En caída libre (11 page)

Read En caída libre Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

BOOK: En caída libre
13Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero seguramente les has dicho, bajo el efecto de las drogas, que Ti no sabía nada.

—No se lo ha creído. Dijo que estaba mintiendo.

—Pero eso no tendría sentido desde un punto de vista lógico —comenzó a decir Leo, pero se detuvo de repente—. No, tienes razón. Eso no le preocupa. Dios, qué idiota.

Silver abrió la boca, sorprendida.

—¿Se refiere al señor Van Atta?

—Me refiero a «Brucie-baby». No me dirás que has estado durante once meses con él y no te has dado cuenta.

—Siempre pensé que era yo, algo que no funcionaba… —La voz de Silver seguía siendo débil y llorosa, pero sus ojos comenzaron a brillar, con una luz tenue. Se recobró lo suficiente de sus miserias internas y miró a Leo con mayor atención—. ¿«Brucie-baby»?

—Sí. —El recuerdo de una de las charlas de la doctora Yei sobre
mantener una autoridad unificada y consistente
desconcentró a Leo. En ese entonces, había parecido tener sentido—. No importa. Pero no pasa nada contigo, Silver.

Su mirada se estaba volviendo algo más científica.

—No le tiene miedo —dijo en un tono de sorpresa, que sugería que para ella esto era un descubrimiento inesperado e importante.

—¿Yo? ¿Miedo? ¿De Bruce Van Atta? —exclamó Leo—. Imposible.

—Cuando Van Atta llegó y reemplazó al doctor Cay, pensé… pensé que sería como el doctor.

—Mira… Hay una antigua regla que dice que la gente tiende a hacerse promover hasta los niveles de su incompetencia. Hasta ahora creo que he logrado eludir ese cuadro inevitable. Y creo que tu doctor Cay también. —
Al diablo con los escrúpulos de Yei
, pensó Leo—. Van Atta, no —dijo contundentemente.

—Tony y Claire nunca habrían intentado escapar si el doctor Cay estuviera todavía aquí. —Cierta esperanza comenzaba a aparecer en su mirada—. ¿Quiere usted decir que piensa que todo este lío ha sido culpa del señor Van Atta?

Leo se sintió incómodo, debido a convicciones secretas que ni siquiera se había confesado a sí mismo.

—Vuestra condición de es… es…
esclavitud
parece ser intrínsecamente… —
equivocada
es lo que le dijo la mente, pero su boca dijo—: susceptible de abuso, porque el doctor Cay estaba dedicado con pasión a vuestro bienestar…

—Como un padre para todos nosotros —confirmó Silver, con tristeza.

—Esta susceptibilidad permaneció latente. Pero tarde o temprano resulta inevitable que alguien comience a explotarla, y con ella, a vosotros. Si no hubiese sido Van Atta, habría sido otra persona en la misma línea. Alguien… —
¿Peor?
, pensó Leo. Y, sí. Había leído suficiente historia en su vida—. Mucho peor.

Silver parecía estar haciendo un esfuerzo por imaginar algo peor que Van Atta y aparentemente no lo lograba. Sacudió la cabeza con pesar. Levantó el rostro y miró a Leo; sus ojos parecían estar mirando al sol. Leo sonrió sin ganas.

—¿Qué les va a suceder ahora a Tony y a Claire? Yo he hecho todo lo posible para no delatarlos, pero esa porquería me hizo adormecer… Antes ya era peligroso para ellos y ahora es aún peor…

Leo intentó hablar con un tono tranquilizador.

—No les va a pasar nada, Silver. No permitas que los ataques de furia de Van Atta te asusten. No les puede hacer gran cosa. Son demasiado valiosos para GalacTech. Les gritará, sin duda, y no lo culpes por eso. Yo también estoy dispuesto a gritarles. Seguridad los recogerá allí abajo. No pueden haber llegado demasiado lejos. Recibirán el sermón de su vida y en unas pocas semanas, todo habrá terminado. Aprenderán la lección. —Leo pensó, ¿qué lección aprenderán de este fiasco?

—Usted habla como si el hecho de que a uno le griten no fuera nada.

—Es algo que viene con la edad —le explicó—. Algún día también pensarás lo mismo.

¿O era con el poder que venía esta inmunidad particular? De pronto, Leo no estaba seguro. Pero no podía hablar de ningún poder en su caso, excepto la habilidad de construir cosas. El conocimiento como poder. ¿Quién tenía poder sobre él? La línea de la lógica parecía confusa. Alejó esta idea de sus pensamientos. La actividad mental era tan improductiva como las clases de filosofía en la universidad.

—Por ahora no lo veo así —dijo Silver.

—Mira… si te hace sentir mejor, iré también al planeta cuando hayan localizado a esos chicos. Tal vez encuentre la manera de que las cosas se mantengan bajo control.

—¿Lo haría? ¿Podría hacerlo? —preguntó Silver, con alivio—. ¿Lo haría para intentar ayudarme?

Leo pensó que debería haberse mordido la lengua.

—Sí, algo así.

—Usted no le tiene miedo al señor Van Atta. Es capaz de hacerle frente. —Frunció las cejas, en un gesto que traslucía un desprecio por sí misma, y agitó los brazos inferiores—. Como puede ver, no estoy equipada para enfrentarme a nadie. Gracias, Leo. —El color le había vuelto a la cara.

—Bien. Es mejor que me vaya ahora, si quiero alcanzar la lanzadera que va a la Estación número Tres. Los traeremos de vuelta sanos y salvos para el desayuno. Piénsalo de esta manera. Por lo menos, GalacTech no puede suspenderles el sueldo para pagar el viaje extra de la lanzadera. —Con este comentario, incluso logró sacarle alguna sonrisa a la joven.

—Leo… —dijo Silver con voz grave y Leo se detuvo en la puerta—. ¿Qué vamos a hacer si… si alguna vez hay alguien peor que el señor Van Atta?

Cruza el puente cuando llegues a él
, quiso decir, para evitar la pregunta. Pero una perogrullada más le daría náuseas. Se sonrió, sacudió la cabeza y salió.

El almacén hizo pensar a Claire en una celosía de cristal. Todo eran ángulos, de noventa grados en cada dimensión. Había ranuras en forma de estantes que llegaban hasta el techo, filas interminables, pasillos cruzados. Todo bloqueaba la visión, todo bloqueaba el vuelo.

Pero aquí no había vuelo posible. Se sentía como una molécula extraviada, atrapada en las hendiduras de un disco de cristal, fuera de lugar, pero atrapada. En el recuerdo, las curvas acogedoras del Hábitat le parecían brazos protectores.

Ahora estaban acurrucados en una celda vacía, una de las pocas que no habían encontrado ocupadas por mercancías. Medía unos dos metros por cada lado. Tony había insistido en trepar hasta la tercera fila, para estar fuera de la vista de cualquier terrestre que caminara erguido por el pasillo. Las escaleras dispuestas en tramos a lo largo de los cubículos-estantería resultaron ser más cómodas que arrastrarse por el piso. Pero subir el bulto que llevaban había sido un esfuerzo terrible, ya que la cuerda era demasiado corta para subirla y luego tirar de ella.

En el fondo, Claire estaba acobardada. Andy ya había aprendido a empujar, protestar y luchar contra la gravedad, sólo de pocos en pocos centímetros, pero Claire no podía evitar pensar que el bebé se caería por el borde. A esta altura, los bordes no le gustaban nada.

Una grúa robotizada pasó junto a ellos. Claire se quedó inmóvil. Se escondió en el fondo de su guarida, sujetó a Andy contra ella y se aferró a una de las manos de Tony. El ruido de la grúa se perdió en la distancia. Volvió a respirar.

—Relájate —le dijo Tony—. Relájate… —Respiró profundamente, en un aparente esfuerzo por seguir su propio consejo.

Claire espió fuera del cubículo a la grúa, que se había detenido a unos metros sobre el pasillo y estaba ocupada sacando una caja de plástico de su casilla codificada.

—¿Podemos comer? —Había estado dando de mamar a Andy esporádicamente durante las últimas tres horas, en un intento por que se mantuviera tranquilo, y no le quedaba nada de energía. Le hacía ruido el estómago y tenía la garganta seca.

—Supongo que sí —dijo Tony y sacó un par de raciones del paquete—. Y después, es mejor que intentemos encontrar la manera de volver al hangar.

—¿No podemos quedarnos aquí un poco más?

Tony meneó la cabeza.

—Cuanto más tiempo esperemos, más posibilidades existen de que nos busquen. Si no llegamos pronto a la lanzadera que va a la Estación de Transferencia, pueden empezar a buscarnos en las naves de acople y entonces perderíamos nuestra posibilidad de escapar sin ser descubiertos hasta pasar el punto donde no hay retorno.

Andy chilló y gorjeó. A su alrededor, se empezó a sentir un aroma familiar.

—Cariño, ¿me sacarías un pañal? —le pidió Claire a Tony.

—¿Otra vez? Es la cuarta vez desde que hemos salido del Hábitat.

—No creo que haya traído suficientes pañales —se lamentó Claire, mientras estiraba la pieza de papel de plástico laminado que Tony le había entregado.

—La mitad de nuestro equipaje son pañales. ¿No puedes hacer que duren un poco más?

—Me temo que está incubando una diarrea. Si le dejas el pañal mucho rato, se le irrita la piel, se pone colorada, a veces sangra, se infecta y entonces grita y llora cada vez que le tocas para intentar limpiarlo. Y grita con toda su fuerza —enfatizó Claire.

Tony golpeó el suelo del estante con los dedos de la mano inferior derecha y suspiró, mientras tragaba su frustración. Claire envolvió el pañal usado y se dispuso a ponerlo nuevamente en su bolsa.

—¿Es necesario que nos lo llevemos? —preguntó Tony de repente—. Todo lo que hay en la bolsa va a apestar al cabo del tiempo. Además, ya es demasiado pesada.

—No he visto un recipiente de residuos en ninguna parte —dijo Claire—. ¿Qué otra cosa podemos hacer con ellos?

El rostro de Tony revelaba una lucha interna.

—Simplemente déjalos aquí —protestó—. En el suelo. No te preocupes, porque aquí no van a flotar por el pasillo ni se van a meter en la circulación de aire. Déjalos todos.

Claire se estremeció ante esa idea horrorosa y revolucionaria. Tony, que siguió su propio consejo antes que lo traicionaran sus nervios, recogió los cuatro pañales y los depositó en el extremo del cubículo del almacenaje. Se sonrió, con un sentimiento de culpa y de alegría a la vez. Claire lo miró con preocupación. Sí, la situación era extraordinaria, pero ¿qué pasaba si Tony empezaba a tener un comportamiento criminal? ¿Volvería a lo normal cuando llegaran… a donde fuera que se dirigían?

Si es que llegaban alguna vez a su destino. Claire imaginó a sus perseguidores rastreando los pañales sucios, como si fuera un rastro de pétalos de flores arrojados por la heroína en uno de los libros de Silver, por casi toda la galaxia…

—Cógelo en brazos otra vez —dijo Tony, señalando a su hijo—, es mejor que comencemos a volver al hangar. Es muy probable que ese grupo de terrestres se haya ido ahora.

—¿Cómo haremos para subir a una lanzadera? —preguntó Claire—. ¿Cómo vamos a saber que no vuelve al Hábitat o que lleva una carga que lanzarán al vacío? —Si arrojaban el compartimento de carga en el espacio mientras ellos estaban dentro…

Tony sacudió la cabeza. Tenía los labios apretados.

—No sé. Pero Leo dice que para solucionar un problema grande o para completar un proyecto importante, el secreto consiste en dividirlo en pequeñas partes y atacar una cada vez, por orden. Así que primero volvamos al hangar. Y veamos si hay alguna lanzadera.

Claire asintió, pero se detuvo. Andy no era el único que tenía necesidades biológicas, reflexionó con pesar.

—Tony, ¿crees que podemos encontrar un baño por el camino? Tengo ganas…

—Sí, yo también —admitió Tony—. ¿Has visto alguno cuando veníamos para aquí?

—No. —El localizar las instalaciones no era lo más importante que tenía en mente en ese momento, durante ese viaje de pesadilla, arrastrándose por el si lo, esquivando terrestres con prisa, apretando a Andy contra ella por miedo a que pudiera gritar. Claire ni siquiera estaba segura de si podría reconstruir la misma ruta que habían tomado, cuando tuvieron que salir de su primer escondite, debido al grupo que trabajaba sin cesar, subiendo y bajando en sus maquinarias —Tiene que haber alguno —razonó Tony con optimismo—. Aquí hay gente que trabaja.

—No en esta sección —percibió Claire, cuando miró por encima de las paredes del cubículo hacia el pasillo—. Son todo robots.

—Entonces, cuando volvamos al hangar. Dime… —su voz se quebró—, ¿por casualidad sabes cómo es un aseo en el campo de gravedad? ¿Cómo se las ingenian? La succión de aire de ninguna manera podías luchar contra las fuerzas de gravedad.

En una de las películas de contrabando de Silver había una escena en un baño, pero Claire estaba segura de que se trataba de una tecnología obsoleta.

—Creo que usan agua o algo así. Tony frunció la nariz y se liberó de su inquietud encogerse de hombros.

—Ya lo averiguaremos. —Su vista recayó en el envoltorio de pañales en el rincón—. ¿Te parece mal si…?

—¡No! —dijo Claire, asqueada—. Por lo menos, primero intentemos encontrar un baño.

—Muy bien…

Un distante golpeteo rítmico se hacía cada vez más fuerte. Tony, a punto de saltar a la escalera, se detuvo y volvió al cubículo. Se llevó un dedo a los labios, pánico se traslucía en su rostro. Los tres se escondieron en el fondo de la casilla.

—¿Aaaah? —dijo Andy. Claire lo cogió y le introdujo un pezón en la boca. Lleno y aburrido, no quiso mamando y entregó la cabeza. Claire volvió Abajarse la camiseta e intentó distraerlo silenciosamente contándole todos los dedos. Él también se había ensuciado, como ella. No era ninguna sorpresa. planetas estaban hechos de tierra. La tierra se veía mejor desde lejos. Digamos, a unos doscientos kilómetros…

El golpeteo se hizo más fuerte, pasó por debajo de su casilla y desapareció.

—Un hombre de Seguridad de la compañía —susurró Tony en el oído de Claire.

Ella asintió, casi sin atreverse a respirar. El golpeteo era producido por esas coberturas que los terrestres se ponían en los pies cuando golpeaban el suelo de cemento. Pasaron unos minutos y el ruido desapareció. Andy hizo apenas unos ronroneos.

Tony asomó la cabeza cuidadosamente fuera de la casilla, miró hacia la derecha y la izquierda, arriba y abajo.

—Muy bien. Prepárate para ayudarme a bajar el bulto tan pronto como esta próxima grúa se aleje. Tendrá que caer el último metro, tal vez el ruido de la grúa tape los demás.

Juntos, acercaron el bulto al borde de la casilla y aguardaron. La grúa mecánica se estaba acercando por el pasillo. En su elevador, llevaba una enorme caja de plástico, tan grande como un cubículo.

La grúa se detuvo debajo de ellos y giró noventa grados. El elevador comenzó a subir.

En este momento, Claire recordó que la casilla dé ellos era la única que estaba vacía.

Other books

Chocolate Dreams by Helen Perelman
Devil's Keep by Phillip Finch
The Best of Everything by Roby, Kimberla Lawson
Dandelion Fire by N. D. Wilson
Frost Wolf by Kathryn Lasky
Sweat by Zora Neale Hurston
Three of Hearts by Kelly Jamieson
Petal's Problems by Lauren Baratz-Logsted
Wild Town by Jim Thompson