Read Espejismos Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Espejismos (5 page)

BOOK: Espejismos
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—¿Hemos terminado ya? —me pregunta con el ceño fruncido.

Me encojo de hombros y se la entrego. Decir que estoy avergonzada sería quedarse corta. Pero cuando Miles se guarda la pomada en el bolsillo y se dirige a la puerta, no puedo evitar decirle:

—Así que te has dado cuenta, ¿eh? —Las palabras me arden en la garganta.

—¿Darme cuenta de qué? —Se detiene, visiblemente molesto.

—De… bueno… de la ausencia de todo ese rollo romanticón…

Miles se gira y pone los ojos en blanco de manera exagerada antes de mirarme a los ojos.

—Sí, me he dado cuenta. Creía que os habíais tomado en serio mi amenaza.

Me limito a mirarlo, sin entender nada.

—Esta mañana… cuando dije que Haven y yo permaneceríamos en huelga hasta que vosotros acabarais con todo ese… —Sacude la cabeza—. Da igual. ¿Puedo irme a clase ya. por favor.

—Lo siento —digo mientras afirmo—. Lamento todo este…

Sin embargo, Miles se marcha antes de que termine la frase dando un fuerte portazo.

Capítulo seis

M
e siento aliviada al ver que Damen está allí cuando entro en la clase de arte de sexta hora. Teniendo en cuenta que el señor Robins nos ha mantenido muy ocupados en clase de lengua y apenas hemos hablado durante el almuerzo, estoy impaciente por pasar un rato a solas con él. O al menos tan sola como se puede estar en un aula con otros treinta estudiantes.

Sin embargo, después de ponerme el blusón y sacar mis cosas del armario, se me encoge el corazón al ver que, una vez más, Roman ha ocupado mi lugar.

—Vaya, hola, Ever. —Me saluda con un gesto de cabeza mientras coloca su lienzo nuevo en «mi» caballete. Yo me quedo allí de pie, con los brazos cargados con mis cosas y mirando a Damen, que está tan inmerso en su cuadro que ni se da cuenta de mi presencia.

Estoy a punto de decirle a Roman que se largue de mi sitio cuando recuerdo las palabras de Haven sobre que odio a la gente nueva. Y, por miedo a que tenga razón, esbozo una sonrisa y coloco el lienzo en el caballete que hay al otro lado de Damen mientras me prometo a mí misma que mañana llegaré mucho antes para poder reclamar mi lugar.

—Decidme una cosa: ¿qué estamos haciendo aquí, colegas? —pregunta Roman, que sujeta un pincel entre los dientes y nos mira a Damen y a mí.

Esa es otra. Por lo general, el acento británico me resulta encantador, pero en este chico… rechina, lo cual se debe probablemente a que es falso. Quiero decir que resulta obvio que lo finge, porque solo se le nota cuando quiere hacerse el guay.

No obstante, en cuanto esa idea me viene a la cabeza, me siento culpable. Todo el mundo sabe que esforzarse demasiado por parecer guay es otro signo de inseguridad. ¿Y quién no se sentiría un poco inseguro durante su primer día en este instituto?

—Estudiamos los «ismos» —respondo, decidida a mostrarme agradable a pesar de la comezón que siento en el estómago—. El mes pasado pudimos elegir el que quisimos, pero este mes todos estamos haciendo fotorrealismo, ya que nadie lo eligió la última vez.

Roman me recorre con la mirada: desde el flequillo demasiado largo hasta las sandalias de dedo doradas (un minucioso examen que atraviesa mi cuerpo y me provoca una sensación rara en el estómago… pero no de las buenas).

—Vale. Así que hay que conseguir que parezca real, como una fotografía —dice con los ojos clavados en los míos.

Me enfrento a su mirada, una mirada que él insiste en mantener durante unos segundos demasiado largos. Pero me niego a dejarme intimidar o a ser la primera en apartar la vista. Estoy decidida a seguir con el jueguecito mientras dure. Y, aunque puede que parezca inofensivo, hay algo siniestro y amenazador en él, como una especie de desafío.

O puede que no.

Porque, justo después de que esta idea cruce mi mente, Roman dice:

—¡Los institutos norteamericanos son alucinantes! En mi país, en el viejo y lluvioso Londres… —guiña un ojo—, la teoría siempre prima sobre la práctica.

Al instante me siento avergonzada por haber pensado mal. Porque, según parece, no solo es londinense, lo que significa que su acento es real, sino que Damen, cuyos poderes psíquicos están mucho más desarrollados que los míos, no parece alarmado en absoluto.

Todo lo contrario, el chico parece caerle bien. Y eso me sienta incluso peor, porque demuestra que Haven tiene razón.

En realidad, me siento celosa.

Y posesiva.

Y paranoica.

Y, por lo visto, es cierto que odio a la gente nueva.

Respiro hondo y hago un nuevo intento: paso por alto el nudo de mi garganta y el de mi estómago con la intención de mostrarme amigable, aun cuando eso signifique tener que fingirlo al principio.

—Puedes pintar lo que quieras —le digo con un tono de voz alegre y afable, el tono de voz que utilizaba en mi antigua vida, la que llevaba antes de que toda mi familia muriera en un accidente y Damen me salvara convirtiéndome en inmortal—. Solo tienes que lograr que parezca real, como una fotografía. De hecho, se supone que debemos utilizar una fotografía para mostrar nuestra fuente de inspiración y, por supuesto, también para la evaluación. Ya sabes, para poder demostrar que hemos conseguido representar lo que pretendíamos.

Echo un vistazo a Damen, preguntándome si ha escuchado algo lo que he dicho, y me fastidia ver que ha decidido elegir su cuadro en lugar de comunicarse conmigo.

—¿Y qué está pintando él? —pregunta Roman mientras señala con la cabeza el lienzo de Damen, una ilustración perfecta de los campos en flor de Summerland. Cada brizna de hierba, cada gota de agua, cada pétalo de flor… todo es tan luminoso y tangible que parece como si estuvieras allí—. Parece el paraíso. —Asiente con la cabeza.

—Lo es —susurro, tan asombrada por el cuadro que respondo con demasiada rapidez, sin pararme a pensar lo que he dicho. Summerland no solo es un lugar sagrado, también es nuestro lugar secreto. Uno de los muchos secretos que he prometido guardar.

Roman me mira con las cejas arqueadas.

—Entonces, ¿es un lugar real?

Antes de que pueda responder, Damen sacude la cabeza y dice:

—Eso le gustaría a ella. Pero me lo he inventado, solo existe en mi cabeza. —Luego me mira y me envía un mensaje telepático: «Cuidado».

—¿Y cómo vas a aprobar el trabajo si no tienes una foto que demuestre que existe? —pregunta Roman.

Damen se encoge de hombros y sigue con su pintura. Sin embargo, Roman sigue mirándonos con los ojos entornados y una expresión interrogante. Sé que no va a dejar correr el asunto, así que lo miro y le digo:

—A Damen no se le da muy bien seguir las normas. Prefiere hacer lo que le viene en gana. —Recuerdo todas las veces que me convenció para que no fuéramos a clase, para que apostara en las carreras y cosas peores.

Cuando Roman asiente y se gira hacia su lienzo y Damen me envía telepáticamente un ramo de tulipanes rojos, sé que ha funcionado: nuestro secreto está a salvo. Así pues, meto el pincel en un poco de pintura y me pongo a trabajar. Estoy impaciente por que suene el timbre para que podamos irnos a casa y empezar con la verdadera lección.

Después de clase, recogemos nuestras cosas y vamos al aparcamiento. Y, a pesar de mi intención de mostrarme agradable con el chico nuevo, no puedo evitar sonreír al ver que ha aparcado en el otro extremo.

—Nos vemos mañana —le digo, aliviada al ver que por fin voy a perderlo de vista; porque, a pesar de que todos parecen fascinados por él, yo no siento lo mismo por más que lo intento.

Abro la puerta del coche, dejo la mochila en el suelo y mientras me siento le digo a Damen:

—Miles tiene ensayo y yo me voy directa a casa. ¿Quieres seguirme? —Me giro y descubro con sorpresa que está delante de mí, balanceándose ligeramente de un lado a otro con una expresión tensa en el rostro—. ¿Te encuentras bien? —Alzo la mano para apoyar la alma en su mejilla en busca de calor o humedad, de alguna señal que demuestre inquietud, aunque en realidad no espero encontrar ninguna. Y, cuando Damen hace un gesto negativo y me mira, durante una décima de segundo, su rostro se queda pálido. Sin embargo, vuelve a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos.

—Lo siento, es solo… que tengo una sensación rara en la cabeza —dice mientras se pellizca el puente de la nariz con los dedos y cierra los ojos.

—Pero creía que tú nunca te ponías enfermo… que nosotros no Podíamos ponernos enfermos… ¿Estaba equivocada? —pregunto, incapaz de ocultar mi nerviosismo mientras recojo la mochila del suelo. Quizá se sienta mejor si toma un trago de la bebida inmortal, ya que él necesita mucha más cantidad que yo. Aunque no estamos muy seguros de por qué, Damen cree que tomarla durante más de seis siglos le ha creado una especie de dependencia, con lo que necesita tomar más y más cada año que pasa. Lo que significa, probablemente, que yo también necesitaré más con el tiempo. Y, aunque parece que falta mucho para eso, espero que me enseñe cómo fabricarla para no tener que molestarle siempre que necesite un nuevo suministro.

No obstante, antes de que pueda decir nada, coge su botella y da un buen trago, me estrecha contra su cuerpo y aprieta sus labios contra mi mejilla para decirme:

—Estoy bien, de verdad. ¿Echamos una carrera hasta tu casa?

Capítulo siete

D
amen conduce rápido. Como un loco, la verdad. En realidad, el hecho de que ambos dispongamos de un radar psíquico que resulta muy útil a la hora de localizar policías, tráfico en sentido contrario, peatones, animales descarriados y cualquier otra cosa que pueda interponerse en nuestro camino no significa que debamos abusar de él.

Sin embargo, Damen no piensa lo mismo. Y esa es la razón por la que ya me está esperando frente al porche delantero de mi casa cuando llego y empiezo a aparcar.

—Creí que no llegarías nunca. —Se echa a reír mientras me sigue hasta mi habitación, donde se deja caer sobre la cama, me tira encima de él y se inclina para darme un suave y agradable beso… Un beso que, si de mí dependiera, no terminaría nunca. Me haría muy feliz pasar el resto de la eternidad entre sus brazos. El mero hecho de Saber que tenemos un número infinito de días para estar juntos me hace más feliz de lo que puedo expresar con palabras.

No obstante, no siempre he sentido lo mismo. Me cabreé bastante cuando me enteré de la verdad. Me cabreé tanto que pasé algún tlempo lejos de él para poder ordenar mis pensamientos. Bueno, no todos los días oyes decir a alguien: «Ah, por cierto, soy inmortal, y ahora tú también lo eres».

Y aunque al principio me costaba bastante creer lo que me había dicho, cuando me lo demostró recordándome cómo morí en el accidente, cómo lo miré a los ojos en el instante en que me devolvió la vida y cómo reconocí sus ojos la primera vez que lo vi en el instituto… Bueno, no hubo forma de negar la evidencia.

Sin embargo, eso no significa que estuviera dispuesta a aceptarlo. Ya era de por sí malo tener que lidiar con el aluvión de habilidades psíquicas que me proporcionó la ECM («Experiencia Cercana a la Muerte»; insisten en llamarla «cercana», pero en realidad morí), y verme obligada a escuchar los pensamientos de la gente, a conocer la historia de sus vidas con solo tocarlos, a hablar con los muertos y muchas cosas más. Por no mencionar que ser inmortal, por más genial que parezca, también significa que jamás cruzaré el puente. Jamás podré ir al otro lado a ver a mi familia. Y, puestos a pensarlo, eso es pagar un precio muy alto.

Aparto los labios de mala gana y lo miro a los ojos: esos mismos ojos que he contemplado durante cuatrocientos años. Aunque, por mucho que me esfuerzo, no logro recordar nuestro pasado juntos. Tan solo Damen, que ha permanecido igual durante los últimos seiscientos años (sin morir ni reencarnarse), tiene esa suerte.

—¿En qué piensas? —me pregunta mientras sus dedos se deslizan por mi mejilla, dejando un rastro cálido a su paso.

Respiro hondo. Sé muy bien que está decidido a permanecer en el presente, pero necesito saber más sobre mi historia… sobre nuestra historia.

—Pensaba en la primera vez que nos vimos —le contesto mientras observo cómo se arquean sus cejas y cómo empieza a sacudir la cabeza.

—¿De veras? ¿Y qué recuerdas exactamente de esa primera vez?

—Nada. —Me encojo de hombros—. Nada en absoluto. Y por eso espero que tú me lo cuentes. No hace falta que me lo cuentes todo… ya sé lo mucho que odias recordar el pasado. Pero la verdad es que siento mucha curiosidad por saber cómo empezó todo, cómo nos conocimos.

Se aparta y se tumba de espaldas con el cuerpo inmóvil. Sus labios también permanecen inmóviles, y empiezo a temer que esa sea la única respuesta que obtenga.

—Por favor… —murmuro al tiempo que me acerco a él para acurrucarme contra su cuerpo—. No es justo que tú conozcas todos los detalles y yo no sepa nada. Dame algo a lo que aferrarme. ¿Dónde vivíamos? ¿Cómo nos conocimos? ¿Fue amor a primera vista?

Cambia un poco de posición para poder ponerse de lado y enterrar la mano en mi cabello.

—Fue en Francia, en 1608 —responde.

Trago saliva y doy una rápida bocanada de aire, impaciente por saber más.

—-En París, en realidad.

¡París! De inmediato imagino sofisticados vestidos, besos robados en el Pont Neuf, cotilleos con María Antonieta…

Asistí a una cena en casa de un amigo… —Hace una pausa y Su mirada se pierde a lo lejos, a varios siglos de distancia—. Y tú trabajabas allí como sirvienta.

¿Como sirvienta?

—Eras una de sus sirvientas. Eran personas muy ricas. Tenían muchas sirvientas.

Me quedo tumbada, atónita. No era eso lo que yo esperaba.

—No eras como las demás —asegura Damen, que ha convertido su voz casi en un susurro—. Eras hermosa. Increíblemente hermosa. Tu aspecto era muy parecido al que tienes ahora. —Esboza una sonrisa y respira hondo mientras juguetea con un mechón de mi cabello con los dedos—. Y, también al igual que ahora, eras huérfana. Habías perdido a toda tu familia en un incendio. Y, como no tenías un penique ni a nadie que te acogiera, mis amigos te dieron un empleo.

Trago saliva con fuerza. No sé muy bien lo que siento al respecto. ¿Qué sentido tiene reencarnarse si te ves obligada a sufrir el mismo dolor una y otra vez?

—Y sí, para que lo sepas, fue amor a primera vista. Quedé completa e irremisiblemente enamorado de ti. En el momento en que te vi, supe que mi vida jamás sería la misma.

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