Fet reaccionó al verlos sintiendo la tentación de detenerse y matarlos, pero Eph le dijo que no tenían tiempo que perder.
—Ya nos han detectado —señaló Eph.
—Mira eso —dijo Fet.
Eph vio por primera vez el letrero «Bienvenidos al estado de Nueva York» a un lado de la carretera. Y luego, unos ojos brillantes como el cristal, una mujer vampiro viéndolos pasar, de pie debajo del letrero. Los vampiros le comunicaron al Amo la ubicación de los vehículos como si fueran una especie de GPS interiorizado e instintivo.
El Amo supo que viajaban con rumbo norte.
—Dame los mapas —dijo Eph. Fet se los entregó, y Eph los examinó, iluminándolos con la linterna—. Vamos en la dirección correcta. Pero tenemos que ser inteligentes. Es solo cuestión de tiempo antes de que nos arrojen algo.
El
walkie-talkie
crujió en el asiento delantero.
—¿Has visto eso? —preguntó Nora desde el Explorer.
Fet recogió la radio y respondió:
—¿El comité de bienvenida? Lo hemos visto.
—Tendremos que tomar carreteras secundarias.
—Me temo que sí. Eph está consultando el mapa.
—Dile que iremos a Binghamton a por gasolina. Luego saldremos de la interestatal —dijo Eph.
Así lo hicieron, y salieron bruscamente de la carretera cuando vieron el primer anuncio de combustible en la salida de Binghamton. Siguieron la flecha al final de la vía de salida hacia un conjunto de gasolineras, restaurantes de comida rápida, una tienda de muebles y dos o tres pequeños centros comerciales, cada uno limitado por una cafetería con ventanilla de autoservicio. Fet pasó de largo por la primera estación de servicio, pues quería tener más espacio en caso de emergencia. La segunda, una Mobil, tenía tres naves de tanques en diagonal a On the Go, una tienda de autoservicio. El sol había desvanecido desde mucho tiempo atrás todas las letras azules del letrero de «Mobil», y solo la «o» era visible ahora, roja como una boca hambrienta y redonda.
No había electricidad, pero ellos habían traído la bomba manual que Creem cargaba en el Hummer, pues sabían que tendrían que bombear gasolina. Las válvulas del suelo seguían en su lugar, lo cual era una buena señal de que todavía quedaba combustible en los tanques subterráneos. Fet acercó el jeep y abrió una válvula con una cruceta de hierro. El olor acre de la gasolina fue recibido con entusiasmo. Gus llegó y Fet le hizo un gesto para que se acercara a la abertura del tanque. Fet sacó la bomba y el embudo, e introdujo un extremo en el tanque del suelo y el otro en el jeep.
Su herida había empezado a dolerle otra vez y le sangraba de forma intermitente, pero Fet se lo ocultó al grupo. Se dijo a sí mismo que hacía aquello para ver hasta dónde podía llegar, y resistir hasta el final. Sin embargo, sabía que él quería estar allí, entre Nora y Eph.
El señor Quinlan se apostó en el borde de la carretera, vigilando en ambas direcciones. Eph cargaba su mochila de armas al hombro. Gus portaba una metralleta Steyr, con balas de plata y de plomo. Nora se alejó un momento detrás de la edificación, orinó y regresó al cabo de un minuto.
Fet bombeaba con fuerza, pero esta era una tarea lenta; el combustible goteaba en el tanque del jeep con un sonido similar al de la leche de vaca sobre un cubo de ordeñar. Tenía que bombear con mayor rapidez para lograr un flujo constante.
—No vayas demasiado al fondo —advirtió Eph—. El agua se asienta en la parte inferior, ¿recuerdas?
—Lo sé —dijo Fet con un gesto de impaciencia.
Eph le preguntó si quería que lo relevara, pero Fet se negó, esforzándose con sus enormes brazos. Gus se acercó al señor Quinlan. Eph pensó en estirar un poco más las piernas, pero no quería apartarse del
Lumen
.
—¿Has probado con el fusible del disparador? —preguntó Nora.
Fet negó con la cabeza mientras bombeaba.
—Ya conoces mis habilidades como mecánico —apuntó Eph.
—Ninguna en absoluto —confirmó Nora.
—Conduciré el siguiente tramo —dijo Eph—. Fet podrá trabajar en el detonador.
—No me gusta que tardemos tanto tiempo —señaló Nora.
—De todos modos, tenemos que esperar hasta el próximo meridiano. Podremos trabajar libremente en las dos horas de sol.
—¿Esperar un día entero? Es mucho tiempo. Y un riesgo innecesario —repuso Nora.
—Lo sé —concedió Eph—. Pero necesitamos la luz del día para hacer bien esto. Tendremos que mantener a los vampiros a raya hasta entonces.
—Pero no nos podrán tocar cuando lleguemos al agua.
—Lograrlo será toda una hazaña.
Nora miró hacia el cielo oscuro. De pronto sopló una brisa gélida y se levantó las solapas del abrigo para protegerse.
—Insisto en que no debemos esperar al meridiano. No podemos perder nuestra ventaja —dijo, mientras miraba hacia la calle desierta—. ¡Cristo, siento como si tuviera cien ojos fijos en mí!
Gus corría hacia ellos desde la acera.
—No estás muy lejos de la verdad —confirmó él.
—¿Eh? —exclamó Nora.
Gus abrió la ventanilla del Explorer y sacó dos bengalas. Corrió de nuevo, alejándose del vapor de la gasolina, y las encendió. Lanzó una al aparcamiento de Wendy’s, al otro lado de la carretera. La llama roja alumbró las siluetas de los tres
strigoi
apostados en el edificio de la esquina.
Arrojó la otra bengala hacia unos coches abandonados en un antiguo aparcamiento de alquiler de vehículos. La bengala rebotó en el pecho de un
strigoi
antes de caer al asfalto. La criatura ni se inmutó.
—Mierda —dijo Gus, y dirigiéndose al señor Quinlan añadió— ¿Por qué no nos dijo nada?
Ellos han estado aquí todo el tiempo.
—¡Jesús! —exclamó Gus.
Se fue corriendo hacia el local de alquiler de coches y disparó al vampiro. El eco de las ráfagas de la metralleta se apagó mucho después de que la criatura cayera; despatarrada en el suelo, llena de agujeros blancos sangrado.
—Debemos irnos de aquí —dijo Nora.
—No iremos muy lejos sin gasolina —señaló Eph—. ¿Fet?
Fet seguía bombeando, y el combustible fluía con más libertad. Ya casi estaba terminando de llenar el tanque.
Gus disparó su Steyr hacia donde había lanzado la otra bengala para dispersar a los vampiros que se encontraban en el aparcamiento de Wendy’s, pero ellos no se dieron por enterados. Eph sacó su espada, atento al movimiento de las figuras que corrían detrás de los coches en el aparcamiento de enfrente.
—¡Coches! —gritó Gus.
Eph oyó el estrépito de los motores. Los faros apagados, acercándose desde el puente de la autopista, frenando a corta distancia.
—Fet, ¿quieres que yo…?
—¡Solo tienes que mantenerlos a raya! —le dijo Fet, que siguió bombeando incansable, tratando de evitar el vapor tóxico.
Nora encendió los faros de los dos vehículos para iluminar el perímetro adyacente.
Al este, frente a la carretera, los vampiros ocupaban todo el borde de la luz, con sus ojos de color rojo brillando como canicas de cristal.
Desde el oeste, dos furgonetas se aproximaban por la carretera. Frenaron en seco y las criaturas bajaron de ellas. Vampiros locales llamados a filas.
—¿Fet? —suplicó Eph.
—Cambia los tanques —ordenó Fet, que no paraba de bombear.
Eph sacó la manguera del depósito casi lleno del jeep, la introdujo rápidamente en el Explorer, y la gasolina salpicó el techo.
Oyeron pasos, y Eph tardó un momento en localizarlos. Estaban en la parte superior de la cubierta de la marquesina, justo encima de ellos. Los vampiros los tenían rodeados.
Gus disparó su arma hacia las furgonetas enemigas, derribando quizá a un par de vampiros pero sin causar ningún daño letal.
—¡Aléjate del surtidor! —gritó Fet—. ¡No quiero chispas cerca!
El señor Quinlan regresó y se plantó al lado de Eph. El Nacido sentía que era su obligación protegerlo.
—¡Aquí vienen! —dijo Nora.
Los vampiros copaban todos los flancos. Se trataba de un ataque coordinado, y se concentraron inicialmente en Gus. Cuatro vampiros corrieron hacia él, dos por cada lado.
Gus destrozó a un par; rodó y derribó al siguiente, sin darles tiempo de atacarlo.
Mientras él repelía el ataque, un puñado de figuras oscuras, amparadas en la oscuridad, salieron de los aparcamientos colindantes, corriendo hacia la estación de Mobil.
Gus se volvió y los roció con una generosa salva de proyectiles, haciendo cojear a unos cuantos, pero se vio obligado a retroceder cuando aumentó el número de
strigoi
que avanzaban hacia él.
El señor Quinlan se lanzó hacia delante con una agilidad asombrosa, dándoles la bienvenida a tres
strigoi
, agarrándolos por la garganta con su mano abierta, y cortándoles el cuello.
¡Bang!
Un vampiro pequeño, un muerto viviente niño, cayó sobre el jeep desde el techo del aparcamiento. Nora lo atacó, y el pequeño vampiro siseó y retrocedió, mientras el jeep se mecía con su movimiento. Eph se lanzó hacia el otro lado del jeep, con la intención de matar a la criatura inmunda, pero cuando llegó, esta ya había desaparecido.
—¡Aquí no está! —dijo Eph.
—¡Aquí tampoco! —confirmó Nora.
—Debajo —sugirió Eph.
Nora se agachó, y agitó su espada debajo del vehículo, obligando al niño a salir por el lateral de Eph, quien le cercenó el pie derecho, a la altura del tendón de Aquiles. Pero en lugar de retroceder, el vampiro mutilado salió de debajo del jeep y se lanzó hacia Eph, que lo derribó a mitad de camino, cortando en el aire al minúsculo
strigoi
rabioso de sangre. Eph sintió el esfuerzo más que nunca. La contracción y el espasmo en sus músculos. Una ráfaga de dolor lo recorrió desde el codo hasta las vértebras lumbares.
Su brazo se enroscó en un calambre brutal. Él sabía lo que era: desnutrición, tal vez hasta el límite de la inanición. Comía poco y muy mal; no consumía minerales ni electrolitos, y tenía las terminaciones nerviosas inflamadas. Sus días como combatiente estaban llegando a su fin. Cayó al suelo, soltando la espada, como si llevara el peso de un millón de años encima.
Un sonido húmedo y crujiente sorprendió a Eph desde la retaguardia. El señor Quinlan acababa de llegar, brillante bajo la luz de los faros, con la cabeza de otro niño vampiro en una mano y el cuerpo en la otra. El vampiro había logrado derrotar a Eph, pero el señor Quinlan acudió a tiempo de salvarle la vida. El Nacido lanzó los restos al asfalto y se volvió, anticipándose al siguiente ataque.
La metralleta de Gus retumbó en la calle mientras otro contingente de vampiros venía hacia ellos desde la línea de sombra. Eph derribó a dos
strigoi
que salieron de detrás de la tienda de la gasolinera. Le preocupaba que Nora estuviera sola al otro lado de los coches.
—¡Fet, vamos! —gritó.
—¡Ya casi está! —respondió Fet, con otro grito.
El señor Quinlan arremetió contra el grueso de los atacantes, derribando a tantos
strigoi
como se cruzaban en su camino, con las manos chorreando sangre blanca. Pero los vampiros no cejaban en su ataque.
—Están tratando de retenernos aquí —advirtió Eph—. ¡Para que perdamos tiempo!
El Amo viene de camino. Y otros. Puedo sentirlo.
Eph apuñaló en la garganta al
strigoi
que acababa de acercársele, y luego le dio una patada en el pecho; sacó su espada, y corrió hacia el otro lado del jeep.
—¡Gus! —gritó.
Gus venía en retirada, con el cañón de su metralleta humeante y en silencio.
—¡Ya voy!
Eph despedazó a un par de vampiros que acechaban a Nora, y a continuación sacó la manguera de aprovisionamiento del tanque del Explorer. Justo en ese momento Fet terminó de bombear y sacó la espada de repuesto de Eph para dar cuenta de otro vampiro que, como un animal, saltaba sobre el techo del Explorer.
Gus subió al asiento delantero del Explorer y sacó otra metralleta.
—¡Vamos! ¡Fuera de aquí!
No había tiempo para volver a cargar la bomba empapada de gasolina en el vehículo. La dejaron allí, y el combustible siguió chorreando por el tubo, acumulándose en el techado.
—¡No dispares tan cerca! —gritó Fet—. ¡Nos vas a hacer volar!
Eph fue hacia la puerta del jeep. Se asomó por las ventanillas justo en el momento en que el señor Quinlan agarraba a una mujer vampiro por las piernas y le golpeaba la cabeza contra una columna de acero. Fet estaba detrás de Eph, luchando contra los vampiros que intentaban obstruir la puerta del jeep. Eph saltó al asiento del conductor, dio un portazo y giró la llave de encendido.
El motor se puso en marcha y Eph vio por los retrovisores a Nora frente al volante del Explorer. El señor Quinlan fue el último en subir, saltando al asiento trasero del jeep mientras los
strigoi
se abalanzaban sobre su ventanilla. Eph enfiló hacia la calle, derribando a dos vampiros con la defensa de plata. Avanzó hasta el borde de la carretera, y luego se detuvo. Gus saltó con su metralleta y se inclinó, disparando lateralmente hacia el techo del cual caía el combustible. El fuego se propagó, Gus subió al Explorer, y ambos vehículos salieron a toda velocidad mientras la llama se deslizaba hacia el depósito abierto; los vapores se encendían en el aire por un momento breve y hermoso y luego el depósito subterráneo hizo erupción, una furiosa explosión naranja y negra que hizo temblar el suelo, partiendo la marquesina y achicharrando a los
strigoi
que seguían allí.
—¡Dios mío! —exclamó Fet, contemplando el espectáculo por la ventanilla de atrás, junto a la bomba nuclear recubierta con la lona—. Y eso no es nada comparado con lo que traemos aquí.
Eph adelantó a varios vehículos en la carretera; algunos vampiros trataron de darle alcance. Pero Eph no estaba preocupado por superarlos a ellos. Únicamente al Amo.
Los vampiros reaccionaron tarde y se lanzaron prácticamente delante de la trayectoria del jeep, en un intento desesperado por detenerlos. Eph pasó a través de ellos, con los faros alumbrando sus caras horribles y las contorsiones de sus cuerpos tras el impacto. La sangre blanca y corrosiva de los vampiros deshizo las bandas de goma del parabrisas del jeep. Un grupo de
strigoi
obstaculizaba el carril de acceso a la interestatal 81, pero Eph los esquivó por el lado derecho de la vía y se metió por un oscuro camino local.