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Authors: Kristina Ohlsson

Tags: #Intriga

Elegidas (39 page)

BOOK: Elegidas
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Los policías que habían realizado el registro no encontraron ni un solo objeto que pudiera pertenecer a un hombre. En el baño sólo había un cepillo de dientes y lo habían requisado. Alex estaba convencido de que tampoco encontrarían ningún otro ADN que el de Jelena. Tampoco habían hallado ropa masculina.

En realidad, en la vivienda sólo había dos objetos que requisaron y que podían considerarse interesantes. Uno era un pelo que estaba en el suelo del baño. Con un poco de suerte podrían demostrar que pertenecía a Lilian Sebastiansson, y entonces ya tendrían la relación de Jelena con el asesinato. El otro era un par de zapatos Ecco, del número 46. Estaban muy bien colocados en el recibidor.

Al principio Alex no entendía nada. ¿Cómo un individuo tan planificador e inteligente como el asesino podía haber cometido semejante error?

Después se dio cuenta de que sólo podía haber una respuesta, y en ese momento se le aceleró el pulso.

Naturalmente,
naturalmente
, el asesino debía de haber regresado al piso después de agredir a Jelena. Volvió y descubrió que no estaba. No le habría costado deducir que tarde o temprano la policía relacionaría a Jelena con el asesinato, en especial si había leído en los periódicos que la buscaban.

—Joder —rugió Alex dando un puñetazo sobre la mesa.

Clavó la mirada en la fotografía de los zapatos Ecco, que parecían burlarse de él, con tanto descaro que sintió flojera en las rodillas.

«Él sabía que antes o después identificaríamos a Jelena y localizaríamos la casa —pensó—. Y nos dejó los malditos zapatos como recuerdo.»

Eran casi las siete y media, y Fredrika dudaba entre ir a ver a Magdalena Gregersdotter antes de que oscureciera o esperar hasta el día siguiente. Finalmente, decidió volver al trabajo y discutir el tema con Alex antes de tomar una decisión.

Estaba tan excitada que le resultaba difícil permanecer sentada en el coche. La música sonaba a todo volumen por los altavoces.
El lago de los cisnes
. Por un instante regresó a la vida previa al Accidente. La música que la hacía sentir viva, una ocupación que le apasionaba.

Después oyó la voz de su madre:

«Toca de manera que alguien pueda bailar con tu música, piensa siempre en el Bailarín Invisible.» A Fredrika casi le pareció verle bailar
El lago de los cisnes
sobre el capó. Por primera vez en mucho tiempo se sintió viva, y era incapaz de describir con palabras lo maravilloso que resultaba.

En plena euforia le envió un mensaje a Spencer tras estacionar su vehículo frente al edificio de la central, para darle las gracias de nuevo por una noche maravillosa. Quería escribir algo más cariñoso, pero al final venció la razón, como siempre, y echó el teléfono en el bolso sin enviar ninguna declaración de amor. Aun así, sintió de nuevo lo mismo. La sensación de que algo había cambiado y era diferente.

«Últimamente hemos ampliado los límites —pensó—. Nos vemos con más frecuencia y hemos empezado a ponerle palabras a lo mucho que significamos el uno para el otro.» Todavía había gente trabajando cuando Fredrika dejó tirados el bolso y la chaqueta en su despacho. En el universo policial, el éxito se mide por los metros cuadrados del espacio que se le asigna a cada uno. Corría el rumor de que la policía secreta planificaba dejar aquel lugar e irse de alquiler a un edificio recién construido con grandes vistas al campo. Fredrika se echó a reír cuando intentó imaginarse la oposición que una noticia así causaría entre sus colegas. Ya podía oír a Håkan gritar:

—¿Al campo?
¿Yo
? ¡Yo que he esperado veintidós años para que me asignaran el despacho de mi compañero de al lado!

Fredrika estaba de muy buen humor. Pero cuando al cabo de pocos segundos se encontró ante la puerta del despacho de Alex, sintió que toda su energía se había disipado.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó automáticamente al ver la cara de Alex.

Pero de inmediato se arrepintió. Dos niñas habían sido asesinadas en menos de una semana, así que él debía de juzgar ridícula su pregunta.

Pero Alex no era de los que perdían el tiempo con las palabras. Ya lo hacía ella de sobras.

—¿Tu pequeña excursión ha dado algún fruto? —quiso saber.

Aquellos últimos días Fredrika lo había sorprendido varias veces, y en ese momento esperaba mucho de ella.

—Creo que ya sé qué crimen han cometido las dos mujeres y por qué las castiga —anunció.

Alex arqueó las cejas.

—Yo también tengo una teoría —dijo sonriendo—. Veamos si tiene algo que ver con la tuya.

Peder empezó a examinar los registros de los hombres que habían sido puestos en libertad una vez habían cumplido condena por maltrato a mujeres, desde noviembre del año anterior. Eran demasiados. Limitó la búsqueda por edad: entre cuarenta y cincuenta años.

Se dio cuenta de que la mayoría había cumplido una condena corta. Hacía siete años que Nora conocía a aquel hombre. ¿Qué había hecho él desde entonces? ¿Había más mujeres que la policía aún no había localizado? O, lo que era peor, ¿había otros niños que hubieran muerto en circunstancias parecidas? A Peder casi le entró el pánico. ¿Por qué no lo había pensado antes? ¿Por qué habían partido de la base de que las dos niñas eran las primeras víctimas del asesino?

Después se tranquilizó. Si había algún policía en el país que hubiera trabajado con casos parecidos en los últimos veinte años, sin duda ya se habrían puesto en contacto con sus compañeros de Estocolmo. Pero ¿y si el asesino lo había intentado sin éxito? Quizás hubiera secuestrado pero nunca asesinado.

Peder movió la cabeza con frustración. Tenían que encontrar el coraje de aprovechar mejor su esfuerzo, atreverse a decidir qué vía debían investigar. Peder anotó las posibilidades que podía descartar. «Me alegro de que hagas una lista de prioridades», le habría dicho Fredrika de haberlo visto.

Decidió pedirle a Alex que delegara en otros colegas las pistas que había descartado, porque no dejaban de ser importantes.

Peder echó un vistazo a las listas que había confeccionado. Había demasiadas personas, y con condenas muy cortas.

Los puntos sobre los que el grupo de investigación se habían puesto de acuerdo eran:

1) El asesino, por algún motivo, había permanecido inactivo desde que perdió el control sobre Nora y luego «reclutó» a Jelena.

2) Estaba fichado y había sido condenado por un delito tan grave como para permanecer en la cárcel la mayor parte de los años transcurridos desde que Nora lo abandonó.

3) Probablemente estaba desequilibrado.

4) Seguramente frecuentaba prostitutas.

No deberían quedar muchos nombres en la lista. Pero ¿cómo filtrar este tipo de información?

Peder tecleaba de forma frenética.

«Joder, los registros de la policía no están hechos para este tipo de investigaciones», pensó con rabia.

Al principio había recibido ayuda para organizar los datos. Ahora la ayuda, es decir, Ellen, se había ido a casa y no volvería hasta el día siguiente. Quizá fuera el momento de que él también diera por terminada su jornada y se fuera a casa a descansar.

Le entró angustia sólo de pensarlo. Sencillamente, nada le impelía a ir a casa y enfrentarse a su matrimonio roto. Echaba de menos a los niños pero, al mismo tiempo, estaba harto de la madre.

—¿Qué cojones hago? —susurró—. ¿Qué cojones voy a hacer?

Pia Nordh no lo había llamado desde que él abandonó su piso, y Peder le estaba muy agradecido por ello. Le daba vergüenza pensar en cómo se había comportado aquella mañana y le asustaba el hecho de que le pareciera que habían pasado años cuando, de hecho, sólo habían transcurrido unos pocos días.

Peder miró sus ordenados apuntes, una y otra vez.

Abrió su archivador y sacó el esquema cronológico que él y Fredrika habían elaborado a partir de los datos de Gabriel Sebastiansson el día que secuestraron a su hija. Del cajón de su mesa sacó un papel en blanco y se puso a escribir un nuevo esquema.

«Va demasiado rápido —pensó—. Somos muy pocos y acumulamos demasiada información en la cabeza en un plazo de tiempo muy corto. Por eso siempre perdemos algo por el camino.»

Los padres de Magdalena Gregersdotter habían vendido su casa en Bromma hacía quince años. Si el asesinato de Natalie estaba relacionado con esa vivienda, el asesino tenía que haber entrado en contacto con ella antes de que los padres la vendieran, aunque no entendía cómo.

En resumen, el asesino había vivido Estocolmo. De alguna manera conoció a Magdalena, probablemente en relación con el «crimen» por el cual ahora había recibido su castigo. Después se mudó, provisional o permanentemente, a Umeå, donde vivió el tiempo suficiente como para conocer a Sara Sebastiansson y a la ahora fallecida Nora.

Peder vaciló antes de decidir restringir su búsqueda en el abultado material del que disponía estableciendo otro filtro. El individuo en cuestión probablemente había cometido el crimen por el que había sido encarcelado en Umeå o en las afueras de la ciudad.

Examinó su lista y añadió un último punto:

5) El hombre podía no haber estado en la cárcel durante siete años. Tal vez estuviera recluido en un centro psiquiátrico.

En ese momento Alex llamó a la puerta.

—¿Puedes venir a una reunión en la Leonera antes de irnos a casa?

—Claro que sí —respondió Peder mientras enviaba sus peticiones por e-mail a Ellen.

Ella se ocuparía al día siguiente.

—¿Aborto? —exclamó Peder, sorprendido.

—Sí —respondió Fredrika.

Los fatigados ojos de Peder se abrieron de par en par.

—¿Ha abortado también Magdalena Gregersdotter? Ya sabéis que el psicólogo dijo que era probable que las mujeres hubieran cometido el mismo «delito»…

Fredrika asintió.

—Lo recuerdo —dijo—, pero aún no he tenido ocasión de hablar con Magdalena. Lo haré mañana por la mañana.

—¿Puede tratarse del médico que practicara el aborto? —sugirió Peder.

—No nos adelantemos a los acontecimientos —advirtió Alex levantando una mano—. En primer lugar tenemos que saber con seguridad si Magdalena abortó o no. Si fue así, debemos averiguar por qué él entró a hurtadillas y dejó a la niña muerta en el suelo del cuarto de baño de casa de sus padres, y no en el hospital donde se practicó el aborto.

—Antiguamente, las mujeres abortaban en casa —dijo Peder, pero Fredrika y Alex lo interrumpieron y no le dejaron seguir.

—Sin embargo —reflexionó Alex—, tenemos que preguntarnos por qué no lo hemos sabido antes.

—Precisamente porque razonábamos como tú ahora —dijo con franqueza Fredrika.

Peder y Alex la miraban sin comprender.

—Acabas de decir «por qué no lo hemos sabido» —aclaró—, no «por qué no lo hemos averiguado». Si pensáramos que los datos son algo que podemos conseguir, por ejemplo haciendo preguntas, no estaríamos a merced de lo que otros nos quieran decir.

Alex y Peder se miraron y sonrieron a la vez.

—¿No creéis? —preguntó Fredrika, de pronto más insegura.

Alex se echó a reír a carcajadas por primera vez desde hacía días.

—Puedes estar segura de que hay mucho de verdad en lo que acabas de decir —dijo sonriendo.

Fredrika se ruborizó.

—Sara no quería contarnos lo del aborto, y nosotros probablemente pensamos que si tenía una relación más específica con el hospital, y no sólo con Umeå, ella misma nos lo hubiera explicado —dijo Alex, pensativo, y adoptando de nuevo un tono grave—. Y fue un error. Deberíamos haberla presionado antes, aunque nos pareciera disparatado. —Después recogió todos sus papeles—. Continuaremos mañana. Es muy tarde y hoy hemos avanzado mucho. Demasiado, incluso.

—Precisamente por eso no me parece una buena idea que nos vayamos a casa —protestó Peder.

—Sé que es difícil de entender, pero todos necesitamos descansar —replicó Alex con firmeza—. Nos vemos mañana por la mañana. Ya he llamado a los demás y les he avisado de que trabajaremos aunque sea un día festivo. Ya nos tomaremos un día libre en otra ocasión.

Fredrika miró a través de la ventana el pesado y nublado cielo gris de verano.

—Siempre podemos tomarnos unas vacaciones cuando llegue el verano —dijo, lacónica.

ULTIMO DIA
60

El domingo, Ellen Lind fue la primera en llegar a la Casa. Llegaba la primera y se iba la primera. Le gustaba trabajar así.

Mientras encendía su ordenador, envió un mensaje a su hija. Les había preguntado a los niños cien veces si de verdad les parecía bien quedarse solos en casa sin canguro. Le aseguraron las mismas veces que no había ningún problema.

El primer e-mail de la lista era el de Peder. Ellen lo abrió. Madre mía, pero ¿qué búsquedas creía ese hombre que se podían hacer en los archivos de la policía? ¿Es que aún no había entendido que no estaba en un nuevo capítulo de una serie americana, sino en el mundo real?

De todas formas, Ellen decidió intentarlo. Llamó a su contacto en la policía nacional y pidió ayuda. La mujer, naturalmente, tenía un humor de perros.

—Mira que hacerme trabajar en domingo —murmuró.

Ellen no dijo nada. Las circunstancias eran de extrema gravedad. Y a pesar de lo dramático de la situación, tenía que reconocer que le resultaba emocionante.

Lo que ya no resultaba tan excitante y sí mucho más frustrante era que aún no tenía noticias de Carl. Había dormido con el teléfono conectado toda la noche esperando que la llamara, pero no había enviado ni un sms. Ellen no tenía motivo aparente para desconfiar del amor de Carl, así que consideró como probable que realmente le había sucedido algo. Si por la noche no sabía nada de él, decidió que llamaría a los centros hospitalarios.

Sin embargo…

Sin embargo, había algo que no encajaba. Una sensación de intranquilidad la invadió, tan persistente que ya no se pudo liberar de ella.

Para intentar tranquilizarse se puso a revisar los faxes que habían llegado a lo largo de la noche. Fredrika había recibido un montón de papeles del hospital universitario de Umeå. Ellen frunció el ceño al hojear los documentos. Parecía el historial médico de alguien llamado Sara Lagerås. También había una breve nota.

Remito el historial, de acuerdo con el consentimiento verbal de Sara Sebastiansson. Atentamente, Sonja Lundin.

A Ellen le picó enseguida la curiosidad. ¿Qué se había perdido la tarde anterior?

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