Read Exilio: Diario de una invasión zombie Online
Authors: J. L. Bourne
La criatura estaba allí, en el centro de la carretera, y miraba en dirección contraria. En el momento en que he llegado al Escarabajo, se ha oído un poderoso trueno. La criatura se ha agitado y ha mirado a su alrededor, como si buscase al autor del sonido. Monstruo idiota.
He levantado el capó para buscar los cables del motor. He aprovechado el trueno para disimular mientras cortaba cables suficientes para hacer un puente en el estárter del coche familiar. Creo que cada cinco segundos me volvía para ver si la criatura aún no se había percatado de mi presencia. Me he encaminado a la carretera principal donde se hallaban Saien y el Chevrolet. Tras arrancar un último cable del Escarabajo y guardármelo en el bolsillo, he empuñado la pistola y he ido a paso rápido a interceptar a la criatura. Yo estaba en una carretera lateral que salía de la carretera principal. Entonces he oído que Saien gritaba:
—¡Tienes que darte prisa, amigo mío!
La criatura se ha lanzado al trote en dirección a Saien. He tenido que correr para darle alcance. Se movía más rápido que ningún otro muerto viviente que haya visto. No se podía decir que hiciera un sprint, pero era lo bastante rápido como para dejarme como un helado, como habría dicho Saien. Es entonces cuando he descubierto lo difícil que es correr y apuntar bien con una pistola. La criatura se ha mantenido en una especie de seudocarrera con las piernas rígidas, hasta que le he disparado un cartucho con silenciador que se le ha clavado en el hombro y la ha derribado. Me he aprovechado de la situación y he corrido hasta ella con la intención de dispararle a la cabeza. A pesar del hombro destrozado, la cosa se había puesto en pie cual quarterback caído en el campo de juego. Ha gruñido y ha empezado a correr con las piernas rígidas hacia mí. He apuntado con el arma y he vaciado tres cartuchos en su cabeza antes de que se cayera al suelo, retorciéndose.
He corrido hacia Saien, y en el momento de llegar hasta él había perdido de tal modo el resuello que he empezado a ver lucecitas. Ha señalado a la carretera con el dedo y me ha pasado su rifle. Era muy pesado y me ha inspirado todavía más respeto por la constitución de Saien. Está claro que ese hijo de puta tiene que ser muy duro para cargar con esa cosa a lo largo de 1300 kilómetros. He instalado el hipertrofiado AR de 308 en su bípode sobre el capó del Chevrolet y he observado por la mira hasta un kilómetro y medio más allá. Desde detrás de la retícula he alcanzado a ver batallones de criaturas de ésas que avanzaban hacia nosotros por la carretera. La mira era lo bastante potente como para informarme de que no tardaríamos en tener mucha compañía. Le he preguntado a Saien a qué distancia estarían.
—A unos dos mil metros —me ha respondido. Así, como mucho, dispondríamos de treinta o cuarenta minutos. Saien parecía nervioso, así que no me ha parecido que tuviera ningún sentido decirle que uno de los muertos irradiados había estado a punto de abalanzarse sobre él y pegarle un mordisco en el culo cinco minutos antes. A pesar de todo, sabía que el Reaper que aún volaba por el cielo transportaba una bomba guiada por láser de 225 kilogramos. He pensado que en ese grupo había por lo menos cincuenta criaturas. Le he preguntado a Saien qué opinaba.
Se me ha reído a la cara y me ha dicho:
—No, ésos que ves venir deben de ser como mínimo un centenar de infieles...
Mientras yo trabajaba con rapidez, le he explicado a Saien lo que iba haciendo:
—... hay que conectar los cables de ignición al cable de bobina... y el de bobina a...
Saien me ha interrumpido:
—Sí, sí, amigo mío, eso ya lo sé... el extremo positivo al polo positivo de la batería. Tenemos que ir más rápido.
Saien dudaba entre ayudarme con el puente y entretenerse en estimar el número de infieles que se nos acercaban.
—Mil ochocientos metros.
—Recibido.
Le he dicho a Saien que fuese corriendo por mi mochila y sacara el líquido para tratamiento de gasolina que estaba en el bolsillo lateral. El cuadro de instrumentos se había encendido y he visto el indicador de combustible. Me he apresurado a apagar los faros y la calefacción para ahorrar electricidad. He sacado el manual de instrucciones y he llegado a la conclusión de que el coche debía de tener treinta litros de gasolina en el depósito. He calculado en el mínimo tiempo posible que el líquido que habría que echar en el depósito sería algo menos que una cuarta parte de la botella. La gasolina llevaba como mínimo nueve meses en el depósito y debía de tener un año. Como no me ha parecido que pudiera estar muy deteriorada, he echado tan sólo una octava parte del líquido de la botella en el depósito. Lo he hecho con suma rapidez y he agitado el vehículo de un lado para otro, a fin de que el líquido se mezclara lo más equitativamente posible con la gasolina.
Mientras yo leía «hay que esperar una hora antes de iniciar la combustión» en la etiqueta de la botella, Saien me ha pegado un grito:
—Mil quinientos metros.
No nos quedaba ni una hora. Saien no me ha respondido cuando le he preguntado cómo pintaba la cosa. Ha negado con la cabeza y no ha despegado el ojo de la mira. Yo los veía ya con el ojo desnudo. Había lloviznado y ellos seguían pateando escombros en la lejanía. A juzgar por el tiempo que habían tardado las criaturas en recorrer trescientos metros, he calculado que contaríamos con treinta minutos de tiempo útil antes de que la primera oleada nos diese alcance. Me he apresurado a volver a conectar los paneles solares a la batería y los he dispuesto sobre la capota del Chevrolet. Podía ser que treinta minutos no nos valieran para mucho, pero mejor eso que nada.
He encontrado el solenoide del estárter mientras Saien gritaba:
—Mil doscientos metros.
Todo estaba a punto, y todo dependía de que la batería estuviese cargada y el tratamiento de la gasolina funcionara. He recogido frenéticamente mis cosas para estar a punto de huir si el vehículo no arrancaba. Todo estaba en su sitio, salvo los paneles solares de la capota. Si el vehículo no arrancaba, emplearía los minutos que nos quedaban para cargar con la mochila y largarme lo antes posible de esa zona. Saien podría hacer bien poco con su rifle de francotirador. Con un cargador de diecinueve cartuchos y un cañón de veinticuatro pulgadas, el.308 no lograría detener lo que se nos venía encima. No había pieza de artillería inferior a un cañón GAU que pudiera salvarnos.
He empezado a recoger las cosas de Saien para cargarlas en la parte de atrás del vehículo, donde pudiéramos agarrarlas con facilidad, y entonces me ha dicho que le dejara su mochila a los pies y que él mismo se encargaría de ella.
—Mil metros.
Las criaturas no estaban a más de un kilómetro de distancia y caminaban hacia nosotros por la carretera. He sentido una extraña energía en el aire y he creído oírlos aplastar escombros y avanzar como una división de tanquistas vivientes, obsesionados con destrozarlo todo. He abierto la mochila, he sacado los prismáticos y me los he colgado al cuello. He limpiado con la camiseta el sudor y la porquería que se habían adherido a sus lentes, y he contemplado la quinta dimensión del infierno a través de ellos.
Las criaturas avanzaban con relativa celeridad y se movían en zigzag por la carretera, como si quisieran recorrerla entera en busca de algo. Está claro que no era ése el motivo, pero, de todos modos, las criaturas se movían con alguna intención. Me he dejado los prismáticos colgados del cuello, he desconectado los paneles solares y he vuelto a conectar el cuadro de instrumentos. Entonces he terminado la conexión entre el estárter y la electricidad, y el coche ha dado un par de sacudidas, pero no ha arrancado.
Tan sólo habían pasado veintipocos minutos desde que le había echado el aditivo. He desconectado la electricidad y he vuelto a conectar los paneles solares para recuperar, por lo menos, una parte de lo que había perdido en el intento de arranque.
—Setecientos cincuenta metros.
Hablaba con voz más fuerte, y se notaba más nervioso que la última vez. He empuñado los prismáticos y he echado otra mirada. Parecía que las criaturas se hallaran en estados diversos de descomposición, pero no tan avanzada como habría sido de esperar. Se veían relativamente recientes, no como algo que llevase nueve o diez meses muerto. Como a eso se sumaba que se movían con mayor rapidez que los muertos vivientes que había encontrado antes, he llegado a la conclusión de que el explorador (por así decirlo) radiactivo que yo había neutralizado antes había sido tan sólo el primero. Un río de mortíferos muertos vivientes venía hacia nosotros.
He examinado y vuelto a examinar el M-4 en tres ocasiones y he probado los bips del dispositivo láser en el momento en el que Saien me gritaba:
—Quinientos metros.
Ya los oía. Sus gemidos lastimeros y sus aberrantes sonidos se oían cada vez con mayor fuerza. No podía dejar de mirarles. He visto por los lentes que examinaban un coche abandonado por si encontraban algo de comida y luego pasaban al siguiente. El coche que se encontraba un trecho de carretera más allá ha sufrido sacudidas de un extremo a otro cuando el ejército ha pasado de largo tropezando con él. Saien se ha agachado para abrir su mochila y ha empezado a sacar algo que llevaba dentro. No he tenido tiempo para preguntarme qué sería lo que quería hacer, pero sí sabía que Saien no podría contener a los muertos vivientes con su arma.
Entonces ha empezado a disparar.
Le he gritado y le he preguntado qué coño hacía.
—Me cargo a los más rápidos.
Le he dicho que dejase de disparar de una puta vez, ya que no conseguiría más que confirmarles que nos encontrábamos allí. Pienso que era yo quien tenía razón, porque el sonido que nos llegaba a los oídos ha cambiado de tono después de que se hayan acallado los ecos de su último disparo.
—¡Trescientos cincuenta metros!
He sacudido el vehículo varias veces seguidas con el hombro, porque me ha parecido que así el líquido para tratamiento de gasolina actuaría con mayor rapidez en el depósito. Las criaturas estaban lo bastante cerca como para dispararles con el rifle. Me he decidido a recurrir al Reaper. Era nuestra única esperanza de ganar tiempo mientras el liquido de tratamiento hacía su efecto. He empleado los prismáticos para calcular la distancia, y a fin de confrontar mis estimaciones con las de Saien, he enfocado a las criaturas. Al verlas a través del cristal, me he dado cuenta de que la estimación de Saien acerca del número de criaturas que venían hacia nosotros era más ajustada a la realidad que la mía.
He activado el láser... Biip... biip... biip...
... un tono constante. La llovizna y el sudor me resbalaban por la frente y se me metían en el ojo, y me provocaban escozor mientras me esforzaba por apuntar con el láser a cincuenta metros por detrás de la masa frontal de criaturas.
Por un instante, me ha parecido ver el proyectil que descendía siguiendo una trayectoria balística hasta la masa de criaturas. La explosión ha sacudido la tierra a doscientos metros de distancia del coche, y la mayor parte de las criaturas han caído a tierra.
Le he gritado a Saien que se lo explicaría más tarde, y él ha asentido y ha vuelto a agacharse sobre la mochila. No ha dejado de observar por la mira del rifle de francotirador, mientras yo, una vez más, intentaba arrancar el coche. He observado a la multitud y he calculado que por lo menos cincuenta de las criaturas volvían a ponerse en pie y avanzaban una vez más hacia nosotros. He repetido el procedimiento para realizar el puente y lo he revisado todo para asegurarme de que todos los cables y extremos estuvieran conectados.
—¡Ciento cincuenta metros! ¡Rápido!
Saien se había puesto muy nervioso y me ha transmitido su violenta emoción. Las manos me han comenzado a temblar mientras examinaba los cables y conectaba la corriente al cuadro de instrumentos. Saien ha arrojado su rifle al asiento de atrás, ha metido las manos en la mochila y ha sacado un MP5 con silenciador.
Entonces me ha dicho con su acento del Próximo Oriente:
—¡Arranca el coche, Kilroy!
He conectado la corriente al cuadro de instrumentos y he arrancado de nuevo el coche, empleando probablemente en ello hasta la última pizca de corriente eléctrica que quedaba en la batería. El coche ha pegado una sacudida, dos, y, a la tercera, el motor ha arrancado. El sonido más melodioso que haya oído en mi vida. He pisado hasta el fondo el pedal para poner en marcha el motor, con la idea de que así se aceleraría la carga de la batería. He saltado del coche, he cogido los paneles solares y los he arrojado a los asientos de atrás, encima de las cosas de Saien.
En cuanto me he acomodado en el asiento del conductor, Saien ha abierto fuego contra los muertos vivientes que se acercaban. Yo ya tenía la pistola sobre las rodillas con cargadores extra a punto. He puesto la marcha atrás, he empezado a retroceder y le he dicho a Saien que lo dejara y que entrase dentro del coche.
Ha actuado como si no me oyera, porque disparaba sin cesar contra los muertos vivientes. Liquidaba siempre al más rápido, pero sólo para que otro también rápido ocupara su lugar. Las criaturas estaban ya muy cerca. Nos iban a arrollar en pocos segundos si Saien no subía al coche. Le he gritado con todas mis fuerzas. Le he amenazado con abandonarle si no dejaba lo que estaba haciendo.
Finalmente ha salido de su ensimismamiento, ha disparado un último cartucho a un muerto viviente de los veloces que se hallaba a menos de quince metros de nuestro coche y ha saltado al automóvil en marcha. He acelerado con los ojos puestos en el retrovisor y he dejado atrás a las criaturas. Casi alelado, le he hecho un comentario a Saien sobre la velocidad que podían alcanzar esas criaturas.
Me ha respondido con dureza:
— Eso no es rapidez, amigo mío.
No me ha hecho más comentarios, y a decir verdad, yo tampoco quería oírlos.
He girado con el coche, he puesto la marcha adelante y he pisado el pedal hasta el fondo para escapar de la multitud que avanzaba. El sol estaba bajo y teníamos que encontrar un sitio para aparcar el vehículo. Mientras íbamos en el coche, Saien me ha contado que vio al C-130 arrojar el paracaídas, y que me observó mientras manipulaba el equipamiento y entraba en la casa abandonada donde había reorganizado mis cosas. Llevaba tiempo siguiéndome la pista. Saien no me ha dicho nada concreto sobre su supervivencia, y tampoco sobre el tiempo que pasó en Afganistán. El lanzamiento de bombas desde el avión no tripulado Reaper que yo mismo había activado con el láser no ha salido en la conversación, pero parece un hombre lo bastante inteligente como para que no se le escape algo de esa magnitud. He mirado sin cesar los indicadores del motor y el combustible para estar seguro de que este viejo coche aguantará durante su viaje hacia el sur.