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Authors: Anne McCaffrey

El vuelo del dragón (29 page)

BOOK: El vuelo del dragón
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Lessa asintió, sin apartar sus ojos del rostro de F'lar para no perderse una sola palabra.

—Afortunadamente —continuó F'lar—, la Estrella sólo está iniciando su Pasada, de manera que no hay que pensar en la posibilidad de que se produzca un ataque antes de que transcurran unos cuantos días. Me ocuparé del siguiente cuando regrese.

«Ahora, procura que Manora organice a sus mujeres. Necesitaremos grandes cantidades de ungüento. Algunos dragones resultarán quemados, y eso duele. Y, lo más importante, si algo sale mal, tienes que esperar hasta que un bronce haya cumplido un año, como mínimo, para cubrir a Ramoth...

—¡Nadie cubrirá a Ramoth, que no sea Mnementh! —exclamó Lessa, con los ojos chispeantes.

F'lar la aplastó contra él, estrujando la boca de Lessa con la suya como si quisiera infundirle toda su ternura y toda su fuerza. La soltó tan bruscamente que Lessa retrocedió tambaleándose hasta chocar con la inclinada cabeza de Ramoth. Lessa se agarró por un instante a su dragón hembra, tanto para apoyarse como para tranquilizarse.

Eso será si Mnementh puede alcanzarme
, rectificó Ramoth con dragonil coquetería.

Rueda y gira

O sangra y arde.

Vuela al inter,

Azul y verde.

Remóntate, desciende en picado,

Bronce y pardo.

Los dragoneros deben volar

Cuando las Hebras están en el cielo.

Mientras F'lar corría por el pasillo hacia el saledizo, con las bolsas de pedernal golpeando contra sus muslos, se sintió súbitamente compensado por las tediosas patrullas en todos los Fuertes y hondonadas de Pern. Mentalmente, podía ver Nerat con la mayor claridad. Podía ver las enredaderas cargadas de flores multipetalíferas que eran la característica principal de sus bosques en esta época del año. Sus capullos marfileños estarían brillando con los primeros rayos del sol como ojos de dragón entre las plantas altas, de hojas anchas.

Mnementh, con los ojos brillantes de excitación, planeaba sobre el saledizo. F'lar se encaramó al broncíneo cuello.

El Weyr bullía de escuadrones de todos los colores, fragoroso con gritos y contraórdenes. La atmósfera estaba cargada de electricidad, pero F'lar no pudo captar ningún pánico en aquella ordenada confusión. Dragones y humanos brotaban de las aberturas alrededor de las paredes del Cuenco. Las mujeres se deslizaban de una Caverna Inferior a otra. Los niños que jugaban junto al lago fueron enviados a reunir leña para una fogata. Los jóvenes caballeros, supervisados por el viejo C'gan, estaban formando en el exterior de sus barracones. F'lar alzó la mirada hacia el Pico y aprobó la formación de los escuadrones reunidos en compacto orden de vuelo. Otro escuadrón se formó mientras miraba. Reconoció al pardo Canth, con F'nor a su cuello, en el preciso instante en que todo el escuadrón desaparecía.

Ordenó a Mnementh que se remontara. El viento era frío y ligeramente húmedo. ¿Una nevada tardía? Esta era la época, si tenía que producirse.

Los escuadrones de R'gul y T'bor se desplegaron en abanico a su izquierda, los de T'sum y D'nol a su derecha. Observó que cada uno de los dragones estaba cargado de bolsas. Entonces, F'lar le dio a Mnementh la visualización de los bosques primaverales de Nerat, poco antes del amanecer, con las flores marfileñas resplandeciendo y el mar estrellándose contra las rocas del Cayo Alto.

Notó el frío glacial del
inter
. Y sintió una punzada de duda. ¿Era imprudente por su parte enviarles a todos a una muerte posible en el
inter
tiempo en este esfuerzo para adelantarse a las Hebras en Nerat?

Luego estaban todos allí, a la luz crepuscular que precede al día. Los sugerentes olores del bosque ascendían hasta ellos. Y calor también, lo cual resultaba temible. F'lar alzó la mirada y la desvió ligeramente hacia el norte. La Estrella Roja brillaba muy baja, latiendo amenazadora.

Los hombres se habían dado cuenta de lo que había ocurrido y sus voces subieron de tono, asombradas. Mnementh le dijo a F'lar que los dragones estaban levemente sorprendidos por el alboroto que armaban sus jinetes.

—¡Atención, dragoneros! —gritó F'lar, con voz ronca y distorsionada en su esfuerzo para que le oyeran todos. Esperó hasta que los hombres se situaron lo más cerca posible. Le dijo a Mnementh que transmitiera la información a cada uno de los dragones. Luego explicó lo que habían hecho y por qué. Nadie habló, pero a través de las resplandecientes alas se intercambiaron muchas miradas nerviosas.

F'lar ordenó a los dragoneros que se desplegaran en formación escalonada, manteniendo una distancia de cinco alas entre cada uno de ellos.

Salió el sol.

Descendiendo oblicuamente a través del mar, como una niebla cada vez más espesa, las Hebras estaban cayendo, silenciosas, bellas, traidoras. Las esporas que cruzaban el espacio tenían un color gris plateado, y giraban en duros óvalos helados que se desflecaban a medida que penetraban en la cálida envoltura atmosférica de Pern. Desprovistas de toda inteligencia, habían sido expulsadas de su estéril planeta en dirección a Pern, una lluvia espantosa que buscaba materia orgánica para alimentarse. Una Hebra, hundiéndose en suelo feraz, se enterraría profundamente, propagándose por millares en la cálida tierra, convirtiéndola en un erial de polvo negruzco. El continente meridional de Pern ya había sufrido aquellas consecuencias. Los verdaderos parásitos de Pern eran las Hebras.

Un rugido ahogado de las gargantas de ochenta hombres y dragones taladró el aire de la madrugada sobre las verdes alturas de Nerat... Como si las Hebras pudieran oír este reto, musitó F'lar.

Simultáneamente, los dragones giraron sus cuneiformes cabezas hacia sus jinetes pidiendo pedernal. Las grandes quijadas trituraron las piedras. Los fragmentos eran tragados, y los dragones pedían más pedernal. En el interior de los animales se agitaban los ácidos y se elaboraban las tóxicas fosfinas. Cuando los dragones eructaran el gas, se inflamaría en el aire y la voraz llama eliminaría a las Hebras del cielo. Y las quemaría en el suelo.

El instinto dragonil se impuso en el momento en que las Hebras empezaron a caer encima de las costas de Nerat.

La admiración que F'lar había experimentado siempre por su compañero bronce alcanzó nuevas cotas en las horas siguientes. Azotando el aire con sus grandes alas, Mnementh se remontó escupiendo fuego, saliendo al encuentro de la amenaza que llovía del cielo. Las emanaciones, empujadas por el viento, sofocaron a F'lar, que tuvo que aplastarse contra uno de los lados del broncíneo cuello. El dragón berreó cuando una Hebra se pegó a una punta del ala. Inmediatamente, F'lar se sumergió con su montura en el
inter
, frío, tranquilo, negro. La Hebra helada se desintegró. En un abrir y cerrar de ojos regresaron para enfrentarse con la realidad de las Hebras.

A su alrededor, F'lar vio dragones entrando y saliendo del
inter
, llameando a su regreso, descendiendo, remontándose. Mientras el ataque continuaba y ellos se deslizaban a través de Nerat, F'lar empezó a reconocer la pauta de los instintivos movimientos de los dragones para eludir un ataque. Ya que, al contrario de lo que había deducido de su estudio de los Archivos, las Hebras caían en amasijos. No como una lluvia, en extensiones regulares, sino como chubascos de nieve, aquí, encima, allí, desplazándose súbitamente hacia un lado. Nunca con fluidez, a pesar de la continuidad que su nombre sugería.

Uno podía ver un racimo de Hebras encima de él. Llameando, su dragón se remontaría. Y se experimentaría la intensa alegría de ver al racimo arrugándose de abajo a arriba. A veces, un racimo caía entre jinetes. Un dragón daba la señal de que él lo seguiría y, vomitando llamas, se lanzaba en picado y lo eliminaba.

Paulatinamente, los dragoneros avanzaban por encima de los bosques, tan tentadoramente verdes. F'lar se negaba a pensar en lo que una sola Hebra viva podía hacer en aquella tierra lujuriante. Una Hebra, una sola Hebra, podía apagar los ojos marfileños de todas las luminosas flores. Más tarde, enviaría una patrulla en vuelo rasante para rastrear cada metro cuadrado de terreno.

Un dragón gritó en alguna parte a su izquierda. Antes de que pudiera identificar al animal, se había zambullido en el
inter
. F'lar oyó otros gritos de dolor, lo mismo de hombres que de dragones. Cerró sus oídos y se concentró, como hacían los dragones, en el aquí-y-ahora. ¿Recordaría Mnementh aquellos gritos penetrantes más tarde? F'lar deseó poder olvidarlos ahora.

El, F'lar, el caballero bronce, se sintió repentinamente superfluo. Los que estaban librando la batalla eran los dragones. Uno estimulaba a su animal, le consolaba cuando las Hebras le quemaban, pero dependía de su instinto y de su velocidad.

Algo ardiente rozó la mejilla de F'lar, enterrándose como ácido en su hombro. Un grito de asombrada agonía brotó de sus labios. Mnementh les sumergió en el misericordioso
inter
. El dragonero se sacudió con manos frenéticas las Hebras, notando cómo se desintegraban en el intenso frío del ínter. Con una sensación de asco, golpeó las heridas todavía ardientes. De regreso en el aire húmedo de Nerat, el dolor pareció remitir. Mnementh canturreó alentadoramente y luego se precipitó hacia un racimo, vomitando fuego.

Olvidándose de sí mismo, F'lar examinó apresuradamente el cuello de su montura en busca de señales de quemaduras.

Me zambulliré con mucha rapidez
, le dijo Mnementh, y viró para alejarse de un racimo de Hebras peligrosamente próximo. Un dragón pardo les siguió y redujo las Hebras a cenizas.

Podían haber transcurrido unos instantes, podían haber transcurrido un centenar de horas cuando F'lar miró hacia abajo con sorpresa, al mar iluminado por el sol. Las Hebras caían ahora inofensivamente en las aguas saladas. Nerat quedaba ahora al este y a su derecha.

F'lar sintió la debilidad en todos su músculos. En la excitación de la frenética batalla había olvidado los ensangrentados arañazos en su mejilla y en su hombro. Ahora, mientras Mnementh y él se deslizaban lentamente, las heridas dolían y punzaban.

Hizo que Mnementh se remontara y, cuando alcanzaron la altitud suficiente, planearon. No pudo ver ninguna Hebra cayendo hacia tierra. Debajo de él, los dragones se deslizaban a mayor o menor altura, en busca de cualquier señal de penetración en el suelo, atentos a cualquier movimiento anormal de la vegetación.

—Regresemos al Weyr —le dijo a Mnementh con un ruidoso suspiro. Oyó que el bronce transmitía la orden, incluso mientras él era llevado al
inter
. Estaba tan cansado que ni siquiera visualizó dónde —y mucho menos cuándo—, confiando en que el instinto de Mnementh le transportaría con seguridad al Weyr a través del tiempo y del espacio.

Honra a los que cuidan de los dragones,

En pensamiento y favor, de palabra y de obra.

Se pierden mundos o se salvan mundos

De los peligros que los dragones arrostran.

Estirando el cuello hacia la Piedra de la Estrella del Pico Benden, Lessa observó desde el saledizo hasta que vio desaparecer los cuatro escuadrones.

Suspirando profundamente en respuesta a sus íntimos temores, descendió corriendo las escaleras hasta el suelo del Weyr Benden. Vio que alguien estaba encendiendo una fogata junto al lago y que Manora daba órdenes a sus mujeres con voz clara y tranquila.

El viejo C'gan había formado a los jóvenes caballeros. Lessa sorprendió los ojos envidiosos de los jinetes más bisoños en las ventanas de los barracones. Tendrían tiempo suficiente para montar un dragón llameante. Por lo que F'lar había sugerido, tendrían Revoluciones enteras.

Se estremeció mientras avanzaba hacia los jóvenes caballeros, pero logró sonreírles. Les dio sus órdenes y les envió a advertir a los Fuertes, comprobando rápidamente que cada uno de los dragones había recibido referencias claras de su jinete. Los Fuertes no tardarían en ser arrancados de su frivolidad.

Canth le dijo que había Hebras en Keroon, cayendo sobre el sector de la Bahía de Nerat. Le dijo también que F'nor no creía que dos escuadrones fueran suficientes para proteger los prados.

Lessa se detuvo, tratando de calcular cuantos escuadrones habían salido ya.

El escuadrón de K'net todavía está aquí
, la informó Ramoth. Sobre el Pico.

Lessa alzó la mirada y vio al bronce Piyanth extendiendo sus alas en respuesta. Lessa le dijo que fuera por el
inter
hasta Keroon, cerca de la Bahía de Nerat. Obedientemente, todo el escuadrón remontó el vuelo y desapareció.

Lessa se volvió con un suspiro a decirle algo a Manora, cuando una ráfaga de viento y un intenso hedor casi le cortaron la respiración. El aire encima del Weyr estaba lleno de dragones. Estaba a punto de preguntarle a Piyanth por qué no había ido a Keroon, cuando se dio cuenta de que el número de animales era muy superior a los veinte de K'net.

Pero si acabáis de marcharos
, exclamó, al reconocer la inconfundible mole del bronce Mnementh.

Eso fue hace dos horas para nosotros
, dijo Mnementh, en un tono tan fatigado que Lessa cerró los ojos, llena de compasión.

Algunos dragones descendían rápidamente. Por su forma de volar, era evidente que estaban heridos.

Las mujeres se apresuraron a coger los recipientes de ungüento y trapos limpios para atender a los lesionados. Por malheridos que estuvieran, los caballeros procuraban que sus animales fueran atendidos en primer lugar.

Lessa no perdía de vista a Mnementh, segura de que F'lar no mantendría al enorme bronce planeando de aquel modo si estuviera herido. Estaba ayudando a T'sum a curar el ala derecha de Munth, cruelmente desgarrada, cuando se dio cuenta de que el cielo encima de la Piedra de la Estrella estaba vacío.

Se obligó a sí misma a terminar con Munth antes de ir en busca del bronce y su jinete. Cuando los localizó, vio también que Kylara estaba aplicando ungüento en la mejilla y el hombro de F'lar. Avanzaba decididamente a través de las arenas hacia la pareja cuando llegó hasta ella la urgente llamada de Canth. Vio que Mnementh levantaba la cabeza al captar, también, el pensamiento del pardo.

—F'lar, Canth dice que necesitan ayuda —gritó Lessa. No se dio cuenta entonces de que Kylara se alejaba para ir a reunirse con las otras mujeres.

Las heridas de F'lar no eran graves. Lessa quiso convencerse de ello para su tranquilidad. Kylara había tratado las quemaduras, que parecían poco profundas. Alguien le había proporcionado a F'lar otra piel para reemplazar las que las Hebras habían destrozado. F'lar frunció el ceño... y parpadeó debido a que el fruncimiento le hizo arrugar la dolorida mejilla. Bebió apresuradamente unos sorbos de
klah
.

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