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Authors: Mathew Stone

Tags: #Juvenil, Ciencia ficción

Fuego mental (15 page)

BOOK: Fuego mental
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—¡Concéntrate! —le gritó el padre Kimber—. Reduce el tamaño del Fuego Mental. ¡Concéntrate! ¡La hermana Uriel no existe! Repítelo en tu mente. ¡La hermana Uriel no existe!

Colette miró fijamente hacia la lengua de fuego, deseando con todas sus fuerzas que la hermana Uriel desapareciera. Durante unos segundos no sucedió nada; si acaso, la espectral figura en llamas creció en tamaño y resplandor.

—¡Concéntrate, Colette! ¡Concéntrate!

Entonces la llama empezó a oscilar y perdió su forma. Ya no tenía la apariencia de una monja vengadora. Ahora era simplemente una bola de fuego que fue encogiendo con rapidez hasta que por fin desapareció.

Colette y Rebecca suspiraron con alivio, y. Marc se acercó corriendo a ellas. Colette estaba pálida y temblaba. La dura prueba mental la había dejado exhausta.

El padre Kimber se puso en pie y miró en dirección al túnel por el que había llegado Marc.

—¿Qué hay en esa galería? —preguntó.

—Colette está muy débil —dijo Rebecca—. ¡Tenemos que sacarla de aquí!

—¿Qué hay en esa galería? —repitió el párroco.

—¿Es que Colette no le importa lo más mínimo? —le reprochó Marc, furioso—. Por allí no hay nada. Es un callejón sin salida.

—Tiene que haber algo —replicó el padre Kimber—. El Fuego Mental está muy cerca.

—No sé de qué está hablando —dijo Rebecca—, aunque no importa… ¡Nosotros nos vamos de aquí!

—¡Ni lo sueñes! —gritó el párroco.

—Intente detenernos —le desafió Rebecca, aunque sus palabras quedaron ahogadas por un grito cuando vio cómo el padre Kimber sacaba un revólver de su chaqueta y les apuntaba con él. Les sonrió con sarcasmo.

—Por favor, no me obliguéis a utilizarlo —dijo—. No quiero haceros daño.

—¡Usted no es párroco! —exclamó Colette.

—Obviamente, no —reconoció Kimber.

—Debí darme cuenta cuando metió la pata con aquello de la Disolución de los Monasterios… —dijo Marc.

—Pero, entonces…, ¿qué hace usted en Saint Michael? —le preguntó Colette, aunque Kimber la ignoró totalmente.

—Ahora vamos a ver qué hay al otro lado de esa galería —dijo.

El Proyecto
Jueves 11 de mayo, 23:40 h

—Ya le he dicho que era un callejón sin salida —dijo Marc cuando llegaron al final del túnel, escoltados a punta de pistola por el falso párroco.

Kimber parecía decepcionado y bajó el revólver.

—Tiene que haber una salida —murmuró—. Todas las triangulaciones apuntan a esta zona.

—¿Qué triangulaciones? —preguntó Colette recordando los mapas y diagramas que había visto en la iglesia.

—Has dicho que podías ponerte en contacta con ese chico…, Williams —dijo Kimber.

—No —le corrigió Colette—. He dicho que oía su voz en mi mente.

—¿La oyes ahora?

—No.

Marc observó con aire pensativo los escombros que bloqueaban el túnel.

—Cuando estuve aquí antes, mi linterna se fundió sin razón aparente.

—Es por el efecto del Fuego Mental, o de lo que sea…, o de quien sea… —dijo Kimber.

—Tuve que usar mi mechero para encontrar el camino de vuelta —continuó Marc.

—¿Un mechero? —preguntó Rebecca—. No habrás empezado a fumar, ¿verdad?

—No seas, boba —dijo Marc—. Lo uso en las clases de química para encender los mecheros Bunsen
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. Bueno, pues cuando lo utilicé en el túnel, la llama empezó a parpadear.

—Como nuestras linternas, sólo que en nuestro caso la causa era electromagnética, y en el tuyo fue que se te acabó el gas.

—No puede ser. Compré el mechero ayer.

—¡Eso quiere decir que entra aire por algún sitio! —dijo Colette.

Kimber levantó rápidamente la mirada hacia el techo. En efecto, había un pequeño resquicio entre los escombros. Intentó quitar algunos cascotes, pero pesaban demasiado. Entonces se volvió hacia Colette.

—Tienes que pasar por ahí —dijo mientras apuntaba hacia la grieta—. Tú eres lo suficientemente pequeña como para colarte por ese resquicio.

—¡No! —se opuso Rebecca—. ¿Por qué iba a hacer lo que usted le pide?

—¡Tenemos que conseguir el Fuego Mental! —declaró Kimber.

—Ni siquiera sabemos quién es usted realmente —dijo Rebecca.

—El disfraz era necesario —explicó él—. Me permitió mezclarme con la gente del pueblo sin llamar la atención para poder llevar a cabo mi tarea sin contratiempos, de la misma forma que mis advertencias sobre los peligros de Uriel tenían como finalidad evitar que interfirieseis en mis investigaciones.

—¿Qué investigaciones? —preguntó Marc.

—Mis investigaciones sobre las líneas «ley» y el Fuego Mental —siguió explicando.

Marc recordó entonces la primera conversación que mantuvo con el supuesto párroco en el campanario de Saint Michael. Se trataba de las líneas electromagnéticas que cubrían la Tierra como una telaraña gigante.

—Colette tiene que pasar por ahí. ¡Tenemos que encontrar la base del Proyecto!

—¿El Proyecto? —preguntó Rebecca—¿Qué Proyecto? —Kimber ignoró la pregunta. Lo único que le interesaba era convencer a Colette para que trepara por la hendidura.

—No sabemos lo que se esconde ahí detrás —replicó Marc, pero Colette ya había empezado a ascender por los escombros hacia el agujero.

—Lo averiguaremos enseguida, ¿verdad? —afirmó Colette—. Quizá Joey esté ahí.

Su tono de voz denotaba ahora una seguridad que ni Marc ni Rebecca habían detectado antes.

—Marc tiene razón, Colette —dijo Rebecca—. Podría ser peligroso.

—No lo entendéis —respondió Colette—. Joey me necesita. Desde que murió su hermana, yo soy la única amiga que le queda. Tengo que ayudarle.

Y sin decir más, Colette se coló por la hendidura y desapareció.

El Proyecto
Jueves 11 de mayo, 23:46 h

No había mucho espacio, pero Colette consiguió colarse por el resquicio que se abría entre el techo y la pila de escombros. Cuando accedió al otro lado se encontró en un ancho pasadizo.

Bordeando la pared había una hilera de pilares de piedra con relieves de siniestras figuras que la miraban fijamente.

Colette comprendió que se encontraba en el viejo convento enterrado y olvidado desde hacía siglos. Aquél era el lugar donde había vivido la hermana Uriel, y donde le habían dado muerte.

Apestaba a descomposición. Colette se estremeció al imaginar lo que habría sentido Uriel al ver cómo colocaban el último ladrillo en la pared, condenándola a una tortura lenta y dolorosa.

De las paredes colgaban antorchas cuyas llamas parpadeaban proyectando sombras fantasmagóricas en el palillo.

Había también otra luz verdosa que procedía de una gran cámara situada al final del corredor.

—¡Colette!

—¿Quién está ahí? —preguntó ella, dándose la vuelta sobresaltada.

—Sabía que vendrías.

Era la voz de Joey, que retumbaba en su mente.

—No hables en voz alta… Comunícate con el pensamiento…

—¿Con el pensamiento? —murmuró Colette—. No entiendo…

—Tienes que ayudarme.

Colette avanzó hacia la luz verde manteniéndose pegada a la pared del pasadizo. Se oía un ligero zumbido y el aire tenía un sabor acre.

Kriiii…

Cuando Colette entró en la cámara, lo primero que vio fue a Joey atado a un banquillo. El casco que cubría su cabeza brillaba con miles de lucecitas y estaba conectado a un enorme banco de monitores, a una serie de ordenadores y a una gran dinamo cuya finalidad Colette no podía adivinar.

Una pantalla mostraba una serie de puntos unidos por líneas rojas. Colette reconoció las posiciones relativas de Darkfell Rise, Saint Michael, Saint Wulfrida, en Fletchwood, y la del propio Instituto, todos los lugares que se elevaban sobre las líneas «ley» de Kimber.

Aquel equipo de alta tecnología parecía totalmente fuera de lugar en el claustro medieval. Más aún, parecía incluso blasfemo utilizar un lugar que había sido sagrado para conjurar las fuerzas del mal.

Colette corrió hacia Joey, ansiosa por desatar las correas de cuero y sacarle de aquel terrible lugar lo más rápidamente posible.

—¡No, Colette!

La advertencia de Joey llegó demasiado tarde. Una figura surgió de las sombras.

—¡Oh! ¡Maldita sea!

Colette se quedó paralizada cuando vio cómo Omar avanzaba hacia ella. Miró desesperadamente a su alrededor en busca de una salida. Al fondo de la cámara había una puerta de piedra, pero nunca llegaría a tiempo. Su única oportunidad era retroceder por el camino que la había llevado hasta allí, pero aquel matón de aspecto cruel la alcanzaría fácilmente…

No obstante, era la única posibilidad. Mirando a Joey por última vez, pensó «Lo siento» y, al percibir la respuesta, «Gracias de todas formas», giró en redondo y echó a correr.

—Déjela —dijo otra voz.

Omar se detuvo y se acercó a su jefe.

Mascarilla Blanca avanzó tranquilamente hacia la consola de mandos situada junto al banquillo de Joey. Activó una serie de interruptores, varios botones de control y ajustó diversos cuadrantes. Las luces del casco de Joey empezaron a brillar con más intensidad. Cuando Colette llevaba recorrido medio pasadizo, la tierra comenzó a temblar y aquel horrible sonido volvió a oírse, pero esta vez más alto.

Kriiii…

Joey se retorció bajo sus ataduras:

—¡No me obliguéis a hacerlo! ¡A ella no!

Pero sus protestas quedaron sin respuesta. En cuanto Colette llegó al pasadizo, multitud de llamaradas surgieron de la nada y la envolvieron en un ardiente abrazo. Estaba atrapada en un círculo de fuego.

—¡Mátala! ¡Usa el Fuego Mental para acabar con ella ahora mismo!

—¡Noooo…! —gimió Joey, e intentó concentrarse para alejar las llamas de Colette.

Colette cayó de rodillas. Por su frente resbalaban gotas de sudor y su piel ardía bajo el calor del Fuego Mental.


¡Ayúdame, Joey!
—gritó mentalmente, sintiendo que se desmayaba—. ¡Ayúdame ahora!

Quizá fue porque Colette intentó comunicarse con Joey y, al hacerlo, reforzó sus poderes. Quizá se debió a que Joey no podía permitir que Mascarilla Blanca utilizara sus facultades para matar a Colette. Fuera cual fuese la razón, lo cierto es que las llamas que rodeaban a Colette empezaron a alejarse de ella para juntarse en una sola bola de fuego.


¡Huye, Colette, huye!

La bola de fuego se encontraba entre Colette y la grieta en la pared, así que su única alternativa era regresar al laboratorio de Mascarilla Blanca. Colette cruzó nuevamente el pasillo, seguida lentamente por la bola de fuego.

Mascarilla Blanca abofeteó a Joey, y debido al vínculo mental que les unía, Colette también sintió el dolor.

—¡Vas a obedecer al Proyecto! —bramó Mascarilla Blanca mientras reajustaba los controles de la consola de mandos.

—¡No! ¡No!

La bola de fuego quedó suspendida en el aire durante un momento y chisporroteó. Luego, avivada por la angustia mental de Joey, explotó en una llamarada intensamente roja que, en décimas de segundo, se tornó de un color blanco incandescente.

Capítulo decimocuarto

Beltane

El Proyecto
Beltane, 0:00 h

MARC y Rebecca miraban preocupados la pared que les cerraba el paso preguntándose qué le habría ocurrido a Colette. Se volvieron hacia Kimber. Parecía tan inquieto como ellos.

—¿Qué hay detrás de esa pared? —preguntó Marc.

—El Fuego Mental —respondió Kimber—. Todo parece cuadrar ahora. Las líneas «ley» de esta zona convergen aquí. Imaginad el poder que alberga la Tierra exactamente en este lugar.

—Líneas de fuerza geomagnética concentradas en un mismo punto… —reflexionó Rebecca—. Pero nadie puede conectarse a ese tipo de magnitudes así como así. No son algo que se pueda encender y apagar con un interruptor.

—En efecto, nosotros no podemos —dijo Kimber—. Pero imagínate que hubiese alguien que lo lograse. Alguien con la capacidad mental de conectarse y canalizar esas fuerzas a su voluntad. Imagina cuáles serían las proyecciones militares de ese hecho: lenguas de fuego de un blanco incandescente que destruirían las defensas enemigas; bolas ígneas más calientes que el Sol persiguiendo a los misiles. Un fuego que surge de la nada y que puede incinerar ciudades enteras…

—¡Qué horror! —exclamó Rebecca—. ¿Y en eso consiste el Fuego Mental? ¿Ése es el poder que quiere usted controlar?

—El gobierno quiere asegurarse de que no sea el Proyecto quien lo controle —respondió Kimber.

—Todavía no nos ha dicho en qué consiste el Proyecto —dijo Marc.

Kimber estaba a punto de contestarle cuando…

Kriiii…

Marc tuvo una reacción instantánea: al oír aquel sonido atronador empujó a Rebecca y a Kimber al suelo. Se produjo una explosión que abrió un hueco en la pared de escombros.

Una llamarada abrasadora pasó por encima de sus cabezas antes de desaparecer dejando tras ella un repugnante olor acre.

Parte del techo se desmoronó, y Rebecca gritó asustada ante la idea de que el túnel entero se derrumbara sobre sus cabezas.

En cuanto la nube de polvo se disipó, Marc se puso en pie y arrastró consigo a Rebecca hacia el hueco que la bola de fuego había abierto entre los escombros.

—¡Vamos! —dijo mientras avanzaba hacia la luz verde que se divisaba al final del pasadizo—. ¡Tenemos que encontrar a Colette!

Rebecca volvió la cabeza hacia Kimber. Una buena parte del techo había caído sobre él y estaba intentando quitarse de encima los cascotes.

—¿Qué hacemos con él?

—¡Primero Colette! —fue la respuesta de Marc.

—Vaya, vaya… Más visitas inoportunas —dijo Mascarilla Blanca al verlos entrar en el laboratorio.

Marc suspiró, desesperado. Mascarilla Blanca y Omar les apuntaban con sus pistolas.

—No sé por qué, pero me parece que éste no va a ser el mejor Beltane de mi vida —masculló Marc entre dientes.

—¡No bromees! —dijo Rebecca—. ¡Estoy muerta de miedo!

—Yo también, Bec; yo también…

Mascarilla Blanca les indicó que se reunieran con Colette junto a la consola de mandos. Cuando Rebecca vio a Joey en el banquillo, con los ojos desorbitados por el terror, se volvió furiosa hacia Mascarilla Blanca:

—¿Qué le está haciendo?

—¿Qué tiene que ver él con todas esas bolas de fuego y con Uriel?—preguntó a su vez Marc.

—¿Uriel? —aquel nombre no significaba nada para Mascarilla Blanca—. Joseph no es más que un instrumento, un conductor de energía…

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