En caída libre (18 page)

Read En caída libre Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

BOOK: En caída libre
10.89Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Con mucho gusto. —Leo recogió el montículo de papeles.
Sí, te los enviaré, así podrás reemplazar mi nombre por el tuyo
. Leo podía ver cómo se acentuaba el brillo en los ojos de Van Atta. Deja que Leo haga el trabajo y Van Atta se lleve todo el mérito.
Oh, recibirás el mérito de cómo va a terminar este proyecto, Brucie Baby. Todo el mérito
. Necesito algunas otras cosas —pidió Leo humildemente—. Quiero que todos los equipos de cuadrúmanos que puedan abandonar sus tareas regulares se incorporen a mis clases. Estos chicos inútiles van a aprender a trabajar como nunca trabajaron antes. Suministros, equipos, autorización para obtener propulsores y combustible. Tengo que realizar alguna supervisión in situ. y necesito poder ordenar a otros cuadrúmanos cualquier tarea que sea necesaria. ¿Estás de acuerdo?

—¿También te estás ofreciendo de voluntario para comunicar el proyecto? —La ambición de venganza se vio reflejada en el rostro de Van Atta. Luego vino la duda—. ¿Qué te parece si mantenemos todo esto en secreto hasta el último momento?

—Al principio, puedo presentar los planes preliminares como un ejercicio teórico en clase. Ganar una semana o dos. Pero a la larga, tendrán que enterarse.

—No tan pronto. Te hago responsable de que los chimpancés estén bajo control. ¿Te has enterado?

—De acuerdo. ¿Tengo la autorización? Ah… además voy a necesitar un aplazamiento a mi permiso en Tierra.

—A las Oficinas Centrales no les va a gustar. Es un riesgo.

—Eres tú o yo, Bruce.

—Cierto… —Van Atta sacudió una mano en el aire y se reclinó. Pasó de un tono molesto a un tono lánguido—. Muy bien. Cuenta con ello.

Un cheque en blanco. Leo reprimió una risa rapaz detrás de una sonrisa servil.

—Recordarás esto más adelante. ¿Verdad, Bruce?

Van Atta apenas abrió la boca.

—Lo garantizo, Leo. Lo recordaré todo.

Leo se inclinó para saludar y salió, irradiando gratitud.

Silver asomó la cabeza por la puerta del cubículo privado de la nodriza de la guardería.

—¿Mama Nilla?

—¡Shh! —Mama Nilla se llevó un dedo a los labios y movió la cabeza, en dirección a Andy, que dormía en un saco contra la pared. La cabeza le asomaba. Ella suspiró—: Por amor de Dios, no despiertes al bebé. Ha estado tan molesto… Creo que la fórmula no se lleva bien con él. Ojalá el doctor Minchenko estuviera de vuelta. Ten, saldré al pasillo.

Las puertas se cerraron detrás de ella. Lista para irse a dormir, Mama Nilla se había cambiado el uniforme de trabajo rosado por un pijama floreado, ajustado en su amplia cintura. Silver tuvo que contener sus ganas de abrazar ese cuerpo suave, como lo había hecho en momentos de desesperación cuando era pequeña. Ahora era demasiado grande como para acurrucarse allí, pensó en tono severo.

—¿Cómo está Andy? —preguntó, mientras señaló las puertas cerradas.

—Muy bien —respondió Mama Nilla—. Aunque espero solucionar este problema de la fórmula pronto. Y… bueno… No estoy segura de que se pueda llamar depresión, exactamente, pero su período de atención parece más corto y se pone inquieto. Pero no le digas esto a Claire. Pobrecita, ya tiene suficientes problemas. Dile que está bien.

Silver asintió.

—Comprendo.

Mama Nilla continuó:

—Envié una protesta, pero mi supervisora la interceptó. «Mal momento», me dijo. Me parece que fue porque el señor Van Atta la asustó. Yo podría haber… De todas maneras, estuve trabajando horas extra como loca y pedí una asistente para la guardería, a mi cargo. Tal vez cuando se den cuenta de que esta tontería les está costando mucho dinero, terminarán aceptando. Creo que puedes decírselo a Claire.

—Sí —dijo Silver—, podrá tener un poco de esperanza.

Mama Milla suspiró.

—Me siento tan mal por todo esto. ¿Qué idea tuvieron esos chicos para intentar escapar? Yo castigaría a Tony. Y en cuanto a ese estúpido guardia de Seguridad, juro que… bueno… —sacudió la cabeza…

—¿Ha tenido alguna otra noticia sobre Tony que pueda comunicarle a Claire?

—Ah, sí. —Mama Nula miró a uno y otro lados del pasillo, para asegurarse de su intimidad—. El doctor Minchenko me llamó anoche por el canal personal. Me asegura que Tony ya está fuera de peligro, que tienen la infección bajo control. Pero todavía está muy débil. El doctor Minchenko tiene intención de traerlo aquí al Hábitat cuando finalice su permiso. Piensa que Tony completará su recuperación con mayor rapidez aquí arriba. Así que son buenas noticias que puedes comunicar a Claire.

Silver calculó con los dedos inferiores, sin que Mama Nilla pudiera verla, y respiró con alivio. Era un problema importante que Leo ya podía considerar resuelto. Tony estaría de regreso antes de que la revuelta se manifestara abiertamente. Tal vez, inclusive su regreso a salvo podría ser la señal inicial. Una sonrisa iluminó su rostro.

—Gracias, Mama Nilla. Son muy buenas noticias.

Revolución 101 para los Asombrados
. Leo decidió que ése podría ser el título de su curso. O aún peor:
050: Revolución Terapéutica…

El grupo de cuadrúmanos, que lo esperaban ansiosamente en el módulo de conferencias, había aumentado oficialmente por la incorporación de los dos equipos encargados de los propulsores y por todos los cuadrúmanos en horas libres con quien Silver había podido contactar en secreto. Todos juntos, sumaban sesenta o setenta. El módulo de conferencias estaba tan colmado que Leo pensó que tendría que ocuparse de los planes de consumo y regeneración de oxígeno para el Hábitat remodelado. Había tensión en el aire, y también anhídrido carbónico. Leo llegó a la conclusión de que ya se habían expandido los rumores, vaya a saber Dios de qué manera. Era el momento de reemplazar los rumores por hechos.

Silver hizo una señal con las manos desde la puerta: todo estaba despejado. Levantó los pulgares y sonrió a Leo, en el momento en que entraba el último cuadrúmano. La puerta se cerró y Silver quedó fuera, montando guardia en el corredor.

Leo ocupó su lugar de conferencia en el centro. El centro, el eje del timón, donde se concentraba la mayor tensión. Después de un murmullo inicial, de cabezas que espiaban, hicieron silencio, con una atención que resultaba atemorizadora. Podía sentirlos respirar.
Lo necesitaríamos aunque no fuera un ingeniero, Leo
, había dicho Silver.
Estamos demasiado acostumbrados a recibir órdenes de personas con piernas
.

¿Estás diciendo que necesitas alguien que dé la cara?
, le había preguntado Leo divertido.

¿Es así como lo dicen?

Se estaba volviendo demasiado viejo. Su cerebro hacía cortocircuito con alguna melodía de rock lejana, allá por esos años ruidosos de su adolescencia.
Déjame ser tu hombre, nena. Llámame Leo, Llámame en cualquier momento, día o noche. Déjame ayudarte
. Echó un vistazo a las compuertas cerradas. ¿El hombre que sacudía el bastón al frente del desfile podía dominarlo o el bastón lo dominaba a él? Tenía una extraña premonición de que pronto sabría la respuesta. Respiró profundamente y volvió a concentrarse en la sala de conferencias.

—Como algunos ya sabéis —comenzó Leo; sus palabras caían como piedras en un mar de silencio—, una nueva tecnología de gravedad ha llegado de los planetas. Aparentemente, se basa en una variación de las ecuaciones Necklin de tensores de campo, las mismas matemáticas que constituyen la base de la tecnología que utilizamos para introducirnos en esos orificios del espacio-tiempo que llamamos agujeros de gusano. No he podido obtener las especificaciones técnicas, pero al parecer, ya se ha desarrollado para su comercialización. La posibilidad teórica, hablando sinceramente, no es del todo innovadora, pero nunca sospeché que vería su uso en la práctica en toda mi vida. Evidentemente, tampoco lo sospecharon las personas que os crearon a vosotros, los cuadrúmanos.

»Hay una especie de simetría en todo esto. El avance en la bioingeniería genética que ha hecho posible vuestra existencia se basó en la perfección de una nueva tecnología, la réplica uterina, de Beta Colony. Ahora, apenas una generación después, la nueva tecnología que os hace obsoletos proviene de la. misma fuente. Porque en eso os habéis convertido, inclusive antes de entrar en pleno funcionamiento. Tecnológicamente obsoletos. Por lo menos, desde el punto de vista de GalacTech.

Leo hizo una pausa para tomar aire y ver cuáles eran sus reacciones.

—Ahora bien, cuando una máquina se vuelve obsoleta, la tiramos. Cuando la capacitación de un hombre se vuelve anticuada, lo hacemos volver al colegio. Pero vosotros lleváis la obsolescencia en los huesos. Puede ser un error cruel o… —hizo una pausa para poner más énfasis en sus palabras—, la mejor oportunidad que tendréis para convertiros en personas libres.

—No… no toméis notas —dijo Leo, cuando vio que todos inclinaban la cabeza sobre sus anotadores y resaltaban sus palabras más importantes con sus lápices ópticos a medida que la autotranscripción iba apareciendo en sus pantallas—. Esto no es una clase. Es la vida real.

Tuvo que detenerse un minuto para recuperar el equilibrio. Estaba seguro de que algún chico en el fondo estaba resaltando las palabras «notas… vida real».

Pramod, suspendido junto a él, levantó la cabeza. Tenía la mirada agitada.

—¿Leo? Había un rumor rondando por ahí que decía que la compañía nos iba a llevar a todos abajo y que nos iban a disparar. Como a Tony.

Leo sonrió.

—Ésa es la posibilidad menos probable. Os llevarán abajo, es cierto, a una especie de campo de concentración. Pero es así como se maneja el genocidio libre de culpa. Pasaréis de las manos de un administrador a las de otro, y luego a las de otro y así interminablemente. Os convertiréis en un gasto de rutina en el inventario. Los gastos aumentan, como siempre sucede. En respuesta, los empleados de la compañía que están para ayudaros empiezan a desaparecer gradualmente, ya que la compañía determina que sois «autosuficientes». Los equipos de soporte vital se deterioran con el tiempo. Cada vez hay más rupturas y el mantenimiento y el reabastecimiento son cada vez más erráticos.

»Luego, una noche —sin que nadie dé una orden ni apriete el gatillo—, ocurre alguna ruptura crítica. Solicitáis ayuda. Nadie os conoce. Nadie sabe qué hacer. Los que os pusieron allí ya no están. Ningún héroe toma la iniciativa, ya que la burocracia de la administración se encargó de que desapareciera toda iniciativa. El inspector encargado de la investigación, después de contar los cadáveres, descubre con alivio que no erais más que un elemento en el inventario. Los libros sobre el Proyecto Cay están cerrados hace tiempo. Terminado. Oculto. Puede tardar veinte años, tal vez sólo cinco o diez. En una palabra, se olvidan de vosotros hasta que muráis.

Pramod se llevó una mano a la garganta, como si ya hubiera empezado a sentir la atmósfera tóxica de Rodeo.

—Creo que prefiero que me maten —murmuró.

—Si no —Leo subió el tono de su voz—, podéis tomar vuestras vidas en vuestras propias manos. Venid conmigo y arriesgad todo lo que tenéis. Juego grande para ganancia grande. Dejadme decir algo —tragó para cobrar valor, ya que sólo un maníaco podría lograr que todo esto tuviera éxito—, dejadme que os cuente algo sobre la Tierra Prometida…

9

Leo se estiró para echar una mirada a la Estación de Transferencia desde el puesto de observación de la nave remolcadora de carga. La nave de pasajeros que provenía semanalmente de Orient IV ya estaba estacionada en el eje de la rueda. Seguramente, como acababa de llegar, todavía estaba en la fase de desembarco. Pero Leo pensó que para un piloto o ex piloto como Ti, nada sería más seductor que la idea de ir a bordo de inmediato, para echar un vistazo.

La nave de Salto desapareció de su vista cuando se desplazaban en espiral alrededor de la estación, en dirección a la escotilla de lanzadera que les había sido asignada. El cuadrúmano que pilotaba la nave remolcadora, una muchacha de cabello oscuro y piel color cobre, llamada Zara, llevaba la camiseta y los shorts azules, propios de la tripulación de los remolcadores. La muchacha alineó con precisión la nave y la colocó en la rampa de aterrizaje. Leo se inclinó a pensar que Zara sería uno de los mejores pilotos de la tripulación, después de todo, a pesar de sus prejuicios por la edad: apenas quince años.

El suave vector de aceleración de la rotación de la estación en este radio tironeó a Leo y su asiento mullido giró sobre sus soportes para ponerse en posición erguida. Zara sonrió a Leo por encima del hombro. Obviamente, estaba excitada por la sensación. Silver, en el asiento junto a Zara, parecía más dudosa.

Zara completó la letanía formal de verificaciones con el control de tráfico de la Estación de Transferencia y apagó los sistemas. Leo suspiró, con un alivio lógico, ya que el control de tráfico no había hecho ninguna pregunta sobre el propósito de su plan de vuelo, «Recoger materiales para el Hábitat Cay». Tampoco había una razón para que tuvieran que hacerlo. Leo no tenía ninguna intención de excederse en sus poderes de autorización. Todavía.

—Mira, Silver —dijo Zara y dejó caer un lápiz de sus dedos. Cayó con suavidad sobre el piso mullido que ahora era pared y rebotó haciendo un arco. Zara lo volvió a tomar con su mano inferior.

Leo esperó con resignación a que también Silver lo intentara.

—Vamos. Tenemos que alcanzar a Ti —dijo luego.

—Bien. —Silver se incorporó con las manos superiores sobre el reposacabezas, soltó las inferiores y dudó. Leo extrajo el par de pantalones grises que había traído para la ocasión y la ayudó a ponérselos por los brazos inferiores, hasta la cintura. Silver sacudió las manos y los pantalones le cubrieron los brazos. Hizo una mueca. No estaba acostumbrada a esa ropa ajustada que le dificultaba los movimientos.

—Muy bien, Silver —dijo Leo—, ahora los zapatos que le pediste a esa muchacha a cargo de Hidroponía.

—Se los di a Zara para que los guardara.

—Oh —dijo Zara. Se tapó la boca con una de las manos.

—¿Qué?

—Los dejé en el compartimento de carga.

—¡Zara!

—Lo siento…

Silver suspiró detrás de la nuca de Leo.

—Tal vez sus zapatos, Leo —sugirió.

—No sé… —Leo se sacó los zapatos y Zara ayudó a Silver a ponérselos en las manos inferiores.

—¿Qué tal? —dijo Silver con ansiedad.

Zara frunció la nariz.

Other books

The Imperial Wife by Irina Reyn
TheOneandOnly by Tori Carson
The Death Trust by David Rollins
Rayuela by Julio Cortazar
Fun Inc. by Tom Chatfield
Now & Again by Fournier, E. A.