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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (18 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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—Sí, y resulta más bien fácil olvidar el miedo y las precauciones en cuatrocientos años. R'gul es un buen luchador y un buen jefe de escuadrón, pero tiene que ver y tocar y oler el peligro antes de admitir que existe. Oh, aprendió las Leyes y todas las Tradiciones, pero nunca comprendió su esencia. No como las comprende F'lar, ni como he llegado a comprenderlas yo —añadió en tono desafiante, viendo la expresión escéptica en el rostro de Lessa. Sus ojos se estrecharon, y apuntó un dedo acusador hacia ella—. Ni como las comprendes tú, sólo que tú no sabes por qué.

Lessa retrocedió, no de F'nor sino de la amenaza que ella sabía que existía, a pesar de ignorar por qué lo creía.

—Desde que F'lar Impresionó a Mnementh, F'lon empezó a adiestrarle para que asumiera el caudillaje. Luego, F'lon resultó muerto en aquella absurda reyerta... —una expresión, mezcla de dolor y de rabia, cruzó por el rostro de F'nor. Aunque con retraso, Lessa se dio cuenta de que el hombre estaba hablando de su padre—. F'lar era demasiado joven todavía, y antes de que nadie pudiera intervenir R'gul logró que Hath cubriera a Nemorth, y nosotros tuvimos que esperar. Pero R'gul no pudo controlar el pesar de Jora por la muerte de F'lon, y ella se deterioró rápidamente. Y él interpretó equivocadamente que el plan de F'lon para hacernos superar la última fase del Intervalo significaba aislamiento. En consecuencia —F'nor se encogió de hombros expresivamente—, el Weyr empezó a perder prestigio a partir de aquel momento.

—Momento, momento, momento —murmuró Lessa—. Siempre es el momento inoportuno. ¿Cuándo será
ahora
el momento?

—¡Escúchame!

El tono imperativo de F'nor interrumpió la cantinela de Lessa con tanta eficacia como si el caballero pardo la hubiera agarrado y sacudido. Lessa no había sospechado aquella energía en F'nor, y le miró con acrecentado respeto.

—Ramoth ha alcanzado su pleno desarrollo y está a punto para su primer vuelo de apareamiento. Cuando ella vuele, todos los dragones bronce intentarán cubrirla. No siempre lo consigue el más fuerte. A veces la reina es cubierta por el dragón que todos los del Weyr desean que la cubra —F'nor pronunciaba sus palabras lenta y claramente—. Así fue cómo R'gul logró que Hath cubriera a Nemorth. Los jinetes más viejos querían a R'gul. No podían soportar la idea de que un jovenzuelo de diecinueve años les diera órdenes como caudillo del Weyr, aunque se tratara del hijo de F'lon. De modo que Hath cubrió a Nemorth. Y ellos tuvieron a R'gul. Consiguieron lo que querían. ¡Y mira lo que consiguieron! —F'nor hizo un gesto con la mano, englobando simbólicamente a todo el depauperado Weyr.

—Es demasiado tarde, es demasiado tarde —gimió Lessa, comprendiendo mucho, demasiado bien, demasiado tarde.

—Es posible, gracias a tu intervención incitando a K'net a unos pillajes incontrolados —declaró F'nor sin rodeos—. No le necesitabas a él, ¿sabes? Nuestro escuadrón se ocupaba ya del asunto con la debida prudencia. Pero cuando K'net empezó a pasarse de la raya, tuvimos que suspender nuestras operaciones. Pero eso no ha resuelto la cuestión, dada la actitud de la mayoría de los Señores de los Fuertes, cada vez más osados. Piensa, Lessa de Pern —y F'nor se inclinó hacia ella, con una amarga sonrisa—, en lo que será la reacción de R'gul. No te has parado a pensar en eso, ¿verdad? Piensa, ahora, en lo que R'gul hará cuando los Señores de los Fuertes, perfectamente armados, se presenten exigiendo una satisfacción.

Lessa cerró los ojos, abrumada ante la escena que podía imaginar con demasiada claridad. Agarrándose al brazo de su silla, se dejó caer en ella, anonadada al saber que había errado en sus cálculos. Un exceso de confianza en sí misma, después de haber sido capaz de provocar la muerte de Fax, estaba a punto de conducir al Weyr a la ruina a través de aquella misma arrogancia.

Súbitamente se produjo un intenso ruido, como si la mitad del Weyr avanzara por el pasadizo procedente del saledizo. Lessa pudo oír a los dragones llamándose excitadamente unos a otros, la primera vez que les oía hacerlo en dos meses.

Sobresaltada, se puso en pie. ¿Había fracasado F'lar en su tentativa de interceptar a K'net? ¿Había sido capturado K'net por los Señores? Se precipitó hacia el weyr de la reina, seguida de F'nor.

Los que entraron no eran F'lar y K'net y un furioso señor —o varios—. Era R'gul, con su cauteloso rostro contraído y sus ojos desorbitados por la excitación. Lessa pudo oír que Hath provocaba la misma intensa agitación en el saledizo exterior. R'gul dirigió una rápida mirada a Ramoth, que dormía plácidamente. Sus ojos, mientras se acercaba a Lessa, estaban calculando fríamente. Detrás de R'gul entró D'nol a todo correr, abrochándose apresuradamente su túnica. Pisándole los talones llegaron S'lan, S'lel, T'bor. Todos ellos se reunieron en un amplio semicírculo alrededor de Lessa.

R'gul avanzó hacia ella, con un brazo extendido como si se propusiera abrazarla. Antes de que Lessa pudiera retroceder, ya que en la expresión de R'gul había algo que le repugnaba, F'nor se situó a su lado y R'gul, furioso, inclinó su brazo.

—¿Está bebiendo Hath la sangre de su presa? —preguntó el caballero pardo ominosamente.

—Binth y Orth también —intervino T'bor, con los ojos brillantes con la extraña fiebre que parecía afectar a todos los caballeros bronce.

Ramoth se removió, inquieta, y todo el mundo se giró a mirarla intensamente.

—¿Bebiendo la sangre de su presa? —exclamó Lessa, perpleja pero sabiendo que esto era extrañamente significativo.

—Llamad a K'net y a F'lar —ordenó F'nor, con más autoridad de la que un caballero pardo debía usar en presencia de bronces.

La risa de R'gul fue desagradable.

—Nadie sabe dónde están.

D'nol empezó a protestar, pero R'gul le interrumpió con un gesto salvaje.

—No te atreverás, R'gul —dijo F'nor con fría amenaza. Bueno, Lessa sí se. atrevería. Su frenética llamada a Mnementh y Piyanth obtuvo una débil respuesta. Luego no quedó absolutamente nada donde Mnementh había estado.

—Ella despertará —estaba diciendo R'gul, taladrando con sus ojos los de Lessa—. Ella despertará y se levantará de mal humor. Debes permitirle únicamente que beba la sangre de su presa. Te advierto que ofrecerá resistencia. Si no te impones a ella, comerá y no podrá volar.

—Remontará el vuelo para aparearse —exclamó F'nor, con voz impregnada de frío y desesperado furor.

—Remontará el vuelo para aparearse con el bronce que pueda alcanzarla —continuó R'gul con voz exultante.

Y en el momento en que F'lar no está aquí, pensó Lessa.

—Cuanto más largo sea el vuelo, mejor resultará el apareamiento. Y ella no podrá volar bien si está atiborrada de carne. No debe comer. Sólo hay que permitirle beber la sangre de su presa. ¿Comprendes?

—Sí, R'gul —dijo Lessa—, comprendo. Por una vez te comprendo, demasiado bien. F'lar y K'net no están aquí. —Su voz se hizo estridente—. Pero Ramoth no será cubierta por Hath, ¡aunque tenga que llevarla al
inter
!

Vio que el miedo y el asombro borraban del rostro de R'gul la expresión de triunfo, y vio cómo recobraba el control de sí mismo. Una sonrisa maligna reemplazó a la sorpresa ante su amenaza. ¿Acaso la creía incapaz de llevarla a cabo?

—Buenas tardes —dijo F'lar jovialmente desde la entrada. K'net sonreía a su lado—. Mnementh me informa de que los bronce beben la sangre de sus víctimas. Ha sido muy amable por vuestra parte el llamarnos para el espectáculo.

El alivio barrió momentáneamente del cerebro de Lessa su reciente antagonismo hacia F'lar. El verle, tranquilo, arrogante, burlón, la reanimó.

Los ojos de R'gul recorrieron el semicírculo de caballeros bronce, tratando de averiguar quién había llamado a aquellos dos. Y Lessa supo que R'gul odiaba a F'lar tanto como le temía. Pudo intuir, también, que F'lar había cambiado. Ahora no había pasividad, indiferencia ni despego en su actitud. Sólo tensa anticipación. ¡F'lar había dado por terminada su espera!

Ramoth se levantó, súbita y completamente despierta. Su mente se hallaba en un estado tal que Lessa comprendió que F'lar y K'net no habían llegado demasiado pronto. Las punzadas del hambre en Ramoth eran tan intensas que Lessa se apresuró a situarse junto a ella para tranquilizarla. Pero Ramoth despreció inexplicablemente sus caricias.

Con inesperada agilidad se irguió del todo, encaminándose hacia el saledizo. Lessa corrió tras ella, seguida por los dragoneros. Ramoth siseó agitadamente a los bronce que planeaban cerca del saledizo. Los dragones se dispersaron rápidamente, apartándose de su camino. Sus jinetes se dirigieron hacia la amplia escalinata que conducía al Cuenco desde el weyr de la reina.

Aturdida, Lessa apenas se dio cuenta de que F'nor la encaramaba al cuello de Canth y premiaba a su dragón para que siguiera a los otros hacia el comedero. Lessa observó, asombrada, como Ramoth se deslizaba sin aparente esfuerzo sobre el rebaño alarmado y puesto en fuga por su proximidad. Ramoth atacó súbitamente, agarrando a su presa por el cuello y dejándose caer sobre ella, demasiado hambrienta para llevarla más lejos.

¡Contrólala! —gritó F'nor, depositando a Lessa en el suelo sin la menor ceremonia.

Ramoth se mostró desafiante a la orden de su Dama del Weyr. Movió su cabeza de un lado a otro, agitando sus alas furiosamente, con los ojos llameantes como opalescentes charcas de fuego. Extendió el cuello hacia el cielo en toda su longitud, bramando su insubordinación. Los roncos ecos reverberaron contra las paredes del Weyr. En lo alto, los dragones, azul, verde, pardo y bronce, extendieron sus alas majestuosamente, y sus llamadas de respuesta llenaron el aire.

Ahora, Lessa debía apelar realmente a la fuerza de voluntad que había desarrollado a través de años de hambre de venganza. La cabeza cuneiforme de Ramoth oscilaba atrás y adelante; sus ojos ardían con incandescente rebeldía. Esta no era ninguna amable y confiada cría de dragón: era un demonio violento.

A través del campo ensangrentado Lessa entabló una lucha de voluntades con la transformada Ramoth. Sin ningún asomo de debilidad, ningún vestigio de temor ni pensamiento de derrota. Lessa obligó al dragón a obedecer. Gritando su protesta, la dorada Ramoth inclinó su cabeza hasta su presa, lamiendo el cuerpo inerte, con sus grandes quijadas abiertas. Su cabeza osciló sobre las humeantes entrañas que sus garras habían dejado al descubierto. Con un gruñido de reproche final, Ramoth clavó sus dientes en la garganta de su presa y sorbió su sangre.

—Contrólala —murmuró F'nor.

Lessa se había olvidado de él.

Ramoth remontó el vuelo, gritando, y con increíble velocidad aterrizó sobre una segunda presa. Realizó una segunda tentativa para comer, pero Lessa volvió a ejercer su autoridad y ganó. De mala gana, Ramoth sorbió de nuevo la sangre.

La tercera vez no se resistió a las órdenes de Lessa. El dragón hembra había empezado a darse cuenta del instinto irresistible que la estaba poseyendo. No había conocido más que furor hasta que percibió el sabor de la sangre caliente. Ahora sabía lo que necesitaba: volar muy alto y con mucha rapidez, lejos del Weyr, lejos de aquellos insignificantes seres sin alas, muy por delante de aquellos bronce en celo.

El instinto de los dragones estaba limitado al aquí-y-ahora, sin ninguna capacidad de control ni de anticipación. El género humano existía en asociación con ellos para suministrar discernimiento y orden, canturreó silenciosamente Lessa.

Sin vacilar, Ramoth atacó por cuarta vez, siseando de voracidad mientras chupaba la garganta del animal.

Un tenso silencio había caído sobre el Cuenco del Weyr, roto únicamente por el sonido que producía Ramoth al alimentarse y por el agudo gemido del viento.

La piel de Ramoth empezó a resplandecer. El dragón hembra pareció ensancharse, no a causa de la hartura sino de la luminiscencia. Alzó su ensangrentada cabeza, relamiéndose el hocico. Luego irguió todo su cuerpo y, simultáneamente, se elevó un zumbido de los bronce que volaban en círculo alrededor del comedero en silenciosa anticipación.

Con un repentino y dorado movimiento, Ramoth arqueó su gran espalda. Se elevó hacia el cielo, con las alas plenamente extendidas, volando con increíble velocidad. Detrás de ella, en un abrir y cerrar de ojos, salieron siete formas broncíneas, con sus poderosas alas proyectando chorros de aire cargados de arena hacia los rostros de los espectadores humanos del Weyr.

Con el corazón en la boca ante el prodigioso vuelo, Lessa sintió que su alma se elevaba con Ramoth.

—Quédate con ella —susurró F'nor en tono apremiante—. Quédate con ella. Ahora no debe escapar de tu control.

F'nor se apartó de Lessa, retrocediendo para reunirse con la gente del Weyr que, como un solo hombre, tenía los ojos clavados en el cielo, contemplando las brillantes manchas de los dragones, cada vez más pequeñas.

Lessa, con la mente en extraña suspensión, conservaba únicamente la suficiente consciencia física como para darse cuenta de que en realidad sus pies estaban posados en el suelo.

Todas las otras sensaciones y sentimientos estaban en lo alto con Ramoth. Y ella, Ramoth-Lessa, estaba viva con ilimitado poder, sus alas elevándola sin esfuerzo hasta inaccesibles alturas, con el júbilo inundando su cuerpo. Júbilo y... deseo.

Sentía más que veía a los grandes machos bronce persiguiéndola, mofándose de sus ineficaces esfuerzos. Ya que ella era libre e inconquistable.

Doblando el cuello, deslizó su cabeza por debajo de un ala y se burló de aquellos esfuerzos con estridentes graznidos. Se remontó muy por encima de ellos. Súbitamente, plegando sus alas, descendió en picado, entusiasmada al ver que los bronce viraban precipitadamente para evitar la colisión.

Volvió a remontarse rápidamente por encima de ellos, mientras los bronce luchaban desesperadamente para recobrar la velocidad y la altitud perdidas.

Ramoth flirteaba así a su antojo con sus pretendientes, espléndida en su recién hallada libertad, incitando a los bronce a que la cubrieran.

Uno de ellos se dejó caer, agitado. Ramoth graznó su superioridad. Un segundo dragón no tardó en abandonar, mientras Ramoth jugaba con ellos, descendiendo y volando recta como una flecha o en intrincadas trayectorias. A veces, perdida en la emoción del vuelo, se olvidaba de la existencia de sus perseguidores.

Cuando al fin, un poco aburrida, condescendió a mirar a sus pretendientes, se sintió vagamente halagada al ver que sólo tres grandes animales insistían en la persecución. Reconoció a Mnementh, Orth y Hath. Todos en su plenitud: dignos, quizá, de ella.

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