Goma de borrar (44 page)

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Authors: Josep Montalat

BOOK: Goma de borrar
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Y siguieron hablando de distintas cosas, de sus trabajos, de las drogas, y de las fiestas.

—¿Sigues saliendo mucho? —le preguntó Azucena.

—Sí, claro, a los dos nos gusta salir de vez en cuando, pero no a reventarlo todo como hacía yo antes. La fiesta hay que tomársela como se hace con el champán, para celebrar algo, si no… no sienta igual. Aunque sea por cualquier tontería, pero siempre con la misma alegría con la que se abre una botella de champán. Y siempre antes, o en el momento de hacer aquello que te apetece hacer, pidiendo a Dios que te dé permiso para hacerlo y dándole gracias por tener la suerte de disfrutarlo.

—Realmente veo que has cambiado —dijo ella.

—Sí, cambié mucho después de lo de Halloween. Ahora vivo el presente, sin planificar nada y me lo paso mejor. La noche también hay que saber llevarla. Antes, al día siguiente me arrepentía de lo que había hecho o de lo que había dicho. Ahora sé que hay que hablar menos y bailar más. Hay un refrán marroquí que dice: «Por la noche las palabras son mantequilla, de día el sol las derrite».

—Ja, ja, ja —se rio Azucena—. Esa frase es muy cierta.

—Eso me pasaba mucho, me animaba y empezaba a prometer y a decir cosas, y al día siguiente ya no lo veía igual. Ahora cuando digo algo por la noche, lo cumplo, sea lo que sea. Así voy aprendiendo a decir sólo lo que voy a poder cumplir al día siguiente. ¿Y tú sales de marcha todavía?

—Si, después de actuar me gusta salir y desmelenarme un rato… y algunas veces me tomo una raya de coca… pero no tan buena como la que me tomaba contigo. Me ha sentado mal incluso… y a Emma también le ha sucedido alguna noche. ¿Sigues tomando cocaína?

—No vale la pena tomar coca. Mejor tomarse un buen vino.

—Pues si que has cambiado.

—Es peligroso. La mezclan con mil potingues para aumentar la cantidad y vete a saber los efectos. Es lo que me decía Frank. ¿Te acuerdas? El camello de Empuriabrava. Ahora todo el mundo quiere y claro, hay que repartirla.

—Ji, ji, ji —rió Azucena.

Poco después, se despidieron en la acera, frente al restaurante, intercambiándose los números de teléfonos.

—Si te apetece, podemos quedar algún día para comer con Mamen —le propuso Cobre.

—¿Es guapa?

—Ja, ja, ja —rió Cobre—. Podemos quedar con Emma, si arregláis lo vuestro. Y salimos los cuatro; puede ser divertido.

Tiempo después, un sábado de final del mes de julio, Cobre invitó a Tito y a Belén a cenar al restaurante Barroco de Cadaqués para celebrar el aprobado de las dos asignaturas de Empresariales de las que se había examinado. Habían previsto ir los cuatro en un solo coche y debían encontrarse en el bar-restaurante del supermercado Masnou, que estaba a la salida de Roses, donde empezaba la carretera de Cadaqués. Llegaron unos minutos después de las nueve. En el bar, vieron a Tito junto a la barra y se acercaron a él.

—¿Y Belén? —preguntó Cobre.

—Ha ido al baño —respondió su amigo mientras entraba un grupo de chicos y chicas a cenar. Juanjo era uno de ellos. Mamen, al verlo, se giró hacia otro lado, como si fuese a pedir algo en la barra. Tito, en cambio, lo paró para saludarlo.

—Hombre, Juanjo, el rey del mambo —le dijo animosamente—. Vas bien acompañado —añadió, mirando a las chicas que habían entrado con él.

—Ahhgggiii. Jjuu, jjuu, jjuu —farfulló Juanjo, mientras saludaba dando la mano a Tito y a Cobre.

Cobre miró de refilón a Mamen y la vio girada hacia la barra, de espaldas a ellos.

—¿Hoy Ñaca-ñaca? —le dijo Tito, haciendo broma.

—Ahhgggiii. Ñnnaaca-ñnnaaca. Jjuu, jjuu, jjuu —hizo Juanjo, yendo tras el grupo con el que había llegado.

Mamen volvió. Tito se rio mientras lo seguía con la mirada. —El tío es la polla —comentó.

—Sí, es la polla, «polla» —dijo asimismo Cobre, resaltando la última palabra, poniendo colorada a su costillita.

Belén, entretanto, regresó y los saludó con un beso.

—Acabo de cruzarme con vuestro amigo. El chico ese raro, que ahora no me acuerdo cómo se llama —dijo, imitándolo un poco.

—Juanjo —respondió Mamen—. Lo hemos visto todos. Bueno, ¿nos vamos? —sugirió, con ganas de salir del local.

En Cadaqués, sentados en el restaurante, los cuatro hablaron distendidamente.

—Esta mañana me he encontrado a Alain  —comentó Tito ya con las bebidas servidas—. Me ha dicho que le supo muy mal no hacer la fiesta de disfraces de los carnavales como cada año por culpa de la pierna que se rompió esquiando, y que va a hacerla el dos de agosto, que es su cumpleaños, que se ve que cae en domingo, y al igual que en la de los carnavales habrá que disfrazarse obligatoriamente.

—Ostras, genial —exclamó Belén, ilusionada.

—No creo que podamos ir —intervino Mamen—. ¿Estamos fuera el día dos, no, Cobre? —añadió, guiñándole un ojo.

—Sí, es verdad. No estamos.

—¿Dónde vais? —les preguntó Belén.

—Tenemos una boda —respondió rápido Cobre—. Unos parientes de los padres de Mamen. Ellos no van a poder ir y le han pedido que vayamos nosotros en su lugar.

—¿Y no puede ir alguno de tus hermanos? —preguntó Belén a su amiga.

—Imposible, son parientes de mi madre y ya nos hemos comprometido —puntualizó Mamen.

—Qué pena. Bueno, nosotros sí que iremos, ¿no? —preguntó Belén, esta vez a su novio.

—Sí, si podemos, vamos. Las fiestas de Alain son memorables.

—El día dos es ya mismo. Es un poco justo —dijo Belén, pensando, al tiempo que su novio se servía agua—. No voy a tener tiempo de hacer ningún disfraz. Quizás me ponga el de la otra vez, cuando dejamos de salir juntos, ya estará un poco visto para esta fiesta, pero bueno... —Y mirando a su amiga añadió: —Me refiero a aquel tan divertido y sexy, el de cerilla roja.

—¡Puafff! —sopló Tito, sin poder evitarlo, toda el agua sobre la mesa.

Una parte cayó sobre Cobre, que estaba delante de él y que, sin decir nada, con la ayuda de su servilleta, se secó las salpicaduras, mientras Mamen, alterada, daba patadas a su amiga por debajo de la mesa, intentando que se callara.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó sorprendida Belén a su novio.

—¡Ahhggg! —carraspeó Tito, intentando recuperarse de su atragantamiento—. ¿Fuiste tú la que fue a la fiesta disfrazada de cerilla roja? —le preguntó con cara de asombro y con la voz aún forzada.

Ella se le quedó mirando extrañada y luego pareció comprender a lo que se refería.

—Ah, claro. Ji, ji, ji. No, tonto. Ji, ji, ji —empezó a desternillarse Belén—. Ahora caigo. Ji, ji, ji. Creías que el gorila había follado conmigo. Ji, ji, ji —seguía riéndose divertida, mirando a Mamen, que completamente desencajada le hacía visibles señas, ahora ya sin disimulo y con las manos, para que se callara, mientras Cobre no sabía qué cara poner—. Ji, ji, ji, ¡Qué bueno! —seguía riéndose Belén.

—¡Jopé, Belén, menudo susto me has pegado! —dijo Tito, aliviado.

—Ji, ji, ji. Claro, tú no sabías quién era la cerilla roja. Ji, ji, ji —seguía Belén con su risa, partiéndose el glúteo, por escribirlo fino—. ¿Tú no lo entiendes, Mamen? —le preguntó, viendo la cara de pan sin sal que llevaba puesta—. Se pensaba que Cobre y yo... Ji, ji, ji. Que el gorila y yo... —seguía riéndose, mientras miraba a Tito, que estaba a punto de beber, y lo golpeaba amistosamente—. La cerilla roja no era yo, ji, ji, ji. Tonto. Era Mamen.

—¡Puafff! —sopló de nuevo Tito, mientras Mamen no cesaba de dar patadas a Belén por debajo de la mesa para que se callara.

—¡Ay! Me haces daño, ¿qué pasa? —dijo, reaccionando a sus señales. —Ahora ya se puede decir el disfraz que llevabas de cerilla roja ¿no?

—No, tonta, ahora ni nunca —le respondió Mamen, visiblemente acalorada. Luego, mirando a Tito y con cara angelical, alzó un hombro, diciéndole—: Goma de borrar.

—Pero ¿qué pasa? —preguntó inocentemente Belén a su novio y a todos, sin comprender lo que estaba sucediendo.

Estupefacto, Tito dirigió su mirada hacia Cobre, y él, al igual que había hecho su novia, alzó resignadamente sus hombros y dijo:

—Nadie es perfecto. Goma de borrar. Borrado. —Y seguidamente besó en los labios a Mamen.

* * *

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