana, que se ha roto el brazo —explicó Sparhawk.
El intolerante personaje miró con suspicacia el cabestrillo de Sephrenia.
—¿No habréis ido a consultar a ese brujo de Tanjin? —preguntó con tono ultrajado.
—Cuando a uno lo aqueja el dolor, no se preocupa en investigar las credenciales del médico —repuso Sephrenia—. No obstante, puedo aseguraros que el doctor no utilizó ningún método mágico; simplemente, devolvió el hueso quebrado a su lugar y lo entablilló de la misma manera que lo hubiera hecho cualquiera de sus colegas.
—Los fieles no tienen trato con los brujos —declaró obstinadamente el celoso individuo.
—Os propongo algo, compadre —intervino complaciente Sparhawk—. ¿Por qué no os rompo el brazo? Así podréis visitar vos mismo al doctor. Si lo observáis con atención, seréis capaz de detectar si utiliza algún truco.
El fanático retrocedió con aprensión.
—Vamos, amigo —lo animó entusiasmado, Sparhawk—, sed valeroso. No os dolerá mucho, y, además, estoy convencido de que el santo Arasham apreciará positivamente vuestro celo en erradicar la abominable práctica de la brujería.
—¿Seríais tan amable de indicarnos dónde alecciona el santo Arasham a las multitudes? —interrumpió Sephrenia—. Estamos ansiosos por escuchar sus palabras.
—Por allí —señaló el hombre nerviosamente con el dedo—. Donde se percibe la luz de las antorchas.
—Gracias, amigo —dijo Sparhawk mientras se inclinaba levemente. Arrugó el entrecejo—. ¿Por qué no habéis acudido vos al acto esta noche?
—Yo…, eh…, me ocupo de una tarea más ardua —declaró el sujeto—. Debo encontrar a quienes se hallan ausentes sin motivo y entregarlos para ser juzgados.
—Ah —contestó Sparhawk—. Comprendo. —Se volvió y luego giró nuevamente sobre sí—. ¿Estáis seguro de que no queréis que os quiebre el brazo? Sólo perderíamos un minuto.
El fanático se alejó apresuradamente de ellos.
—¿Tenéis que amenazar a todas las personas que encontráis a vuestro paso, Sparhawk? —preguntó Sephrenia.
—Sus modales me irritaban.
—Sois muy susceptible, ¿no os parece?
—Sí —admitió Sparhawk después de considerar la acusación—. Supongo que sí. ¿Vamos?
Cruzaron las oscuras callejuelas de Dabour hasta llegar a las tiendas instaladas en las afueras. A cierta distancia, en dirección sur, un resplandor rojizo se alzaba hacia las estrellas. Orientados por el lugar, avanzaron tranquilamente a través del campamento.
Las vacilantes antorchas estaban prendidas a altos postes que rodeaban una especie de anfiteatro natural situado en el extremo meridional de la ciudad. La oquedad se hallaba repleta de seguidores de Arasham; el venerado predicador se encontraba de pie encima de un gran canto rodado en la ladera de una de las colinas. Su figura alta y demacrada lucía una larga barba gris y enmarañadas cejas negras. Su voz sonaba con estridencia mientras arengaba a sus seguidores, pero sus palabras resultaban casi incomprensibles debido a la práctica inexistencia de dientes en su boca. Cuando Sparhawk y Sephrenia se sumaron a la multitud, el anciano se extendía interminablemente sobre el enrevesado tema de una prueba del favor especial de Dios, a la que, según declaró, le había sido dado acceder a través de un sueño. Su argumentación adolecía de una lógica medianamente coherente y denunciaba con harta evidencia el azaroso concepto de la fe extendido en Rendor.
—¿Tiene algún sentido su perorata? —susurró Sephrenia a Sparhawk, al tiempo que se desprendía de las tablillas y del cabestrillo.
—Por lo que alcanzo a detectar, no —musitó él en respuesta.
—Lo imaginaba. ¿Realmente el dios elenio promueve este tipo de galimatías histérico?
—A mí nunca me ha inspirado tales reacciones.
—¿Podemos acercarnos más?
—Me temo que no. La muchedumbre se arremolina en torno a él.
Arasham pasó entonces a una de sus cuestiones favoritas: una denuncia de la Iglesia. Sostenía que la religión elenia organizada era expresamente condenada por Dios debido a su negativa a reconocer su privilegiada condición de portavoz elegido y predilecto del Altísimo.
—¡Pero los malvados serán castigados! —balbuceó, al tiempo que arrojaba salivazos por la boca—. ¡Mis seguidores son invencibles! ¡Tened un poco de paciencia y yo alzaré mi sagrado talismán y os conduciré a la guerra contra ellos! ¡Enviarán a sus condenados caballeros de la Iglesia a intentar sojuzgarnos, pero no les temáis! ¡El poder de esta venerable reliquia los barrerá de nuestra vista como paja azotada por el viento! —Por encima de su cabeza mostró un objeto que mantenía fuertemente agarrado en su puño—. ¡El espíritu del bendito Eshand me lo ha confirmado!
—¿Qué os parece? —inquirió Sparhawk.
—Se halla demasiado alejado —murmuró Sephrenia—. No puedo percibir nada. Tendremos que aproximarnos. Ni siquiera he podido observar en qué consiste el talismán.
La voz de Arasham descendió hasta un áspero murmullo conspiratorio.
—Éste es mi anuncio, oh bienamados fieles, y la verdad ilumina mis palabras. La voz de Dios me ha revelado que en estos momentos nuestro movimiento se expande a través de los campos y forestas de los reinos del norte, pues sus habitantes, nuestros hermanos y hermanas, están cansados de aguantar el yugo de la Iglesia y se unirán a nuestra sagrada causa.
—Martel debe de ser su informador —musitó Sparhawk—, y si lo considera un mensajero de Dios está aún más loco de lo que pensaba. —Se puso de puntillas y contempló las cabezas de la gente concentrada. A unos metros se alzaba un amplio pabellón rodeado por una empalizada de sólidos troncos—. Trataremos de abrirnos camino entre el gentío —propuso—. Creo haber localizado la tienda del anciano.
Se retiraron lentamente hasta una parte del terreno más despejada. Arasham continuó su incoherente arenga, pero sus incomprensibles palabras se perdieron con la lejanía y los murmullos de sus adeptos. Sparhawk y Sephrenia se deslizaron bordeando la muchedumbre en dirección a la empalizada y el oscuro pabellón que ésta protegía. Cuando se hallaban a unos veinte pasos de distancia, Sparhawk rozó el brazo de Sephrenia y ambos se detuvieron. A la entrada del cerco se apostaban varios hombres armados.
—Habremos de esperar a que termine su sermón —murmuró Sparhawk.
—¿Os importaría explicarme el plan de actuación que habéis ideado? —pidió la mujer—. Odio las sorpresas.
—Intentaré que nos permita pasar a su tienda. Si ese objeto posee verdaderamente algún poder, resultaría difícil quitárselo en medio de esa multitud.
—¿Cómo os proponéis lograrlo, Sparhawk?
—Me parece que probaré la adulación.
—¿No entraña demasiado peligro ponernos en evidencia de esa forma?
—Por supuesto, pero debemos obrar sin disimulos cuando se trata con individuos que han perdido el juicio. No disponen de suficiente concentración para captar las sutilezas.
La voz de Arasham se elevó progresivamente hasta un culminante chillido, y sus seguidores saludaron con ovaciones el final de cada una de sus casi ininteligibles pronunciaciones. Después concedió su bendición y el público comenzó a dispersarse. Rodeado por un grupo de celosos discípulos, el venerable anciano empezó a caminar parsimoniosamente entre la barahúnda circundante en dirección a su aposento. Sparhawk y Sephrenia salieron a su paso.
—¡Apartaos! —les ordenó uno de los acompañantes.
—Disculpadme, eminente discípulo —dijo Sparhawk con voz lo suficientemente alta para ser oído por el tambaleante predicador—, pero traigo un mensaje del rey de Deira para el santo Arasham. Su Majestad envía sus saludos a la verdadera cabeza de la Iglesia elenia.
Sephrenia exhaló un imperceptible sonido estrangulado.
—Al santo Arasham no le impresionan los reyes —repuso con arrogancia el discípulo—. Ahora, salid de nuestro camino.
—No os precipitéis, Ikkad —murmuró Arasham con voz sorprendentemente débil—. Escucharemos más detalles sobre ese mensaje de nuestro hermano de Deira. Quizá se refería a esa noticia cuando Dios me habló la última vez.
—Venerado Arasham —dijo Sparhawk con una profunda reverencia—, Su Majestad, el rey Obler de Deira, os manda un saludo de hermano. Nuestro monarca es muy anciano, y la edad siempre va acompañada de la sabiduría.
—Ciertamente —acordó Arasham, al tiempo que señalaba su larga barba gris.
—Su Majestad ha meditado durante largo tiempo acerca de las enseñanzas del bendito Eshand —prosiguió Sparhawk— y también se ha mantenido ansiosamente al corriente de vuestras enseñanzas aquí en Rendor. Su desaprobación a ciertas actividades de la Iglesia ha ido en aumento. Opina que los eclesiásticos son hipócritas y egoístas.
—Su pensamiento concuerda con el mío —declaró Arasham, extasiado—. Yo mismo he pronunciado esas palabras cientos de veces.
—El rey reconoce que vos constituís su fuente de inspiración, santo Arasham.
—Estupendo —replicó Arasham mientras se pavoneaba ligeramente.