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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (22 page)

BOOK: Excesión
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¿Cómo podían saber que no era una de esas ocasiones? Puede que la nave elenquista hubiera sido contratada por la Cultura. Puede que hubieran perdido la Exploradora y una UGC –que los estuviera siguiendo como ellos habían estado siguiendo la nave del Elenco– hubiera ocupado su lugar. ¿Podía ser esta la verdad?

No –argüyó uno de los oficiales–, porque la Cultura nunca sacrificaría a un dron considerado consciente.

El resto pensó en ello, consideró la actitud insólitamente sentimental de la Cultura hacia la vida y se vio obligado a mostrarse de acuerdo.

El crucero pasó otros dos días en las proximidades del sistema Esperi y luego se marchó. Regresó al hábitat llamado Grada con un insignificante pero molesto fallo de motores.

III

Técnicamente, era una rama de las metamatemáticas, llamada habitualmente metamáticas. Metamáticas: la investigación de las propiedades de las Realidades (o, para ser más precisos, los campos de Realidad) intrínsecamente imposibles de conocer desde la nuestra pero sobre cuyos principios generales podían hacerse suposiciones.

Las metamáticas conducían a todo lo demás, conducían a lugares que nadie había visto, oído o imaginado previamente.

Era algo así como pasar la mitad de tu vida en una pequeña, abarrotada y calurosa caja gris, en un estado de moderada felicidad porque no habías conocido nada mejor... y un buen día descubrir un agujerillo en una esquina de la caja, una diminuta abertura por la que podrías meter un dedo, y tirar y tirar hasta que finalmente acabases por abrir una grieta, que a su vez condujese a otra grieta, que a su vez provocase que la caja se desmontase a tu alrededor... y de repente abandonases sus diminutos confines y salieras a una atmósfera sobrecogedoramente fresca y clara y te encontrases en la cima de una montaña, rodeado de valles profundos, bosques majestuosos, inmensos picachos, lagos resplandecientes, relucientes campos nevados y un asombroso cielo azul, capaz de quitar el aliento. Y esto, por supuesto, no sería ni siquiera el comienzo de la auténtica historia, sino más bien el aliento que se coge antes de la primera sílaba de la primera palabra del primer párrafo del primer capítulo de la primera parte del primer volumen de la historia.

Las metamáticas conducían al equivalente de esta experiencia para una Mente, repetida un millón de veces, magnificada mil millones de veces, y luego más allá, a configuraciones de maravilla y felicidad que ni siquiera en su abstracción más sencilla estaban al alcance del discernimiento humano. Era como una droga. Una droga totalmente liberadora, de efectos benéficos, sin adulteración alguna, abrumadora de tan gloriosa para la mente de las máquinas, tan inaccesible a la sagacidad de la mente humana como ajena a su capacidad de entendimiento.

Así era como las máquinas pasaban el tiempo. Imaginaban universos completamente nuevos con leyes físicas alteradas y jugaban con ellos, vivían en ellos, los manipulaban, en ocasiones creando las condiciones para la aparición de la vida, en otras dejando que las cosas se desarrollaran por sí solas para ver si aparecía de forma espontánea y algunas más organizando las cosas de tal modo que la vida fuera imposible al tiempo que se permitían otras clases y tipos de complicaciones de una complejidad asombrosamente fabulosa.

En algunos de los universos no había más que una minúscula pero significativa alteración que provocaba una sutil modificación en los mecanismos de funcionamiento de la realidad mientras que otros eran tan salvaje, tan aberrantemente diferentes, que a una Mente de primera le haría falta el equivalente a años de intensa reflexión humana para empezar a encontrar la hebra tenuemente familiar de realidad reconocible que permitiría traducir el resto a algo inteligible. Entre estos dos extremos existían infinidad de universos de inefable fascinación, consumado júbilo y absoluta iluminación. Todo lo que la humanidad conocía y podía comprender, hasta el último aspecto del universo que pudiera ser objeto de conocimiento, suposición y esperanza era como una tosca y baja cabaña de adobe comparado con el palacio vasto, resplandeciente y erguido hasta las nubes, la construcción de monumentalmente exquisitas proporciones y prodigiosas riquezas que era el reino de las metamáticas. En el seno de los infinitos elevados a la infinita potencia que proporcionaban las leyes metamáticas, las Mentes construían sus inmensas cúpulas del placer de un éxtasis rapsódico y filosófico.

Allí era donde vivían. Aquel era su hogar. Cuando no estaban gobernando naves, entrometiéndose en los asuntos de civilizaciones alienígenas o planeando el curso futuro de la propia Cultura, las Mentes existían en aquellas fantásticas realidades virtuales, recorriendo las infinitas geografías multidimensionales de sus desbocadas imaginaciones, a una distancia casi total del sencillo y limitado punto que era la realidad.

Las Mentes habían dado hace tiempo con un nombre apropiado para este lugar: lo llamaban el Irreal, pero en sus pensamientos era la Diversión Infinita. Así era como la conocían en realidad: la Tierra de la Diversión Infinita.

El nombre no hacía justicia a la experiencia ni de lejos.

...
La Servicio durmiente
paseaba metafísicamente entre las exuberantes creaciones de su espléndida disposición, una cáscara de consciencia en expansión en medio de un paisaje onírico de pasmosa extensión y complejidad, como un sol ingrávido construido por un joyero de infinita paciencia y destreza.
Ese es absolutamente el caso
–se decía–,
es absolutamente el caso...

No había más que un problema relacionado con la Tierra de la Diversión Infinita y era que si uno se perdía en su completitud –como les ocurría en ocasiones a las Mentes, del mismo modo que los humanos se rendían completamente a un entorno de RV–, podía llegar a olvidar que existía una realidad base. En cierto modo, esto no importaba mientras quedara alguien allí de donde venía para hacerse cargo del hogar. El problema surgía cuando no quedaba nadie allí, o quien quedaba no tenía ganas de mantener el fuego encendido, llenar la despensa, limpiar la casa (o como quieras llamarlo) o cuando algo o alguien –algo o alguien del exterior, la clase de entidad que se clasificaba bajo el encabezamiento de Problema de Contexto Exterior– decidía que quería manipular el fuego, meter las manos en la despensa o entrometerse en el gobierno de la casa. Si pasabas todo el tiempo Divirtiéndote, sin regresar a la realidad, o sencillamente no sabías lo que debías hacer para protegerte cuando regresaras, eras vulnerable. De hecho, probablemente estuvieras muerto o te hubieran esclavizado.

Lo de menos era que la realidad base fuera insignificante y gris y mezquina y exigente y estuviera casi vacía de significado comparada con la gloriosa majestad de la vida de múltiples tonalidades que habías estado disfrutando gracias a las metamáticas. Lo de menos era que la realidad base careciera de solidez estética, hedonista, metamática, intelectual y filosóficamente hablando. Si aquella era la única piedra angular sobre la que descansaban tus enaltecidos confort y placer y alguien te la quitaba de debajo de una patada, caerías, y tu ilimitado reino de placer caería contigo.

Era como uno de aquellos antiquísimos ordenadores eléctricos. Por muy rápido, infalible e incansable que fuera, por mucho trabajo que pudiera ahorrarte, por muchas cosas que fuera capaz de hacer o con las que pudiera asombrarte, si desconectabas el cable de la corriente o sencillamente apretabas el botón de Apagado, dejaba de ser otra cosa que un montón de materia. Sus programas se convertían en parámetros, instrucciones muertas y todas sus computaciones desaparecían tan deprisa como habían estado moviéndose hasta entonces.

Era también como la dependencia del cerebro básico de los humanos de su cuerpo humano básico. Por muy inteligente, perceptivo y capaz que fueras, por mucho que vivieras para las recompensas estéticas del intelecto y desdeñaras el mundo material y la ignominia de la carne, si tu corazón dejaba de funcionar...

Este era el Principio de Dependencia. Nunca debías olvidar dónde estaban tus botones de Apagado, aunque eso resultara agotador. Era el problema al que ponía fin la Sublimación, por supuesto, y era una de las razones (normalmente una de las menos importantes) por las que las civilizaciones escogían la Ancestralidad. Si tu curso te llevaba en esa dirección, la dependencia del universo material acababa por resultarte atávica, sucia, absurda e incluso embarazosa.

La Cultura no se había embarcado en aquel curso, al menos todavía no, pero como sociedad era perfectamente consciente tanto de las dificultades que derivaban de la permanencia en la realidad base como de los atractivos de lo Sublime. Entretanto se había decantado por un compromiso, y se entretenía en la torpeza macrocósmica y la mezquina y embrollada profanidad de la galaxia real al mismo tiempo que exploraba las posibilidades trascendentes del sagrado Irreal.

Una solitaria señal devolvió la atención entera de la gran nave a la realidad básica:

º º
Roca Final con lágrimas

ª ª
Servicio durmiente

Está hecho.

La nave pasó largo rato contemplando aquel mensaje de una sola palabra por lo que era, por sí mismo, y se maravilló ante la mezcolanza de emociones que le provocaba. Puso su recién construida flota de drones a trabajar en el medio exterior y volvió a verificar el programa de evacuación.

Entonces localizó a Amorphia –el avatar, confuso, estaba recorriendo los kilómetros de espacio de exposición que en el pasado habían servido como zonas de alojamiento– y le ordenó que volviera a visitar a la mujer Dajeil Gelian.

IV

Genar-Hofoen no estaba nada impresionado con el camarote que habían puesto a su disposición en el Crucero Pesado
Besa la hoja.
Para empezar, apestaba.

~ ¿Qué es esto? –preguntó torciendo el gesto–. ¿Metano?

~
El metano es inodoro, Genar-Hofoen,
–dijo el traje–.
Creo que el olor que tan desagradable te resulta podría ser una mezcla de metano y metilamina.

~
Sea lo que sea, es asqueroso.

~
Estoy seguro de que los receptores de tus membranas mucosas dejarán de reaccionar a él dentro de poco.

~
Eso espero, la verdad.

Estaba de pie en mitad de lo que iba a ser su dormitorio. Hacía frío. Era muy grande: un cuadrado de diez metros de lado –sitio de sobra– pero también muy frío. Podía ver el vaho de su aliento. Seguía llevando la mayor parte del traje de gelcampo pero se había quitado todo el cuello menos la parte del cogote y había dejado que la máscara cayera por su espalda para poder hacerse una idea más precisa de sus aposentos, formados por un vestíbulo, una sala de estar, una cocina-comedor de aspecto aterradoramente industrial, un cuarto de baño cuya apariencia mecánica no resultaba menos intimidante y aquella estancia que se suponía era el dormitorio. Estaba empezando a arrepentirse de hacer accedido. Las paredes, el suelo y el techo de la habitación eran de una especie de plástico blanco. Había en el suelo una notable protuberancia que formaba una especie de plataforma sobre la que descansaba una enorme cosa de color blanco, como una nube solidificada.

~ ¿Qué es –preguntó señalando la cama– eso?

~
Creo que es tu cama.

~ Ya me lo imagino. Pero, ¿qué es esa... cosa que hay sobre ella?

~
¿Una colcha? ¿Un edredón? ¿Un cobertor?

~ ¿Para qué quieren cubrirla? –preguntó, genuinamente confundido.

~
Bueno, creo que es más bien para cubrirte a ti, mientras duermes
–dijo el traje con tono de incertidumbre.

El hombre dejó su cubre-todo sobre el lustroso suelo de plástico y se acercó a la cosa nubosa y blanca para probarla. Era bastante liviana. Parecía estar un poco húmeda, a menos que los sistemas táctiles del traje estuvieran mal calibrados. Se quitó la sección de una mano y tocó el extraño cobertor con la piel desnuda. Fría. Posiblemente húmeda.

~ ¿Módulo? –preguntó Genar-Hofoen–. Quería oír su opinión al respecto.

~
No puedes hablar directamente con Scopell-Afranqui, ¿recuerdas?
–dijo el traje diplomáticamente.

~ Mierda –dijo Genar-Hofoen. Frotó el material del cobertor entre los dedos–. ¿A ti te parece húmedo este material, traje?

~
Un poco. ¿Quieres que le pida a la nave que te conecte con el módulo?

~
¿Eh? Oh, no, no te molestes. ¿Estamos ya en marcha?

~ No.

El hombre sacudió la cabeza.

~ Un olor apestoso –dijo.

Volvió a tocar la cosa que cubría la cama. Ahora deseaba haber insistido en que el módulo se alojara a bordo de la nave para poder vivir en su interior, pero los Afrentadores le habían dicho que eso no era posible. Las tres naves contaban con un espacio de almacenamiento muy limitado. El módulo había protestado y él había hecho algunos ruidos para apoyarlo, pero en el fondo le había hecho gracia la idea de que Scopell-Afranqui tuviera que quedarse allí mientras él se marchaba a los confines más remotos de la galaxia a cumplir con una importante misión. En aquel momento le había parecido una buena idea. Ahora no estaba tan seguro.

Hubo un gruñido distante y un temblor bajo sus pies. Luego siguió una sacudida que estuvo a punto de tirar al humano al suelo. Se tambaleó y tuvo que sentarse en la cama.

Esta emitió un sonido acuoso, como un chapoteo. Genar-Hofoen se la quedó mirando, horrorizado.

~ Ahora
sí que estamos en marcha
–dijo el traje.

V

Canturreando en voz baja, el hombre cuidaba la pequeña fogata que había encendido en el suelo de la cámara, debajo y entre las naves almacenadas que se levantaban en la negrura, como los troncos de los árboles de un bosque silencioso y petrificado. Gestra Ishmethit estaba inspeccionando las embarcaciones encomendadas a su cuidado en la oscuridad sepultada en el centro de Miseria.

Miseria era un enorme e irregular terrón de materia de doscientos kilómetros de anchura en su punto más estrecho y formado en un noventa y ocho por ciento de hierro. Era todo lo que quedaba de una catástrofe sucedida cuatro mil millones de años atrás, cuando el planeta de cuyo núcleo formaba parte por aquel entonces había chocado con otro cuerpo estelar de grandes dimensiones. Expulsado de su sistema solar por aquel cataclismo, había vagado entre las estrellas durante una cuarta parte de la vida del universo, sin ser capturado por ningún pozo gravitatorio pero afectado sutilmente por todos aquellos a los que se acercaba. Hacía un milenio, una UGC la había descubierto en el espacio profundo mientras seguía una trayectoria altamente excéntrica entre dos sistemas estelares. Había recibido el breve examen que su sencilla y homogénea composición merecía y a continuación la habían dejado seguir con sus vagabundeos, registrada, clasificada, intacta pero bautizada como Miseria.

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