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Authors: Jude Watson

El único testigo

BOOK: El único testigo
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Una familia de asesinos controla el destino de un planeta, y sólo una persona puede testificar en su contra: una mujer, un miembro de la propia familia. Pero para poder salir del planeta necesitará la ayuda de dos Jedi. Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi son los elegidos para escoltar a la testigo hasta Coruscant, pero las cosas se complican y pronto los Jedi se ven atrapados en una telaraña de poder, corrupción y mentiras. Ambos saben que deben ser leales a la testigo, pero ¿es ella completamente sincera?

Jude Watson

El único testigo

Aprendiz de Jedi 17

ePUB v1.0

LittleAngel
01.11.11

Título Original:
Jedi Apprentice: The Only Witness

Año de publicación: 2005

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Virginia de la Cruz Nevado

ISBN:

Capítulo 1

El Maestro Jedi Qui-Gon Jinn suspiró profundamente mientras recorría el pasillo. Los miembros del Consejo pensaban que llevaba inactivo demasiado tiempo, y él lo sabía. Habían tenido paciencia mientras lloraba la muerte de su querida amiga Tahl. Y ahora esperaban que él se decidiera a retomar su vida como Jedi.

Pero no lo estaba. Y no sabía si algún día volvería a estarlo.

Qui-Gon dobló la esquina en dirección a la sala del Consejo, que le había convocado de improviso. Quizá se habían cansado de esperar. Quizás iban a encomendarle una misión de todas formas.

Quizá sea lo mejor
, pensó Qui-Gon, intentando convencerse. Había intentado convencerse a sí mismo de muchas cosas en los últimos tiempos, pero no lo había conseguido.
Y al menos será bueno para Obi-Wan.

El padawan de Qui-Gon caminaba en silencio tras él, con el rostro oculto tras una máscara de perfecta serenidad. Pero Qui-Gon sabía lo que acechaba detrás. Podía sentir la tensión creciente entre su aprendiz y él. Sabía que Obi-Wan quería decir algo, pero se empeñaba en mantener aquel inusual silencio.

Aunque Qui-Gon y Obi-Wan no se habían separado en los últimos meses, en muchos aspectos, el Maestro había abandonado al alumno. Deseó poder decir algo tranquilizador a Obi-Wan. Hubo un tiempo en que se le dieron bien los discursos reconfortantes, pero la sabiduría Jedi se le antojaba ya algo hueca. Y no quería ofrecer palabras vanas al chico.

Obi-Wan se detuvo ante la sala del Consejo y se giró hacia su Maestro. Qui-Gon vio que estaba a punto de hablar, pero la puerta se abrió con un sonido siseante antes de que pudiera articular palabra.

Sólo estaban ocupados tres de los doce asientos del Consejo. A Qui-Gon no le sorprendió ver a tan pocos miembros. Saludó a sus viejos amigos y se situó ante ellos en el conocido círculo.

Yoda, Mace Windu y Plo Koon agradecieron su presencia a los Jedi invitados, contemplaron un momento a Obi-Wan y luego se concentraron en Qui-Gon. Su preocupación era evidente.

Qui-Gon notaba que los miembros del Consejo estaban escudriñando su interior, intentando determinar si era buena idea encomendarle una misión. Le sorprendió darse cuenta de que no era capaz de sostenerles la mirada. En lugar de aliviar su sufrimiento, la preocupación de sus amigos le hacía terriblemente consciente del peso que soportaba.

Observó la línea del horizonte de Coruscant, más allá de los Maestros sentados, e intentó apaciguar sus sentimientos. Se preguntó de nuevo por qué no era capaz de dejar que aquella cascada de emociones fluyera libremente. Los mejores Maestros, algunos de ellos allí presentes, le habían enseñado a hacerlo, y siempre le había funcionado. Pero ahora no.

Obi-Wan se movió inquieto, y Qui-Gon se dio cuenta de que el silencio había durado demasiado.

—Hemos recibido una petición del senador Crote, del planeta Frego —comenzó por fin a decir Mace Windu—. Ha solicitado ayuda Jedi para transportar a Coruscant un testigo que debe declarar ante el Senado.

Qui-Gon asintió. La protección de testigos relevantes era algo rutinario para los Jedi. Como sospechaba, su primera misión sería sencilla, algo fácil. Una distracción. Por eso sólo habían acudido tres miembros del Consejo.

—Tarea sencilla no es —dijo Yoda, como si respondiera a los pensamientos de Qui-Gon—. En Frego mucho peligro hay.

Mace Windu siguió escudriñando el rostro de Qui-Gon.

—No te enviaríamos si no creyéramos que estás preparado. ¿Te sientes preparado, Qui-Gon?

Qui-Gon no lo sabía. No tenía ganas de abandonar el Templo, ni siquiera sus aposentos, pero no sería justo para Obi-Wan recluirse para siempre.

—Estoy preparado —respondió Qui-Gon con más seguridad de la que realmente sentía.

Qui-Gon pudo sentir el alivio de Obi-Wan. Le llegó como el aliento de alguien que ha aguantado la respiración demasiado tiempo y por fin puede soltar el aire. Los miembros del Consejo también parecieron tranquilizarse con las palabras de Qui-Gon, y dejaron de rebuscar en su interior. Ya tenían la respuesta que esperaban. Qui-Gon deseó haber tomado la decisión correcta.

—Como ha dicho Yoda, la situación es complicada —dijo Plo Koon—. Hemos pedido a Jocasta Nu que os dé toda la información que necesitéis antes de iros —señaló hacia los archivos del Templo.

—Iros ahora debéis —añadió Yoda con seriedad.

—Tememos que el peligro que corre el testigo crece por momentos. Cuanto antes lleguéis a Frego, mejor —dijo Mace, indicándoles que podían marcharse—. Que la Fuerza os acompañe.

Qui-Gon asintió y salió lentamente de la sala circular, seguido de Obi-Wan. Incluso después de haber oído las palabras de advertencia de los Maestros, tenía la seguridad de que la misión sería fácil... mientras no le fallara el ánimo.

***

Jocasta Nu era una Jedi delgada y etérea de larga melena gris, que llevaba anudada en un moño prieto. Cuando entraron los Jedi, se levantó de su mesa. Era la viva imagen de la eficacia. Recogió sus cosas y señaló hacia una mesa más grande, pidiéndoles que tomaran asiento.

—Soy consciente de que el tiempo corre —dijo Jocasta. No se molestó en hacer presentaciones. Eso daba igual. Qui-Gon ya conocía a la responsable de los archivos del Templo, y sin duda Obi-Wan sabía quién era. Ella solía asesorar a los equipos Jedi antes de que partieran en misiones importantes.

Qui-Gon llevaba mucho tiempo utilizando otras fuentes de información. Se había acostumbrado a trabajar con Tahl y no había visto a Jocasta muy a menudo desde que tomó a Obi-Wan a su cargo, cuatro años antes.

—La testigo es Lena Cobral —Jocasta les mostró una holoimagen de una chica joven con el pelo oscuro recogido en un sofisticado moño—. Es la viuda de Rutin Cobral.

La imagen de la chica desapareció, y un hombre apareció en su lugar. Era joven, bastante alto, con el pelo oscuro y corto y una sonrisa tranquila.

—Rutin fue asesinado hace poco, y su asesino sigue en libertad.

—No es extraño —dijo Qui-Gon—. Según tengo entendido, Frego es un planeta gobernado por delincuentes.

Jocasta pareció molestarse levemente por la interrupción, pero prosiguió.

—La familia Cobral es la mayor potencia de Frego. Están al mando de una red criminal que controla sin problemas al Gobierno desde hace veinte años. El padre de Rutin falleció de muerte natural hace unos cuantos, y la creencia generalizada era que, aunque tiene dos hermanos mayores. Rutin estaba siendo educado para sucederle. Solan es el mayor, y el nuevo líder de los Cobral.

Una versión de Rutin de menor estatura y más fornida apareció en la pantalla. Aparte de la estatura, Solan también carecía de la espesa melena de Rutin y de su cálida sonrisa. Estaba casi calvo y tenía una mueca permanente de desprecio.

—Solan es muy conocido en su planeta, y muy temido y respetado. Obtiene todo lo que quiere gracias a las amenazas, la violencia y el tráfico de influencias.

Cuando terminó de dar la información. Jocasta se mostró dispuesta a responder a Qui-Gon.

—No es extraño que los criminales se libren de una investigación en Frego, pero sí que un miembro querido de la familia Cobral sea asesinado, sobre todo sin que haya venganza.

Aunque el gesto de Qui-Gon no varió, lo cierto es que en su interior sintió un dolor renovado. Echaba de menos a Tahl, más que nunca: su cinismo, su rapidez mental y su costumbre de proporcionarle la información necesaria para orientar sus pensamientos en la dirección adecuada.

Qui-Gon se recordó a sí mismo que su relación con Tahl había tardado años en desarrollarse, y que la conexión que tenía con ella jamás la tendría con la responsable de los archivos del Templo. Ni con nadie más, probablemente.

—Lena entró a formar parte de la familia Cobral tras su boda con Rutin, hace tres años —prosiguió Jocasta—. Corría el rumor de que Rutin ya no quería involucrarse en los asuntos familiares y, pese a no poder separarse limpiamente del negocio del crimen, el senador Crote nos informó de que había decidido testificar en el Senado contra su familia. Quería acabar de una vez por todas con la red. Poco después de acceder a subir al estrado, fue asesinado —Jocasta cogió aire, pero no tardó ni un segundo en continuar.

—Anoche recibimos un mensaje secreto de Lena, y también del senador Crote. Lena ha decidido tomar el relevo de su marido y testificar en su lugar contra los Cobral —Jocasta acercó por encima de la mesa a los Jedi varios documentos en un datapad—. Aquí tenéis todo lo que necesitáis.

Qui-Gon se levantó y cogió el datapad.

—Gracias —le dijo cortante—. Quizá te llamemos si necesitamos más ayuda.

—Por supuesto —asintió Jocasta—. Que la Fuerza os acompañe.

Qui-Gon asintió, inexpresivo, a modo de despedida. ¿Cómo iba a confiar en que la Fuerza le acompañara? ¿Dónde estaba la Fuerza cuando más la necesitó? Tahl y él se habían jurado amor eterno. Pero nada, ni ese amor, ni los Jedi, ni la Fuerza habían podido salvarle la vida.

Qui-Gon y Obi-Wan tardaron poco tiempo en reunir lo necesario para realizar el corto viaje. Muy pronto se hallaron a bordo del carguero que les transportaría hasta Frego.

Distraído y exhausto. Qui-Gon estaba ansioso por retirarse a su camarote en cuanto estuvieran en la nave. Estaba a punto de comunicárselo a Obi-Wan, cuando su padawan habló.

—Maestro, sé que lo has pasado mal estos últimos meses —Obi-Wan alzó una mano hacia el hombro de Qui-Gon, pero la dejó caer, apenas rozando la manga parduzca de su Maestro—. Y yo..., bueno, no puedo evitar recordar lo que me dijiste cuando Bant desapareció en el Templo. Que en los peores momentos es cuando más importa ceñirse al Código Jedi. Si dejas que las emociones fluy...

—Gracias, Obi-Wan —le interrumpió Qui-Gon—. Has aprendido bien lo que te he enseñado. Algún día serás un gran Maestro Jedi —se dio la vuelta y se dirigió rápidamente hacia su camarote. Podía sentir al chico tras él, de pie, desconcertado.

Qui-Gon sabía que su alumno sólo quería hacerle sentir mejor, pero no podía soportar escuchar consejos de una sabiduría que ahora le fallaba. Lo único que quería era estar solo.

Capítulo 2

Obi-Wan estaba de pie, en silencio, contemplando el planeta Frego, que crecía en la pantalla del carguero. Qui-Gon no había salido de su camarote en todo el viaje. Obi-Wan no sabía si debía molestarle, ni siquiera teniendo en cuenta que ya estaban llegando. Deseaba con todas sus fuerzas ofrecer a Qui-Gon el mismo consuelo que éste le había ofrecido a él en tantas ocasiones, pero cuanto más lo intentaba, más se alejaba de él. El abismo entre ellos parecía crecer por momentos, y Obi-Wan no sabía qué hacer. ¿Cómo podía salvar esa distancia él solo?

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