¿DONDE ESTÁ CONCIENCIA?
CONCIENCIA ES.
—Nos hace aparecer como idiotas —murmuró Barnes. —Déjenme probar —dijo Ted. Harry se hizo a un lado y Ted tecleó:
¿HIZO USTED UN VIAJE?
SÍ. ¿HIZO USTED UN VIAJE?
Ted volvió a teclear:
SÍ.
YO HICE UN VIAJE. USTED HIZO UN VIAJE. NOSOTROS HACEMOS UN VIAJE JUNTOS. ESTOY CONTENTO.
Norman pensó: «Dice que está contento. Otra expresión de emociones y, esta vez, no parece salida de un libro, la manifestación aparenta ser directa y genuina.» ¿Significaba eso que el extra-terrestre tenía emociones? ¿O tan sólo simulaba tenerlas para parecer juguetón o para hacer que los seres humanos se sintieran cómodos?
—Terminemos con este parloteo —decidió Barnes—. Pregúntele sobre las armas que tenga.
—Dudo de que entienda el concepto de la palabra «armas».
—Todo el mundo entiende el concepto de la palabra «armas» —declaró Barnes—. La defensa es un hecho de la vida.
—Tengo que protestar por esa actitud —dijo Ted—. Los militares siempre suponen que toda la gente es igual que ellos. Es posible que este ser extra-terrestre no tenga el menor concepto sobre lo que son las armas o la defensa. Puede provenir de un mundo en el que la defensa se halle fuera de lugar.
—Ya que usted no me está escuchando —dijo Barnes—, lo diré una vez más: la defensa es un hecho de la vida. Y si este Jerry está vivo, tendrá el concepto de defensa.
—¡Dios mío! —exclamó Ted—. Ahora está usted elevando su idea de la defensa a la categoría de principio universal de la vida: la defensa es un rasgo inevitable de la vida.
—¿Y usted cree que no lo es? ¿Cómo llama a la membrana celular? ¿Cómo llama al sistema inmunológico? ¿Cómo llama a la piel? ¿Cómo llama a la curación de las heridas? Todo ser vivo tiene que conservar la integridad de sus fronteras físicas: eso es defensa, y sin ella no es posible tener vida. No podemos imaginar un organismo que no tenga un límite para el cuerpo que defiende. Todo ser vivo sabe qué es la defensa, eso se lo puedo asegurar. Ahora, pregúnteselo.
—Yo diría que el capitán tiene razón —dijo Beth.
—Tal vez —admitió Ted—, pero no estoy seguro de que debamos incorporar conceptos que podrían inducir a un estado de paranoia...
—Yo estoy al frente aquí —insistió Barnes. En la pantalla se imprimió:
¿ESTÁ SU VIAJE LEJOS DE DONDE ESTÁ AHORA SU SITIO?
—Dígale que espere un minuto, por favor. Ted tecleó:
POR FAVOR ESPERE. ESTAMOS HABLANDO.
SÍ. YO TAMBIÉN LO ESTOY. ESTOY ENCANTADO DE HABLAR CON MUCHAS ENTIDADES DE MADE IN USA. ESTOY DISFRUTANDO MUCHO ESTO.
Ted volvió a teclear:
GRACIAS.
ESTOY COMPLACIDO DE ESTAR EN CONTACTO CON SUS ENTIDADES. ESTOY FELIZ DE HABLAR CON USTEDES. ESTOY GOZANDO MUCHO ESTO.
—Interrumpamos el contacto directo —ordenó Barnes. En la pantalla se leyó:
POR FAVOR, NO DETENERSE. ESTOY GOZANDO MUCHO ESTO.
Norman pensó: «Apuesto a que quiere hablar con alguien después de trescientos años de aislamiento... ¿O habrá pasado más tiempo aún? ¿Habría estado flotando en el espacio durante miles de años, antes de que lo recogiera la nave espacial?»
Esto le planteaba a Norman toda una serie de interrogantes: si la entidad extra-terrestre tenía emociones y, por cierto, aparentaba tenerlas, entonces existía la posibilidad de que tuviera toda clase de reacciones emocionales aberrantes, entre ellas neurosis y hasta psicosis. Cuando se aísla totalmente a un ser humano, en la mayoría de los casos se revelan muy pronto graves perturbaciones. Esta inteligencia de otro planeta había estado aislada centenares de años. ¿Qué le habría ocurrido durante ese tiempo? ¿Se había vuelto neurótica? ¿Era ése el motivo de que ahora se mostrara infantil y exigente?
NO SE DETENGAN. ESTOY DISFRUTANDO MUCHO ESTO.
—¡Tenemos que detenernos, por el amor de Dios! —exclamó Barnes.
Ted tecleó:
NOS DETENEMOS AHORA PARA HABLAR ENTRE NUESTRAS ENTIDADES.
NO ES NECESARIO DETENERSE. NO ME INTERESA DETENERME.
Norman creyó haber descubierto un tono irritado y petulante. Quizá hasta un tanto imperioso. «No me interesa detenerme»: este ser extra-terrestre sonaba como Luis XIV.
Ted tecleó:
ES NECESARIO PARA NOSOTROS.
YO NO LO DESEO.
ES NECESARIO PARA NOSOTROS, JERRY.
YO ENTIENDO.
La pantalla quedó en blanco.
—Así está mejor —dijo Barnes—. Ahora reagrupémonos y formulemos un plan. ¿Qué queremos preguntarle a este tipo?
—Creo que será mejor que aceptemos que está exhibiendo una reacción emocional a nuestra interacción —dijo Norman.
—¿Qué significa eso? —preguntó Beth, interesada.
—Creo que, al tratar con Jerry, necesitamos tener en cuenta el contenido emocional.
—¿Quieres psicoanalizarlo? —preguntó Ted—. ¿Ponerlo sobre el diván y descubrir por qué tuvo una niñez desdichada?
Con dificultad, Norman reprimió su enojo. «Detrás de ese aspecto exterior de muchacho... hay un muchacho», pensó.
—No, Ted, pero si Jerry tiene emociones, entonces es mejor que tomemos en consideración los aspectos psicológicos de su reacción.
—No pretendo ofenderte —dijo Ted—, pero yo no creo que la psicología tenga mucho que brindar. La psicología no es una ciencia, sino una forma de superstición o religión. Carece, lisa y llanamente, de buenas teorías o de datos fehacientes sobre los que se pueda hablar. Todo es abstracto, y en cuanto a tu insistencia acerca de las emociones puedes decir cualquier cosa sobre ellas y nadie está en condiciones de demostrar que estás equivocado. En mi carácter de astrofísico, no creo que las emociones sean muy importantes. No considero que importen gran cosa.
—Muchos intelectuales estarían de acuerdo contigo —dijo Norman.
—Sí —reconoció Ted—. Y aquí estamos tratando con un intelecto superior, ¿no?
—En general —dijo Norman—, la gente que no está en contacto con sus emociones tiene tendencia a creer que sus emociones carecen de importancia.
—¿Estás diciendo que no estoy en contacto con mis emociones? —le preguntó Ted.
—Si crees que las emociones no tienen importancia, no lo estás, no.
—¿Podemos dejar esta polémica para más tarde? —propuso Barnes.
—Nada existe, pero el pensamiento hace que sí exista —dijo Ted.
—¿Por qué no te limitas a decir lo que tienes en mente —preguntó Norman con furia— y dejas de citar lo que dijeron otros?
—Ahora me estás lanzando un ataque personal —le reprochó Ted.
—Pero al menos no negué la validez de tu campo de investigación —respondió Norman—, aunque podría hacerlo, y sin mucho esfuerzo; pues los astrofísicos tienen tendencia a concentrarse en el Universo remoto, como una forma de evadir la realidad de la vida que llevan. Y puesto que nada de lo que dice la astrofísica se puede siquiera probar de modo concluyente...
—Eso es absolutamente falso —protestó Ted.
—¡Suficiente! ¡Ya basta! —exclamó Barnes, dando un puñetazo en la mesa.
Se hizo un incómodo silencio.
Norman seguía enojado, pero también estaba turbado: «Ted me irritó —pensó—. Al fin logró irritarme. Y lo hizo de la manera más sencilla posible: atacando mi campo de investigación.» Norman se preguntó por qué lo había conseguido. Durante todos los años pasados en la universidad había tenido que escuchar cómo científicos «concretos» (físicos y químicos) le explicaban, con aire paciente, que la psicología era algo vacío, mientras esos mismos hombres saltaban de un divorcio a otro, o tenían esposas que les engañaban e hijos que se suicidaban o se hallaban en problemas a causa de las drogas. Hacía ya mucho que Norman había dejado de tomar parte en esas polémicas.
Sin embargo, Ted había logrado irritarlo.
—... regresar al asunto entre manos —estaba diciendo Barnes—. La cuestión es: ¿qué le queremos preguntar a ese tipo?
¿QUÉ LE QUEREMOS PREGUNTAR A ESE TIPO?
Clavaron la mirada en la pantalla.
—Huy —exclamó Barnes.
HUY.
—¿Significa eso lo que yo opino que significa?
¿SIGNIFICA ESO LO QUE YO OPINO QUE SIGNIFICA?
Apoyándose en la consola se impulsó hacia atrás sobre su silla con ruedas, y dijo en voz alta:
—Jerry, ¿puede entender lo que estoy diciendo?
SÍ, TED.
—Grandioso —murmuró Barnes, meneando la cabeza—. Lo que se dice grandioso.
YO TAMBIÉN ESTOY FELIZ.
—Norman —dijo Barnes—, me parece recordar que usted trató esto en su informe, ¿no? Me refiero a la posibilidad de que un ser de otro planeta nos pudiera leer la mente.
—Sí, lo mencioné.
—¿Y cuáles fueron sus recomendaciones?
—No di recomendaciones. Fue algo que el Departamento de Estado me pidió que incluyera como posibilidad. Tan sólo lo hice por eso.
—¿En su informe no agregó ninguna recomendación?
—No —dijo Norman—. A decir verdad, en aquel momento pensé que la idea era una broma.
—No lo es —declaró Barnes, y se sentó pesadamente, con la mirada fija en la pantalla—. ¿Qué diablos vamos a hacer ahora?
NO TENGAN MIEDO.
—Para él no es problema decirlo, ya que escucha todo lo que decimos. —Barnes miró la pantalla—. ¿Nos está escuchando ahora, Jerry?
SÍ, HAL.
—¡Qué complicación! —exclamó Barnes.
—Creo que es un acontecimiento emocionante —dijo Ted.
—Jerry, ¿nos puede leer la mente? —preguntó Harry.
SÍ, NORMAN.
—¡Madre mía! —se alarmó Barnes—. Puede leernos la mente. «Quizá no —se dijo Norman. Frunció el entrecejo, se concentró y pensó—: Jerry, ¿puedes oírme?»
La pantalla permaneció en blanco.
«Jerry, dígame su nombre.»
La pantalla no varió.
«A lo mejor, con una imagen visual —pensó Norman—. Quizá Jerry pueda recibir una imagen visual. —Norman recorrió su mente, buscando algo para visualizar: optó por una playa tropical; después, una palmera. La imagen de la palmera era clara, pero tal vez Jerry no supiera lo que era una palmera; no tendría significado alguno para él. Norman pensó que debería elegir algo que pudiera estar dentro de la experiencia de Jerry, así que decidió imaginar un planeta con anillos, como Saturno. Frunció el entrecejo y pensó—: Jerry, le voy a enviar una imagen. Dígame lo que ve.»
Concentró la mente en la imagen de Saturno, esa esfera de color amarillo brillante, rodeada por un sistema de anillos inclinados y suspendida en la negrura del espacio. Mantuvo la imagen durante diez segundos y después miró el monitor.
La pantalla no cambió. «¿Está ahí, Jerry?»
La pantalla seguía invariable.
—¿Está ahí, Jerry? —preguntó Norman, en voz alta.
SÍ, NORMAN. ESTOY AQUÍ.
—No creo que debamos hablar en esta habitación —dijo Barnes—. Quizá si vamos a otro cilindro y hacemos correr el agua...
—¿Como en las películas de espías?
—Vale la pena intentarlo.
—Creo que somos injustos con Jerry, pues si sentimos que se está entrometiendo en nuestra intimidad, ¿por qué no se lo decimos directamente? ¿Por qué no le pedimos que no se entrometa? —propuso Ted.
NO ES MI DESEO ENTROMETERME.
—Admitámoslo —dijo Barnes—. Este tipo sabe mucho más sobre nosotros, que nosotros acerca de él.
SÍ. SÉ MUCHAS COSAS SOBRE SUS ENTIDADES.
—Jerry —dijo Ted.
SÍ, TED. ESTOY AQUÍ.
—Por favor, déjanos a solas.
NO ES MI DESEO HACERLO. ESTOY FELIZ DE HABLAR CON USTEDES. DISFRUTO HABLAR CON USTEDES. HABLEMOS AHORA. ES MI DESEO.
—Es evidente que no va a atenerse a razones —dijo Barnes. —Jerry —intervino Ted—, usted nos tiene que dejar a solas un rato.
NO. ESO NO ES POSIBLE. NO ESTOY DE ACUERDO. ¡NO!
—Ahora está asomando la oreja el bastardo —murmuró Barnes.
«El rey niño», pensó Norman y dijo:
—Déjenme probar.
—Te cedo el lugar. —Jerry —dijo Norman.
SÍ, NORMAN. ESTOY AQUÍ.
—Jerry, para nosotros es muy emocionante hablar contigo.
GRACIAS. YO TAMBIÉN ESTOY EMOCIONADO.
—Jerry, consideramos que eres una entidad fascinante y maravillosa.
Barnes puso los ojos en blanco y meneó la cabeza.
GRACIAS, NORMAN.
—Y deseamos hablar contigo durante muchas, muchas horas, Jerry.
BIEN.
—Y sabemos que posees un gran poder y una gran comprensión de las cosas.
ASÍ ES, NORMAN. SÍ.
—Jerry, sin duda tu gran comprensión te permite saber que nosotros somos entidades que necesitan sostener conversaciones entre ellas, sin que tú nos oigas. La experiencia de conocerte nos exige mucha concentración y tenemos mucho para hablar entre nosotros.
Barnes estaba agitando la cabeza.
YO TAMBIÉN TENGO MUCHO PARA HABLAR. DISFRUTO MUCHO LA CONVERSACIÓN CON TUS ENTIDADES, NORMAN.
—Sí, lo sé, Jerry. Pero, en tu sabiduría, también comprendes que necesitamos hablar a solas.
NO TENGÁIS MIEDO.
—No tenemos miedo, Jerry: nos sentimos incómodos.
NO OS SINTÁIS INCÓMODOS.
—No lo podemos evitar, Jerry... Somos así.
DISFRUTO MUCHO LA CONVERSACIÓN CON TUS ENTIDADES, NORMAN. ESTOY FELIZ. ¿ESTÁS FELIZ TÚ TAMBIÉN?
—Sí, muy feliz, Jerry. Pero, verás, necesitamos...
BIEN. ESTOY CONTENTO.
—... necesitamos hablar a solas. Por favor, no nos escuches por un rato.
¿YO TE OFENDIDO TÚ?
—No, eres muy amistoso y encantador. Pero necesitamos conversar a solas, sin que nos escuches, durante un rato.
YO ENTIENDO QUE TÚ NECESITAS ESO. DESEO QUE TENGAS COMODIDAD CONMIGO, NORMAN. TE CONCEDERÉ LO QUE DESEAS.
—Gracias, Jerry.
—Bueno —dijo entonces Barnes—. ¿Cree que realmente lo va a hacer?
VOLVEREMOS INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE UN BREVE CORTE PARA QUE ESCUCHEN ESTOS MENSAJES DE NUESTRO PATROCINADOR.
Y la pantalla quedó en blanco.
Norman no pudo evitar reírse.
—Fascinante —dijo Ted—. Al parecer estuvo captando señales de televisión.
—No se puede hacer eso desde abajo del agua.
—Nosotros no, pero parece que él sí puede.
—Sé que sigue escuchando. Sé que lo está haciendo. Jerry, ¿estás ahí? —preguntó Barnes.
La pantalla estaba en blanco.
—¿Jerry?
Nada ocurrió. La pantalla continuaba vacía.
—Se fue.
—Bueno —dijo Norman—. Acaban de ver el poder de la psicología en acción.