Entre nosotros (32 page)

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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

BOOK: Entre nosotros
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—Son las iniciales de Mary Quant, mi ex novia.

—¿También vas a matar vampiros porque la amas?

—No, no es por eso. Al decirme tú que habías pensado sobre todo esto de matar vampiros que lo hacías por Gabriel, me he dado cuenta de que yo también lo hago por alguien, por Mary, aunque no por el mismo motivo. A ver, te aseguro que la amo y la echo mucho de menos, pero no es por mi amor por ella por lo que coloco este corazón aquí. Ella me dejó, a mí me dio por llorar y debido a eso conocí a mi tutor, Heathcliff Higgins y él me animó a escribir
El juramento
.

—Así estás aquí por culpa de ella, de esa Mary, ¿no?

—No lo sé aún. Quiero decir que si todo sale bien y salgo de esta, creo que diría que todo ha sido gracias a ella. Está siendo un verano muy emocionante y os he conocido a vosotros dos. No sé, a lo mejor acabo recordando todo esto con mucho cariño.

—¿Y si no sale bien?

—Si no sale bien, entonces le echaré la culpa a Renée Zellweger o a lord Byron. Bueno, o a los dos a la vez.

CUARTA PARTE

Un cobarde

Capítulo 15

Van Helsing

P
racticando el tiro al cerdo descubrí dos cosas: yo no sabía disparar con ballesta y la paciencia no era una de las cualidades más destacables de Arisa. Descartamos que yo cogiera la ballesta porque había roto seis de las veinte flechas estrellándolas contra las paredes, el suelo y el techo del sótano. Solamente alcancé a atinar al cerdo en una ocasión y además le di en un ojo, algo que habría sido genial si fuera ahí donde debía dar y no medio metro más abajo, en otro corazón de carmín dibujado por Arisa. Habíamos empezado las prácticas de tiro de la tarde disparando contra siluetas humanas de papel adheridas al cerdo con alfileres, pero como en mis dos primeros intentos había clavado una flecha en el techo y otra la había partido contra la pared que quedaba detrás del cerdo, dije que no era culpa mía, sino que era mucho más fácil disparar contra un corazón de carmín de Arisa que contra una silueta inerte y negra. Arisa volvió a pintar un corazón de carmín y yo me quedé sin excusas.

Lo de los estacazos me fue mucho mejor. Después de tres días creo que podríamos considerar que ya era casi un experto en clavar estacas a cerdos muertos. Eso sí, Gabriel parecía que eso de clavar estacas lo había hecho toda su vida. Lo que no practicamos fue lo de cortar cabezas con la espada que Gabriel había comprado en un anticuario de Congers. No le dimos importancia al tema
espadil
y luego me arrepentiría por ello. Decidimos dar por finalizado el entrenamiento enterrando al cerdo en un bosque cercano, en un funeral medio en serio medio en broma, en el que le agradecimos al simpático puerco habernos ayudado en nuestra misión sin haberse quejado en ningún momento por los estacazos y los flechazos que le propinamos. En vez de enterrarlo en aquel bosque, yo había propuesto hacer una barbacoa con él, pero Arisa se puso como loca y me llamó insensible. Gabriel también se negó a la barbacoa final, pero en su caso fue porque lo consideraba directamente repugnante y poco saludable.

Acabado el entrenamiento nos tomamos un día de descanso —que Gabriel y Arisa aprovecharon para irse por ahí como una parejita de escapada de fin de semana— y nos pusimos a planear la aniquilación de nuestro primer objetivo: Samuel Hide. Votamos por unanimidad empezar por él porque era al que más ganas le teníamos.

Lo primero que decidimos era la hora de matarlo. En algunas películas, por torpeza o despiste, algunos matavampiros no entraban en acción hasta el atardecer. Supusimos que era algún ardid de guionista vago para que el vampiro se despertase y darle emoción a la secuencia de turno, pero lo lógico era intentar matar al bicho justo al salir el sol. Lo siguiente que decidimos fue quién le clavaría la estaca, y Gabriel se ofreció voluntario porque supongo que sabía que era mejor
estacadero
que yo. Íbamos bien, ya teníamos la hora y quién lo haría, pero el dónde tenía un problemilla: ¿cómo íbamos a entrar en su piso?

—Hay que pasar por delante del portero sin que nos vea —dijo Gabriel—, pero el problema es que la puerta de la calle estará cerrada a esas horas, así que primero tendremos que planear cómo entrar en el edificio.

—No solo eso, Gabriel, aunque logremos entrar en el edificio y pasar por delante del portero sin que nos vea, aún nos quedará encontrar la manera de abrir la puerta del piso del vampiro —señaló Arisa—. Así que tenemos que entrar en el edificio, despistar al portero y encontrar la manera de entrar en el piso de Hide. Lo veo muy complicado.

—En las películas abren puertas con tarjetas de crédito —dije yo—, podríamos practicar eso y ya tendríamos la manera de entrar en el edificio y en el piso del vampiro.

—Ya, Abel, pero yo no me fío mucho de las películas —dijo Gabriel—. Eso de ir abriendo puertas con tarjetas de crédito me parece poco fiable, yo no me la jugaría.

—Entonces, necesitaremos las llaves de las dos puertas —apunté yo— ¿Cómo las conseguimos?

—A lo mejor, solamente necesitamos una, la del piso, porque hay una manera de entrar en el edificio, aunque no sé si funcionará —dijo Arisa—. A esas horas no habrá mucha gente por las calles ni habrá tampoco mucho tráfico. Cualquier cosa que pase en la calle, cerca de la puerta del edificio, la oirá seguro el portero si no está dormido en su cuarto. Es que no te lo dijimos, Gabriel, pero en el hall del edificio el portero de noche estaba dentro de un cuarto.

—Sí, ya lo recuerdo —dije yo.

—Bien, pues imaginaos que sois el portero —empezó a explicar Arisa— y que oís que alguien, pongamos que una dulce jovencita con rasgos orientales, pide socorro porque la han asaltado, atropellado o se ha caído delante de la puerta del edificio. Al menos por curiosidad, saldrá a ver qué ha pasado y me encontrará a mí en el suelo, pidiendo ayuda.

—Supongo que llevarás algo puesto que llame un poco la atención, ¿no? —dije yo.

—Sí, tranquilo, me pondré muy mona —me contestó Arisa—, tanto que te va a dar rabia no ser el portero del edificio. Mirad, lo que he pensado es que un hipotético ladrón me roba el bolso y me tira al suelo. El portero sale a socorrerme, intenta que me levante, pero yo le digo que me duele mucho el tobillo y no puedo apoyarlo. Entonces uno de vosotros pasa por allí y ayuda al portero a que me levante. Yo, por si acaso, fingiré tener un ataque de nervios o lo que sea, pues lo que he de conseguir es que el portero me invite a entrar en su cuarto, pero que sea acompañado por alguno de vosotros.

—A ver, un momento, que me centre en tu plan —dijo Gabriel—. A ti te roban o tienes algún tipo de accidente delante del edificio para llamar la atención del portero y, por ejemplo, yo paso por allí en ese momento y entro con vosotros en el cuarto.

—Sí, eso es —dijo Arisa—, y creo que no sería mala idea que fueras vestido con algo que diese la sensación de que eres un repartidor de periódicos o algo así, para que no sea sospechoso que pases por allí.

—Vale, le comentaré el tema a Peter, le diré que necesito un disfraz y seguro que sabe dónde encontrar lo que nos hace falta —apuntó Gabriel.

—Muy bien, ya estamos dentro del edificio y doy por hecho que la puerta se ha quedado abierta —continuó contando Arisa—, así que Abel puede entrar entonces, con una bolsa de deporte donde meteremos la ballesta desmontada y una mochila con la estaca.

—Y con la espada, no te olvides de la espada —señaló Gabriel.

—Vale, y la espada —dijo Arisa—. Abel ya puede subir directamente al piso, y tú también, después de dejarme en el cuarto del portero.

—¿Y la llave del piso de Hide? —pregunté yo.

—La llave, necesitamos la llave, claro —dijo Arisa al tiempo que parecía estar buscando algo con lo que responderme.

—Puede que exista una llave maestra en el cuarto del portero —dijo Gabriel.

—Una llave maestra o una caja o un pequeño armario donde guarde copias de las llaves de todos los pisos —dijo Arisa con mucho entusiasmo—. Todos los porteros tienen copias de las llaves de los pisos, por si hay emergencias o el propietario pierde la suya. Sí, ya tenemos la llave que nos falta, la cogeremos del cuarto del portero.

—¿Quién, tú o yo? —preguntó Gabriel.

—Mejor, tú, mientras yo tengo entretenido al portero con mi ataque de nervios insinuante —contestó Arisa.

—¿Sexy ataque de nervios? —pregunté yo.

—No soy buena actriz, pero intentaré que sea un sexy ataque de nervios —me dijo Arisa con un tono de resignación que no sé a qué venía.

—Muy bien, entramos en el cuarto del portero, Abel sube al piso, yo cojo la llave y subo tras él —dijo Gabriel resumiendo el plan de Arisa—. ¿Y tú cuándo subes al piso?

—Pues, no sé… Claro, yo no puedo subir en ese momento porque el portero no me dejará pasar de todas maneras —dijo Arisa un poco preocupada—. Pase lo que pase, saldré del edificio. ¿Cómo puedo entrar y subir al piso?

—Da igual, de entrada para matarlo nos apañaremos Abel y yo —le contestó Gabriel, mientras le acariciaba la mano a modo de consuelo—. En principio tú haces de cebo, el portero pica y Gabriel y yo entramos al piso y matamos al vampiro. A lo mejor, una vez en el piso, vemos que hay otra manera de acceder a él desde la calle. Una salida de incendios o algo así.

—O el aparcamiento del edificio —dije yo—. Si entramos en el piso del bicho ese, quizá encontremos las llaves de la puerta y las del aparcamiento. Bajamos por el ascensor, así no nos ve el portero, y abrimos la puerta del aparcamiento para que entre Arisa y luego volvemos a subir por el ascensor.

—Buena idea, Abel —dijo Arisa antes de darme un beso—. A veces me sorprendes, chico.

—Quizá no sea el plan perfecto, pero no perdemos nada por probar —dijo Gabriel—. A ver, a mí me parece un plan demasiado sencillo para que funcione, pero, como os digo, vamos a probarlo.

—¿Por qué no le ponemos un nombre? —pregunté yo.

—¿Al plan? No sé, Abel, eres muy peliculero, ¿no? —dijo Arisa.

—A mí me parece chulo ponerle nombre —dijo Gabriel guiñándome un ojo—, y tengo uno que le va como anillo al dedo:
Operación Van Helsing
.

—Muy cutre —replicó Arisa.

—¡Genial! —dije yo.

—Entonces, por dos votos contra uno —dijo Gabriel haciendo el signo de la victoria con los dedos de ambas manos—, mañana tendrá lugar la
Operación Van Helsing
.

Lo de matar un vampiro es algo que no se hace todos los días y es mucho más complicado que pedir a una niña de siete años que se case contigo, aunque esta niña tenga como amiga a Lucy Simmons. Ya sé que lo que acabo de decir parece obvio, pero yo me di cuenta de ello porque la noche antes de la
Operación Van Helsing
no pude pegar ojo. Me fui a la cama a las seis de la tarde porque el plan era levantarnos a las cuatro de la madrugada, desayunar e irnos a Nueva York para llegar al edificio donde vivía Samuel Hide coincidiendo con el amanecer. Descansados y bien alimentados, así se suponía que debíamos estar para enfrentarnos al vampiro, pero ni descansé ni me alimenté bien. Ni bien ni mal, ya que tampoco pude comer nada cuando me senté a la mesa de la cocina para tomar aquel desayuno temprano con mis amigos. Al principio Gabriel intentó convencerme de que comiera algo, pero yo le dije que simplemente no podía, que me dolía el estómago y que cualquier cosa que tomara me sentaría fatal. Arisa pareció entender mejor que él lo que me ocurría y propuso que me llevase un par de piezas de fruta por si de camino a Nueva York me sentía algo mejor.

Después del desayuno nos preparamos para el viaje. Gabriel se vistió como un supuesto repartidor de periódicos. La tarde anterior fue a comentarle a Peter que necesitaba disfrazarse de repartidor o de vendedor callejero de periódicos y el buen hombre le consiguió un peto fluorescente y una gorra de un diario neoyorquino que, por estas causalidades de la vida, su hijo pequeño se encargaba de repartir todas las mañanas por Congers. A la gorra y el peto Gabriel añadió una veintena de periódicos que compró en la sección de prensa que Peter tenía en su estación de servicio. Arisa se vistió de ejecutiva de Wall Street, poniéndose el mismo traje gris que llevaba puesto el día que la vi por primera vez en el aeropuerto de Syracuse. Eso sí, en esta ocasión llevaba cuatro botones de la camisa desabrochados, de tal manera que dejaba parcialmente al descubierto un sujetador negro de encaje con un lacito rojo entre sus dos copas. El dejar al descubierto la lencería y un maquillaje que hacía más carnosos sus labios fue lo que daba el toque sexy a su disfraz de ejecutiva agresiva, y se suponía que debía ser suficiente para encandilar a un portero medio dormido de un edificio de Manhattan. Yo iba de
pringao
salido de algún juego de rol sobre
pringaos
. Me puse unos tejanos y una camiseta negra y me até la espada, envainada, a la espalda. Esto de la espada en la espalda es lo que me daba la apariencia de haber salido de un juego de rol y lo de que era un
pringao
, aparte del careto somnoliento que seguramente gastaba, lo daba la bolsa de deporte de Los Ángeles 84 que llevaba en la mano, donde habíamos metido la ballesta de Arisa después de desmontarla. Al final Gabriel fue quien cogió la mochila con la estaca, ya que dijo que en su disfraz no desentonaba que él la llevara colgada a la espalda.

Cogimos el escarabajo alemán y en poco más de una hora lo aparcamos a cuatro manzanas del edificio en el que vivía nuestro objetivo. Los primeros claros del amanecer estaban empezando a azular la noche cuando llegamos a la calle de Samuel Hide. Fue entonces cuando descubrimos que nuestro plan era lamentable. En aquella calle había más gente y movimiento que en un desfile del Cuatro de Julio: repartidores, gente que iba a trabajar, otra que parecía volver a casa tras su turno de noche, etcétera. Si Arisa se tiraba al suelo y empezaba a gritar, teníamos serias dudas de que el portero del edificio de Hide se enterase, y aunque se enterase había más de veinte candidatos en la zona que llegarían antes que él a socorrerla.

—Debimos haber pensado en un plan B—comentó Arisa.

—Sí, pero no os desaniméis, hemos aprendido una lección y eso es importante —dijo Gabriel—. Mañana podemos volver una hora antes y hacer lo que teníamos pensado hacer hoy. Si conseguimos entrar, esperamos una hora escondidos en algún lugar del edificio y al amanecer entramos en el piso del vampiro.

—Entonces puede que mi disfraz de ejecutiva no cuele —apuntó Arisa.

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