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Authors: Nicholas Sparks

Fantasmas del pasado (12 page)

BOOK: Fantasmas del pasado
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—Entiendo —repuso él.

—Y ahora, si me disculpa, señor Marsh, me voy a trabajar. Recuerde que aunque la biblioteca está abierta hasta las siete, la sala de los originales cierra a las cinco.

—¿Incluso para los amigos?

—No, mis amigos se pueden quedar todo el tiempo que quieran.

—Entonces, ¿nos vemos a las siete?

—No, señor Marsh, nos vemos a las cinco.

Jeremy se echó a reír.

—Quizá mañana me permitas quedarme hasta más tarde.

Ella enarcó una ceja sin contestar, y acto seguido se dirigió hacia la puerta.

—¿Lexie?

—¿Sí? — dijo al tiempo que se daba la vuelta.

—Gracias por tu inestimable ayuda.

Ella le ofreció una deliciosa sonrisa inocente.

—No hay de qué.

Jeremy se pasó las siguientes dos horas examinando con detenimiento la información referente al pueblo. Revisó los libros página por página, fijándose en las fotografías y leyendo las secciones que consideraba apropiadas.

Gran parte de la información cubría los primeros tiempos de la historia de la localidad, y se dedicó a anotar los comentarios que consideraba relevantes en el bloc de notas que tenía a mano. Obviamente, en ese momento no estaba seguro de qué datos eran más relevantes; todavía era demasiado pronto para saberlo, y por ese motivo pronto llenó un par de páginas con sus anotaciones.

Por su experiencia había aprendido que la mejor forma de analizar una historia como ésa era empezar por lo que sabía, así que… ¿qué era lo que sabía? Que el cementerio había estado en activo durante más de un siglo sin ninguna prueba de las luces misteriosas. Que las luces aparecieron por primera vez hacía cien años, y que desde entonces se podían ver con considerable frecuencia, pero sólo cuando había niebla. Que mucha gente las había visto, así que no era posible que fueran fruto de la imaginación de unos pocos iluminados. Y por último, que en esos momentos el cementerio se estaba hundiendo.

Después de un par de horas de trabajo intensivo, todavía no tenía claro por dónde empezar. Como en la mayoría de misterios, la historia parecía un rompecabezas con muchas piezas dispares. La leyenda, tanto si Hettie había lanzado la maldición sobre el pueblo como si no, era esencialmente un intento de unir algunas piezas con el fin de obtener una explicación comprensible. Pero puesto que la leyenda contenía en su base determinados datos falsos, eso significaba que no se estaban teniendo en consideración algunas piezas —fueran cuales fuesen—; lo cual, obviamente, quería decir que Lexie estaba en lo cierto. Tendría que leerlo todo para no perder ningún detalle importante.

De hecho, ésa era la parte que más le gustaba. La búsqueda de la verdad resultaba a menudo más divertida que el acto de escribir la conclusión definitiva, y por eso Jeremy se concentró absolutamente en la labor. Descubrió que Boone Creek fue fundado en 1729, por lo que era una de las localidades más antiguas del estado, y que durante mucho tiempo no fue nada más que una diminuta aldea mercantil asentada en la confluencia del río Pamlico y del afluente Boone. Más tarde, en ese mismo siglo, se convirtió en un puerto de pequeña envergadura dentro del sistema de transporte fluvial, y el uso de los barcos de vapor a mediados del siglo xix aceleró el auge del pueblo. Hacia finales del siglo xix, la fiebre del ferrocarril llegó hasta Carolina del Norte, y entonces talaron infinidad de bosques y excavaron canteras. De nuevo el pueblo sufrió cambios debido a su emplazamiento, que lo convertía en una puerta de acceso a la zona conocida como la Barrera de Islas. Después de ese período, la localidad creció en consonancia con la economía del resto del estado, aunque la población se mantuvo estable después de 1930. En los censos más recientes, la población del condado había disminuido, lo cual no sorprendió a Jeremy en absoluto.

También leyó la sección sobre el cementerio en el libro de historias de fantasmas. En esa versión, Hettie maldijo el pueblo, no porque hubieran trasladado los muertos del cementerio, sino por el percance que se originó al negarse a ceder el paso a la esposa de uno de los comisionados que se acercaba en dirección opuesta. Se escapó del arresto porque todos la consideraban una figura casi espiritual en Watts Landing, pero unos cuantos elementos racistas de la localidad decidieron tomarse la justicia por sus propias manos y provocaron grandes destrozos en el cementerio de los negros. Indignada, Hettie maldijo el cementerio de Cedar Creek y juró que sus antepasados trincharían los campos del cementerio hasta que la tierra acabara por engullirlo.

Jeremy se acomodó en la silla, pensativo. Tres versiones completamente distintas de esencialmente la misma leyenda. Se preguntó qué quería decir.

Lo más curioso era que el escritor del libro —un tal A. J. Morrison— había añadido una apostilla en cursiva afirmando que el cementerio de Cedar Creek ya había empezado a hundirse. Según los estudios realizados, el cementerio se había hundido aproximadamente unos tres palmos. El autor no ofrecía ninguna explicación del fenómeno.

Jeremy buscó la fecha de publicación. El libro había sido escrito en 1954, y por el aspecto que tenía el cementerio en la actualidad, supuso que se había hundido por lo menos otro metro desde entonces. Garabateó una nota para acordarse de buscar estudios sobre los terrenos del cementerio en ese período y también más recientes. Sin embargo, mientras iba asimilando la información, no podía evitar mirar de vez en cuando hacia la puerta por encima del hombro, para ver si Lexie regresaba.

Mientras tanto, en el campo de golf del pueblo, el alcalde se hallaba en el
fairway
del
tee
del hoyo 14, con el móvil pegado a la oreja y con un porte de estar sumamente interesado en lo que un interlocutor le estaba contando. La cobertura era francamente mala en esa parte del país, y el alcalde se preguntó si alzando su hierro cinco por encima de la cabeza canalizaría mejor el mensaje.

—¿Y dices que estaba en el Herbs? ¿Hoy al mediodía? ¿Has dicho
Primetime Live
?

Asintió, fingiendo no ver cómo su amigo, que a su vez fingía buscar dónde había ido a parar la pelota que acababa de lanzar, apartaba la pelota con el pie de detrás de un árbol hasta colocarla en una posición más conveniente.

—¡La encontré! — exclamó el sujeto, y empezó a prepararse para el siguiente lanzamiento.

El amigo del alcalde hacía esa clase de cosas todo el tiempo, lo que francamente no molestaba demasiado al alcalde, ya que él habría hecho exactamente lo mismo. De otro modo no habría sido posible mantener la holgura de sus tres hándicaps.

Entretanto, mientras su interlocutor terminaba de relatarle el chisme, su amigo lanzó la pelota entre los árboles otra vez.

—¡Maldita sea! — gritó. El alcalde no le hizo caso.

—Vaya, vaya, qué interesante —profirió el alcalde mientras empezaba a maquinar un sinfín de posibilidades—. Me alegro de que me hayas llamado. Cuídate mucho, sí, adiós.

Cerró la tapa del móvil justo en el instante en que su amigo se acercaba a él.

—Espero que tenga más suerte la próxima vez.

—Yo no me preocuparía demasiado —dijo el alcalde, todavía pensando en los últimos eventos que habían tenido lugar en la localidad—. De todos modos, seguro que acabarás colocando la pelota donde te dé la gana.

—¿Con quién hablabas?

—Con el destino —anunció—, y si jugamos bien esta partida, puede que sea definitivamente nuestra salvación.

Dos horas más tarde, justo cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las copas de los árboles y las sombras empezaban a propagarse a través de la ventana, Lexie asomó la cabeza por la sala de los originales.

—¿Qué tal? ¿Cómo va?

Jeremy la miró por encima del hombro y sonrió. Se separó de la mesa y se pasó la mano por el pelo.

—Muy bien; estoy aprendiendo bastantes cosas.

—¿Ha dado con la respuesta mágica?

—No, pero me estoy acercando; lo presiento.

Ella entró en la estancia.

—Me alegro, pero tal y como le indiqué antes, suelo cerrar esta sección a las cinco para poder hacerme cargo del numeroso grupo de personas que viene a la biblioteca después de la jornada laboral.

Jeremy se levantó de la silla.

—No te preocupes; de todos modos empiezo a sentirme un poco cansado. Ha sido un día muy largo.

—¿Volverá mañana por la mañana?

—Sí, eso es lo que pensaba hacer. ¿Por qué?

—Bueno, normalmente coloco todos los libros en las estanterías al final del día.

—¿Te importaría hacer una excepción con esta pila de libros por el momento? Seguramente tendré que volver a consultarlos prácticamente todos.

Lexie se quedó pensativa unos instantes.

—De acuerdo, supongo que por una vez no pasa nada. Pero que conste que si no aparece mañana a primera hora, pensaré que es usted un caradura.

Jeremy alzó la cabeza con aire solemne.

—Te prometo que no te fallaré. No soy de esa clase de hombres.

Ella esbozó una mueca de fastidio al tiempo que pensaba: «Eso es lo que dicen todos». No obstante, tenía que admitir que el tipo era perseverante.

—Estoy segura de que eso es lo que les cuenta a todas las chicas, señor Marsh.

—No —aclaró él, inclinándose hacia la mesa—. Lo cierto es que soy un hombre muy tímido, casi un ermitaño, de verdad. Apenas salgo de casa.

Ella se encogió de hombros.

—Si usted lo dice… Como periodista de la gran ciudad, suponía que debía de ser el típico mujeriego.

—¿Y eso te molesta?

—No.

—Mejor, porque, como ya debes de saber, las apariencias a veces engañan.

—Oh, ya me había dado cuenta.

—¿Ah, sí?

—Sí —repuso ella—. Cuando le vi por primera vez en el cementerio, pensé que se disponía a asistir a un entierro.

Capítulo 5

Quince minutos más tarde, después de conducir por una carretera asfaltada que dio paso a un camino de gravilla —por lo visto, a los del pueblo les encantaban los caminos de gravilla—, Jeremy aparcó el coche en medio de una ciénaga, justo delante de un cartel pintado a mano que anunciaba los búngalos de alquiler de Greenleaf Cottages. En esos momentos recordó que jamás debía fiarse de las promesas de las Cámaras de Comercio locales.

Definitivamente, el lugar no tenía nada de moderno. Quizá se podría haber considerado moderno treinta años atrás. En total divisó seis pequeños búngalos en fila dispuestos a lo largo del margen del río. Con la pintura ajada, las paredes erigidas con tablones de madera y el techo de hojalata, las casitas estaban conectadas entre sí a través de unos pequeños senderos descuidados que confluían en un camino más ancho que conducía a un búngalo central, el cual debía de albergar la oficina de recepción, pensó Jeremy. Tenía que admitir que el paisaje era bucólico, pero de rústico sólo debía de tener lo referente a los mosquitos y a los caimanes, y ninguno de esos dos bichos despertaba en él tanto interés como para querer pasar unos cuantos días allí encerrado.

Mientras se preguntaba si valía la pena entrar y confirmar su reserva —había pasado por delante de una cadena de hoteles en Washington, a unos cuarenta minutos de Boone Creek—, oyó el ruido del motor de un coche que se acercaba por la carretera y vio un Cadillac de color granate que se dirigía hacia el lugar donde estaba él, brincando sobre los numerosos baches. El automóvil se detuvo justo detrás de su coche, con un frenazo tan brusco que levantó una enorme nube de polvo y de gravilla.

Un tipo orondo y medio calvo salió disparado por la puerta, con semblante nervioso. Iba ataviado con unos pantalones verdes de poliéster y un jersey de cuello alto de color azul, por lo que parecía como si hubiera elegido la ropa a ciegas.

—¿Señor Marsh?

Jeremy lo miró sorprendido.

—¿Sí?

El individuo bordeó el coche y se le acercó. Todo lo referente a ese sujeto parecía estar en una moción acelerada.

—¡Qué suerte que le haya encontrado! ¡Qué ganas tenía de verle! ¡No se puede ni imaginar lo contentos que estamos con su visita!

Parecía visiblemente alterado. Extendió el brazo y le propinó un vigoroso apretón de manos.

—¿Nos conocemos? — inquirió Jeremy.

—No, no, por supuesto que no —dijo riendo el individuo—. Soy Tom Gherkin, el alcalde de Boone Creek. Pero por favor, llámeme Tom. — Volvió a reír—. Sólo quería darle personalmente la bienvenida a nuestra ilustre localidad. Perdón por mi apariencia, pero es que vengo directamente del campo de golf. Tan pronto como me he enterado de que usted estaba aquí, me he dicho: «Tom, no hay ni un minuto que perder». Aunque de haber sabido que tenía la intención de pasar por Boone Creek, lo habría organizado todo para recibirlo con todos los honores en mi despacho consistorial.

Jeremy lo observó con detenimiento, todavía aturdido. Por lo menos eso explicaba el modo en que iba vestido.

—¿Usted es el alcalde?

—Sí, señor. Desde 1994. Es una tradición familiar. Mi padre, Owen Gherkin, fue alcalde durante veinticuatro años. Mi querido padre siempre mostró un interés especial por el pueblo. Lo sabía todo sobre esta localidad. Pero claro, el trabajo de alcalde es sólo de media jornada; es más bien una posición honoraria. Yo en realidad me dedico más a mis negocios, si quiere que le diga la verdad. Soy el dueño del bazar y de la emisora de radio del pueblo, ya sabe, con los viejos temas de siempre. ¿Le gusta esa clase de música?

—Sí, claro —respondió Jeremy.

—Bien, bien; me lo figuraba. Desde el primer momento en que le he visto, me he dicho: «Aquí tenemos a un hombre que aprecia la buena música». No soporto ese ruido eptoso al que algunos se empecinan en llamar «música» estos días. Me provoca dolor de cabeza. La música debería aplacar el alma. ¿Verdad que me entiende?

—Sí, claro —repitió Jeremy, haciendo un enorme esfuerzo para no perder el hilo.

Gherkin se echó a reír.

—Sabía que me comprendería. Bueno, como le decía, no se imagina lo contentos que estamos de que haya decidido venir para escribir un artículo sobre nuestro querido pueblo. Eso es precisamente lo que necesitamos. Quiero decir, ¿a quién no le gusta una buena historia sobre fantasmas, eh? El tema nos tiene a todos excitadísimos, se lo aseguro. Primero fueron esos muchachos de la Universidad de Duke, luego la prensa local. ¡Y ahora un periodista de la gran ciudad! La historia empieza a ser conocida, y eso es bueno. Mire, justo la semana pasada recibimos una llamada de un grupo de Alabama que quería pasar unos días en el pueblo para realizar la «Visita guiada por las casas históricas» este fin de semana.

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