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Authors: Jude Watson

Experimento maligno

BOOK: Experimento maligno
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Una malvada científica está secuestrando y torturando Jedi para encontrar el secreto oculto tras la Fuerza. Nubla sus sentidos, estudia sus reacciones para acabar desangrándoles hasta la muerte. Qui-Gon Jinn es ahora su prisionero. Obi-Wan Kenobi busca desesperadamente a su Maestro. Mientras tanto, Qui-Gon debe enfrentarse a una de las enemigas más peligrosas que haya encontrado jamás. Su supervivencia depende de ello.

Jude Watson

Experimento maligno

Aprendiz de Jedi 12

ePUB v1.0

LittleAngel
01.11.11

Título Original:
Jedi Apprentice: Evil Experiment

Año de publicación: 2003

Editorial: Alberto Santos Editor

Traducción: Virginia de la Cruz Nevado

ISBN: 84-95070-12-X

Capítulo 1

Escuchó un sonido, pero apenas era un vago murmullo sordo. Tenía los ojos abiertos, y, sin embargo, no veía más que vapor. Estaba mojado, pero no estaba sumergido en agua. Y dado que no podía fiarse ni de sus ojos ni de sus oídos, decidió centrarse en el dolor.

Buscó su ubicación y midió su intensidad. Lo sentía en la parte izquierda del pecho, por encima del corazón, y le subía hasta el hombro. No era un dolor cegador, sino más bien algo constante, como una quemadura que llegaba hasta el músculo y el hueso.

Y le indicaba que seguía vivo.

Intentó mover el brazo derecho. La ligera contracción del músculo y el esfuerzo requerido parecían demasiado. Rozó algo suave con los dedos. Lo tocó lentamente, palpándolo de arriba abajo. Movió el otro brazo y extendió la mano. También se encontró con un muro sólido. Le rodeaba por todas partes. Llegó a la conclusión de que estaba atrapado. Una punzada de pánico le recorrió cuando se dio cuenta de que no recordaba por qué estaba allí. Qui-Gon asumió ese temor y dejó que se disipara. Respiró profundamente.

Era un Caballero Jedi. No tenía ni su sable láser ni su cinturón, pero seguía contando con la Fuerza.

No estaba solo.

Mientras respiraba, Qui-Gon llevó su mente a la tranquilidad. Se dijo que su memoria acabaría por volver. No iba a esforzarse por ello. No la necesitaba para vivir el momento presente.

Se concentró en lo que le rodeaba. Poco a poco, se dio cuenta de que se encontraba en una sala transparente. La razón por la que se sentía mareado y raro era porque estaba colgado bocabajo. Le rodeaba una nube gaseosa que, de alguna manera, le mantenía flotando en el tanque. No podía distinguir el exterior a través del vapor. Se agitó para cambiar de postura, pero un dolor intenso le atravesó el hombro hacia el costado. Las heridas de láser eran engañosas. Pensabas que el tejido se estaba regenerando, y entonces la herida te llevaba la contraria; si intentabas moverte demasiado rápido, demasiado...

Herida de láser.

Los recuerdos comenzaron a volver.

Estaba en la ladera de una montaña con su padawan, Obi-Wan Kenobi. Estaban intentando proteger a su amigo Didi Oddo y a la hija de Didi, Astri. La cazarrecompensas había disparado a Didi, que había caído...

¡Didi!

...y Obi-Wan había dado un impresionante salto para derribar a la cazarrecompensas, que intentó una última maniobra a la desesperada, arrojándole una vibrocuchilla a Astri. Su padawan la había atrapado al vuelo. Qui-Gon recordó lo orgulloso que se había sentido al ver la habilidad de Obi-Wan, cómo había calculado el tiempo y cómo había empleado la Fuerza para atrapar aquel instrumento letal y giratorio por la empuñadura y no por la hoja.

La cazarrecompensas supo en ese momento que había sido derrotada. Activó un cable que la arrastró montaña abajo hasta su nave. Qui-Gon la había seguido. Acababa de saltar a la rampa de aterrizaje cuando ella le disparó. Recordó su sorpresa al sentir el intenso calor en el pecho, recordó que cavó hacia el interior de la nave, recordó la rampa cerrándose tras él. Y casi podía oír el grito de Obi-Wan.

Había dejado a su padawan en un planeta remoto con Didi herido (
que esté herido, por favor, y no muerto
) y una chica.

Qui-Gon se sacudió de nuevo, y la herida le dolió profundamente.

De repente escuchó una voz femenina, amplificada en el interior del tanque.

—Quizás estés experimentando un poco de dolor. Es por la herida del pecho. Ya te la han curado. Sobrevivirás.

—¿Quién eres? —preguntó Qui-Gon.

—Eres el sujeto de un experimento —prosiguió la voz amablemente—. No voy a hacerte daño, sólo a estudiarte.

—¿Qué quieres decir con que no seré dañado? ¡Estoy encerrado! —protestó Qui-Gon.

—Recibirás buen trato.

—¡Estoy aquí contra mi voluntad! ¿Quién eres? ¿Dónde estoy?

La voz no respondió. En lugar de eso, un aparato entró en la sala. En un extremo tenía una jeringuilla. Qui-Gon intentó alejarse, pero no podía moverse. La aguja se introdujo en su cuello. Vio cómo su sangre bajaba por un tubo transparente. La jeringuilla se retiró. Lentamente, su cuerpo se dio la vuelta hasta volver a ponerse boca arriba.

Se sintió mareado de nuevo, pero supo que se le pasaría. Reunió fuerzas, esperando a que pasara el mal trago.

En cuanto se sintió un poco mejor, apretó los dientes para soportar el dolor y se impulsó con los pies. Pero no lo hizo con la suficiente fuerza, y rebotó contra el material transparente. Golpeó con el puño cerrado, pero no consiguió nada. El material no se inmutó. No se movió ni un milímetro.

—Pero vamos a ver, ¿te parece bonito? —exclamó la voz—. Ya no eres un niño.

—¡Soy un Caballero Jedi! —gritó Qui-Gon.

—Precisamente por eso. Tu vida es una vida de sacrificio, ¿no? —la voz no esperó a que respondiera—. Ahora serás útil para la galaxia. Mucho más que yendo de planeta en planeta, agitando tu sable láser. Te estoy haciendo un favor. Ahora podrás demostrar de verdad tu nivel de compromiso, ¿Cuántos Jedi pueden decir lo mismo? Así que relájate. Vamos a ver un poco de esa meditación Jedi.

De repente, la nota irónica de divertimento en la voz le resultó familiar a Qui-Gon. ¡Claro! Mientras le volvía la memoria, regresaron sus sospechas.

Era prisionero de Jenna Zan Arbor.

La brillante científica de apariencia tan perfecta a primera vista. La investigadora que había salvado poblaciones enteras del hambre y las epidemias. Y, sin embargo, siempre sospechó que ella estaba detrás del complot para matar a Didi. Le alegró ver que la intuición no le había fallado.

Por desgracia, ahora era su prisionero.

Y no le había confiado sus sospechas a Obi-Wan. El chico no iba a saber dónde buscar, de quién sospechar.

—Jenna Zan Arbor, no podrás esconderte de los Jedi —dijo él, con la misma fría tranquilidad que ella.

—Ah, ya sabes quién soy. Estoy impresionada. ¡Menudo espécimen! No hace sino demostrar que mi elección fue correcta. Te he investigado, Qui-Gon Jinn. He averiguado que eres un apreciado Caballero Jedi, con gran control de la Fuerza. Eres perfecto para lo que necesito.

—¿Y qué necesitas? —preguntó Qui-Gon.

Escuchó su risa irónica, áspera.

—Todo a su tiempo, Qui-Gon. Ve diciéndole adiós a tu vida anterior. Ahora eres mío.

Capítulo 2

Obi-Wan Kenobi contempló el suelo. Era un cambio. Llevaba horas mirando a la pared. Estaba en el centro médico del Templo Jedi. Obi-Wan no tardó en darse cuenta de que Didi necesitaba los mejores cuidados de la galaxia. Astri y él habían traído hasta allí a Didi, hablándole sin cesar durante el viaje, a pesar de que había quedado inconsciente casi al principio.

Los médicos y sanadores ingresaron a Didi rápidamente en una sala interna. Sólo habían salido para decirle a Obi-Wan y a Astri que Didi seguía vivo, y que tenían esperanzas.

Durante la larga noche, Bant había permanecido a su lado, además de Garen, sus mejores amigos en el Templo. Bant no habló, pero de vez en cuando le daba la mano. Estuvieron sentados toda la noche, esperando que les dijeran algo. Finalmente, envió a sus amigos a desayunar. Él no podía comer. No podía dormir.

Didi luchaba por su vida en la habitación contigua. ¿Y Qui-Gon? ¿Estaría su Maestro vivo o muerto?

Está vivo
, se dijo Obi-Wan con vehemencia.
Está vivo porque tiene que estar vivo
.

Había visto que el disparo láser había golpeado a su Maestro en el pecho, cerca del corazón. Le había visto tambalearse y caer. Pero Qui-Gon tenía una sorprendente reserva de fuerza. Aunque fuera prisionero de la cazarrecompensas, se las arreglaría para mantenerse con vida hasta que Obi-Wan le encontrara. La cazarrecompensas no le dejaría morir.

Se lo repitió a sí mismo una y otra vez; pero cuando recordó el rostro impasible y la despiadada actitud en la lucha de aquella mujer, se desesperó.

Y yo aquí sentado. Esperando.

Había informado a Yoda y a Tahl, la Jedi que coordinaba la búsqueda de Qui-Gon. Les había contado todo lo que sabía. Pero no les había podido decir hacia dónde huyó la cazarrecompensas. No sabían quién la había contratado para seguir a Didi. No sabían por qué. Ni siquiera sabían su nombre. Había demasiadas preguntas. Y la vida de Qui-Gon pendía de un hilo.

Yoda había designado varios equipos para investigar la desaparición de Qui-Gon. Tahl estaba intentando descifrar el código del datapad de Jenna Zan Arbor, y también buscaba pistas que le llevaran a la identidad y el paradero de la misteriosa cazarrecompensas. Se estaba haciendo todo lo posible. Todos los recursos de los Jedi se estaban destinando a la búsqueda de Qui-Gon. Excepto Obi-Wan. Él sólo podía estar sentado.

—¿Te has aprendido ya el suelo de memoria?

La voz de Astri irrumpió en sus pensamientos. La chica le sonreía débilmente.

—Porque yo sí. Hay veintisiete losetas de piedra de aquí a la pared.

—No creo que quede mucho —le dijo Obi-Wan.

Ella suspiró y se apoyó en las rodillas, juntando las manos. Astri era alta y delgada, con una larga melena negra azabache. Era mayor que Obi-Wan y había regentado el Café de Didi junto con su padre. Obi-Wan no la conocía muy bien, pero lo suficiente para saber que no le gustaba mostrar debilidad o cariño. La visión de su padre abatido por un disparo la había dejado destrozada. Intentar ocultar la conmoción y la desesperación era superior a sus fuerzas.

—No llegué a conocer a mis padres biológicos —dijo Astri mirando al suelo—. Alguien me abandonó en el Café de Didi. Él me adoptó.

—No lo sabía —dijo Obi-Wan.

—Creo que la persona que me dejó allí debía de quererme bastante —prosiguió Astri en voz baja—. Quiso que Didi fuera mi padre. Sabía que él no iba a entregarme a las autoridades para que el Gobierno me diera en adopción. Sabía que su corazón se derretiría al ver a aquel bebé. Y así fue. Tuve suerte.

—Sí, ya lo veo —dijo Obi-Wan—. A veces vas a parar al hogar al que realmente perteneces —era así cómo se sentía él con el Templo. Y con Qui-Gon.

Ella se giró para mirarle, con el dolor ensombreciendo sus negros ojos.

—Estoy segura de que Qui-Gon está bien. Él es fuerte. Le conozco de toda la vida, Obi-Wan. Sé que es realmente fuerte.

Obi-Wan asintió. Si Qui-Gon estuviera muerto, él lo habría sabido. Lo habría presentido.

—Sé que quieres ir a buscarle. Gracias por quedarte aquí conmigo.

—No sabría por dónde empezar —confesó Obi-Wan—. No sabemos por qué contrataron a la cazarrecompensas.

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