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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Excesión (44 page)

BOOK: Excesión
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–¡Oh,
al fin!
–gritó. Con un movimiento rapidísimo, uno de sus tentáculos golpeó sus apéndices oculares, que salieron despedidos de sus cuencas. El joven gimoteó y retrocedió, mientras su saco gaseoso se desinflaba. El comandante cogió el traje y se metió en él mientras el guardiamarina, medio ciego, andaba haciendo eses por la estancia.

El comandante ordenó a su lugarteniente que reconfigurara la mesa de mando. Desde allí podía controlar personalmente todos los sistemas confiados por la Cultura a la Mente que la nave traidora había matado. La consola de mando era algo así como el instrumento de destrucción definitivo. Un teclado gigante en el que interpretar sinfonías de muerte. A algunas de las teclas, es cierto, había que dejarlas que se pulsaran solas una vez activado el sistema, pero aquellos controles servían para
controlar
de verdad.

La pantalla holográfica proyectó una esfera hacia el comandante. El globo representaba el volumen real de espacio que rodeaba Miseria, con diminutas motas verdes, blancas y doradas para mostrar los componentes principales del sistema defensivo. Un punto azul apagado representaba la nave de guerra que estaba aproximándose a velocidad constante. Otro punto rojo brillante, situado en el lado opuesto del depósito de naves y mucho más cercano –aunque alejándose a gran velocidad–, era la nave traidora,
Regulador de actitud.

Una pantalla lateral mostraba un resumen de la misma situación vista desde el hiperespacio, donde las dos ocupaban superficies diferentes del tejido. Una tercera pantalla ofrecía una visión transparente de la propia Miseria, detallando las cavernas llenas de naves, la superficie y los sistemas de defensa interna.

El comandante terminó de ponerse el traje y lo activó. Se colocó en posición. Revisó la situación. No era tan tonto como para tratar de dirigir personalmente las cuestiones tácticas, pero apreciaba el grado de influencia estratégica que podía ejercer desde allí. Al mismo tiempo, a pesar de todo, sentía la temible tentación de tomar el control personalmente y disparar todos los sistemas de defensa, pero era consciente de la enorme responsabilidad que se le había confiado en aquella misión y no menos consciente de que había sido seleccionado cuidadosamente para la tarea. Lo habían escogido porque sabía cuándo no debía... ¿cómo lo había expresado la nave? Ir a buscar la gloria. Sabía cuándo no debía ir a buscar la gloria. Sabía cuándo contenerse, cuándo aceptar un consejo, cuándo retirarse y reagrupar fuerzas.

Con un movimiento rápido, abrió el canal de comunicación con la nave traidora.

–¿La nave enemiga se ha detenido exactamente a un mes luz? –preguntó.

~ Sí.

–Eso son treinta y dos días estándar de la Cultura.

~ Exacto.

–Gracias –cerró el canal.

Miró a su lugarteniente.

–Programe todas las armas para abrir fuego sobre la nave de guerra en el preciso instante en que cruce el límite de ocho punto uno días. –Se reclinó en el asiento mientras los miembros del lugarteniente pasaban a gran velocidad sobre las pantallas holográficas para poner en práctica sus órdenes. Justo a tiempo, advirtió. Había tardado más de lo que creía en ponerse el traje.

–Cuarenta segundos, señor –dijo el lugarteniente.

–Dele el tiempo justo para relajarse –dijo el comandante, dirigiéndose más a sí mismo que al otro–. Si es así como funcionan estas cosas...

Exactamente a ocho punto uno días luz de la posición que la Unidad Rápida de Ofensiva
Tiempo de matar
había mantenido mientras negociaba su permiso para aproximarse, el espacio que rodeaba en la pantalla el punto azul cintiló de repente mientras un millar de sistemas ocultos de una docena de tipos diferentes cobraba vida en una ordenada secuencia de destrucción. En la esfera holográfica del espacio real fue como si una agrupación de estrellas en miniatura apareciera de improviso alrededor del punto azul. La señal desapareció al instante en el interior de una brillante esfera de luz. En la esfera holográfica del hiperespacio, el punto duró un poco más. Aminorada su marcha, se pudo ver que disparaba algunas salvas de respuesta durante un microsegundo, más o menos, y luego desaparecía también en el derroche de energías que se vertían en el hiperespacio desde el tejido del espacio real en sendas erupciones de fuego.

Las luces de la zona de alojamiento parpadearon y perdieron intensidad mientras se derivaban cantidades monumentales de energía a los sistemas de armas de largo alcance de la roca.

El comandante dejó abierto el canal de comunicaciones con la nave traidora. Su propio curso se había alterado en el preciso instante en que los sistemas de defensa se habían activado. Ahora estaba virando y cambiando de color del rojo al azul, también en el hiperespacio, para dirigirse al punto donde la lenta disipación de la energía de los fragmentos señalaba el lugar en el que se había concentrado toda la potencia de aniquilación del sistema.

Una pantalla plana que el comandante tenía a su izquierda empezó a parpadear, como si un aumento de tensión aún mayor hubiera absorbido energía incluso de los circuitos protegidos. Había un mensaje en ella:

~ ¡Habéis fallado, so capullos!

–¿Qué? –dijo el comandante.

La pantalla parpadeó una vez más y volvió a borrarse.

~ Comandante, aquí la
Regulador de actitud
de nuevo. Como supongo que ya se habrá percatado, hemos fallado.

–¿Qué? ¡Pero...!

~ Mantenga todos los sistemas de defensa y los sensores en estado de máxima alerta. Programe el punto de degradación significativa de los sensores a una semana de distancia. No los necesitaremos más allá.

–Pero, ¿qué ha pasado? ¡Si le hemos dado!

~ Yo avanzaré para ocupar el hueco abierto por el ataque en nuestras defensas. Prepare todas las naves disponibles para un despertar inmediato. Puede que tenga que activarlas dentro de un día o dos. Complete las pruebas de los Desplazadores. Utilice una nave real si es necesario. Y realice una comprobación total de sistemas de nivel cero en sus propios equipos. Si la nave ha sido capaz de insertar un mensaje en su consola de mando, ha podido realizar otros trucos más preocupantes.

El comandante golpeó la consola con un tentáculo.


¿Qué
está pasando? –rugió–. Hemos dado a ese bastardo, ¿no?

~ No, comandante. Hemos "dado" a alguna lanzadera o módulo. Algo más rápida y mejor equipada que el tipo medio que una nave así llevaría en condiciones normales, pero construida posiblemente de camino aquí con esta estratagema en mente. Ahora sabemos por qué se mostraba tan educadamente tranquila en su aproximación.

El comandante escudriñó las pantallas holográficas mientras manipulaba los aumentos y las profundidades de campo.

–Entonces, ¿dónde demonios
está?

~ Déme el control del escáner primario, comandante, solo un momento, ¿quiere?

El comandante, furioso, titubeó un instante en su traje y entonces dio la orden a su lugarteniente con los apéndices oculares.

La segunda esfera holográfica se convirtió en un estrecho cono oscuro que giró hasta que la parte ancha estuvo apuntando hacia el techo. Miseria resplandecía en el mismo vértice del otro extremo de la proyección, mientras que la pantalla de sistemas de defensa había quedado reducida a una diminuta florecilla de luz de colores, cercana al vértice del cono. Al final del extremo ancho había un punto furibundo, casi dolorosamente rojo.

~
Ahí está
la nave
Hora de matar,
comandante. Se puso en marcha casi al mismo tiempo que yo. Por desgracia, es más veloz y posee mayor capacidad de aceleración. Ya nos ha hecho el honor de enviarme copia de la señal que transmitió al resto de la Cultura en el preciso instante en que abrimos fuego sobre su emisaria. Le transmitiré una copia, omitiendo las variadas y venenosas perlas dirigidas específicamente a mi persona. Gracias por dejarme el panel de control. Puede recuperarlo.

El cono se colapsó, convertido de nuevo en una esfera. El último mensaje de la nave traidora desapareció por un extremo de la pantalla plana. El comandante y su lugarteniente se miraron. La pequeña pantalla volvió a iluminarse con otra señal entrante.

~ Oh, ¿y hará usted el favor de ponerse en contacto con el Alto Mando o prefiere que lo haga yo mismo? Será mejor que alguien les comunique que estamos en guerra con la Cultura.

III

Genar-Hofoen despertó con un dolor de cabeza que tardó
minutos
en desaparecer. El control de dolor que necesitaba requería demasiada concentración para que alguien que se encontraba tan mal como él pudiera realizarlo a cabo con rapidez. Se sentía como un niño en una playa con una pala de juguete, tratando de levantar una muralla para contener al mar mientras la marea subía a su alrededor. Las olas seguían llegando y él estaba constantemente apilando arena en las pequeñas brechas que se abrían en sus defensas, y lo peor de todo era que cuanta más arena apilaba, más hondo tenía que cavar y más arriba tenía que arrojarla después. Al cabo de algún tiempo, el agua empezó a rezumar por el fondo de su fuerte y se rindió. Se limitó a inhibir todo el dolor. Si alguien le acercaba una llama a los pies o se pillaba los dedos en una puerta, tendría que aguantarse. No era tan tonto como para sacudir la cabeza, así que imaginó que sacudía la cabeza. Nunca había tenido una resaca parecida.

Trató de abrir un ojo. No parecía tener demasiadas ganas de cooperar. Lo intentó con el otro. No, ese tampoco quería enfrentarse al mundo. Qué oscuro. Era como estar envuelto en una capa negra o algo...

Se estremeció; los dos ojos se le abrieron al instante, doloridos y llorosos.

Estaba frente a una especie de pantalla holográfica de grandes dimensiones. Espacio; estrellas. Bajó la mirada y descubrió que le costaba mover la cabeza. Lo habían sentado en una silla grande, muy cómoda pero también muy segura. Estaba forrada de una especie de piel suave, ligeramente reclinada y despedía un aroma muy agradable, pero tenía unos grandes aros acolchados que lo sujetaban por antebrazos y tobillos. Una barra igualmente forrada de piel le inmovilizaba la parte inferior del abdomen. Trató de mover la cabeza una vez más. Estaba dentro de una especie de casco, abierto por la parte delantera, que parecía unido al respaldo de la silla.

Miró a un lado. Pared cubierta de piel; madera barnizada. Un panel o pantalla que mostraba lo que parecía un cuadro abstracto.
Era
un cuadro abstracto: uno famoso. Lo reconoció. Techo negro, luz titilante. Justo delante de la pantalla. Una alfombra en el suelo. Hasta el momento, se parecía mucho al típico módulo de la Cultura. Muy tranquilo, aunque eso no significaba nada. Miró a su derecha.

Había dos asientos idénticos al otro lado del camarote... Probablemente fuera un camarote y, casi con toda certeza, aquel era un módulo de nueve o de doce personas. Como no podía mirar hacia atrás, no podía asegurarlo. El asiento del centro, el que tenía más cerca, lo ocupaba un voluminoso dron, de aspecto bastante anticuado, cuyo cuerpo plano descansaba sobre el cojín. La gente siempre decía que los drones se parecían un poco a las maletas pero a Genar-Hofoen este le recordaba más bien a un trineo de los antiguos. Por alguna razón, daba la impresión de estar contemplando la pantalla. Su campo de aura parpadeaba, como si estuviera experimentando rápidos cambios de humor. Principalmente, mostraban una mezcla de gris, marrón y blanco.

Frustración, desagrado y cólera. Una combinación no demasiado alentadora.

En el asiento más lejano había una preciosa joven que se parecía un poco a Dajeil Gelian. Tenía la nariz más pequeña, los ojos no eran del color correcto y llevaba el pelo peinado de manera diferente. Costaba saber si su figura guardaba algún parecido con la de la otra mujer, porque se encontraba dentro de lo que parecía un traje espacial enjoyado; un traje rígido estándar de la Cultura, con placas de platino o plata e incrustado generosamente de piedras, que desde luego brillaban y resplandecían bajo la luz del techo como si fuesen rubíes, esmeraldas, diamantes y cosas por el estilo. El casco del traje, igualmente incrustado, descansaba en el brazo de su asiento.
Ella
no estaba maniatada al asiento, advirtió.

Tenía una expresión tan grave y severa en el rostro que, seguramente, en cualquier otra persona hubiera provocado una fealdad suprema. En ella resultaba encantadora. Pero probablemente no fuera el efecto que ella deseaba. Decidió arriesgarse a sonreír. El casco abierto que llevaba debía de permitir que la chica lo viera.

–Umm, hola –dijo.

El viejo dron se levantó y se inclinó hacia delante como si lo estuviera mirando. Volvió a dejarse caer sobre el asiento, con los campos de aura apagados.

–No tiene caso –anunció, como si no hubiera oído lo que el hombre acababa de decir–. Estamos atrapados. No hay sitio adonde ir.

La chica del otro asiento entornó sus furibundos ojos azules y fulminó a Genar-Hofoen con la mirada. Cuando habló, su voz era como un estilete de hielo:

–Todo esto es culpa tuya, repugnante montón de basura –dijo.

Genar-Hofoen suspiró. Estaba perdiendo la consciencia de nuevo, pero no le importaba. No tenía la menor idea de quién era aquella criatura pero le gustaba de todos modos.

Volvió la oscuridad.

IV

[punto estrecho intermitente, M32, tra @n4.28.882.4656]

º º VSL
Solo llamadas serias

ª ª Excéntrica
Liquídalos más tarde

ºº

¡Es la guerra! ¡Esos capullos dementes nos han declarado la guerra! ¡Están locos!

ªª

Estaba a punto de llamarte. Acabo de recibir el mensaje de la nave a la que le pedí que visitara Miseria. Esto tiene mala pinta.

ºº

¿Mala? ¡Es una catástrofe, joder!

ªª

¿La chica consiguió llegar hasta el sujeto?

ºº

Oh, lo consiguió, sí, pero pocas horas más tarde el Alto Mando de la Afrenta anunció el inicio de su pequeña guerra. La nave que
Phage
envió a Grada se encontraba a un día de distancia a velocidad de módulo. Decidió que tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo con una misión que desde el principio no había sido demasiado afortunada. Creo que la declaración de guerra fue casi un alivio para ella. Al instante informó a la
Brillo acerado
de su posición y esta le pidió que acudiera a máxima velocidad a una misión desesperada de defensa. Las muy bastardas no querían ni decirme dónde. Tardé varios milisegundos reales en decidirme a contárselo todo a la
Brillo acerad
o y explicarle por qué se encontraba cerca de Grada. Logré convencerla de que el honor de Grada dependía de su silencio. No creo que se vaya de la lengua. Le he dejado muy claro que me lo tomaría muy a mal.

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