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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (11 page)

BOOK: Excesión
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–Para empezar –dijo la imagen holográfica–, todas las señales que emitía la estrella muerta indicaban que era increíblemente antigua. Las técnicas utilizadas para fecharla indicaban que tenía un trillón de años de antigüedad.

–¿Qué? –Genar-Hofoen resopló.

El tío Ti abrió las manos.

–Tampoco la nave podía creerlo. Para llegar a este increíble dato, utilizó... –La nave miró de soslayo a un lado, del mismo modo que Tishlin cuando estaba pensando– análisis isotópicos y pruebas de vaciado de flujo.

–Términos técnicos –dijo Genar-Hofoen, con un gesto de cabeza. Tanto el holograma como él asintieron.

–Términos técnicos –repitió la imagen de Tishlin–. Pero, independiente de las técnicas que utilizaran o de cómo hicieran sus cálculos, el resultado era siempre el mismo: la estrella muerta era al menos cincuenta veces más antigua que el universo.

–Nunca había oído esa historia. –Genar-Hofoen sacudió la cabeza y puso cara pensativa mientras lo decía.

–Ni yo –asintió Tishlin–. Pero resulta que se hizo pública poco después de que ocurriera. Una de las razones por las que no se montó un gran escándalo en aquel momento fue que la nave estaba tan avergonzada por lo ocurrido que nunca elaboró un informe completo y guardó los datos en su propia mente, sin compartirlos con nadie.

–¿Tenían Mentes de verdad en aquellos tiempos?

La imagen de Tishlin se encogió de hombros.

–Mentes con "m" minúscula. Hoy en día probablemente las llamaríamos núcleos de IA. Pero desde luego, era inteligente, y la cuestión es que la información se quedó en su cabeza.

Donde, por supuesto, solo la nave tendría acceso a ella. Prácticamente las únicas formas de propiedad privada que reconocía la Cultura eran el pensamiento y el recuerdo. En teoría los informes o análisis que se hacían públicos estaban disponibles para cualquiera, pero tus propios pensamientos, tus reflexiones, ya fueras humano, dron o la Mente de una nave, se consideraban privados. Siquiera pensar en leer la mente de alguien o algo era el peor atentado contra el decoro imaginable.

Personalmente, Genar-Hofoen siempre había creído que era una norma razonable aunque con el paso de los años, y al igual que muchas otras personas, había llegado a pensar que la razón principal de su existencia era que servía a los propósitos de las Mentes de la Cultura en general y las de Circunstancias Especiales en particular.

Gracias a aquel tabú, en la Cultura todo el mundo podía tener sus secretos y urdir pequeñas intrigas y maquinaciones para tener contentos a sus corazones. El problema era que mientras en los humanos esta clase de comportamiento solía manifestarse a través de bromas, celos mezquinos, malentendidos estúpidos e instancias de amor trágicamente no correspondido, con las Mentes significaba ocasionalmente que no informaban a nadie del hallazgo de civilizaciones estelares enteras o se dedicaban a tratar de alterar el curso de una cultura ya desarrollada cuya existencia era conocida por todos (con el casi inefable corolario de que un día pudieran hacerlo, no con una cultura sino con la
Cultura...
asumiendo, claro está, que no lo hubieran hecho ya).

–¿Y qué hay de la gente que iba a bordo de la nave de la Cultura? –preguntó Genar-Hofoen.

–Ellos lo sabían, por supuesto, pero también echaron tierra sobre el asunto. Aparte de todo, tenían
dos
hechos increíbles entre las manos. Asumieron que tenían que estar relacionados de alguna manera pero no pudieron averiguar cómo, de modo que decidieron esperar y ver antes de decírselo a nadie. –Tishlin se encogió de hombros–. Supongo que es comprensible. Era todo tan inaudito que no me extraña que se lo pensaran dos veces antes de empezar a gritarlo a los cuatro vientos. Hoy en día no se podría hacer, pero cuando todo esto ocurrió sí. En aquellos tiempos las pautas eran más relajadas.

–¿Y qué fue la otra cosa extraña que encontraron?

–Un artefacto –dijo Tishlin mientras volvía a reclinarse en su asiento–. Un cuerpo negro perfectamente esférico de cincuenta kilómetros de diámetro, en órbita alrededor de una estrella tan antigua que no podía existir. La nave no pudo penetrar el artefacto con sus sensores. Ni con ninguna otra cosa, por cierto. Y por su parte, la cosa no daba señales de vida. Poco después, la
Niño problemático
sufrió un fallo en el motor, algo casi inaudito incluso en aquellos tiempos, y tuvo que abandonar la estrella y el artefacto. Como es natural, dejó tras de sí gran cantidad de satélites y plataformas de sensores para vigilarlo. Todos los que llevaba a bordo, de hecho, y unos cuantos más que fabricó durante el tiempo que estuvo allí.

»Sin embargo, cuando llegó la siguiente expedición, tres años después... recuerda que todo ocurrió en los márgenes de la galaxia y en aquellos tiempos las velocidades eran mucho menores... cuando llegó la expedición, digo, no encontró nada. Ni estrella, ni artefactos ni uno solo de los sensores y equipos de control remoto que la
Niño problemático
había dejado tras de sí. Las señales que aparentemente estaban enviando las unidades de vigilancia se interrumpieron justo antes de que la nueva expedición los tuviera al alcance de sus sensores. Las distorsiones gravitatorias de las proximidades indicaban que la estrella y presumiblemente todo lo demás se habían esfumado por completo en el mismo instante en que la
Niño problemático
se había situado más allá del alcance de sus sensores.

–¿Se esfumaron sin más?

–Sin más. Desaparecieron sin dejar rastro –le confirmó Tishlin–. Una cosa de lo más desagradable. Nadie había perdido un sol hasta entonces, ni siquiera uno muerto.

»Entretanto, el Vehículo General de Sistemas con el que se había encontrado la
Niño problemático
para llevar a cabo las reparaciones había informado de que la UGC había sido atacada. El problema de su motor no se debía al azar ni a un defecto de fabricación, era el resultado de una acción ofensiva.

»Aparte de esto y de la inexplicable desaparición de una estrella entera, todo transcurrió con normalidad durante casi dos décadas. –Las manos de Tishlin aletearon una vez sobre la mesa–. Oh, hubo investigaciones diversas y juntas de análisis y comités y todo lo demás, pero lo mejor con que pudieron concluir fue que o bien el asunto entero había sido una especie de proyección de alta tecnología, producida quizá por una civilización Ancestral desconocida hasta entonces con un peculiar sentido del humor, o el sol y todo lo demás se habían sumergido repentinamente en el Hiperespacio y habían salido disparados. Pero esto último hubieran podido captarlo y no lo habían captado. De modo que el episodio siguió siendo un misterio y después de que todo el mundo lo hubiera mascado una vez tras otra hasta que no quedó de él más que saliva, falleció, por decirlo así, de muerte natural.

»Entonces, durante las siete décadas siguientes, la
Niño problemático
decidió que no quería seguir formando parte de Contacto. Abandonó la sección y a continuación abandonó la Cultura propiamente dicha y se unió al Ulterior, cosa también insólita para una nave de su clase. Y mientras tanto, todos los seres humanos que en el momento del suceso se encontraban a bordo de la nave hicieron lo que, según parece, se llaman Elecciones Vitales Inusuales. –La dubitativa mirada de Tishlin indicaba que no estaba del todo convencido de que esta frase contribuyera enormemente a la capacidad de transmisión de información del lenguaje. La imagen emitió un sonido como si se aclarara la garganta y continuó–. Aproximadamente la mitad de los humanos optó por la inmortalidad y los demás se sometieron a autoeutanasia. Los pocos humanos supervivientes fueron sometidos a una sutil pero exhaustiva investigación pero no se descubrió nada extraño.

»Luego estaban los drones de la nave. Todos ellos se unieron a la misma Mente Colectiva, también en el Ulterior, y desde entonces han estado incomunicados. Según parece, esto era más insólito aún. Transcurrido un siglo, casi todos los humanos que habían optado por la inmortalidad estaban también muertos, debido a nuevas y "semi-contradictorias" Elecciones Vitales Inusuales. Más tarde, el Ulterior y Circunstancias Especiales, que esta vez, como era de esperar, se había interesado por el asunto, perdieron todo contacto con la
Niño problemático.
Pareció desaparecer sin más. –La aparición se encogió de hombros–. Eso fue hace mil quinientos años, Byr. Hasta este día, nadie ha visto la nave ni ha sabido nada de ella. Investigaciones posteriores sobre los restos de algunos de los humanos implicados, con medios técnicos más modernos, han revelado posibles discrepancias en la nanostructura de los cerebros de los sujetos, pero no ha podido descubrirse nada más. Finalmente la historia terminó por hacerse pública, casi un siglo y medio después de que todo hubiera ocurrido. Incluso, los medios de comunicación le dieron bastante cobertura durante algún tiempo pero para entonces era una historia vacía: la nave, los drones, las personas; todos habían desaparecido. No quedaba nadie con quien hablar, nadie a quien entrevistar, nada con que elaborar perfiles. Todo estaba detrás de bastidores, por decirlo así. Y por supuesto las principales celebridades, la estrella y el artefacto, eran los que más detrás de bastidores estaban.

–Bueno –dijo Genar-Hofoen–. Es todo muy...

–Espera –dijo Tishlin, levantando un dedo–. Hay un cabo suelto. El único superviviente de la
Niño problemático
cuyo paradero se conoce, aparecido hace cinco siglos. Alguien con quien se podría hablar, a pesar de que ha pasado los últimos veinticuatro milenios tratando de no hacerlo.

–¿Humano?

–Humano –le confirmó Tishlin, asintiendo–. La mujer que formalmente ejercía como capitán de la nave.

–¿Todavía tenían capitanes en aquella época? –dijo Genar-Hofoen. Sonrió.
Qué pintoresco
, pensó.

–Era una cosa bastante nominal, incluso entonces –le confirmó Tishlin–. Más que de la nave, era capitana de la tripulación. En cualquier caso, sigue viva, en una especie de forma abreviada. –La imagen de Tishlin hizo una pausa y miró fijamente a Genar-Hofoen–. Está Almacenada en el Vehículo General de Sistemas
Servicio durmiente.

La representación hizo una pausa para que Genar-Hofoen pudiera reaccionar al nombre de la nave. No lo hizo, al menos de manera visible.

–Por desgracia, solo queda su personalidad –prosiguió Tishlin–. Su cuerpo fue destruido en un ataque idirano contra el Orbital en el que se encontraba Almacenado, hace medio milenio. Supongo que, a efectos de tu misión, podría considerarse un golpe de suerte. Había borrado sus huellas con tanta eficiencia, posiblemente con la ayuda de alguna Mente comprensiva, que de no haberse producido el ataque, hoy en día seguiría en paradero desconocido. Solo descubrieron de quién se trataba después de la destrucción de su cuerpo, cuando los archivos fueron revisados a conciencia. Pero la cuestión es que Circunstancias Especiales cree que podría saber algo sobre el artefacto. De hecho, están seguros de ello, aunque es casi igualmente seguro que ella misma no
sabe
lo que sabe.

Genar-Hofoen guardó silencio un rato, jugueteando con el cordel de su toga. La
Servicio durmiente.
Llevaba algún tiempo sin oír ese nombre, sin tener que pensar en aquella vieja máquina. Había soñado con ella algunas veces, incluso había tenido una o dos pesadillas, pero había tratado de olvidarlas, había tratado de recluir aquellos ecos de recuerdo en un rincón lejano de su mente y lo había conseguido con un notable grado de éxito, porque ahora que volvía a darle vueltas al nombre en sus pensamientos, se le antojaba extraño.

–¿Y por qué de repente se ha vuelto tan importante, después de dos milenios y medio? –preguntó al holograma.

–Porque algo de características similares a las del artefacto ha aparecido cerca de una estrella llamada Esperi, en el Remolino Foliar Superior, y Circunstancias Especiales necesita toda la ayuda posible para afrontar el problema. Esta vez no hay ningún sol moribundo de un trillón de años de antigüedad, pero un artefacto aparentemente idéntico se encuentra allí, en medio del espacio.

–¿Y qué se supone que debo hacer yo?

–Subir a bordo de la
Servicio durmiente
y hablar con la representación mimética de la mujer. Parece ser que es la construcción de su personalidad almacenada en la Mente... –La imagen puso cara de perplejidad–. Para mí es algo nuevo... Sea como sea, tienes que tratar de convencerla para que renazca, a fin de que puedan interrogarla. La
Servicio durmiente
no va a entregarla sin más y desde luego no cooperará con CE, pero si ella pide renacer, se lo permitirá.

–Pero, ¿por qué...? –empezó a preguntar Genar-Hofoen.

–Eso no es todo –dijo Tishlin levantando una mano–. Aunque la mujer no quiera colaborar, aunque se niegue a volver, dispondrás de un método para apoderarte de ella a través del enlace que se abrirá para que puedas hablar con su representación numérica, sin que el VGS se entere. No me preguntes de qué se trata, pero creo que tiene que ver con la nave que van a entregarte para que viajes hasta la
Servicio durmiente,
después de la nave Afrentadora que alquilarán para que puedas ir a encontrarte con ella en Grada.

Genar-Hofoen hizo lo que pudo para poner cara de escepticismo.

–¿Es eso posible? –preguntó–. Me refiero a apoderarse de la muchacha de esa forma. Contra los deseos de la
Servicio durmiente.

–Eso parece –dijo Tishlin encogiéndose de hombros–. Circunstancias Especiales cree que hay un modo de hacerlo. ¿Comprendes ahora a qué me refería cuando dije que tenías que robar el alma de una muerta...?

Genar-Hofoen reflexionó un momento.

–¿Sabes qué nave podría ser? Me refiero a la que van a darme para llegar hasta la
Servicio durmiente.

–No me lo han... –empezó a decir la imagen, pero entonces hizo una pausa y en su rostro se dibujo una expresión curiosa–. Acaban de decírmelo. Es una UGC llamada
Zona gris
–La imagen sonrió–. Ah, veo que también tú has oído hablar de ella.

La
Zona gris.
La nave que hacía lo que las demás deploraban y despreciaban: asomarse a las mentes de otras criaturas utilizando sus efectores electromagnéticos –en cierto modo los muy, muy lejanos descendientes de los sistemas de contramedidas electrónicas de que disponían las civilizaciones medias de fase tres y el arma más sofisticada, poderosa pero al mismo tiempo precisa y controlable que poseía la típica nave de la Cultura– para sumergirse en el horripilante sustrato celular de la consciencia animal y tratar de encontrarle sentido a lo que encontrara allí para utilizarlo en beneficio de sus propios –y normalmente vengativos– fines. Una nave paria. La embarcación a la que las demás Mentes llamaban (aunque nunca a la cara) la
Follacarne
a causa de sus repulsivas aficiones. Una nave que nominalmente todavía formaba de la Cultura pero a la que repudiaban casi todas sus iguales. Una descastada virtual en la enorme meta-flota extensiva y de aspiraciones universales que era la Cultura.

BOOK: Excesión
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