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Authors: Paco Ignacio Taibo II

Tags: #Biografía, Ensayo

Ernesto Guevara, también conocido como el Che

BOOK: Ernesto Guevara, también conocido como el Che
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Desde millones de fotos, carteles, vídeos, camisetas, postales, discos, libros, frases, testimonios —fantasmas todos ellos de la sociedad industrial, que no sabe depositar sus mitos en la sobriedad de la memoria—, el Che nos vigila. Más allá de toda parafernalia, retorna. Casi treinta años después de su muerte, su imagen cruza generaciones, su mito persigue los delirios de grandeza del neoliberalismo. Irreverente, burlón, terco —moralmente terco—, el Che siempre será motivo de debate.

Con abundante material hasta ahora inédito —fotos, testimonios, diarios... —,
Ernesto Guevara, también conocido como el Che
es una biografía minuciosa y detallada que nos revela a un personaje diferente del que creemos conocer; un hombre que, siendo ministro de Industria en Cuba, jamás terminaba de amarrarse las botas. Es un encuentro con Ernesto Guevara, más allá del Che, pero también una reelaboración del mito. Este libro, escrito con gran intensidad y dedicación, está llamado a ser un clásico.

Paco Ignacio Taibo II

Ernesto Guevara, también conocido como el Che

ePUB v1.0

GONZALEZ
12.05.12

© 1996, Paco Ignacio Taibo II

ePub base v2.0

Los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado.

L
YTTON
S
TRACHEY

Para hacer algo hay que querer mucho. Para querer apasionadamente hay que creer con locura.

R
EGIS
D
EBRAY, HABLANDO DEL CHE

NOTA DEL AUTOR

Este no es un libro fácil, sin duda esta historia está atrapada por la visión de los que llegaron más tarde, de la generación del "eterno después" y de sus inocentes hijos, y sin embargo hay que intentar leerlo como una historia "de entonces." No hay lectura inocente. Hoy sabemos que la segunda oleada de la revolución latinoamericana se estrelló y fracasó, que el modelo industrial que El Che planteaba funcionó en el corto plazo y se fue desgastando en el mediano sin su estilo y su vigilancia: incluso leeremos el libro sabiendo cuál fue el destino final de la operación del Che en Bolivia. Y aún sabiendo todo esto quisiera lograr que el libro se leyera como una historia "de entonces", porque sólo así se podría entender. No se puede contar la historia de las consecuencias hacia los orígenes, se vicia la perspectiva. La biografía no es la historia de un muerto que se explica. Lytton Strachey decía en un momento de tremenda lucidez que "Los seres humanos son demasiado importantes para ser tratados como simples síntomas del pasado." Los personajes se construyen en actos cuyas consecuencias no pueden alcanzar a descubrir. La historia que me interesa no funciona como una explicación a partir del destino, sino como una provocación que viene del pasado, cuyos personajes centrales no han poseído jamás una bola mágica que les revele en sus presentes el futuro.

Es sorprendente pero cierto: el fantasma del Che, como un viajero fronterizo sin visas ni pasaportes, está atrapado a mitad de un puente generacional, entre unos jóvenes que saben muy poco de él pero que lo intuyen como el gran comandante y abuelo rojo de la utopía, y la generación de los sesenta, que llegó tarde o fracasó en el proyecto (aquellos de los que decía Paco Urondo presagiando su propio destino: "Es que vamos a perder/la vida de mala manera"), pero que entiende que El Che sigue siendo el heraldo de una revolución latinoamericana que por más que parezca imposible, sigue siendo absolutamente necesaria.

Es un fantasma que además, muy a pesar de su humor cáustico y de sus reiteradas timideces, ha quedado preso en la parafernalia de la imagen y de las maquinarias inocentes o dolosas que se dedican a vaciar de contenido todo aquello que se les cruza a su paso para volverlo camiseta, souvenir, taza de café, póster o fotografía, destinadas al consumo. Y eso es la condena de los que provocan la nostalgia: estar atrapados en los arcones del consumo, o en los reductos de la inocencia.

La lista de agradecimientos es inmensa (no me olvido de Miguel y su fotocopiadora, mi tocayo Paco y su maleta de recortes, todos los viejos guevaristas, Justo que revisaba imprecisiones y cubanías, los fotógrafos habaneros, la dirección de "Verde Olivo") pero en ánimo de reducirla, quiero destacar particularmente al periodista Mariano Rodríguez (que me ayudó a escribir un libro que merecía escribir él) y a los novelistas Daniel Chavarría (quien operó como mi chofer en La Habana por solidaridad pura), José Latour (que actuó como documentalista por razones de maravillosa amistad), Luis Adrián Betancourt (que hizo de la confianza un monumento cediéndome su archivo) y mi colega Jorge Castañeda, quien más allá de las discrepancias en la visión del personaje, se convirtió en el más leal competidor, confirmando mi idea original de que en la historia nadie es propietario de documentos, tan sólo de interpretaciones.

Partir del supuesto de que por más que lo intente este libro será en muchos sentidos un fracaso, ayuda al historiador. Pensar en él como una primera edición, una primera edición que habrá de provocar aclaraciones y desmentidos, correcciones, aparición de nuevos documentos, debate, y quizá y sobre todo, la publicación de la enorme cantidad de materiales inéditos que aún permanecen sin editar de Ernesto Che Guevara. Reconforta pensar que un libro no es algo muerto, sino una especie de
alien
provocador y mutante.

Haría falta alguien más inteligente y con más recursos historiográficos y literarios que yo para poder contar a dos generaciones de lectores absolutamente diferentes, dos versiones de la historia con el mismo material; para contar a dos tipos de lectores dentro y fuera de América Latina, la misma historia. Haría falta dedicarles a unas explicaciones y narraciones de contexto a las que he renunciado para centrarme en el personaje y mayor abundancia en el debate político del momento a los otros. Las omisiones han sido voluntarias, que cada quien cargue con sus culpas.

A lo largo de todos estos años de lecturas y conversaciones, algunas cosas se me presentaron como claves: una frase, una imagen... por ejemplo las botas a medio abrochar. Me resultaba curioso ir a encontrar foto tras foto que mostraba al director del Banco Nacional, al Ministro de Industria, al embajador revolucionario con los últimos hojales de las botas mal abrochados, quizá porque siempre tenía prisa. Este personaje del que decía Desnoes "debía cegar si los más opacos quedaban iluminados a su paso" y que fue caracterizado por Debray como "el más sobrio de los practicantes del socialismo."

Los textos en cursiva pertenecen al Che, son fragmentos de cartas personales, públicas, diarios, notas manuscritas, artículos, poemas, libros, discursos, conferencias, intervenciones públicas o semipúblicas de las que se levantaron actas, respuestas a entrevistas, incluso frases suyas registradas por testigos confiables. El es el segundo narrador de esta historia, el que importa.

CAPÍTULO 1

El pequeño Guevara, infancia es destino

Una foto en Caraguatay, Misiones, tomada en 1929, mostrará a un Ernesto Guevara de 14 meses de edad transportando una tacita en la mano (¿una bombilla de mate?), vestido con un abriguito blanco y cubierto por un horrendo gorrito que recuerda a un salacot colonial, prefigurando el desastre que en materia de indumentaria le acompañará toda la vida, el estilo peculiarmente desarrapado que hará su sello personal.

O bien "Infancia es destino", como decía el sicólogo mexicano Santiago Ramírez en uno de sus momentos más afortunados, y se van grabando en la memoria recién organizada del personaje central las experiencias que forzarán los actos del futuro, o bien infancia es accidente, es prehistoria de un ciudadano que se fabrica en la vida apelando a la voluntad y al libre albedrío.

No estará nada claro.

Uno de los tantos marxistas de Pandora que han biografiado al Che se obsesionará con la idea de que las imágenes de la selva tropical del nordeste argentino, de Misiones, donde circularán los días de la primera infancia de Ernesto Guevara prefigurarán su destino en las selvas bolivianas. No acaba de convencerme. Si infancia es destino, no lo es de una manera tan simple. Para el historiador, el argumento convincente, quizá la prueba concluyente es la foto que muestra a Ernesto y al burrito. Es 1932, el personaje tiene cuatro años, se encuentra en la estancia de unos amigos de sus padres.

La foto está dominada por el burro de ojos dormilones y semi-cerrados, inmóvil; sobre él, un Guevara con poncho y sombrero boliviano del que sólo se adivinan los ojos y la media sonrisa, símbolo de placer. Muy erguido, transparentando su amor por los burros, los mulos, los caballos, los animales de cuatro patas que se puedan montar. Ernesto y el burro miran a la cámara. Ambos saben que son el personaje central.

Y si infancia es destino, 25 años más tarde y a mitad de un bombardeo, al frente de los rebeldes cubanos, llamados por sus enemigos "los mau-mau", el comandante de la columna cuatro, un tal Guevara, conocido como El Che, avanzará montado en el burro Balansa, erguido, displicente, ocultando un terrible ataque de asma que lo tiene al borde del ahogo, y mirará a la cámara con esa misma actitud de perplejidad respecto al por qué es sujeto de la historia cuando el burro, quien también contemplará al objetivo, lo amerita más. Y en esa primera foto de Caraguatay estará el origen de los providenciales mulos que aparecerán durante la invasión al occidente de la isla, cuando la columna del Che esté cercada por soldados y aviones y desde luego del mulo Armando al que Zoila Rodríguez, en memoria y amor al doctor Guevara, atenderá "como si fuera un cristiano", y del camello que estrenó en las Pirámides de Egipto, incluso de aquel caballito boliviano al que tanto quiso y que terminó comiéndose. Esa foto de Misiones estará en el profundo germen de la leyenda que aún hoy se cuenta en Cochabamba, Bolivia: "En las noches, El Che Guevara, junto con el Coco Peredo, cabalgan en unas mulas grandes, ¡bien grandes!, con sus máusers en las manos y llegan a Peñones, Arenales y Lajas, a Los Sitanos, a Loma Larga y Piraymirí, hasta Valle Grande." O de la nueva versión de una canción mexicana agrarista, que dice: "Tres jinetes en el cielo, cabalgan con mucho brío, y esos tres jinetes son: Che, Zapata y Jaramillo."

Sea así o al contrario; sea esto tan sólo mala imaginación de novelista, de la que tanto ha abundado en las narraciones que sobre la vida y destino del Che se han hecho, lo que sí parece evidente es que Ernesto Guevara será el último de nuestros tan queridos próceres a caballo (o en mulo o en burro, tanto da para un hombre que se reía de sí mismo) en la tradición heroica de América Latina.

En el origen, se encuentra una historia familiar interesante que no llega al melodrama. En el remoto pasado de los Guevara existió un Virrey en Nueva España, Don Pedro de Castro y Figueroa, quien sólo duró gobernando un año y cinco días a mediados del siglo
XVIII
, quien tuvo un hijo llamado Joaquín, que secuestró en Louisiana a su esposa y cuyos sucesores vivieron la fiebre del oro en San Francisco para terminar durante el siglo
XIX
en la Argentina.

De la época de San Francisco se pueden rescatar parientes de nombres absurdos, como Rosminda Perlasca, y un tío Gorgoño que se dedicaba a criar reses para vender carne a los gambusinos.

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