Grotesco (47 page)

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Authors: Natsuo Kirino

Tags: #Intriga, policiaco

BOOK: Grotesco
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Luego me miró con angustia.

—¿En qué estás pensando?

—En el pasado, claro. Ese pasado lejano al que dices que quieres volver. He regresado al momento en el que Yuriko era una planta de flor y yo una planta de semillas desnudas. Claro que, por supuesto, Yuriko tenía que marchitarse.

Mitsuru me miró intrigada, pero yo no traté de explicarme. Al ver que no iba a proseguir, se sonrojó y apartó la mirada. ¡Allí estaba! Allí estaba aquella expresión que la caracterizaba en el instituto.

—Lo siento, sé que me comporto de forma extraña —dijo mientras cogía su bolso de tela—. Es sólo que no puedo evitar sentir que todo por lo que he trabajado tanto, todo en lo que he creído, ahora carece de sentido, y no puedo soportarlo. Mientras estuve en la cárcel hice todo lo posible para no pensar en ello pero, ahora que estoy fuera, todo ha vuelto a atormentarme, y tengo pánico. Está claro que lo que hicimos fue horrible, un terrible error. No sé cómo pude matar a todas aquellas personas inocentes. Me habían lavado el cerebro. El líder de la secta podía leer mi pensamiento y me controlaba. No había forma de escapar. Creo que, para mí, todo se ha acabado ya, y estoy segura de que mi marido morirá en la cárcel. Sólo me agarro a mis hijos y me pregunto qué hacer. Debo hacer todo lo posible para que tengan una buena educación, puesto que soy lo único que les queda. Pero no creo que tenga fuerzas, me falta confianza. Hasta aquí he llegado: me dejé la piel estudiando, ingresé en la Facultad de Medicina de Tokio, llegué a ser doctora…, pero nunca podré recuperar los seis años que he pasado en prisión. Y, por eso, nadie nunca me ofrecerá un trabajo.

—¿Y si pruebas con Médicos Sin Fronteras? —sugerí, aunque lo cierto es que no tenía ni idea de cómo funcionaba eso.

—No te importa porque no es tu problema, claro —balbuceó Mitsuru con desconfianza—. Hablando de los problemas de los demás, todo el mundo parece sorprenderse cuando se enteran de lo de Yuriko y Kazue, pero a mí no me sorprendió en absoluto. Esas dos siempre fueron unas rebeldes, siempre nadando contracorriente, sobre todo Kazue.

Mitsuru repetía lo que había dicho anteriormente la periodista. Nadie parecía tener un interés particular en Yuriko. Kazue era la única a la que trataban como a una celebridad. Los ojos de Mitsuru estaban vacíos, carentes por completo del brillo resplandeciente y la independencia audaz que solían tener.

—¿Dónde están tus hijos ahora? —pregunté.

Había encendido otro cigarrillo. Entornó los ojos a causa del humo.

—Están con mis suegros. El mayor está en el segundo año de instituto y el pequeño se está preparando para los exámenes de ingreso al primer ciclo de secundaria. Me han dicho que quiere entrar en el sistema escolar Q pero que no hay posibilidades de que lo consiga. No por las notas, sino porque nunca podrá escapar de la maldición de sus padres. Es como si estuviera marcado para siempre.

«Marcado»… Era una buena manera de decirlo, ¿no creéis? Se correspondía bastante con mi propia situación y con la forma en que había vivido, «marcada» como la hermana mayor de la monstruosamente bella Yuriko. En ese instante se apoderó de mí un deseo intenso de ver a los hijos de Mitsuru. Me preguntaba qué clase de rostro tendrían. Me fascinaba la forma en que se transmitían los genes, cómo se dañaban y mutaban.

—Sé que odiabas a mi madre —dijo Mitsuru, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Cómo?

—La odias porque abandonó a tu abuelo. Seguramente no lo sabes, pero fue gracias a él que mi madre se unió a la organización. Sigue en ella, y dice que se mantendrá firme hasta el final, mientras busca a creyentes que aún sean practicantes.

Mi abuelo se habría sorprendido si hubiese oído eso. Yo sabía que la madre de Mitsuru apoyaba la decisión de unirse a la organización porque ella también se había unido, pero de ningún modo podía aceptar la idea de que mi abuelo fuera el responsable. ¿Acaso representaba algún tipo de retribución kármica?

—Mi madre me ha dicho que irrumpir en la vida de tu abuelo del modo en que lo hizo es de lo que más se arrepiente en la vida. Y no fue sólo la vida de tu abuelo, ¿verdad? También trastornó tu vida.

Cuando entré en la Universidad Q, mi abuelo decidió mudarse con la madre de Mitsuru, que había comprado un lujoso apartamento en los alrededores. Estuve allí una vez. Recuerdo que la puerta principal del edificio se cerraba automáticamente y que tenías que llamar al interfono para que te dejaran entrar. En aquella época, era un sistema nuevo y mi abuelo estaba tremendamente orgulloso de él. Pero, como una ironía del destino, fue justamente ese sistema el que nos hizo saber que se estaba volviendo senil. Cada vez que salía, olvidaba la llave. Luego llamaba a un apartamento equivocado y se quedaba allí gritando: «¡Soy yo, dejadme entrar!»

Mitsuru siguió hablando:

—Fue a causa de la relación amorosa entre mi madre y tu abuelo que tú y yo nos vimos obligadas a vivir por nuestra cuenta, aunque luego mi madre se mudó de nuevo conmigo. Lo dejó todo hecho un desastre: mi casa, tu casa, la casa que compartió con tu abuelo. No podía perdonarse por lo que había hecho, de manera que decidió refugiarse en la religión. Así fue como empezó.

—Y, a través de la religión, ¿fue capaz de perdonarse?

—No. —Mitsuru negó con la cabeza con orgullo—. Escogió ese camino porque quería saber más sobre las leyes que gobiernan el reino de los hombres. Quería comprender por qué los seres humanos poseen esas pasiones oscuras y egoístas. En aquel tiempo, a mi marido y a mí nos atormentaban las preguntas sobre la muerte. Todos los humanos mueren, pero ¿qué les ocurre después de morir? ¿Es posible la transmigración? Como médicos, no podíamos evitar la confrontación directa con la muerte como un fin necesario, pero de vez en cuando nos encontrábamos con casos inexplicables. Fue entonces cuando mi madre nos recomendó que conociéramos al líder de la organización a la que se había unido y que habláramos con él. Y así fue cómo acabamos uniéndonos nosotros también.

La conversación estaba empezando a hartarme y comencé a evitar la mirada de Mitsuru. Parece ser que, al fin y al cabo, las personas que se involucran en la religión sólo buscan su propia felicidad personal. ¿Me equivoco?

—Bueno, no debes preocuparte por mi abuelo —repuse—. Ahora está completamente senil y se pasa todo el tiempo en la cama.

—¿Todavía vive?

—Va tirando, aunque ya tiene más de noventa años.

—Vaya, había dado por supuesto que había muerto.

—Supongo que eso mismo piensa tu madre.

—Parecemos olvidar los puntos de vista del otro. —Mitsuru bajó tanto la cabeza que pensé que se le iba a partir el cuello—. Probablemente porque aún no me he reintegrado en la sociedad. —Su mirada se veía vacía—. En el colegio, intenté duramente mantenerme como número uno, y también en la universidad. Conseguí todo lo que quería, era una de las mejores del hospital. Pero, gradualmente, mi deseo de ser la número uno empezó a desaparecer. Tiene sentido si lo piensas. A un médico no se lo valora por la nota de los exámenes. Por supuesto, salvar la vida del paciente es lo más importante, aunque en el oído, en la nariz o en la garganta, rara vez se encuentran casos que pongan en peligro la vida. Día tras día me enfrentaba a inflamaciones nasales causadas por alergias, y sólo una vez vi un paciente que estaba en una situación crítica a causa de un tumor en la mandíbula inferior. Pero eso fue todo. Ésa fue la única vez que sentí que mi trabajo valía la pena. Así que me vi sumida en una especie de tinieblas y fue entonces cuando pensé que si seguía la doctrina religiosa podría llevar mi vida al siguiente nivel.

Dejé escapar un profundo suspiro. ¡Aquello era atroz! Lo entendéis, ¿verdad? En el pasado, yo quería a Mitsuru, creía que pulíamos nuestras respectivas virtudes —yo, mi maldad; ella, su inteligencia—, no porque quisiéramos ser guays, sino porque los necesitábamos como armas para sobrevivir en el Instituto Q para Chicas.

Mitsuru me miró, insegura.

—¿He dicho algo que te haya molestado?

Decidí darle alguna pista de por qué me estaba poniendo de mal humor porque, si no lo hacía, seguro que volvería a empezar con aquello de «cuando estaba en la cárcel…».

—Al ingresar en la universidad, ¿fuiste capaz de seguir siendo la primera de la clase?

Mitsuru encendió otro cigarrillo en silencio. Aparté el humo con la mano esperando a que contestara.

—¿Por qué quieres saberlo?

—Sólo por curiosidad.

—Pues te diré la verdad: no era la primera de la clase, ni de largo. Seguramente debía de estar por el medio. No importaba lo mucho que lo intentara, lo atentamente que escuchara en clase, o cuántas noches enteras me pasara estudiando: siempre había otros a los que no podía superar. Pero ¿qué esperabas? Quiero decir, en la facultad admitían a los estudiantes más brillantes de todo el país, y para ser el primero tenías que tener un don natural, ser un genio absoluto; de otra forma, ya podías estudiar a todas horas porque no servía de nada. Después de unos años me di cuenta de que, lejos de ser la primera, podía darme por satisfecha si acababa la vigésima. Fue un golpe duro.

«Ésa no soy yo», pensaba, y sufrí una crisis de identidad. Así que, ¿sabes qué decidí hacer?

—No tengo ni idea.

—Decidí casarme con alguien que de verdad fuera brillante. Ése es mi esposo, Takashi.

Cuando me dijo que su marido se llamaba Takashi, de inmediato lo asocié con Takashi Kashiwabara. Pero recordaba haber visto su foto en los periódicos, y lo cierto es que no se parecía en nada a él. Era flaco, llevaba gafas, y parecía un estudiante muy aplicado. No importaba lo brillante que fuera, ¡yo lo encontraba demasiado feo como para querer casarme con él alguna vez! Desde un punto de vista fisonómico, tenía las orejas puntiagudas como un demonio y la boca demasiado pequeña. La franja central e inferior de su rostro denotaba debilidad. La suya era una cara que predecía una tragedia a la mitad o al final de su vida. Cuando reflexiono acerca del destino de Takashi, sólo puedo concluir que su fisonomía era asombrosamente adecuada.

—He visto la cara de tu marido.

—Claro, es famoso.

—Y tú también.

Mitsuru se puso roja; si se debía a mi sarcasmo o a un sofoco, eso no lo sé. Como integrante de la secta, Mitsuru se había visto involucrada en varios casos de secuestro de creyentes. Si esos llamados creyentes intentaban escapar, Mitsuru y los demás los encerraban en una habitación, los obligaban a tomar drogas y luego empezaban la iniciación. Pero, si no se andaban con cuidado, las víctimas podían sufrir una sobredosis y morir.

Aun así, aquellas muertes no eran nada en comparación con la vez en que Mitsuru y su marido rociaron gas venenoso desde un avión Cessna sobre varios granjeros y sus familias. El líder de la organización religiosa padecía algún tipo de manía persecutoria, que se desencadenó cuando algunos granjeros locales organizaron protestas contra el establecimiento de la sede religiosa cerca de sus tierras. Así, el tipo ordenó al marido de Mitsuru rociar gas mostaza sobre sus campos. En aquella época, por suerte o por desgracia, un grupo de alumnos de primaria estaba visitando las granjas para hacer un estudio práctico sobre la agricultura, y el gas cayó sobre ellos. Murieron quince personas.

Mitsuru intentó cambiar de tema.

—¿Sabes algo de la presión osmótica? Pensé que si me casaba con un hombre brillante, me transmitiría parte de su genio.

Noté que, al empezar a hablar, su cuerpo se desinflaba como una vela que pierde el viento. El cuerpo de Mitsuru se había vuelto plano. Podía verle las venas que anudaban los dedos con los que cogía el cigarrillo. Estaba asombrada al ver lo cabeza hueca que se había vuelto Mitsuru.

—Por entonces, mi madre se había separado de tu abuelo.

Se unió a la organización diciendo que quería eliminar sus ilusiones. Por ilusiones se refería a sus impulsos egoístas.

—Bueno, en el fondo eso no está mal. No es que se preocupara mucho por mi abuelo, que digamos —repuse con brusquedad.

Mitsuru replicó con sarcasmo:

—No puedes perdonarme, ¿verdad? Te crees mejor que yo porque yo acabé en una secta religiosa.

Ladeé la cabeza.

—¿Estás segura de que no has perdido algún tornillo?

—Oh, ahora recurrimos a los insultos, ¿no es eso? —Mitsuru levantó la cabeza de repente—. Recuerdo que no hace mucho estabas algo más que obsesionada con los parecidos físicos. ¿Cómo lo diría? Lo único que te importaba eran las caras. Yo sabía que tenías un complejo de inferioridad porque Yuriko era muy guapa, pero tú ibas incluso más allá de ese complejo: eras una obsesa. Desde el instituto has estado siempre muy orgullosa de ser mestiza, ¿verdad? Pues que sepas que todo el mundo se reía a tus espaldas porque no eras ni remotamente guapa.

Nunca habría creído que tendría que oír mentiras tan insultantes de boca de Mitsuru. Aquello era demasiado. Sin embargo, no conseguí decir nada en mi defensa.

—Tu odio por Yuriko era realmente extraño —prosiguió ella—. ¿Estabas celosa? Sé que fuiste tú quien filtró qué se llevaban entre manos Yuriko y el hijo de Kijima. Fuera lo que fuese lo que Yuriko hiciera con los chicos en el colegio, no era asunto tuyo. Pero ella era popular y todos la idolatraban. Aun así, hacer que expulsaran a tu propia hermana del colegio al difundir los rumores de que estaba metida en la prostitución…, aquello fue realmente retorcido. Si tus reservas de karma negativo no disminuyen, siento decirte que tienes muy pocas probabilidades de transmigrar en el futuro. Si renaces, lo harás con la forma de una cucaracha que se arrastra por la inmundicia.

Estaba furiosa. Había dejado que Mitsuru dijera lo que tuviera que decir porque sabía que le habían lavado el cerebro, pero había ido demasiado lejos.

—Eres una completa idiota, Mitsuru. Te he escuchado parlotear acerca de que eras la primera de la clase, de que entraste en la Facultad de Medicina de Tokio, toda esa mierda sobre la osmosis, y ya estoy harta. Durante todo este tiempo pensaba que eras una ardillita inteligente, pero lo cierto es que no eras más que una babosa. No eras más que una engreída y una fanfarrona, ¡a la misma altura que Kazue!

—La que está loca eres tú. Mírate…, eres malvada y retorcida. ¿Por qué crees que eres más sincera que yo? Vas por la vida sin decir nada más que mentiras, e incluso ahora estás aquí sentada sintiéndote feliz porque eres mestiza. Ojalá pudiera cambiarte por Yuriko.

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